Becario – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «el becario». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 19 de septiembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Recuerdo mis años de becario,

aguantaba su pérfida mirada,

hasta encontrar la gran nada

ahogado en un balneario.

Ahora todo es recuerdo,

ya encontré el vacío,

siendo becario sentía frío

y me costaba estar cuerdo.

Si no quería enseñarme,

aquella asquerosa bruja

insistía en dañarme.

Yo la quemé en la hoguera

de mu memoria hasta que

conseguí su absoluta ceguera.

Nota de autor: te va a llevar cafés tu puta madre, so asquerosa.

ANTONICUS EFE

Somos la naturaleza que resiste

al caos industrial de las cosas,

somos la crónica imperecedera,

somos la resistencia al aleteo de las mariposas;

así somos los poetas.

Libres de dogmas y estigmas

pero señalados con el dedo,

señalados por la congregación

de los “quiero pero no puedo”;

así somos los genios.

Somos la belleza del pensamiento

que aporta humanidad a la vida,

somos el pensamiento creativo,

somos quienes cerramos heridas;

así somos los poetas.

Por desgracia ya somos pocos

los que escribimos con el alma,

sacando para afuera las miserias,

metiendo el dedo en la llaga;

ahora todo es escaparate,

ahora todo es pura fachada.

No necesitamos becarios,

nos basta con nuestra imaginación desbordada,

no necesitamos jurados,

nos basta con que nuestra voz sea escuchada.

Ahora todo el mundo está sordo.

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

El becario

es mi nieto, y solo él puede contar ese paso de estudiante.

Más si puedo aerear pinceladas de aquel que compatibiliza sus estudios, con el mundo laboral en el cual se está formando.

Cuatro años de becario da para mucho. Retrocedamos al principio de la pandemia COVID 19. Italia hardia con la enfermedad. El país se iba a cerrar. El becario y su familia movieron Roma con Santiago para conseguir un vuelo.

Por fin el chico en casa y posible COVID pasado.

Segundo año de becario, destino Alemania con su frío y su saberes… El intelecto del estudiante de día a día se hace más sabio…

El español da sus primeras charlas y poco son los que dejan el asiento antes de terminar la clase…

Tercer año,Bruselas

No puedo irme sin decirte adiós abuela, te llamaré, y te contaré.

Esperaré como siempre saber de ti, cuídate… Te quiero…

BENEDICTO PALACIOS

Mi compañero de pupitre Pascual poseía un embrujo que faltaba al común de los mortales. Era divertido, muy inteligente, deportista genial y sobretodo un donjuán en aquellos años en que estas gracias se cultivaban tanto como los sobresalientes en matemáticas. Tan cierto que se casó antes que la mayoría de nosotros y por eso a estas alturas de la vida era bisabuelo. Pascual se llama también su bisnieto y es becario.

Tomando el café diario me contó las penas, sinsabores, fracasos y algunos éxitos también de ser ahora becario, eso que el muchacho le salió tan simpático e inteligente como él. Estaba contento con las prácticas que venía realizando, menos cuando reflexionaba si todo cuanto aprendía le serviría para conseguir un contrato en la empresa, porque era consciente de que ser eficaz, bueno y hasta el mejor no conllevaba necesariamente un contrato de trabajo. Tenía en su contra que él no era amigo ni le bailaba el agua al jefe.

Yo le quitaba yerro diciéndole que no sería para tanto.

—Tú no fuiste becario ¿verdad? —Me dijo desabrido.

—Lo fui, tuve una beca. Claro que la cosa era diferente, muy diferente.

Le recordé cómo se conseguía una en los años sesenta y setenta. Si tenías buenas notas, y tu padre pertenecía a una de estas cuatro mutualidades (agricultura, industria, construcción y servicios) era relativamente fácil conseguir una beca, no tanto si tu padre era un arreglatodo. «Anda, Carlos, vente a mi casa y me haces el presupuesto para una ventana en la cocina, que es más oscura que una caverna…» Mi padre vivía de chuscas y no era mutualista. El hijo del médico y la hija del veterinario podían conseguir una beca, y el de un trabajador por cuenta propia y menos si era un bracero no. Así era la España de entonces. Pero no creas que la situación cambió radicalmente. Todavía en los años ochenta había becarios que con la beca al completo se compraban una moto, aunque luego suspendieran.

Pascual que era hijo de terrateniente echó cuentas porque él podía haber estudiado sin beca. ¡Qué injustica! Comentó y añadió contrariado que hay hechos que no tienen explicación.

—Tiene gracia que hoy le pongan tantos inconvenientes a uno que quiere trabajar. Tengo una bisnieta más lista que el hambre y ha pasado en los últimos dos años por cuatro servicios diferentes.

—¿No será también becaria?

—Lo fue como lo fuiste tú, estudió medicina con beca.

—Tiene suerte, porque según me cuentas un becario lo tiene peor.

—Ya lo dijo el sabio y viene a lo dicho como anillo al dedo a la idiosincracia del becario: lo que vale para enchufe, sirve también para bombilla.

DAVID MERLÁN

Estimado lector/a:

Ha pasado casi un mes desde que les narré los acontecimientos de «LA MADRE TIERRA» (aquí les dejo el link), https://www.facebook.com/share/p/29BV1zuE1i3Pa5rU

pues bien, los hechos han seguido su curso y han pasado cosas graves. Es necesario que sepan lo que ha sucedido.

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Sigo en shock. Han pasado casi seis meses desde aquella noche en la sala de estar convertida en laboratorio, de la casa de mi colega de profesión, Isabel donde cantamos ¡Eureka!

Desde entonces hemos conseguido no sin mucho esfuerzo, que la red de científicos y técnicos, aunque pequeña, se extienda por diferentes puntos de la región; en las sombras, trabajando febrilmente para replicar y mejorar el nuevo plástico.

Con el recuento semanal que puntualmente nos hacen llegar a Isabel y a mí desde los diferentes laboratorios clandestinos, ya alcanzamos la nada desdeñable cantidad de 2 Kg, pero sé que aún estamos muy lejos del objetivo necesario de los 10 Kg para poder fabricar el tupper donde lograr fabricar el combustible para la bateria de la máquina del tiempo de mi abuelo. Los suministros escasean y no podemos, al menos por ahora replicar más moldes para incrementar la producción. Además, cada vez es más difícil sumar nuevos miembros a la causa que tengan un mínimo de conocimientos científicos y los que fervientemente lo hacen, tienen poca base. Pero por desgracia, no tenemos más remedio que aceptarlos. Los necesitamos para garantizar la fabricación. Menos es nada.

Uno de esos lugares clandestinos estaba…, digo estaba por lo que les voy a contar. Cómo les decía, estaba ubicado en un rincón perdido del subsuelo de la ciudad vieja, bajo las ruinas de lo que alguna vez fue un barrio animado de ocio nocturno. Ahí, en una de las pocas zonas aún no devastadas por las incursiones de las máquinas, un equipo liderado por un joven pero brillante científico trabajaba día y noche. Entre ellos, un becario: Ernesto Ramírez, un joven tímido pero apasionado. Apenas llevaba dos semanas a bordo del equipo, cuando uno de los técnicos fue neutralizado en un ataque imprevisto.

Ernesto era brillante, sí, pero también distraído. Ascendido a la fuerza, asumió responsabilidades para las cuales era obvio que aún no estaba preparado.

Tenía una tendencia a perderse en su propio mundo, a divagar mientras realizaba tareas delicadas, como aquella tarde fatídica.

El equipo de la ciudad vieja había logrado grandes avances, pero aquel día Ernesto estaba solo en el laboratorio, fue el último en irse. Su antecesor, en previsión de sucesos no deseados como los que les costó la vida a manos de las máquinas, había dejado instrucciones claras de que nadie tocara la mezcla experimental hasta que estuvieran todos presentes cada día por las mañanas. Sin embargo, la impaciencia de Ernesto, sumada a su constante necesidad de probar ideas propias para ganarse el respeto de los demás, lo llevaron a manipular uno de los frascos donde se almacenaba un componente crítico del proceso de síntesis. Se trataba de una nueva variante del polímero, más estable y resistente, que prometía mucho para la fabricación del recipiente que se utilizaría más tarde para albergar el combustible de la máquina del tiempo. Pero no estaba completamente probado.

Ernesto, sudoroso, tomó el frasco con ambas manos. Su piel resbaladiza por la tensión de hacer algo a sabiendas que no debía lo traicionó, y el frasco cayó al suelo. En ese momento, el mundo pareció ralentizarse, el vidrio rompió el silencio con un crujido seco y los gases incoloros comenzaron a esparcirse por la habitación.

El becario, instintivamente, echó en vano la mano en un intento imposible de que no se hubiera roto el frasco para contener la fuga, pero era demasiado tarde. El contacto de los gases con la superficie metálica del suelo provocó una reacción en cadena.

El laboratorio entero tembló. Ernesto intentó correr, pero antes de que pudiera llegar a la puerta, una explosión sacudió todo el complejo subterráneo.

La noticia no tardó en llegarnos más que un par de horas, como siempre, a través de una transmisión codificada de manera críptica, aprovechando una de nuestras visitas regulares al refugio. Isabel y yo estamos en shock al oír alto y claro: «La Ciudad Vieja ha caído».

Hemos escuchado sin género de dudas la voz en la transmisión, sin emociones, como si fuera otro hecho trágico más de tantos en la guerra contra las máquinas.

Isabel ha apagado el receptor y ha permanecido en silencio. Su rostro está más desencajado de lo habitual, seguro que endurecido por el cansancio y la desesperación. Por mi parte, decirle que me he quedado observando la pantalla con una mezcla de incredulidad y enojo, pero he conseguido sobreponerme al golpe y he sido el primero de los dos en romper el silencio al preguntarle que qué ha pasado aún temiéndome lo peor.

«Un accidente» ha respondido Isabel con la voz tensa y me ha contado lo del becario, que todo el laboratorio ha quedado destruido y que hemos perdimos el trabajo de tres meses.

No por menos esperado, me ha cogido de sorpresa. Me he dejado caer en una silla, aturdido por la magnitud de la noticia. Ciudad Vieja no solo era un punto estratégico para la producción del plástico, era también uno de los centros de información más vitales. Si las máquinas descubrieran la ubicación tras la explosión, el riesgo de una ofensiva aumentaría exponencialmente.

Isabel me ha dicho que no podemos perder más tiempo y que debemos acelerar nuestra producción de aquí, y que si perdemos otro laboratorio, será el fin.

Sé que Isabel tiene razón, pero también sé que algo más nos acechará desde estos momentos: el miedo de que, aun con todos nuestros esfuerzos, algo pueda salir mal. Ella, al igual que la primera vez, ha reaccionado y me ha arengado:

«Necesitamos más manos, y necesitamos más plástico. No podemos permitirnos más errores. No ahora.» me ha dicho apesadumbrada.

Yo he asentido, pero sé que me ha notado una mirada distinta; algo nuevo, algo que antes no había estado allí: una sombra de duda.

CONTINUARÁ…

ARMANDO BARCELONA BONILLA

DOÑA CONSUELITO

En aquella época hacía vida de monje shaolin, de lunes a viernes, me machacaba el cuerpo en el gimnasio: cardio, musculación, artes marciales; por las tardes, meditación para dejar mi impronta en el sofá, playstation y un poco de porno oriental antes de dormir. Lo normal en un tío sano con la mayoría de edad recién cumplida. Sin embargo, el fin de semana lo dedicaba a currar haciendo bolos por las discotecas de la comarca, porque yo iba para deejay, DJ, pinchadiscos, si quieres llamarlo así, esa era mi verdadera vocación, y no se me daba mal, coño, que en dos noches me sacaba una pasta de la hostia, mucho más que mi padre en toda la semana, machacándose los riñones en la cadena de montaje.

Igual os preguntáis por qué lo dejé. Pues por la presión familiar, como pasa siempre: «Eso de los discos no es un trabajo; pan para hoy y hambre para mañana. Lo que tenías que hacer es aprender un oficio, cojones, que ya va siendo hora de que espabiles. Si quieres hablo con el encargado y mañana mismo entras de meritorio». «De eso nada, vamos, por encima de mi cadáver, mi niño apretando tuercas todo el día, como un mono amaestrado. Lo que debe hacer es estudiar y buscarse una buena colocación, que es listo, sabe de ordenadores y más guapo que un san Luis».

Como podéis suponer, no había color entre la propuesta de aprendizaje a turnos que postulaba mi padre y el suave aterrizaje en el mundo de los libros que sugería mi señora madre, de manera que me apunte a un módulo de administración. A los dos años tenía mi título de oficinista en el bolsillo y encontré colocación en «DIMASGEST», una gestoría de empresas con varias oficinas repartidas por toda la ciudad.

—De becario, media jornada, cuatrocientos euros al mes —me informó de las condiciones el propio don Dimas, un tipo de museo, y no porque fuera ejemplar, pero es que de tan viejo parecía una momia—, esto hay, lo tomas o lo dejas.

Luego supe que recibía subvenciones, por tener contratado personal en prácticas, que duplicaban la miseria que me iba a llevar yo de jornal, perolo tomé.

«Media jornada, cuatro horas, tampoco es para tanto», me dije, el sueldo era una mierda, sí, pero seguía teniendo tiempo para mis cosas, los fines de semana serían para mí y los viejos estaban contentos. Asunto concluido.

Empecé un lunes, a las ocho de la mañana. Yo iba dispuesto a demostrar lo preparado que estaba para hacer cuentas, rellenar formularios y gestionar contabilidades, pero don Dimas tenía otros planes: archivo, fotocopiadora y patearse las calles, llevando papeles a los distintos registros de la administración local. Un marrón. Pero bueno, es lo que había, y entre unas cosas y otras, casi sin darme cuenta, estaba a punto de dar las doce del medio día. Se terminaba mi compromiso.

—¿A dónde vas tú, muchacho? —me cerró el paso don Dimas cuando me dirigía a la salida—, anda tira que aún no has pasado la fregona, hay que darle un repaso a los cristales y vacía las papeleras, que ya no dan abasto.

—Ya he terminado, don Dimas —argüí amparado en la infalibilidad de lo contractual—, media jornada.

Paternal y bondadoso, el viejo me echó una mano por encima del hombro y suavemente me llevó de nuevo tras el mostrador. Olía a tabaco, sudor revenido y me dio mala espina.

—Eso no funciona así, Carlitos, hijo mío. ¿Cuántas horas tiene el día? —enseguida supe que era una pregunta trampa y me abstuve de responder—. Veinticuatro, muchacho, veinticuatro, y eso es una jornada, de manera que echa cuentas. Hay que joderse esta juventud, lo quieren tener todo y por el papo, sin dar nada a cambio. Si me dejaran a mí…

En una semana desarrollé alergia al polvo, de tanto darle al mocho; aguantar de pie haciendo cola en los registros me causó una fascitis plantar, y llegaba tan cansado a casa, que no me quedaban fuerzas ni para el porno oriental. Lo sentí por mis padres, les iba a dar un disgusto, pero había decidido terminar con mi proceso de integración en el mundo laboral, «mañana ese viejo pedorro se va a comer las del pulpo», me regocijé interiormente, anticipando el pollo que le iba a montar a don Dimas, y con esa agradable sensación de bienestar me quedé dormido. Pero el hombre propone y, ya se sabe, el diablo zurce.

A las ocho en punto, con una sonrisa de Joker, que no la superaba ni Jack Nicholson, estaba yo aporreando la puerta del despacho de don Dimas. Iba con todo, a machete, dispuesto a meterle un par de tobas a la momia, si era menester, pero el fulano no estaba solo.

—¡¿Pero quién es este buen mozo, Dimas, cariño, dónde lo tenías escondido?!

La señora, por edad, podía ser mi madre, pero la pasta, los pilates y la ropa de marca, le daban el aspecto de una MILF (Mother/Mom/Mama I’d Like to Fuck), solo que con el acento inconfundible que nos caracteriza a los del valle del Ebro.

—Es el becario, Consuelito —respondió don Dimas, haciendo un gesto despectivo con las manos—, limpia, barre, lleva papeles de aquí para allá, nadie, cariño.

La jamona parecía no escuchar a su marido y no me quitaba ojo de encima; la verdad es que me estaba empezando a poner nervioso.

—Y tú, monín, ¿sabes manejar bien la escoba? —me preguntó, mientras hacía que un dedo pecador se deslizase, sutil e insinuante, por sus entreabiertos y prometedores labios.

Joder con doña Consuelito, sabía poner a un yogurín como una moto. Parecía que el jodido cabrón de don Dimas estuviera al corriente de mis intenciones y con semejante arma de destrucción masiva me había dejado en shock.

—Sí, señora, la manejo de maravilla, la escoba, digo —aclaré tartamudeando un poco.

Ella se echó a reír y el despacho se llenó de campanillas, mariposas y polvo de estrellas.

—Ay, Dimas, cariñín, préstamelo unos días, anda —le puso morritos y cara de niña buena al «cariñín»—, que tengo la casa hecha unos zorros y hay mucho polvo por limpiar. Anda, no seas malo.

—Para lo que hace aquí —se encogió de hombros, desdeñoso, el viejo—, por mí te lo puedes llevar ya. ¿Y tú qué querías, aporreando así la puerta, capullo? —me preguntó desafiante.

—Venía a preguntar si tenía que mandarme alguna cosa, don Dimas —respondí con el tono más humilde y servicial que me salió de dentro.

—La madre que os parió, qué juventud —dijo asilvestrando el gesto—, no tenéis iniciativa, se os tiene que dar todo hecho, copón. ¡Ay si me dejaran…! Anda, vete con doña Consuelo y haz lo que te diga, camastrón, y que no me tenga que dar queja de ti, ¿entendido?

Y con ella me fui. Así están las cosas. Tres meses llevo de becario con doña Consuelito, que, encantada de mi maestría con la escoba, no deja de darme faena. Y los que me quedan, si me acompaña la salud, porque anda que no había polvo acumulado en esta casa.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

EL OTRO

—Pero ¿cómo que no ha podido venir y que estás tú aquí en su lugar? ¿En serio, me tomas el pelo? —Le increpó ella con dos llamaradas mortales a punto de brotar de sus ojos. No convenía calentar a una mujer así, pero aquella inconsciente criatura se la estaba jugando.

—Pues sí, es lo que hay. Resulta que Alfred se ha tomado hoy el día libre. Para hacer unas gestiones, decía. Avisó a última hora y mi jefe se ha visto obligado a improvisar sobre la marcha. Y ya que estaba concertada la cita, pues… me ha pedido que venga. No se crea, no es ninguna excusa. El señor Bruce habría acudido encantado, pero no le ha quedado otra que arremangarse. Ahora se encuentra barriendo la batcueva y poniendo lavadoras. Por no hablar de la plancha. No sabe usted lo que se arruga un traje de esos. Si le soy sincero, a mí esto no me venía muy bien, la verdad. Ya había quedado, pero he cambiado de planes por no contrariarle y porque es mi jefe. Me lo ha pedido por favor, casi de rodillas. Y ya sabe, un becario no se puede negar a nada. Estoy en último año de superhéroe, pronto me gradúo. Qué mejor que hacer las prácticas por todo lo alto, con uno de los grandes. Todavía no me lo termino de creer, el mismísimo señor murciélago.

—Es increíble. Esto me pasa por fiarme de superhéroes. En fin… estaba yo pensando que, ya que estás aquí, muchacho, podíamos aprovechar el tiempo. Es una lástima que hayas venido para nada. Anda, guapetón, termínate eso y vente conmigo, que hoy estás de suerte. No sé si te lo he dicho, pero los jovencitos tenéis un no sé qué. Esta noche vas a saber lo que es una superwoman de verdad. Robin, te voy enseñar cosas que jamás vas a aprender en la Universidad de Gotham. Las mejores prácticas las vas a hacer conmigo. La R esa del traje es de Robin, ¿no?

—No, señora. Rodolfo. Rodolfo Rodríguez, para servirle a usted. Soy mejicano, de Guanajuato para más señas. Esto… precisamente de eso le quería hablar. Que yo he venido aquí por respeto a usted, por no hacerle el feo. No se me ofenda, pero que a mí lo que me gustan son los hombres, no sé si me explico…los chamaquitos como decimos por allá.

—¡Dios que cruz! Nota personal: tengo que ser mucho más selectiva con esto de las apps para ligar.

—Este… señora, quería pedirle un último favor si no le importa. ¿Me podría firmar aquí? Lo necesito para las prácticas.

—Y encima señora… yo lo mato.

BEGO RIVERA

La señorita Rosquilla y Doña Bigote

A primera hora de la mañana casi antes de que los pájaros empezaran a trinar, una mujer mayor, enjuta y vestida de negro riguroso arrastraba su escuálido cuerpo a una velocidad no apta para ella de lo cual se arrepentiría más tarde, era Doña Bigote, que se dirigía a casa de su vecina, la señorita Eve Mortimer, más conocida como la señorita Rosquilla.

Llegó Doña Flor Randall —llamada Doña Bigote por todas los vecinos del pueblo, sobre todo los niños, por el flamante y velludo labio superior que ya quisiera para sí algún que otro caballero con bigote ralo— a casa de su vecina. Nunca se habían llevado bien pero la ocasión y el chisme lo merecían, además, la señorita Rosquilla había sido muy amable al regalarle uno de sus gatos; Mister Smith.

La señorita Rosquilla—sorprendida— vio a su vecina llegar y le abrió la puerta haciéndola pasar.

La señorita Mortimer tenía el honor de llevar un mote simpático: la señorita Rosquilla. Mote que se ganó por méritos propios ya que la gente y sobre todo los niños adoraban sus deliciosas y únicas rosquillas, de las cuales, las malas lenguas comentaban llevaban un ingrediente secreto al parecer no muy legal, pero como nunca a nadie le pasó nada, callaban y comían con avidez.

Ya sentadas (rodeadas de los gatos de Eve y Doña Bigote asfixiada) se dispusieron a tomar su café y a contarse los cotilleos varios del pueblo de los cuales Doña Flor siempre era de las primeras en enterarse.

— ¡Ay Eve, ¿Te has enterado de la última? La becaria de los Thompson ha desaparecido, anoche no llegó a su casa!

— ¿Qué me cuentas querida? La joven Mary Jo? ¿Qué ha pasado? ¡Pobres padres! — Dijo Eve con cara de sorpresa.

— ¡Ay Eve!, la chica salió de trabajar como siempre y a la hora de la cena no llegó. Ahora mismo está la policía en su casa .No pude enterarme de más porque ya sabes que soy «persona non grata» — comentó Flor frunciendo el ceño.

Todo lo querida que era la señorita Rosquilla en el pueblo era proporcional al odio que le tenían a Doña Bigote.

Estaban las dos con su tema cuando sonó el timbre de la puerta sorprendiéndose las dos.

Eve se levantó a abrir la puerta. Cuando entró Eve en el salón de nuevo iba acompañada de Abbot Smith, el jefe de policía del pueblo, amigo de Eve y conocido de Flor.

La señorita Rosquilla siempre estuvo enamorada de él en silencio, y quedó soltera porque no había varón que le llegase a Abbot a la suela de los zapatos.

Abbot enviudó hacía un par de años pero ella nunca se atrevió a declararle su amor incondicional.

El policía sorteó la veintena de gatos de Eve y cogió asiento.

— Vamos querido, cuéntanos, ¿Vienes por lo de la becaria?¿Qué ha pasado?

— Sí, estoy interrogando a todo el mundo; ¿Visteis u oísteis algo raro anoche?

— ¡Qué va querido! Me lo acaba de contar Flor ¡Qué horror! ¡Pobre niña! — contestó Eve.

— Bueno, yo estaba buscando a Mister Smith y sobre las nueve salí al jardín, la tienda de los Thompson estaba ya cerrada y había un coche oscuro parado en la puerta, me resultó muy sospechoso y familiar…— comentó Doña Flor jugueteando con su tupido bigote mientras miraba a sus contertulios.

— ¿Y tú hijo Flor? ¿Vio o se enteró de algo? — preguntó el policía.

— ¡Qué va Abbot! Alex se mete en su habitación y no quiere saber nada de nadie.

— Pero querido, ¿Qué se está haciendo para encontrar a esa muchacha? No es la primera vez que sucede algo así, acuérdate de Linda, la anterior becaria, no se ha vuelto a saber nada de ella y de el becario anterior…— dijo Eve mientras acariciaba a una de las gatitas que tenía— Yo que tú investigaría al señor Thompson, no me gusta su cara, tiene ojos de sicópata.

— Es verdad, desde que llegaron al pueblo pasan cosas raras… — sentenció Flor.— ¡Huy, esta gatita es nueva Eve! ¡Es preciosa! ¡Qué ojazos tiene! Pero… Son rojos …Eve…¿Cómo se llama? ¿Qué significa…?

Flor notó que se quemaba por dentro y sentía un dolor inconmensurable.

Mary Jo miraba a las tres personas mayores y las escuchaba, pero no podía hablar, era consciente de que la bruja de la señorita Rosquilla la había convertido en gato. Rezumaba rabia. Intentó avisar y pedir ayuda a Doña Bigote.

En ese momento la gata saltó a la cara de Doña Bigote arañándola comenzando Doña Flor a gritar a la par que se retorcía por el quemazón en sus entrañas.

— Se llama Mary Jo— dijo Eve mientras esperaba que el veneno del café le hiciera efecto a Flor.

Doña Bigote sintió morir, miró al policía pidiendo ayuda pero vio en su mirada que no la obtendría, estaban los dos compinchados y su delicada espalda no le ayudó a defenderse.

— ¿Y ahora qué hacemos? — preguntó Abbot.

— Ya te dije que vio tu coche anoche, te reconoció, por eso ha venido a bichear, gracias a Mister Smith, que se escapó y vino aquí y la vi; tranquilo, del hijo me ocupé anoche, le di mis deliciosas rosquillas y ya estará sin vida, creí que las comerían los dos, no me esperaba que Flor viniera esta mañana vivita y coleando.

Me encargaré de los cuerpos de Flor y su hijo…un incendio…sí, un incendio está bien y tú estarás ahí para dar fé.

La señorita Rosquilla salió y al momento volvió con una jarra de sangre fresca que le dio a Abbot.

— Toma querido, no te preocupes, está funcionando, tu enfermedad remite con la sangre de la juventud, y las almas de estos jóvenes están a salvo… — susurró Eve mientras todos los gatos la rodeaban maullando lastimosamente.

MARÍA GALERNA

Gajes

Después de dejar su último trabajo, pensó en dar un giro a su vida. No es que estuviera mal ahí. pero en esta etapa de su vida buscaba algo más relajado, una ocupación en la que también pudiera aplicar lo aprendido.

Días y días tratando con gente de toda clase, siempre con una sonrisa y alguna buena palabra, le estaba pasando factura.

Era el momento de comenzar una nueva etapa. Una nueva carrera profesional.

Hoy sería su primer día como becario.

—Buenos días, Mateo —le saludó el gerente.

—Buenos días, Sr Julian —respondió.

—¿Preparado para empezar? Verá que no es nada complicado. Solo ha de tener un poco de empatía. He de reconocerle que por ahora no hemos tenido quejas de ningún cliente, y una mueca que no llegaba a sonrisa asomó a su boca. Y esperamos seguir asi —prosiguió—, aunque no puedo decir lo mismo de algunos acompañantes…

—No se preocupe —Le tranquilizó Mateo—, tengo cierta experiencia en tratar con el público.

—Genial, pues ¡manos a la obra! Hoy tenemos tres servicios. Empezaremos con una cremación.

Mateo se dirige hacia la zona que le indica el Sr Julián, en ella esperan los familiares del difunto don Pedro, un insigne prócer de la comunidad.

Con su cara más sería y guardando las formas, Mateo les da el pésame y pregunta:

—¿Cómo lo quieren, poco hecho. al punto o muy hecho?

Los gritos resuenan en la sala. Alguna «dama de alcurnia», cae redonda…Es el caos.

¡Malditos gajes del trabajo de cocinero!

IRENE ADLER

UN BARCO EN UNA BOTELLA

Sí yo fuera un hombre religioso, diría que fue Dios quien la puso en mi camino.

Pero no soy un hombre religioso.

Hace tiempo que no me impulsan la fe, el rigor histórico, la ambición académica ni la curiosidad del científico. De un tiempo a esta parte, viendo el rápido discurrir de relojes y calendarios, lo único que me mueve es la obsesión.

Se me agotan por igual el tiempo y la esperanza. Sólo tengo por delante un último viaje al sur; una última oportunidad de encontrarlo; un último intento, desesperado y quizás absurdo, de demostrar que el San Telmo está allí, en el último lugar en el que alguien intentaría buscarlo: dentro del glaciar Johnsons, en la Isla Livingston. Tal y como ella me dijo que lo veía en sus sueños. Un barco enorme dentro de una descomunal botella. Pero un barco con un sólo mástil.

Ni el departamento de arqueología, ni la universidad, ni el CSIC, ni la UTM, me habrían permitido nunca seguir esta línea de investigación. Jamás habrían aprobado incluirla a ella en el programa antártico y desde luego, nunca habrían autorizado su viaje en el Hespérides.

Así que he tenido que mentir, falsear documentos, suplantar la identidad de la doctoranda que ganó la beca de investigación en la Antártida para jóvenes científicos del Consejo de Administradores de Programas Antárticos Nacionales, la COMNAP.

A mi regreso de la Isla Livingston, me enfrentaré a cargos por fraude, falsedad en documento, suplantación de identidad y asesinato.

Pero no tengo intención de regresar.

Y para cuando todo lo que hice se descubra, entonces yo habré encontrado el pecio del San Telmo y nada más importará. Ni siquiera el hecho de haberlo encontrado con la ayuda de una médium.

Porque los hombres, como los barcos, no deberían navegar con una sola ancla.

JUAN PEÑA

La orden del jefe del laboratorio de que Saúl, el segundo en el escalafón, y Talía fueran a buscar las muestras fue el detonante de la reacción química y primaria en sus cabezas, pues la becaria Talía era hermosa, creo que ya lo he dicho; y que Saúl era un hombre, ha quedado, sin margen a dudas, claro.

Internarse juntos en el bosque, para realizar la banal misión de recoger unas cuantas trampas y regresar con ellas al campamento, se convirtió en la mente de Saúl en una oportunidad de acercarse a Talía, con los consecuentes nervios e inseguridades de hacerlo y fracasar, y con la consecuente esperanza y anhelo de conseguirlo.

Las prioridades de Saúl cambiaron, así como el objetivo, el objeto y el sentido de la empresa. Mermó su capacidad de raciocinio. Los instintos y las pasiones asediaron a la lógica. La realidad pasó a ser otra. Cosa para nada extraña, pues todos trazamos nuestras realidades de acuerdo a los estados de ánimo que experimentamos. El problema, dejadme que lo diga, no era que Saúl pensara, actuara y entendiera el mundo de acuerdo a sus nuevas pulsiones, sino que Talía no compartía esa nueva, personal e intransferible visión del mundo.

Por fortuna, no solo para Saúl, sino para todos, no hace falta compartir realidades ni sentimientos, cosa, por otro lado, imposible, tampoco es necesario desear los mismos fines, sino que basta con que los medios, para lograr lo que cada uno anhela, confluyan.

Es lo que viene a llamarse: «Destino compartido», en el que cada cual busca un resultado individual, transitando un camino compartido.

De que el resultado buscado sea espiritual o material, dependerá de que a Tal lo llamemos «Romántico», o a Pascual, «Aprovechado», o cualquier otro adjetivo que se os ocurra para ambos y para cualquiera.

Por eso, conocerse a uno mismo es fácil, lo difícil es gestionar la miseria de nuestro egoísmo.

Saúl y Talía tardaron, que nadie se me sorprenda, más de la cuenta en regresar con las muestras.

EFRAÍN DÍAZ

El mal puede manifestarse con una inteligencia perversa y refinada, o con una brutalidad cruda y sin filtros. La historia que les voy a contar pertenece al primer tipo, perversa y refinada. Y lo más inquietante es que es una historia de la vida real.

Juan Carlos, un amigo de mis años universitarios, era un brillante y sofisticado genio de las matemáticas. No exagero cuando digo que su inteligencia rozaba lo sobrenatural. Los profesores lo admiraban y sus compañeros lo envidiaban en silencio. En su último año, las firmas de corretaje e inversión lo rondaban como tiburones hambrientos, peleándose por tenerlo como becario. ¿La razón? Juan Carlos, aún como estudiante, había diseñado unos instrumentos financieros tan innovadores que prometían hacer ganar a las casas de inversión y a sus clientes, todo mientras minimizaba riesgos. Un sueño hecho realidad.

No fue ninguna sorpresa que una de las firmas más prestigiosas le ofreciera un jugoso contrato para cuando se graduara. Juan Carlos, siempre lúcido y estratégico, no desperdició la oportunidad.

Como becario, puso en marcha un agresivo plan de inversión con veinticinco clientes de la firma. En solo tres meses, estos clientes habían triplicado su dinero, y la firma de inversiones veía cómo sus márgenes de ganancia se disparaban. Todos estaban fascinados. Bueno, casi todos. Mario, un tipo metódico y tradicional en su enfoque bursátil, no se tragaba el cuento de que un simple becario lograra triplicar las inversiones en un mercado tan volátil e inestable.

Decidió investigar, con discreción, la metodología de Juan Carlos. Lo que encontró fue desconcertante. El sistema de Juan Carlos estaba blindado, a prueba de todo. Sin embargo, después de mucho escarbar, Mario descubrió un algoritmo tan sofisticado como peligroso. El algoritmo, en esencia, creaba un esquema Ponzi tan bien elaborado, que permitía a Juan Carlos obtener ganancias equiparables a las de sus clientes sin que nadie notara el engaño. Lo que Mario no lograba entender era quién estaba perdiendo en todo esto, pues para que Juan Carlos ganara, alguien estaba perdiendo plata.

Ambicioso y buscando su momento de gloria, Mario fue directo a las autoridades con su hallazgo. El SEC (Securities and Exchange Commission) no tardó en abrir una investigación, y Juan Carlos fue arrestado por el FBI, acusado de fraude.

Cuando lo vi en las noticias, esposado, no lo podía creer. El genio de nuestra clase, el chico brillante pero reservado, ¿realmente había hecho algo tan turbio? Me costaba aceptar su culpabilidad. Pero ahí estaba, tranquilo, sereno, e incluso sonriente, como si supiera que, de alguna manera, se saldría con la suya.

Y efectivamente, los días pasaron, y aunque el FBI y el SEC trajeron a sus mejores expertos, ninguno pudo descifrar el algoritmo ni entender del todo el esquema elaborado por un simple becario. Sabían que algo estaba mal, pero no podían demostrarlo. La firma de inversiones no colaboraba mucho tampoco; después de todo, sus clientes habían ganado dinero y la empresa también. Nadie parecía dispuesto a denunciar a Juan Carlos, porque, en teoría, todos habían ganado. Los directivos intuían que algo no cuadraba, pero no tenían las herramientas para desentrañar el misterio.

Al final, y ante la incapacidad de probar el fraude, Juan Carlos fue liberado.

La carrera de Mario sufrió un golpe fuerte. Había acudido a las autoridades sin consultar con sus superiores y terminó haciendo el ridículo. Pasaron años antes de que volviera a ser considerado para una promoción.

Juan Carlos no volvió a poner un pie en la firma de corretaje después de graduarse. Hizo tanto dinero con su esquema (el mismo que nunca pudieron demostrarle) que optó por un retiro temprano sin siquiera haber terminado como becario.

El mal puede ser cruel y despiadado, o puede ser sutil y sofisticado. Mi amigo Juan Carlos eligió lo segundo. A día de hoy, las autoridades siguen buscando quién perdió dinero en este asunto, porque, hasta donde saben, nadie ha presentado una queja.

CARMEN BERJANO

Hace tanto que no me sentía así

Es todo tan nuevo

Las coincidencias

El deseo

Y esas certezas

Esas que hacen que no sea un juego

En tus manos soy becario

En tus ganas yo me entreno

Mi piel responde a cada una de tus palabras

Se eriza continuamente y no se acostumbra

A tu amor

A tu pureza

A tu rapidez

En calma

En tus manos soy becario

Y en este amor

Me muero.

YOMALCKRY OSORIO

Becario.

A veces estudiar y trabajar al mismo tiempo era todo un dilema, o más bien toda una aventura.

Pues implica salir de casa bien temprano, llegar al trabajo a la hora puntualmente, realizar tus actividades sin lugar a dudas, en medio de la faena se te cruzan mil pensamientos como, por ejemplo: hay una investigación que entregar, un examen sorpresa que el profesor puede realizar, o un trabajo en equipo en el salón de clases.

Por lo que debes estar preparado para cualquiera de los escenarios posibles, pero al mismo tiempo cumplir con todo lo que vaya surgiendo en el día. Había profesores sin clemencia alguna, no les importaba si venias agotado de todo el día trajinando y lidiando con un jefe un poco especial.

La cuestión es que debes mantener un récord de notas para conservar tan grandiosa oportunidad de estudiar sin tener que desembolsar una cantidad considerada de dinero, puesto que cuando observabas los que los otros debían cancelar, exhalabas un poco de tranquilidad lo único era hacer el esfuerzo supremo de trabajar.

Conservar la beca era la labor titánica de casi todos los días, el descanso venia con las esperadas «VACACIONES« que en esos días casualmente significaba un poco más de trabajo, pero ya no tenias el stress de estudiar.

Las clases por lo general eran en las noches, por lo que después de salir cualquier plan de disfrutar un poco era una idea genial.

Recuerdo tener todas esas preocupaciones a flor de piel trabajar y estudiar al mismo, tiempo, pero la verdad fueron momentos que se disfrutaron al máximo, el hacer nuevas amistades, se conoce a todos los estudiantes de la Universidad de todas las especialidades. Entablas una relación de hermandad.

Mayor felicidad cuando nos íbamos a graduar.

Era todo un proceso, la tesis, la presentación, la fiesta de despedida, la caravana , una vez alguien quedo varada pero fue rescatada por su rumberos compañeros .

Un tiempo que paso demasiado rápido, pero es imposible olvidarlo.

Hoy todos regados por el mundo por culpa del Nicolas Maduro.

AMPARO SORIA

EL CUMPLEAÑOS DE MARIO.

-Estaré encantado de recibiros en mi casa.

– ¡Y nosotros de acompañarte en tu cumpleaños…!

Tras casi tres semanas de prácticas, Mario, becario en una empresa farmacéutica, había conseguido la amistad de sus compañeros. Les sorprendió su edad adulta, aun así, le tomaron cariño por su nobleza y su alegría, que les transmitía cada día. Mario preparó ilusionado su humilde casa. Pasó la mañana del sábado cocinando. Se vistió con su mejor pantalón y la camisa blanca que su vecino le prestó.

A las seis en punto, Mario escuchó el motor de coches. El cosquilleo de su estómago se acentuó. Su eterna sonrisa lució más que nunca. Era su cuarenta y cinco cumpleaños. Le había costado mucho sudor y esfuerzo llegar hasta esas prácticas. Era su mayor sueño, ser farmacéutico. Abrir una pequeña farmacia en su poblado.

Salió a la puerta, entusiasmado, a recibir a sus invitados. Era la primera vez que iba a celebrar su cumpleaños. Su mirada se ensombreció cuando descubrió la de estos. Contemplaban asombrados y decepcionados la vivienda de Mario y su entorno. Se sintieron engañados. Una casa en un barrio pequeño y muy humilde, construida a base de maderas. Ropa tendida en una deshilachada cuerda, gallinas correteando libres… Mario no sabía qué hacer, los invitados tampoco.

Uno a uno fue volviendo a su coche sin ni siquiera despedirse. La mirada de Mario se empañó “Qué pensabas, iluso…ellos son de otro círculo más acomodado…”

Se dio la vuelta con la espalda y hombros arrastrados hacia abajo para entrar en su casa.

-Mario ¿Podemos asistir a tu fiesta? –preguntaron dos de sus compañeros con una sincera sonrisa.

Fue una tarde mágica para todos. Mario, su esposa, sus tres niñas pequeñas y los propios invitados, que fueron agasajados con un trato familiar y una merienda sencilla pero cocinada con mucho cariño e ilusión. Risas, regalos y una conversación muy amena fue el resultado de aquella inolvidable tarde, sentados sobre coloridos cojines, y alguna silla. La dorada puesta de sol decoró el horizonte tras las verdosas montañas.

– ¡Ha sido una fiesta y una compañía espectacular, Mario! ¡Muchas gracias! –le agradecieron sus dos compañeros de corazón.

LUISA MARGARITA

«LA LLAVE»

Aún conservo la llave del edificio y del apartamento, aquel que está en el piso 30 y que es un almacén de cuerpos en el que apenas laten los corazones lejos de sus familias, a la sombra de la soledad que la separación provoca.

Lo dije bien, un almacén de cuerpos algunos con propósitos, otros con sueños, y algunos, para tener un simple plato de comida cada vez que el estómago ruge.

Todos los que deambulamos por aquellos corredores somos jóvenes , que provenientes de lejanos pueblos, o de pequeñas ciudades, nos quedamos extasiados mirando la capital del país que nos seduce. Siempre estos espacios son subversivos, misteriosos y atrapan a quienes inocentemente nos aferramos a lo que sugieren u ofrecen en las noches y en sus centros para el disfrute del sexo clandestino. Las diversiones que crecen para los que desconocen las turbias aguas en que se mueven y que necesitan amor a toda costa con cualquiera que esté dispuesto y a las horas precarias en las que se despierta la nostalgia.

Los estudiantes tenemos cinco años por delante de arduas tareas y de búsquedas, somos becarios sin un centavo en los bolsillos, que hemos sudado tinta para obtener la beca que nos abriría las puertas al futuro. Ahora, llave en mano, la suerte está echada iba en el ascensor hasta el cielo y comenzaría nuevamente el periplo hacia las estrellas. Al fin y al cabo soy un becario más, que insiste aunque sea, en tocar el éxito.

Entro con la llave en el prometedor marasmo de ilusiones!

HAROLD LIMA

Ann louise no está aquí.

Ella cae al suelo, sonríe, pregunta por Mateos, sube rapido a la ambulancia. Todo es calmo y tenemos la exclusiva. Dora me mira con un rostro mezcla de pregunta y confusión, ambos nos preguntamos si esto es real o solo un sueño loco.

Esta mañana recibíamos a regañadientes la comisión de entrevistar a la estrella de películas de los 2000 Ann Louise, para cubrir la sección de cine del semanario del canal.

Bien pudo ser una nota humana de un activista que planta naranjos en el desierto de Abril o una empresaria con hijos que obtuvo una estrella michelín. Pero, el director movió algunas influencias y consiguio una entrevista con la vieja hermitania.

El expediente es tan grande como un archivo y habla de las antiguas películas de cortex cerebral, que apenas tenían color azul gastado; alguno llamaría esto lanoportunidad de su vida como becarios de una cadena local de holovision. Mas, nosotros desearíamos solo estar en la isla de edición, haciendo el corte o la locución de algún Spot publicitario que paga por minuto 10 o 20 crédito.

Lo cierto es que estábamos a puertas de una vieja mansión a las afueras, esperando una anciana nos hablara de sus ancianas película, cuando la vieja cae desmayada intentando abrir la pesada puerta de su hogar. No tardamos en llamar a la asistencia medica que parece conocer bien la casa, pues este no es el primer infarto de la señora que se reusa a implantarse un corazón mecánico nuevo.

Los parámedicos nos suplican esperemos a los nietos que vendrán a llevar ropa y algunas cosas de la señora.

Mientras tanto Dora y yo nos damos a explorar la casa, en sabiendas los nietos están en un viaje de negocios en el extrangero y nuestro jefe nos autorizo rebuscar la casa en busca de material que confirme las leyendas urbanas del siglo de oro del cine transcraneal.

Caminamos el largo pasillo que conecta el salón recibidor y el amplio patio interior, se nota esta sucio y en polvo, los cuadros colgados son de otros artistas igual o más famosos en poses sugerentes que a medida que se avanza son más reveladoras y hasta de contenido sexual, no faltan las imágenes que giren de placer al ser rozadas, donde se escucha a la actriz aun joven y algún ocasional amante. Con la cámara nos preocupamos en captar cada imagen y tachar de la lista del director del semanario cada tema de escándalo y secreto que nos encargo.

– Relación ilícita con un presidente. Cierta.

– Posible homosexualidad del jugador de super Ball, Tommy junior. Descartada…

Seguimos por el revelador pasillo hasta casi terminar nuestra lista y nos encontramos con un esqueleto sentado en un agradable picnic interno. Dora, mi cámara reconoce la escena de una película que pasan en navidades y celos en cuenta que es parte del decorado que la anciana se llevó para recordar buenos tiempos. Los huesos resecados por el sol no parecen de plástico, pero decidimos avanzar antes que comprobar sospechas.

Miramos a los balcones que nos rodean, la mansión parece más alta desde adentro, sus tres pisos parecen caernos encima como cartas de poker. Dora, se acerca a mi balancenado sus delicadas caderas y me dice: —Si, no es ahora ¿cuando? si no es aquí ¿donde?

Introduzco mi mano dentro de su corta falda de cuadritos y juego un poco con su suave piel, ella gime al unísono de los obsenos cuadros del pasillo. Las sombras parecen dibujar, agentes secretos que le arrancan la vida a un secuas sin nombre con golpes de karatr, tiburones que nadan entre sombras persiguen a una muchacha en bikini y vaqueros roban la inocencia de jovencitas en pleno período edo japonés mientras ninjas voyeristas miran.

Las cartas caen sobre nosotros mientras yo me adentro en mi compañera de trabajo. Los golpeteos se hacen rítmicos y ella me monta como aquel soldado romano que persigue a mesías en los desiertos del marte verde.

Ella deja de respirar y se hace transparente para unirse a la fuerza y darme consejos en mi lucha con el imperio galáctico.

Esta casa entra en mi corteza frontal y me veo atrapado en el destello de cada fotograma , mi cuerpo se disuelve en los acetatos limbicos neuronales. Me siento ligero.

Una mujer joven y deseable sacude su látigo en el aire y dispuesta a arrancar el tesoro arqueológico de mis entrañas se cuelga de un balcón, varios hombres de terno negro y lentes de sol pelean con ella. Aún así se abre paso con facilidad. Me dispara y siento mi sangre fluir abre mi pecho con su cuchillo de cazador y en sus pupilas veo una joven Ann Louise que es la suma de todos esos papeles, villana, madre, niña, cazadora, amante, guerrera…

Siento sus suaves manos dentro mío destrozando entrañas para arrancarme el corazón.

Estoy seguro moriré, aun así me dan ganas de aplaudir dejando la bolsa de palomitas caeral suelo.

Dora me sacude desesperada, mientras los paramedicos que para mi suerte aun estaban a pocos kilómetros tratan de salvar mi vida.

Es una suerte la anciana tuviera solo un sistema de seguridad básico, de aquellos que paralizan al intruso, tambien es una suerte la anciana grabara en el aparato solo películas suyas para distraer a los invasores en tanto llegará la policía. De otro caso yo estaría muerto y mis últimos recuerdos serían los clasicos de cortex cerebral de la era dorada del cine.

Dora, suspira al verme respirar y hace esfuerzos para vestirse. Ambos somos solo becarios astutos y recibiremos algunos créditos más en nuestro salarios este mes, ella lleva oro en esa cámara, el oro de la época dorada del cine.

Ann louise no está aquí, pero siento a la condenada vieja en mi cerebro, ella amandome en medio de la tercera guerra mundial, ella escapando de mi lujurioso mirada de espía internacional, ella cortandome en dos con su sable laser. Deseo salir de aquí pronto y buscar a un doctor neural y me borre estas películas de la cabeza, son sublimes y me repugnan.

MAITE BILBAO

LA BECARIA

Nunca pensé que a mis 58 años, con una carrera profesional que creía sólida como una roca, estaría nuevamente sentándome en una silla de becaria. ¡Y no cualquier becaria! La becaria que se encarga del café, las fotocopias y de mantener la sonrisa puesta ante cualquier absurdo que se me proponga.

Recuerdo mi primer día como si fuera ayer. Entré a la oficina con la ilusión de un niño en Navidad, lista para poner en práctica todos mis conocimientos y experiencia. Pero la realidad fue un choque de trenes. En lugar de sumergirme en proyectos desafiantes y colaborar con equipos de alto rendimiento, me encontré sirviendo café a un grupo de ejecutivos que parecía que hubieran salido de una película de los 80.

Y las insinuaciones, ¡ay, las insinuaciones! Desde el clásico «si quieres avanzar en la empresa, tienes que ser un poco más proactiva» hasta propuestas más directas que me dejaban helada. Me preguntaba si había retrocedido en el tiempo o si había entrado en una especie de realidad alternativa donde el acoso laboral era un deporte nacional.

Por supuesto, no podía faltar la típica frase: «Pero tú, con tu experiencia, eres como una de la familia». ¡Qué bonito! Me convertí en la tía abuela de la oficina, la que todos quieren bien pero a la que nadie toma en serio.

A veces me preguntaba cómo había llegado hasta allí. ¿Cómo había pasado de ser una profesional respetada a ser la encargada de organizar las fiestas de cumpleaños? La respuesta era simple: la edad. En un mundo laboral cada vez más obsesionado con la juventud, mi experiencia era un lastre. ¡Como si la experiencia no fuera un activo, sino un pasivo!

Y entonces llegó el día en que mi jefe me llamó a su despacho para darme la noticia: la empresa había decidido prescindir de mis servicios y contratar a alguien más joven y dinámico. Alucinaba. Me sentí como un mueble viejo al que habían decidido cambiar. ¡Y es que, al fin y al cabo, ¿qué valor puede tener una persona que sabe usar un fax y un archivador?

Al principio, me sentí humillada y traicionada. Después de tantos años de dedicación y esfuerzo, me despedían de un plumazo. Pero luego, algo cambió dentro de mí. Me di cuenta de que, en el fondo, me estaban haciendo un favor. Pronto podría jubilarme y disfrutar de una vida más tranquila.

Ahora, desde la comodidad de mi hogar, mientras disfruto de mi taza de café matutino, no puedo evitar sonreír. Me he dado cuenta de que, a pesar de todo, he aprendido mucho en esta última etapa de mi carrera. He aprendido a valorar más las pequeñas cosas, a reírme de las absurdeces y a no tomarme la vida tan en serio.

He visto cómo el mundo laboral ha evolucionado a una velocidad vertiginosa. De los escritorios repletos de papeles a las reuniones virtuales donde todos parecen estar más pendientes de su teléfono que de la conversación. ¡Y pensar que yo empecé a trabajar con una máquina de escribir!

Pero también he aprendido que la edad es solo un número y que la verdadera riqueza está en las experiencias y en las relaciones que hemos construido a lo largo de nuestra vida.

Así que, querido empresario, gracias por abrirme los ojos y darme la oportunidad de comprender la verdadera naturaleza del mundo laboral. Gracias a ti, podré cobrar mi pensión y dedicarme a lo que realmente me gusta: escribir , pintar, viajar y, por supuesto, tomarme un buen café. ¡Salud! Y recuerda, si algún día necesitas a alguien que sepa usar un fax, ya sabes dónde encontrarme.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

La noche se hacía presente, el otoño ganaba terreno al verano.

A la mujer le sorprendió la noche.

La calle esta desierta.

Es su momento.

Una silueta se acerca, respira.

Es un hombre grande, pero se atreve.

La sangre corre por la calle abajo.

En el almacén.

El la mirá. Siente sus ojos como brasas.

Su voz potente, le acelera el corazón.

_Enhorabuena! Dice. Su ojos son dos llamas.

Salto de alegría, ya no soy una becaria.

Pertenezco por derecho propio a las sombras.

GUILLERMO ARQUILLOS

EL FAVORCITO

El lunes, a primera hora, el director llamó al becario a su despacho; lo estaba esperando. Apenas se sentó, el hombre comenzó a hablar:

—Así que, Genaro, tú eres…

—Perdone, señor, pero me llamo Gerardo —dijo el chaval torciendo el gesto.

El director se quedó en silencio, mirándolo a los ojos y sonrió. Era la sonrisa que el chico había visto tantas veces en los encargados; siempre lo trataban como si fuera invisible.

—Eso es, ¡Gerardo! No te imaginas cuántas cosas tengo en la cabeza.

Gerardo asintió:

—Comprendo, señor.

El chico leyó en el rostro del jefe cierta incomodidad. «Está sentado en ese lado de la mesa, con sus canas, su traje a medida y sus millones; no necesita la comprensión de un mosquito como yo», pensó.

Pasaron unos segundos en los que ambos se miraron a los ojos. Se escuchaba el zumbido del aire acondicionado; de la calle llegó el eco de una sirena que se alejaba.

—De modo que te gustaría quedarte en la empresa, ¿no es eso, Genaro? —dijo el superior.

—Gerardo, señor… —volvió a corregir el becario—. Y sí, lleva usted razón; termino las prácticas la semana que viene y daría lo que fuera por firmar un contrato aquí. Me gusta cómo organizan el trabajo y creo que…

—Sí, sí —interrumpió el director con un gesto de impaciencia—. Puedes estar tranquilo porque estamos considerando tu permanencia con nosotros.

Gerardo entrecerró los ojos, incrédulo. Un amago de sonrisa torció sus labios.

—Sin embargo —dijo el jefe—, tengo que pedirte un favorcito.

«Ahí está, cabrito», se dijo el chaval. «Para esto me has llamado. Ya sabía yo que esto no iba a ser tan fácil».

—Dígame, señor.

—Es muy sencillo… —Al jefazo comenzó a temblarle la papada; se puso colorado—. En realidad, si vas a formar parte de nuestra gran familia, estoy seguro de que no tendría ni que comentarte esto, chico. Porque indudablemente valoras… —Las manos del director estaban temblando, le había clavado la mirada al becario—… seguro que sabes que, a veces, se cuentan cosas que ocurren en los despachos de una manera…, bueno, quiero decir que, a veces, las cosas no son exactamente como le llegan a uno… ¿no es cierto?

El máximo responsable de la empresa, el dios absoluto que decidía sobre la vida de más de doscientos empleados y sus familias, agachó un poco la cabeza, levantó las cejas y lo miró por encima de las gafas. Su mirada era toda una pregunta.

—No sé a qué se refiere, señor…

Con la mano abierta, el hombre dio un golpe con fuerza sobre la mesa y dijo casi gritando:

—¡Sabes perfectamente lo que te estoy diciendo, Genaro!

—Gerardo —corrigió con calma el muchacho.

—Gerardo, Genaro, me importa una mierda. Te lo voy a decir bien clarito, gilipollas. Te vamos a contratar si te quedas callado. Si me entero de que abres la boca, ya me encargaré yo de que no encuentres trabajo ni recogiendo basura. ¿Entendido? Mientras sea la palabra de ella contra la mía, no hay problema. Esa zorra me va a hacer pasar un mal trago, por supuesto, pero no me importa porque tengo coartada. Y buenos abogados. Escúchame bien, como tú abras el pico…

El becario movió la cabeza de un lado a otro y sonrió. No dijo nada.

—¿Te bastan doscientos mil y un puesto de encargado? —propuso el jefe. Se mordió el labio inferior.

Ahora Gerardo estaba seguro. De alguna manera, aquel tipo había abusado de Eladia, su compañera de piso. El viernes, al regresar del trabajo, la chica le contó que estaba mal, muy mal; pero no llegó a confiarle lo que había pasado exactamente ni en qué despacho había sido. Antes de encerrarse en su cuarto a llorar le dio algunas pistas, muy pocas, y él se pasó todo el fin de semana intentando armar el rompecabezas.

Volvió a negar con un gesto y el director abrió la boca, atónito, cuando el becario se puso de pie.

—Tengo que hacer algo, señor. Es solo un momento; lo que tardo en cruzar la calle —dijo con frialdad.

Saliendo del edificio principal de la empresa, justo enfrente, había una comisaría de policía.

.

GRACIELA PELLAZZA

No existía otro plan.

Había llegado hace seis meses, a la biblioteca del pueblo. Doña Elisa había tenido que viajar y mandaron de becario a Jeremías.

Todas las tardes armaba mi mate y me caminaba esos dos km para leer, podía traerme los libros, pero me gustaba ver a Elisa y su saludo, y el olor a vainilla que había entre las mesas y sillas.

Tantos años viviendo entre alcanfor, y eucalipto, y el mentol de los ungüentos, llegar a la casita linda donde se leía, era un destino placentero.

Mis padres hacia años que una artrosis severa los iba malogrando, y en la casa todo parecía la sucursal de una enfermería.

Me sorprendió ver a Jeremías.

Y mi tímida reacción fue salir y volver a entrar, confundida. Pero le brillo los ojos, y la comisura de los labios finitos me invitó a pasar con su sonrisa.

Jere sabía de la Iliada y la Odisea, de los barcos piratas de Sandokan, y de la pasión de la Maga de Cortázar.

Y así entre letras góticas y de molde, me beso una tarde con gusto a hierba de tanto mate.

Cada vez mis tardes eran más largas, y el becario me trenzaba el pelo, y me hablaba de Neruda y el mar, y yo leía los versos de Rosa Montero.

¿Cuánto dura una beca de amor, para esta simplona muchachita?

Todo y nada.

Jere armó su bolsito, y mientras llegaba el final me dijo- ¡Vamos Paquita! Vente conmigo.

No existía otro plan.

Y cuando no hay opciones, no hay dilema. Te desarticulas en esos kilómetros de vuelta, no miras hacia atrás, te llevas esos ojos de perro bueno clavados en la espalda y optas por la única alternativa que tienes.

Dos viejitos están sentados en la puerta.

ANA DEL ÁLAMO

Los Becarios

Quizá no aprendimos lo suficiente.

Todo estaba ahí, entre la cubertería moderna y las sábanas bordadas.

La noria nunca dejó de funcionar. Demasiadas vueltas.

Vimos los toros desde arriba. Mejor así, nos dijimos.

Abajo, sin resguardo, la lluvia caía incesante y nunca fui de mojarme.

Las palomas nos dejaron mensajes y nosotros nos trajimos café.

En el entretanto se quedaron los años y las telarañas suspendidas en lo alto.

Las paredes se mostraron desnudas y el espejo nos devolvió la sonrisa.

El amor de juventud jugueteó entre los rizos de tu pelo.

Y yo solo te miraba.

Nos distrajimos con el devenir del tiempo.

La primavera se hizo invierno y el otoño se llevó las hojas verdes, que agotadas, desplegaron su manto crepitante y caduco.

Éramos becarios, aprendices de todo.

Felices sin saber.

No supimos llegar a meta y se acabó el curso.

No pudimos licenciarnos.

CARMEN ÚBEDA FERRER

ecarios Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia  )

Becarios, becarias y puñetas

Hacía ya algún tiempo que mis padres no parecían las mismas personas que yo conocía, alegres, cariñosas y comunicativas. Papá se mostraba taciturno y malhumorado cuando llegaba a casa después de su trabajo en el bufete de abogados que él regentaba. Saludaba a mamá con un frío beso en la mejilla que ella no se molestaba en devolverle.

Mi madre siempre había sido con nosotros cariñosa y alegre,
se comportaba seca y nos reñía por cualquier cosa. Sus ojos tenían la mirada triste y su bonita sonrisa tan solo era una línea recta que dividía sus labios. Todo esto me hacía pensar que entre mis padres ya no había buen rollo y que algo marchaba mal.

Intenté hablar con mi hermano mayor pero me echó de su habitación a cajas destempladas. Mis otros tres hermanos me llamaron plasta y me ignoraron por completo. Para ellos no existía ningún problema. Lo único que les interesaba era la universidad sus ligues y vestir y calzar prendas con marca. A mis quince años yo era la más joven de los cinco con bastante diferencia de edad entre ellos y yo por tanto, en aquellos años, yo era la hermanita invisible.

Pensé en tía Marta. Ella siempre me escuchaba.

-Dime, cielo. Parece ser que lo que tienes que contarme es urgente.-

-Pues verás tía… (y le conté de pe a pa lo que estaba notando de negativo en actitud de mis padres) pero, hay más. Un día escuché a mi madre hablar por teléfono con una amiga y le decía que estaba muy preocupada desde que mi padre había tomado dos nuevas becarias, al parecer muy jóvenes y guapas. Todo esto me hace sospechar que papá tiene algún lío de faldas.-

-Bueno, no exactamente porque tu padre haya tomado unas becarias tiene que ser este el motivo. Muchas veces los matrimonios pasan por crisis de convivencia que al final superan y todo vuelve la la normalidad. Da tiempo al tiempo. Todo estará bien.

Fue cierto lo que me dijo mi tía. Al cabo de unas semanas a mi madre ya se mostraba más contenta. Papá la besaba en la boca cuando regresaba del despacho y a veces le daba una palmadita en el trasero que hacía que mamá riera con picardía.

Había transcurrido un año. Era el mes de julio y estabamos pasando las vacaciones en la playa Mi padre tuvo que regresar por unos días a la capital . Se le presentó un juicio inesperado.

Al día siguiente yo le pedí permiso a mi madre para ir con una compañera del instituto a la ciudad porque, por la tarde había un concierto de rock para jóvenes en un parque cerca de donde vivía mi amiga.

Nos fuimos con el tren de cercanías. Cuando llegamos a la estación era la hora de comer y nos moríamos de hambre así que decidimos buscar alguna hamburguesería por el centro.

Al pasar por delante de uno de los hoteles mas caros, las cortinas de la cafetería estaban discretamente retiradas a los lados del ventanal y claramente pude ver a mi padre y a la tía Marta morreándose en todo el amplio sentido de la palabra.

Vomité allí mismo.

Tía Marta es la única hermana de mi madre.

Carmen Úbeda Ferrer

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7 comentarios en «Becario – miniconcurso de relatos»

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