La casa del árbol – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «la casa del árbol». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 5 de septiembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Los indicios del accidente en la casa del árbol todavía estaban por esclarecerse, no obstante la policía tenía sospechas de que Dimitri era el autor del intento de homicidio al encontrar cerca de sus inmediaciones una botella de vodka de la marca smirnof (muy consumida por nuestro amable amigo).

Afortunadamente no hubo que lamentar daños humanos ya que la casa del árbol se derrumbó en un momento en el que nadie se encontraba en el interior.

En el interior de comisaría se procedía al interrogatorio del sospechoso.

– Buenos días, Dimitri, soy el inspector Rubielo y si no me dices la verdad voy a ser tu peor pesadilla.- de esta manera empezó el interrogatorio mientras nuestro amigo del este impérterrito alcanzó a responder con lentitud.

– Mí no entiendo bien se idioma, pero en mi país policía da mucho más miedo, señor Ruquielo. – respondió Dimitri al tiempo que el inspector iracundo se apresuró a reprender al bueno de Dimitri.

– Rubielo, soy el inspector Rubieloooo, ¡no Ruquielo!

– No se turbe tanto buen hombre español, mí no hablo bien castellano.

– Dígame que estaba haciendo el sábado pasado sobre estas horas.

– Estaba escribiendo el tema semanal de escritura creativa antes de irme a la playa.

Tras varias horas del interrogatorio tuvieron que soltar a Dmitri por falta de pruebas y porque tenía coartada, el grupo de escritura creativa le había salvado de una condena segura.

ANTONICUS EFE

Miro con asombro las rendijas de luz que me acarician el cuerpo, estoy en la casa del árbol donde Galadriel tiene su reino. No me acuerdo muy bien cuando me invitó, pues aquí se detiene el tiempo, veo a esas nubes de algodoncillo edulcoradas con melaza que se están riendo. La verdad, no se qué tienen que ver con Galadriel, ¿no estaré inmerso en algún sueño?

Las hojas de la primavera eterna me entonan sus cantos, son canciones de batallas que nunca acaban sucediendo. Allí está ella, bella entre las bellas, reina entre las reinas, en cualquier firmamento, la más bonita de las estrellas. Me sonríe diciéndome que vaya, pero sin hablarme, yo no puedo resistirme, soy débil ante su presencia, empiezo a abandonarme.

La mañana vuelve a suspirar, la algarabía de los Fenix es música celestial. Bellas damas tejen los hilos que van cosidos a los nombres, el mío va adquiriendo brillo, empiezo a entender las razones. ¡Otra vez las nubecillas de algodón!: «iluso, eres un iluso», empiezan susurrando, «cuánta fantasía desbordada tiene», acaban gritando.

-Chissst, callad pérfidas nubes edulcoradas maléficas- Galadriel intercede.

La paz vuelve de nuevo, mi deleite goza de nuevo con la calma que antecede a la relajación vipasana; la meditación me transporta al nirvana.

De nuevo me entran dudas, si es un sueño podré soñar lo que yo quiero, ¿entonces por que sueño con un personaje de Tolkien y no con una portada de la Penthouse o del Interviú? Me empiezan a asaltar las dudas, eso no debería pasar si realmente estoy en la casa del árbol de Lothlorien, otra vez el hormigueo de mis dedos, cierro los ojos y me abandono al destino. Después de un tiempo indefinido, abro los ojos y contemplo la sombra que me da el olivo… «Joder que rabia, ya me bajó el tripi antes de tiempo otra vez, así nunca seré como Tolkien, tendré que seguir siendo yo!

MARI CRUZ ESTEVAN

La casa del árbol solo existía en mi imaginación. Con ocho años quedé huérfana. La señora Paca nuestra vecina me abrió la puerta de su casa con la sola intención de sacar de mi persona, para su provecho, aquel incansable proceder que de siempre tenía a hacer cosas, con mi fuerza y, el enseñar de mis padres.

Con esas comencé a trabajar trayendo de la fuente con dos botijos agua a todo aquel que le diese a la Paca unas pesetas…

Deje de ir a la escuela para pasar a ser la niña de los recados…

Esto no impedía que a ratos mi pensar se escapará a la casa del árbol.

Allí mis recuerdos me llevaban a revivir algunos ratos pasados con mis Padres, los cuales me daban a seguir con mi dura vida…Yo crecí y la señora Paca se hizo mayor y enfermo. La cuide hasta que murió. La casa del árbol no volvió a representarse en mi cabeza

, pues ahora tenía mi propia casa levantada en media de una arbolada de sueño…

DAVID MERLÁN

Estimado lector/a:

Dejábamos hace dos semanas a nuestro protagonista y a Isabel orgullosos de haber dado el primer paso hacia la resolución del problema. El primer paso hacia una revolución que todo lo cambiaría, o al menos eso era lo que les gustaría creer en ese momento.

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Tras los primeros momentos de satisfacción, volvimos a la cruda realidad.

«¿Y ahora qué? ¿Qué vamos a hacer a continuación? ¿Cuál será nuestro siguiente paso?» Me preguntó ella.

Recuerdo perfectamente los hechos que se sucedieron a continuación.

Le dije que lo primero sería recoger todo aquello y mantenerlo a salvo. Era demasiado valioso para que cayera en las manos equivocadas.

«¿Y qué sugieres? ¿A caso pretendes llevártelo de aquí?» Me preguntó añadiendo un comentario que dejaba a las claras que aquella colaboración no era ni mucho menos desinteresada. Me dijo: «Recuerda que la dinámo fue idea mía»

Yo no me quedé atrás, y en un alarde de imaginación me defendí de su ataque y le devolví la contestación asegurándole que nada de aquello hubiese sido posible sin el cuaderno de mi antepasado, Federico Arboleda que había ido a buscar atraves del tiempo, pero en el preciso instante que le recalcaba aquello, sacudí delante de su cara las «Conclusiones técnicas de un científico en Santa Marta del Grillo Cojo», y una fotografía se deslizó de entre las páginas cayendo poco a poco, imitando a una hoja seca que abandona definitivamente el árbol al que ha estado unido desde su nacimiento.

Isabel, viéndola caer hizo el amago de agacharse para recogerla.

«¡Ni se te ocurra tocarla!» Le grité, abalanzándome sobre la foto, y alcanzándola con extrema agilidad sin poder evitar que ella pudiera ver fugazmente su contenido. Era mía, y todavía no tenía respuestas para lo que se veía en ella.

Recuerdo también perfectamente que Isabel se asustó e hizo un escorzo de rodillas en el suelo para evitar que yo la arrollara en mi intento de hacerme con ella.

«Tranquilo…, tranquilo…, que nadie te la va a robar» me contestó con ironía.

Ahora, pasado un poco de tiempo, no le guardo rencor, pero en ese momento me pareció fuera de lugar el tono con que me lo dijo.

Respiré hondo por unos segundos y me recompuse para contestarle cediéndole de nuevo la fotografía:

Le confesé que estaba seguro que esa no era su intención pero que aquella foto era especial, que no sabía aún porque, pero que sabía que tenía que ser importante y era imprescindible no perderla a tenor de lo que salía en ella.

La foto en cuestión era un contrapicado desde el suelo, de una caballa en un árbol. En ella, en B/N, dos hombres sonrientes de mediana edad están agarrados por los hombros en claro gesto de camadería y amistad, mirando a cámara, delante de la puerta, y apoyados en la barandilla. Uno de ellos era Federico Arboleda. El otro protagonista, me era desconocido.

Para más misterio, creí reconocer el entorno. Semejaba estar en el bosque cercano a Santa Marta pero, y aquí viene lo desconcertante, tomada en la época en la que mi antepasado era joven, seguramente en la época que se había asentado en el pueblo, es decir, había algo que no cuadraba en la cronología. Era imposible que aquella foto pudiera haber sido sacada, toda vez que la época en la que había vivido mi antepasado, todavía no se había inventado la cámara de fotos.

Le pregunté a Isabel si reconocía al otro hombre y ella me contestó que no, que no le sonaba de nada. Tenía que intentarlo.

Ella me preguntó que de dónde la había sacado y yo le dije que la había encontrado en mi viaje al pasado cuando «tomé prestado» el cuaderno de mi antepasado. Estaba colgada en un lugar bien visible en su laboratorio en un marco desvencijado y con el cristal roto.

También le confesé que me quedé hipnotizado al instante y que una voz en mi Interior me decía que debía cogerla, y así lo hice.

Y ahora otro detalle más. Aparte del acompañante desconocido de mi antepasado, ¿Quién tomó la fotografía desde abajo? Está claro que alguien de absoluta confianza, sino no hubiera sido posible.

Ella me devolvió la foto al tiempo que me decia si era consciente de lo que significaba todo aquello, y yo la guarde en su sitio, a modo de marcapáginas del cuaderno.

Recuerdo contestarle un ambiguo «supongo» toda vez que la historia de aquella foto de la casa del árbol aún tendría por delante y sin duda, muchas páginas por ser escritas antes de desvelar los secretos que de seguro atesoraba.

Era imperioso que pudiéramos sintetizar más plástico. Con ello crearíamos un nuevo tupper donde lograr más fórmula para recargar la batería de mi abuelo y emprender viaje en el tiempo para solucionar todo aquel desastre.

Isabel se habia quedado un poco desconcertada con mi exigua respuesta, pero ya se sabe el dicho anónimo:

<<Cuando entiendes que toda opinión es una visión cargada de historia personal, empezarás a comprender que todo juicio es una confesión>>.

RAQUEL LÓPEZ

Cualquier niño en algún momento soñó con tener una casa en un árbol, ese espacio en el que los adultos no pueden acceder

Banyu tuvo la suerte de tener una, gracias a su abuelo, carpintero de toda la vida y ahora jubilado.

Con tan solo nueve años hizo el dibujo con todo lujo de detalles para que su abuelo la construyera.

Los árboles son un elemento fundamental en la existencia humana y nos sirven de refugio para protegernos. El árbol elegido fue un roble que había cerca del río y cerca de la finca donde vivía.

Al poco de hacer la casa su abuelo falleció tras una larga enfermedad.

El invierno se aproximaba y allí en Indonesia las inundaciones eran constantes.

Banyu estaba a punto de volver a su casa cuando observó una gran masa de nubes descargando agua , el río empezó a desbordarse sin apenas tiempo para bajarse de la casa del árbol y mientras permanecía tembloroso sus ojos se cerraron..

– No temas- le dijo una voz.

– ¡ Abuelo! ¿Cómo?.¿ Cómo estás aquí?

– Vine para cuidarte, ven, yo te llevaré por este camino lleno de luz donde la riada no te alcanzará….

Después de unos días de búsqueda intensa y desolación, miles de personas murieron y entre ellas apareció el cuerpo de Banyu.

Desde entonces al lado del roble siempre que se acerca el invierno hay dos flores que crecen, una de ellas con nueve pétalos, los años que tenía Banyu.

Raquel L.

BENEDICTO PALACIOS

CASA CON ÁRBOL

La cuadrilla de segadores que subían desde Extremadura en tiempos lejanos tenían sus sueños, como los hijos de don Saturnino, el dueño de la finca donde faenaban. Pero a diferencia de aquellos, no soñaban a lo largo de la noche, ni tiempo les daba por como caían rendidos del duro trabajo, soñaban despiertos bajo una encina cuando paraban para comer. A veces se reclinaban sobre el tronco y hasta pelaban la raíz de un sueño. Eran los pocos porque necesitaban hablar y poner en el plato que acaban de limpiar con un trozo de pan un cúmulo de esperanzas. Era la más deseada tener una casa con un árbol, no con un árbol cualquiera, no con una encina que nunca daba una sombra fresca, sino con un hermoso olmo, un chopo o un nogal y cerca de una acequia.

Álvaro que era el más joven de la cuadrilla se había quedado dormido apoyada la cabeza en el aparejo de una mula y con las manos cruzadas sobre el pecho. Era una imagen tan tierna que costaba despertarle y aunque no todos lo consentían por parecer una prebenda, a la mayoría no les importó volver al tajo después de comer.

—¡Vaya con el joven! Ya te estás poniendo manos a la obra.

—Disculpe por quedarme dormido. No volverá a suceder.

—Hasta te habrá dado tiempo de soñar.

—Sí, he soñado.

—A la vuelta nos lo cuentas.

Soñó con una casa de dos habitaciones y un comedor, con poyetes en las ventanas donde los gorriones vendrían a despertarle cada mañana, con puertas de doble hoja y la de arriba siempre abierta, con un fogón encendido desde el amanecer y con un castaño que en verano diera sombra fresca.

Pensaba seguir con el sueño y uno de la partida le interrumpió.

—Vaya sueño más soso. Yo le hubiera adornado más. Un casa que fuera una mansión, con porche al mediodía, rodeada de un muro para que nadie me molestara, con yedra por las paredes, con piscina, barbacoa…

—Para, para… ¿Solo o acompañado?

—¡Jo! Me has cogido en blanco. Solo y que me vengan a ver.

Es tendencia, como dicen ahora, se explicaba el mayor de la cuadrilla. A la gente que logra hacerse rica, se le achican los ojos.

—Será que han visto demasiado mundo.

—¿Mundo? ¿Qué mundo?

—Uno gris, sin lágrimas ni sueños.

—Muy cierto, porque esta gente desconoce el llanto en los ojos, la fronda de los árboles y hasta el batir del viento.

—Y jamás podrán soñar con una casa con árbol.

—No, antes se secaría.

ANA DEL ÁLAMO

_Mira esa casita Mario! Estará habitada? Parece una casa de pájaros. !Vamos a investigar!

Diana era muy curiosa y llevaba a su amiguito al retrotero.

En una ocasión les pareció ver algo extraño al otro lado del río y Diana se empeñó en averiguarlo. Cruzaron el río por un sitio de corrientes y casi les cuesta la vida. Acabaron chopados de arriba abajo y se llevaron una buena bronca. Resultó ser un hombre de paja que se movía por los vientos que corrían en esa ladera.

_Diana que te conozco, acuérdate de la última vez, le dijo él. Pero Diana no le hizo caso y comenzó a trepar el árbol. Él la siguió.

Eran amigos desde que sus padres los llevaron al pueblo a veranear y siempre se metían en algún lío. Lo pasaban muy bien juntos, a pesar de todo. Era su naturaleza; más la de ella que no podía parar quieta.

Cuando llegaron a la casita entraron por una cortinilla que hacía de puerta. Había una manta, una cantimplora sin agua y un libro pequeño con el título borrado.

Se preguntaban como no la habían visto antes si habían pasado por ese camino cientos de veces

Es que acaso no habían levantado la vista hacia al cielo? O había aparecido de la noche a la mañana por arte de magia?

Se quedaron un buen rato haciéndose preguntas.

Allí arriba, a escasos metros del suelo, las vistas eran impresionantes. Unas nubes amenaban el cielo que comenzaba a obtener matices naranjas y lilas . La sensación que tuvieron de libertad era inexplicable y al cabo de un tiempo, la paz y el silencio los sumió en un sueño profundo donde imaginaron mil historias que daban respuesta a sus preguntas.

Cuando despertaron estaba anocheciendo y tuvieron que correr para llegar a sus casas. Sus padres les habían buscado y como ellos anteriormente, no repararon en la casita del árbol. Pensaron que se lo habían inventado como excusa por llegar tarde.

Al día siguiente fueron en bloque los seis a buscar la dichosa casita, pero allí encima del árbol no había nada, ni sombra de esa casa imaginaria que nunca volvieron a ver. Ellos juraron que estaba ahí y que habían entrado en ella. Los padres se miraron y les dijeron de olvidarlo y volver a casa a jugar a las cartas y tomar una buena taza de chocolate.

Diana, presa de curiosidad y escepticismo, se asomó a la ventana y juraría haber visto la casita, esta vez arriba del nogal que linda con su casa.

Lentamente y sin hacer ningún comentario volvió a la mesa de juego, cogió sus cartas y dijo en voz alta: cinquillo!

IRENE ADLER

LA CASA DEL MANGLE

El señor Van Wyck era capaz de predecir en qué momento exacto aparecería por la banda de estribor la casita del mangle.

Apoyado en la tapa de la regala, encendía un purito y acostumbraba los ojos a la creciente oscuridad de un atardecer que en aquella sombría parte del río, era siempre de un tono carmesí con suaves reflejos dorados. El tabaco le llenaba la boca de un regusto acre y áspero, y el día moribundo le llenaba los ojos de una luz parecida a la que en Europa sólo se encontraba pintada en los cuadros.

En aquel instante, siempre repetido, mimético en su imperturbable quietud, el señor Van Wyck lamentaba profundamente no haber nacido pintor o poeta. Poseer alguna clase de talento que le permitiera repetir en trazos o palabras la extravagante sensación que la casita del manglar le producía. Pero él únicamente poseía talento para amasar dinero; perder mujeres; cultivar tabaco e interpretar a Mahler al piano. Y solía decirse— viendo la parábola de fuego que el purito consumido describía sobre el agua antes de perderse para siempre entre las sombras del río— que hacer bien todas esas cosas, lo había incapacitado para la felicidad. La auténtica felicidad. La que se escribe en minúsculas. La clase de felicidad que él, observador pasivo y minucioso, descubría no sin pudor, cada vez que el Sofala se deslizaba frente a las aguas remansadas y turbias del manglar.

Primero aparecían los niños. Eran dos y tan iguales en tamaño y aspecto, que a menudo el señor Van Wyck se preguntaba si no serían el efecto de una rara ilusión óptica. A petición suya, el capitán Whalley hacía sonar entonces la sirena del Sofala, tres pitidos cortos y agudos a modo de salva o de saludo. Aquello hacía que los niños gritaran, rieran y señalaran con sus frágiles deditos hacia el barco y el hombre acodado en la regala. Trepaban por las raíces retorcidas del mangle hasta la precaria terraza de bálago suspendida en equilibrio sobre el agua, anclada con una pericia extraordinaria al tronco del árbol y por cuyas amplias aberturas como ventanales se veía el interior. Una mujer en escorzo y de rodillas, servía arroz sobre hojas de palma con la cadencia lenta y estudiada de las bailarinas balinesas, como si cada movimiento importara por ser el primero o el último. En el río, la vida era urgente e inmediata, cada gesto, cada palabra, cada momento, eran relevantes precisamente por éso: porque podían ser el último y había que honrarlos como si fueran el primero.

“El primero no”, se dijo el señor Van Wyck, “el único”.

Frente a la mujer, de cuclillas sobre una estera, un hombre comía en silencio, atento a las viandas y al suave aleteo de las manos de la mujer que lo atendía sin acompañarlo. Los niños irrumpieron llamando la atención de sus padres sobre el vapor que cruzaba el río como quien cruza el tiempo. Durante un momento muy breve, la mujer se giró y miró hacia la borda del Sofala, y sus ojos negros atravesaron al hombre blanco acodado en la regala. Él sabía que no podía verlo, y aún así, creyó sentir su mirada tan hondo como sentiría un reproche, una despedida o un arrepentimiento. Luego el vapor se alejó dulce y mansamente, con la rueda de popa hendiendo el agua turbia y estancada del manglar, ocultando a la vista la casita en el árbol, su luz remota como la de las estrellas, su tibieza de promesas y regresos.

Y el señor Van Wyck acusó su soledad como si fuera el síntoma de una dolencia crónica. La añoranza de lo que nunca tuvo por tener demasiado miedo a perderlo todo después:

Una cena frugal.

Una mujer que supiera mirar.

La risa de un niño fraguándose en el calor de una habitación sin alfombras ni relojes ni pianos.

Todos los atardeceres del mundo escapando de los cuadros.

Una casa en un árbol…

Y nada más.

FRAN KMIL

Dos latas vacías de leche condensada, totalmente abierta por un lado, con un hueco en el otro, por donde se pasó el hilo tensado que las unía y transmitía la voz, era la comunicación entre la habitación del segundo piso, la de los niños, y la casa del árbol, desde donde una voz preguntaba por los sueños de antaño, aquellos que contó más de una vez y prometió hacerlos realidad.

Todavía estaba Indeciso entre tomar la lata y mandar a callar a la molesta voz proveniente del pasado, o simplemente ponérsela al oído y escuchar para así escapar del presente y volver a vivir en la felicidad de un mundo sin preocupaciones ni compromisos, o, con las tijeras que tenía en su mano y que con tal fin había sacado de la gaveta, cortar el hilo y enterrar para siempre los anhelos infantiles de la inexperiencia. La habitación ya no era la de los niños, sino la de un solitario e insignificante ser cuya historia no merecía contarse. La casa del árbol se puso vieja por falta de calor infantil y amenazaba con derrumbarse, sin embargo, todavía existía “el teléfono”

Sentado en la cama, con la lata en la mano, miró hacia el patio a través de la ventana y vio al niño haciendo señas para que tomara el ingenioso medio de comunicación.

El pasado dolía. La realidad demostró que no podía cumplir porque las obligaciones de adultos desviaron el rumbo y cambiaron las actitudes y aptitudes e impusieron su punto de vista desde otro ángulo, ese en el que el ayer solo servía para martirizar y entristecer con recuerdos y visiones.

Debía romper el hilo conector, por eso las tijeras. Pero cortar sería borrar, poner en blanco las hojas del diario, matar a la esperanza. No señor, es preferible llorar por lo que pudo ser y no fue, que vivir sin recuerdos.

Devolvió las tijeras a la gaveta de la cómoda y tomó la lata, la puso cerca de la boca y dijo:

—Aquí águila azul reportando. Cambio.

Y sonrió. Desde la casa del árbol, el niño, también sonriente, le hizo la señal del dedo pulgar hacia arriba.

GRACIELA PELLAZA

«Yo sería su casa del árbol.

Eso creo.

Él se sienta y mira por la ventanita su vida.

Que no es la mía.

Hemos hecho algunos contratos pero cuando los años pasan y fueron buenos, uno ya no los cuestiona y a la vez, los olvida.

La creación del vínculo, fue una simbiosis de la subsistencia.

¿Es amor?

Sí, lo es

El carece y yo fecundo.

Tomamos lo que sirve, en el impulso irresistible de aquello que nos falta.

Como si en secreto pellizcáramos la torta de la merienda, alertas a la varita castigadora que nos correrá.

Estamos refugiados de las tormentas fuertes, de los vientos que cortan ramas, de los depredadores..

Somos próximos.

Coqueteando con la suerte, zorzales perdidos.Eso somos.

De vez en cuando…una ilusa y un cobarde.

Sin nido.»

LUISA MARGARITA

‘SIN TI NO SOY NADA»

Cada día fue creando lo que estaba en su imaginación y tenía gran facilidad para diseñar: una casa sobre un árbol con todos los detalles que cualquier soñador se atreviera a soñar. Y fue tan bella y tan curiosa que de los pueblos vecinos llegaban a admirarla. Así comenzó todo hasta que una muchedumbre de diversos países del mundo llegó y se quedó asombrada ante la maestría de lo hecho por un niño de sólo 10 años.

La casa era de madera color natural con preciosas ventanas con sus cortinas floreadas. Arco de medio punto en la puerta de entrada y en su techo diminutas tejas en forma de estrellas. Por dentro se veía iluminada y romántica, por fuera acogedora y confortable. Había logrado que fuera espaciosa y los muebles perfectos para instalarse a leer los libros que armoniosamente estaban colocados en un pequeño librero. La casa era de una notable hechura y muchos querían comprarla y por ello hicieron todo tipo de ofertas. El niño buscó pretextos inimaginables para convencer a los empecinados visitantes ; pero nada parecía tener el suficiente peso para convencelos, a su vez que el creador, no estaba dispuesto a ceder por lo tanto hizo una cuarteta que grabó y transmitió a través de una inmensa bocina. Los versos en cuestión decían así:

Sin ti no soy nada

Casa que mi cuerpo toca

El que insista en llevarte

Se volverá una roca!

Y cómo no se movieron del lugar los interesados

se quedaron petrificados, tal como estaban, parados o sentados!!

HAROLD LIMA

Nadie puede ser dueña de un padre.

El vagon abanzaba sobre las rieles perdiéndose en el ocaso, los infinitos invernaderos de algas brillaban, mientras eran más y más los kilómetros que la alejaban de la tierra firme, maría recordó sus juegos infantiles en las praderas terraformadas de su pequeña colonia, con el paso de las horas las rurales ciudades se hacían pequeñas. El vagon ascendía por el cable al cielo, en su lento paso sus juntas de desgastadas fibras de carbono se escuchaban los achaques de un anciano, ella conoció algún hombre viejo que arrastraba sus huesos, cuando su madre visitaba las tribus de salvajes de la periferia; esas gentes eran menos que animales salvajes, sin cultura o los conocimeintos basicos que hacen a un ciudadano de la gran sororidad espacial. María se sujeto asustada a su tía Faustina. Esta era la primera vez que conocería un padre aparte del viejo que contaba historias de un mundo lejano y muerto o de aquellos niños que jugaban inocentes entre el bosque construyendo pequeñas casitas en los arboles. las demás tripulantes del vagon compartían historias de sus aventuras sexuales, algunas mas picaras de lo que podian ser en los campos de trabajo donde eran monitoriadaspor el control social, las más ancianas aconsejaban la forma correcta de escojer un padre y dar honor al clan familiar.

María creyó ver solitario en un rincón una jovencita de rasgos firmes y figura robusta de algo más de 14 años que miraba entristecida; sintió curiosidad y se aproximo percibiendo el sutil aroma que traia su madre frecuentemente, cuando visitaba a los salvajes en sus rondas médicas. María dedujo que ese niño era un macho de alguna tribu, talvez parte de algún clan del norte, de ahí donde la gente no es civilizada y rechazan la hegemonia de la sororidad ¿de que otra forma pudo llegar a esa edad sin ser expulsado al espacio? Los niños en toda la galaxia apenas lleganban a los 7 años y se les montaban en los vagones, luego ahí arriba quedarían a cargo de los hombres viajeros.

El vagon terminó su lento viaje a la orbita superior y se detuvo con algunos crujidos, la cámara se presurizo, algunas mujeres se marearon, ella apenas sintió el cambio por su gran curiosidad por el jovencito.

La gran sala estaba dividida por delgadas telas que colgaban del techo, María sintió el cuerpo ligero por la escasa gravedad centrifuga de la instalacion. Su tía le indicó que se acercara a cualquier padre y le pidiera sexo indicandole que era su primera vez y fuera amable. Ellos sabrían como enseñarle y cuidarla. Pero a la vez le entendió un cuchillo afilado para que acribillar al padre en caso le hiciera algún daño. Entre el laberinto de telas flotantes los gemidos de pasión parecían estar rodeandola y tuvo un poco de miedo. Una delgada, temblorosa y suave mano la sujeto en busca de ayuda, era el joven al que vio antes en el vagon, pudo ver que tenía un brazalete de sujeción que se usaba para los presos políticos y las mujeres criminales. Ella asumió que él fue capturado y las mujeres de su tribu enviadas a campos de reeducacion.

-¿Que pasa aquí, que es esta locura?- Preguntó él angustiado. Al verlo tan confundido ella se sintió más segura, pensado que ella no la más novata. Se aseguró nadie les prestara atención y lo llevó a un extremo solitario de la gran sala.

-Calmate, me llamó María y vivo en la colonia Magnolia. -Susurro Maria- Esto puede no ser normal para tu gente. Pero, te explicaré lo que mis madres y tías me enseñaron:

«Hace mucho, mucho tiempo los primeros viajeros de las estrellas que llegaron a mundos nuevos se juraba amor en parejas y sólo tenían niños y sexo con ellas, esto contaminó la sangre de las colonias y los niños empezaron a nacer debiles, enfermos y luego morian; las grandes madres de la sororidad, entonces decretaron que los hombres entre las colonias en naves superluninicas y por el efecto relativista sería imposible compartieran sus genes con sus hijas o sobrinas, pues ellas estarían muertas siglos atras, los males de la sangre mala no volverian. Los varones como tú son enviados pequeños a viajar por las colonias primero como aprendices de otro padre y luego solos a repartir su semilla; puede no sabias esto, pues tu clan esta muy aislado. María repitió lo que venía escuchando años y años desde su infancia. Sin embargo al ver al joven tranquilo lo encontro extrañamente hermoso y se sintió atraída por esas sensaciones que las mayores decían los padres pueden dar, el joven no se opuso al acercamiento inocente de la mano de María que empezo a buscar suavemente entre los pantalones, sus dedos de recolectora de hongos eran hábiles ambos sintieron placer envueltos en la pacífica pasión, se entregaron el uno al otro ante la mirada de muchas parejas que se alegraron de este feliz encuentro.

Una semana despues, el vagon descendió con un grupo de risueña mujeres cargadas de pequeños y curiosos productos. Algunas ancianas abrazaban como tesoros discos de memoria y otras libros de papel. En las pequeñas cajas, María imagino que venían joyas o peinetas artesanales, como las que ella recibio de varios padres que la visitaron mientras su joven amante dormia.

Los padres en sus viajes entre las colonias transportaban además de genes frescos, objetos de comercio minoritario e información pues los sistemas de comunicación ultra espacial eran caro. Los pequeños oasis del espacio eran recorridos por los padres en sus variopintas naves, siglos de sueños crionicos y semanas de sexo y comida eran el pago por ser desterrados al espacio.

María suspiro y se imagino al joven sin nombre construyendo su nave en lo alto del ascensor al cielo, igual que los niños salvajes construían pequeñas casas del arbol en el aislado norte. Tal vez sus propias hijas o nietas pudieran tener sexo con él. Se imagino viviendo varias centurias y volverlo a ver aun joven y hermoso, dormir cansada en su pecho palido, ella agitada y satisfecha. Abajo le esperaban los invernaderos de algas y hongos de su clan familiar, el duro trabajo en un planeta insignificante, uno de miles de la galaxia.

-Quiero solo hacerlo contigo el resto de mis días, como lo hace mi gente. Escapemos juntos a los bosque del norte- le Susurro el antes de despedirse.

-Nadie puede poseer un padre para ella sola, eso es egoísta. Tú amor es para todas mis hermanas de la galaxia, dales el placer que me has dado si es verdad que me amas-

La jovencita de 17 años, llamada María, temblo al saber que su corazón le gritaba que, se escaparan juntos y su razón la detuvo, ya no era una niña, era una mujer de la gran sororidad espacial, un beso y un adiós a un padre más de los muchos que conocería en su vida. El pequeño lugar en lo alto donde esa ave animaría siempre dentro de esa casita en el árbol que era solo de ellos dos.

JOSÉ LUIS USÓN

NOCHE DE SAN JUAN

Le despertaron los rayos del sol que se colaban por entre las rendijas de las tablas irregulares que componían las paredes de aquella extraña casita de madera. El calor húmedo y gelatinoso que lo acompañaba desde que llegó a esa apartada isla del pacífico, se hacía allí insoportable. No muy lejano se oía el batallar del mar, con el rítmico estampido de sus olas contra la orilla. Un aroma salino, impregnado de ligeras notas de putrefacción, como de pescado descomponiéndose, inundaba sus fosas nasales. No recordaba cómo había llegado allí, un vaho esponjoso nublaba todavía su mente y le hacía permanecer en un estado de semi inconsciencia, era una sensación placentera que se acrecentaba con el ligero bamboleo de su habitáculo. Volvió a dormirse.

*

Poco a poco iban viniendo a su mete retazos de la noche anterior, en la que, con su grupo de amigos, decidieron celebrar la noche de San Juan en la isla. Les resultó fácil encontrar leña para la hoguera, pues esas playas vírgenes estaban llenas de troncos y ramas que el mar arrastraba hasta la orilla. Eligieron las más secas y las apilaron a mitad de camino entre el palmeral y el agua. Llegó la noche y la magia lo inundó todo. Alrededor de las llamas comieron espetos compuestos de pescados desconocidos que los nativos les vendieron por poco dinero. Rieron, saltaron y bailaron auspiciados por el alcohol que acompañó la cena. En un momento dado, algunos nativos se fueron acercando a ellos y los contemplaban entre asombrados y recelosos. De entre todos, emergieron unos enormes ojos de mujer con una ligera rasgadura, típica de la zona, un rostro moreno, redondeado, equilibrado, una belleza salvaje, sobrenatural, que lo cautivó al momento. Desnudos sus senos, cubría sus caderas algo que allí llamaban hani y que era una especie de falda compuesta por un cordel alrededor de la cintura, del que colgaban hojas vegetales. Era, además, una adelantada bailarina. Ya no tuvo ojos para nada más. Recuerda danzar a su alrededor, improvisando torpes pasos, nunca había sido un gran bailarín, también haber bebido de un cuenco que esta le ofreció, una bebida que sabía como a meados de burro y que a punto estuvo de provocarle arcadas, aunque la tomó mirándole a los ojos y con una sonrisa.

*

El bamboleo seguía, y él estaba cada vez más despierto. Tardó un rato en darse cuenta de su desnudez, una sonrisa pícara acudió a su cara. Cuando al fin sus ojos, se acomodaron del todo a la luz, pudo ver, que se encontraba rodeado de huesos de pequeños animales, o quizá no tan pequeños, pues a poca distancia había un fémur de un tamaño considerable. El sopor que todavía sentía, hizo que no se inquietara, hasta que, al girarse, pudo ver a su espalda varios cráneos humanos. En ese momento el aire empezó a faltarle, intentó levantarse, pero sus piernas no querían sostenerle, de su garganta salió un alarido que tuvo que oírse en toda la isla. Cuando consiguió serenarse, empezó a observar todo con más detalle, seguro que había una explicación racional para todo aquello. Se percató entonces de que, en uno de los rincones de la estancia, en el fondo, había un hueco lo suficientemente grande para permitir el paso de una persona, arrastrándose como pudo llegó hasta él, contempló entonces con gran desesperación que estaba suspendido de una palmera, a más de diez metros de altura, eso explicaba lo del continuo bamboleo. No había escalera, ni cuerda, nada que le permitiese llegar hasta el suelo.

Allí abajo, alrededor de una hoguera, los indígenas celebraban un extraño ritual.

SANTIAGO VILLA

Plofff…

Se despertó sobresaltado frotándose el ojo izquierdo, una gota de agua le había caído en el. Miró hacia arriba, comprobando que en el techo había goteras.

¡Como no! —se dijo a si mismo con resignación. ¿Que podía esperar en su situación?… Mientras veía como las gotas de agua caían cada vez con más fuerza, e intentaba no perder el equilibrio, ya que todo alrededor suya se movía por efecto del fuerte viento de una dichosa tormenta veraniega.

Tres meses atrás…

Federico buscaba una casa donde vivir, se acababa de emancipar de sus padres a los cuarenta y cinco años… ¡Ya hiba siendo hora!

Visitó muchas inmobiliarias, le enseñaron muchísimos pisos, apartamentos, casas bajas. Pero haciendo cuentas, el dinero no le llegaba.

En la última inmobiliaria que visitó y debido al corto presupuesto que tenía, le enseñaron una modesta casa sobre un árbol, de unos quince metros cuadrados.

Se lo pensó mucho, pero visto lo visto aceptó a comprarla, claro está solicitando previamente a San Banco, un crédito a pagar en unos «comodisimos» cuarenta años…

La vista y el entorno de la casita no estaban nada mal. Rodeado de la naturaleza salvaje propia del bosque. Repleta de pajaritos, ardillitas, algún búho, etc…

El día de hoy…

Federico, cogió su vieja bicicleta para acercarse al centro comercial del pueblo de al lado. Quería comprar material para reparar las dichosas goteras. Compró algunos listones de madera, clavos y mucha silicona.

El viaje de vuelta, cargado en la bici con todo ello fue agotador, pero sorpresas te da la vida… Al regresar al hogar.

Le habían ocupado la vivienda. Los Jodid… pajaritos, las Jodid… Ardillitas, no le permitían entrar en su vivienda. Además el Jodid… bhuo le intentaba picotear la cabeza.

— ¡La madre que me parió! —dijo, dejando caer la bicicleta y el material para la reparación de las goteras.

CARMEN BERJANO

Aquel día parecía distinto a todos los vividos hasta entonces.

Había roto aguas de madrugada.

Mi hijo se estaba demorando en salir pero estaba ya en el paritorio.

Había sido un embarazo extraño.

El padre de mi hijo estaba enfermo y no había estado presente esos meses.

En verdad parecía que no iba a estar presente en la crianza tampoco.

Pero era un niño muy deseado.

Mi padre aún trabajaba como profesor en la Escuela de Arte.

Puso un cartel en la puerta que decía: «Cerrado por abuelidad».

Por fin dejaron entrar a mi madre al paritorio.

Yo me emocioné al verla.

El parto fue natural.

Adrián nació con más de cuatro kilos.

Un niño moreno, rechoncho y precioso.

Yo escribí estos versos:

Fuente lila oliendo a vida

Manantial de besos, caricias…

El momento de darle pecho por primera vez fue precioso.

Por fin a solas con él.

Y cuando salimos del paritorio estaba gran parte de mi familia ahí, como un clan gitano. Apoyándonos y deseando hacerle fotos a la criatura.

Primer nieto y biznieto.

Ya en casa todo era diferente.

Nuestra vida se había llenado de alegría y de ese olor a cachorro tan característico.

En mitad de la noche, era mi padre quien se despertaba a prepararle el biberón, para que yo pudiera dormir un poquito más.

Y mi madre no paraba de hacerle fotos y vídeos. Y de reclamarle sonrisitas.

Mis padres estaban tan ilusionados con mi hijo, que cuando Adrián apenas tenía tres meses, mi padre comenzó a construirle una casa en el árbol, en el enorme ficus que nos cobijaba en su sombra en el patio.

Mi hijo comenzó a gatear con apenas seis meses.

Era un bebé alegre, fuerte, sano y muy despierto.

Enseguida dijo sus primeras palabras: Mamá, Bubu, a mi padre, y Baba, a mi madre.

Con nosotros también vivían Cholo y Miji, dos perritos.

Yo volví a trabajar por las tardes.

Mi pequeño dormía la siesta con su abuelo.

Y su abuelo lo sacaba habitualmente de paseo por el barrio, buscando los columpios de pañal, adecuados para se edad.

A partir de los nueve meses, mi padre salía de paseo en bici con él.

Lo llevaba en un sillín especial.

Y ya lo sentaba a ratos en la plataforma de la casa del árbol.

El padre vivía a 150 kilómetros de nuestra ciudad. Mejoró y quiso venir a conocerlo.

Nos encontramos en un parque frente al cementerio. Paradojas de la vida, unas empezando y otras acabadas…

Fue otro día muy emocionante, que tampoco crea que pueda olvidar.

Durante el embarazo y esos primeros meses es verdad que estábamos muy arropados, pero yo echaba de menos alguien con quien compartir esas vivencias de la mano.

Qué lo viviera como yo.

Con el tiempo me he dado cuenta de que su padre en la distancia lo vivía con una ilusión desbordada.

Y mis padres. Ay mis padres.

Habían revivido y estaban exultantes con su estrenada abuelidad.

Han pasado casi 18 años desde el nacimiento de mi hijo.

Justo ahora estamos en un tren camino del pueblo del padre, a visitarlo a él y a los abuelos.

Su padre es hijo único y por esta parte es también el primer nieto. Ellos también lo han vivido con mucha ilusión y amor infinito.

Este verano está siendo muy diferente a todos los demás.

Mi hijo ha conocido el amor. Mi bebé se ha echado una novia.

Y mi padre ha estado gravemente enfermo.

Por suerte, cada día está mejor y ya completamente fuera de peligro.

Nadie dijo que fuera fácil criar sola. Nadie me dijo que iba a ser tan difícil por momentos.

Adrián ha sido, y es, mi mejor y mayor maestro.

El ficus creció tanto que tuvimos que arrancarlo, porque las raíces comenzaron a dañar el suelo.

No queda nada de la casa del árbol. Sólo recuerdos y alguna foto.

Y con el tiempo y sanada ya, me doy cuenta de que no hemos podido estar mejor ni más acompañados en esta crianza.

Y que estos primeros años de mi hijo tienen unas raíces tan fuertes y sólidas como las del ficus.

Gracias a la vida, que me ha dado tanto.

BEGO RIVERA

La niña del árbol.

Un grito desgarrador retumbó por todo el vecindario, de repente se hizo el silencio, las risas de los niños pararon, el monótono sonido de los cortacésped cesaron, hasta el trinar de los pájaros enmudeció.

Eva volvió a chillar, ahora se podía escuchar también su llanto y su lamento.

Los vecinos empezaron a arremolinarse en la casa de Eva, de dónde provenía la supuesta llamada de auxilio.

Al llegar allí vieron a la pequeña hija de Eva, Elena ,yaciendo en el césped, inerte, sin vida. Al lado había un gran árbol donde se asentaba un linda casita. Al parecer había sido un accidente, la niña se cayó.

Quieta y de pie al lado de cuerpo de la pequeña estaba su hermana Sofía, de once años dos años mayor que Elena. Permanecía inmóvil, impasible, sin rastro en su rostro de cualquier signo de asombro o sorpresa, impertérrita, simplemente miraba.

Cuando llegó la ambulancia y la policía apareció un hombre corriendo, Matt, el padre de la niña, miró a su hija sin vida, después a su mujer con lágrimas en los ojos, Eva señalando a Sofía le dijo a su marido gritando que se la llevará.

La gente pensó, incluida la policía, que era para protegerla, lo que no sabían es que tanto Matt como Eva eran conscientes de que fue Sofía quién empujó a su hermana al vacío debido a los ingentes celos que tenía de su hermana y a la cual siempre maltrataba.

*

La luz de casita del árbol estaba encendida de nuevo. Cada noche a la misma hora Sofía, dormida en su habitación, era despertada por esa luz.

—¡ Drew, Drew, despierta!— su marido que dormía plácidamente a su lado empezó a refunfuñar al ser despertado— ¡ Otra vez la luz, está encendida!

— Ya hemos hablado de eso cariño, hay no hay nada ni nadie — balbuceaba intentando volver a los brazos de Morfeo — Ya he mirado…y…

Viendo que su marido no le hacía caso decidió investigar ella e ir a la casita, las últimas noches había ido Drew pero la luz siempre se pagaba antes que él llegase a verla.

Sofía no le gustaba la casita, le traía malos recuerdos, después de que Elena falleciese su madre los abandonó, Sofía sabía que su madre no podía mirarla a la cara, puesto que estaba convencida que ella había matado a su pequeña. Sofía siempre lo negó a todo el mundo, ella no hizo nada.Vivió con su padre hasta que éste murió , tuvo una niñez horrible con un padre que se dio a la bebida.

Luego conoció a Drew en el trabajo en unos grandes almacenes y poco después se casaron. Querían irse de esa maldita casa pero si situación económica no se lo permitían.

Le contó a Drew la verdad sobre la muerte de Elena, le dijo lo que todo el mundo incluida ella creía… que fue un accidente.

Se dirigió a la casa en el árbol. Subió la estrecha escalera oxidada por el paso del tiempo. Pensó que no había vuelto a subir allí desde aquel aciago día.

En medio de la oscuridad de la noche, llegó al último peldaños y se encendió la luz. Sofía se asustó y casi cae , se sujetó bien fuerte, suspiró y entró en la casa.

Nada más entrar se dio cuenta que la luz en la casa era la luz del sol, que entraba por las dos pequeñas ventanas. Una niña pequeña estaba sentada de espaldas a ella jugando con unas muñecas.

La niña se dio la vuelta; «¡ Era Elena! No puede ser!» Pensó Sofía. Estaba igual que aquel día, con el mismo vestido y peinado.

— ¡ Hola, ¿quién eres?! — preguntó su hermanita, porque sí, estaba segura que era ella— ¿ Eres amiga de mi mamá?

Sofía incrédula se percató que la niña la veía adulta. Se asomó a una de las ventanas, era de día, su madre, cómo aquel maldito día regaba las plantas en el jardín.

Creyó que se estaba volviendo loca.

Estaba viviendo aquel día, rememoró como ella no estaba en la casita cuando Elena cayó y cómo sus propios padres renegaron de ella por siempre.

Este pensamiento la enervó y su odio más profundo hacia su madre la inundó; pudo más que ella, levantó a la niña violentamente y la tiró al vacío.

MARÍA JOSÉ DÍAZ GRAUZ

En septiembre, solíamos irnos de escapada a la montaña,está vez nos decidimos por alquilar una casa en el árbol.

Pintaba muy bien,la experiencia,en plena sierra,unas escaleras y al abrir la trampilla todo nos cautivó, alfombras sobre el suelo de madera ,dos finos colchones y unos cojines de seda….,el sonido blanco del interior,el murmullo del viento y el cantar de los pájaros….

Contentísimos dejamos los macutos y fuimos a la tienda del pueblo a comprar la cena para esa noche única.

Había luna llena,hicimos fotos espectaculares del cielo nocturno en plena sierra.

Decididos a madrugar,cenamos y prácticamente con el susurro de los árboles nos dormimos.

Desperté de madrugada y observé una pelusa gorda gris que se movía lentamente……Me asusté tanto que empezé a gritar;

Anda duerme,que no puedes salir de casa,reía y me miraba.

Yo no lo miraba a él,estaba petrificada, apunté con el dedo,

que es eso?

pegó un salto y se puso de pie a mí lado,

Dame la linterna!!!

asustados vimos semejante arañazo,peluda y gordita.

Abre la trampilla y que caiga,así lo hicimos,

Peroooo,

la cosa no podía ir a peor ,

Al intentar tirar la araña por la trampilla , muchas arañitas pequeñas empezaron a invadir la cabaña del árbol .

Cerramos rápido los macutos y nos quedamos en el hostal de abajo .

Todo quedó en un susto.

Meses después,se nos averió la torre del ordenador,se la dejamos al técnico..

Nos llamó al día siguiente,gritando, histérico…

Dentro de la torre del ordenador,se encontró con la araña más grande que había visto en su vida !!!!!!

EFRAIN DÍAZ

Desde la distancia, Roberto percibía el ulular de las sirenas policiales, cada vez más cercanas. Una sospecha, apenas perceptible, se asomó en su mente, pero rápidamente la desechó. Si en diez años no habían logrado atraparlo, ¿por qué habrían de hacerlo ahora?

Sin embargo, cuando las cinco patrullas se detuvieron frente a su casa, supo que su tiempo había terminado. No opuso resistencia. Las esposas rodearon sus muñecas y, al ser escoltado hacia el coche patrulla, dejó escapar un suspiro de alivio. Ya no habría más muertes.

Todo había comenzado hacía aproximadamente un año, cuando conoció a Lucía en un programa de entrevistas. Joven, hermosa e inteligente, ella capturó su atención al instante. Lo que empezó como una atracción pasajera pronto se transformó en una relación. Pero un día, de repente, Lucía desapareció. No hubo rastro ni pista alguna. Era como vaho que se hubiera desvanecido en el aire, dejando tras de sí solo incertidumbre y vacío.

La policía investigó su desaparición hasta agotar todas las posibles pistas. Pronto, el caso se enfrió, y parecía destinado a convertirse en otro número más en la creciente lista de crímenes sin resolver. Pero los padres de Lucía se negaron a rendirse. Mientras no encontraran su cuerpo para darle sepultura, mantendrían viva la esperanza de hallarla con vida. Así fue como contrataron los servicios de un investigador privado.

Jorge Luis, un ex policía retirado, de temperamento hosco y testarudo, no había soportado la monotonía de la jubilación. La vida sedentaria, consumiendo calorías vacías frente al televisor, le resultaba insoportable. Así que, incapaz de permanecer inactivo, decidió volver al ruedo como detective privado.

Durante meses, Jorge Luis vigiló a Roberto de manera discreta. Era metódico, casi hasta el extremo. Día tras día, Roberto seguía la misma rutina: gimnasio, trabajo, hogar y algún que otro encuentro social los fines de semana. No había en él nada que llamara la atención, nada que lo distinguiera del hombre promedio, gris y anodino. Hasta que un sábado, todo cambió.

Ese día, Roberto rompió con su rutina. En lugar de dirigirse al gimnasio, tomó rumbo hacia las afueras de la ciudad, hacia las montañas. Intrigado, Jorge Luis lo siguió con cautela. Cuando Roberto detuvo su vehículo y se adentró en el bosque, el detective mantuvo una distancia prudente, siguiendo sus pasos entre la maleza.

Profundamente en el bosque, Roberto llegó hasta una antigua casa en un árbol. La estructura, deteriorada por el inexorable paso del tiempo, había sido construida por su padre cuando él era niño. Un lugar para entretenerse mientras su progenitor cazaba con sus amigos. Jorge Luis observaba con sus binoculares desde una distancia segura. Vio a Roberto subir a la casa, y decidió esperar pacientemente.

Roberto permaneció allí solo un par de horas, y luego se marchó. Una vez que Jorge Luis estuvo seguro de que el hombre se había ido, subió él mismo a la casa del árbol. Lo que encontró dentro lo dejó paralizado por un momento. En una de las paredes colgaban fotografías de todas las mujeres que habían desaparecido en la última década, cuyos casos seguían sin resolverse. Junto a las fotos, había ropa, joyas, accesorios, botellas vacías de licor, cuerdas y varios cuchillos cuidadosamente dispuestos.

Sin perder más tiempo, Jorge Luis sacó una pequeña cámara digital que llevaba consigo y fotografió cada detalle. Luego, acudió directamente a la policía con las pruebas en la mano.

Las osamentas de las mujeres desaparecidas fueron encontradas, y la casa en el árbol, que primero fue un refugio de juegos infantiles y luego un matadero macabro, fue destruida por completo, junto con los oscuros secretos que había ocultado durante tantos años.

GRACIELA NAVARRO

Sí , decididamente deseo la casa del árbol, enmarañada entre las ramas grandes, tan fantasmales y oscuras

Deseo que mi hogar me dé el oxígeno de ls vegetación , para que mis pulmones respiren mejor.Estaría sola o acompañada en un ambiente teñido de amor y romanticismo.

Siempre me gustó vivir alto cerca del cielo, para ver las estrellas cada noche y además inspirarme con la luna.

No me asustarían los animales que me rodeen.Pensaría que son amigables y mansos.

La pintarè de verde con puertas amarillas para que el sol me quiera, entre y entibie mis espacios.

Es tanta la ilusión porque creo que podrè acercarme más a Dios y hablarle de mis penas y alegrías.Sospecho que mandarà un ángel cada noche para que me arrulle y vele mi sueño.

Ahh, ya siento el aire encantado que las hojas producen al moverse.

Una gran inquietud me desvela.¿Qué haré allá cuando la vejez llegue?¿Bajaré sola de las alturas?.

Graciela Navarro

MARTU MONFORTE

Refugio de sueños.

Baja del auto, la arboleda la ampara, la protege del profundo silencio que la rodea. Pisa la tierra, su cuerpo se afirma sobre lo que antes fueron sus raíces, se extienden nuevas arterias: cierra los ojos, brota entre las hojas el bullicio, florecen las voces. Mientas el camino la recibe sonríe y avanza.

La mesa vestida con el mantel blanco espera bajo el parral.

Una niña vestida de fiesta, con trenzas apretadas le extiende la mano. La rodean albahacas y laureles, una hilera de yucas sigue hasta el final del jardín. La higuera asoma por el costado de la casa, más allá está el estanque. Ella reconoce el olor. Es su hogar, la casa de los abuelos.

La niña corre hacia un camino angosto salpicado de luciérnagas y, traviesa, se pierde en él. Siente un impulso y sale tras ella. La niña juega, va y viene, atrapa luciérnagas entre las manos, las retiene durante unos segundos y luego las deja libres. Ella se ríe, la imita. Se acerca, se suma al juego, toma una, se empapa de luz y despacio, la libera. Entonces huele la infancia, las risas y aventuras a la hora de la siesta. Lo busca, da pasos a ciegas pero certeros: ahí está, el frondoso árbol resguarda aún la magia. Sobre un brazo fuerte su padre había construido el palacio del alma. Intacta la escalera, en ocho pasos llegaba al cielo con las manos ansiosas y un morral colmado de nueces y caramelos; llevaban también algún cacharro nuevo para engalanar la merienda de esa tarde. Una puerta estrecha se abría a su paso y se iba agrandando a su medida; el tiempo pasaba y ellos crecían, pero siempre regresaban. Tendía el mantel y ponía flores frescas en un tazón, luego sus manos volaban sobre la tetera y los platitos; mientras su hermano abría la diminuta ventana de par en par, allí entraba la vida sin tiempo. Esa casanido era el refugio de secretos, de ilusiones gigantes, de mundos soñados a su medida. Especialmente era un refugio de palabras, porque eran ellas las que iluminaban ese hogar de siesta. A veces, afuera llovía o soplaba el viento pero allí, siempre flotaba la canela, los ciruelos, las confesiones compartidas y la alegría. Y el canto de los pájaros era la música que acunaba aquellos momentos. Los recuerdos la sacuden, el murmullo de sus voces le trae paz; la casa reluce. Su piel se eriza, su alma tiembla; el olor de la infancia repara y fortalece. El acordeón de fondo llega y alegra la noche; la saca de la nostalgia que la absorbe.

Regresa, las voces y las risas anuncian que la familia está llegando. El olor a pan delata los dones de la abuela. Las tías preparan batatas, las lavan y las colocan con cáscara en la cocina a leña, mientras las primas acomodan higos secos y azucarados sobre las bandejas; afuera sobre el asador, cruje un lechón, cocinado por los tíos.

Su vestido brilla en la noche, sus ojos también.

Una sonrisa la ilumina, cómo no reconocerla, es la sonrisa de su hermano. Acaso él también ha visitado esta noche la casanido

Es la hora del brindis, se preparan las copas. Acaricia su falda, no quiere sentarse; quiere demorar el encanto; quiere demorarse allí, rodeada de esos aromas, de esa calidez, de las presencias, de esos recuerdos.

Abre los ojos empapados en lágrimas. Está firme sobre sus raíces.

Ve al intruso. Un cartel rodeado de silencio anuncia la venta de la quinta del abuelo.

ISABEL SANTERVAZ

La casa del árbol

Llevo diez años trabajando en la gasolinera. Un trabajo solitario que me gusta, salvo por una cosa. Eladio, el encargado: su presencia me incomoda. Siempre vigilándome, siempre cuestionándome, siempre en continua observación. ¡Me desquicia! Igualmente, me desquicia Rudy, su perro, listo para enseñarme los dientes cuando surge la ocasión.

Sin embargo, me consuela pensar en mi casa en el árbol. Tardé tiempo en construirla, pero ahora disfruto de la soledad y el aislamiento que necesito para escapar del mundo y dejar atrás la tensión del día. Nadie sabe de su existencia. Está escondida en un rincón perdido de las montañas, donde jamós he encontrado rastro de otros humanos. Un lugar ideal, oculto entre las ramas de un árbol frondoso. Allí nadie vendrá a buscarme.

Estoy tranquilo, sin remordimientos, totalmente dedicado a analizar lo ocurrido y a resolver lo que sea necesario. Nadie podrá podrá sospechar de mi.

Ocurrió esta misma tarde. Llovía a cántaros y tuve que encargarme de repostar la gasolina a cuantos vehículos pararon en la estación. Eladio se limitaba a observarme detras de los cristales de la cabina, mientras fumaba y sostenía una taza de café. La sonrisa de análisis y menosprecio, que tan bien conocía, apareció en sus labios. Sentí cómo mis pulsaciones se aceleraban y la sangre me golpeaba las sienes. En ese momento, comencé a urdid el plan.

Esperé a servir a todos los clientes y, ya entrada la noche, me acerqué a la cabina. Me recibieron los ladridos frenéticos de Rudy que me vigilaba con sus ojos feroces; luego, la mirada crítica de Eladio cuestionando lo que hacía. Nunca me ha gustado que me miren de esa manera; hace que me sienta atacado, vulnerable.

Ante este panorama, decidí adelantar el plan que tenía reservado para más tarde. Abrí el maletín donde guardaba mis cosas, me puse los guantes de latex y saqué la llave inglesa, levantándola bien alto. Vi el miedo en el rostro de Eladio justo cuando sentí el impacto del perro abalanzándose contra mí. Trudy desencadenó mi furia y comencé a golpear a Eladio en la cabeza con la herramienta. Vi cómo se desplomaba, luego me giré hacia el perro y alcancé a darle en la cabeza. Trudy se encogió de pánico; abrí la puerta y salió a toda fuga.

Le tomé el pulso al encargado y supe que había muerto. No me sentí culpable. Limpié la cabina de cualquier evidencia que pudiera incriminarme y cogí el dinero de la caja para simular un robo. Apagué la luz y colgué el cartel de “cerrado”. Emprendí el camino hacia mi refugio, sintiéndome eufórico. Seguía lloviendo, pero no me importaba; en un par de horas estaría en casa.

Varios kilómetros después, me inquietó el sonido de lo que parecían pasos cercanos. Paré en seco, escudriñando la oscuridad. Solo escuché el golpeteo de la lluvia sobre las copas de los árboles y algunos chillidos que atribuí a aves nocturnas. Apagué la linterna; conocía el camino de memoria y no me hacía falta. Cuando llegué a la casa, tiré de la cuerda para soltar la escalera de gato que cayó al suelo con un golpe sordo. Subí deprisa, me puse ropa seca y me dejé llevar por una profunda satisfacción.

Nadie podrá culparme, no hay pruebas. Tengo el arma homicida, el dinero que robé y me aseguré de que estuviéramos solos Eladio, Trudy y yo. Todo el fin de semana me espera para seguir analizando este enojoso asunto.

Ha parado de llover y el olor a tierra mojada sube por el árbol, abrazándome. Abro el ventanuco y no sé por qué me asusta la oscuridad de la noche y el balanceo de las ramas del árbol. Un presentimiento me invade, el mismo que tuve cuando regresaba a casa. Ahora lo sé: es cierto. Asomo la cabeza y enciendo la linterna. Veo la escalera, que olvidé subir. En el primer peldaño, las patas de Trudy, están apoyadas firmemente. Guío el haz de luz hacia el animal y encuentro la venganza en sus ojos de fuego.

MARIANA DI PASCUA

Por los balcones de diamante artificial se podían ver las nubes blancas desde el interior de la casa comunitaria.

Un cartel de platino identificaba con tenue aleación de mercurio :Casas comunitarias :»Incas del deshielo 2″.

La arquitectura era un árbol gigante entrando un tronco de 10 mil pies de altura, cerca de un infinito celeste.

Eran ramas densas y tupidas a unos 3 o 4 niveles de altura se alejaba de la contaminación.. Las grandes habitaciones se injertaban mostrando 4 pisos mínimos por casa de esa estratégica arquitectura buscadora de más Oxígeno.

La capa atmosférica se suplio por una esfera gigante de un toldo osmótico transparente con regulación térmica.

El sol estaba más cerca por lo que la fotosíntesis era voraz.. Todo era más grande a menor presión atmosférica.

Esta población sobrevivió gracias a biomas dobles o triples.

Nada estaba en vano, ni sobrando salvo el agua. Se sabía que las raíces de cada casa árbol pasaba por tsunamis, inundaciones y todo tipo de efecto causado por el aumento global de la temperatura. En verano hervian las partes bajas de los árboles, hacia la zona poblada la temperatura era de 42 grados Celsius en verano y 25 en invierno.

Fue un arquitecto Uruguayo que en el año 2769 diseño estas casas ecoajustables.

Lo tildaron de loco cuando presentó el proyecto en la Nasa. Eso porque tenía el looke de Einstein, las miradas desde el plano a su cabeza. Las opiniones de su mente a su Ombligo y la empatia con la sordera de Betthoven. Todo un paquete bien envuelto, adorable si no se ve de dentro.

Narcisista nivel 2, 5 a 4,8 si la jefa era una femina..

Y así los grandes proyectos nacen de mentirosos que tanto creen sus mentiras lograando verdades hasta el cielo. Las utopias siempre reaparecen.

Las casas contaban de 4 o 5 pisos por sorteo. Solo habían unos 100 mil habitantes de población que se avegentaba.

Las hipotecas eran pagas con bonos de agua potable y la mitad de los pobladores eran plomeras civiles. No era fácil subir el agua antigravedad ni armar las estructuras de potabilizacion.

Los hombres y quees eran todo lo demás.

Pero los poetas eran machos alfa tradicionales como los de todas las épocas.

Cumplían condenas por discriminación de géneros, por adulterio no programado y charlas de seducción basada en autos, marcas y dinero.

La cárcel y el hospital eran apoyados en muchos eco árboles. Todo se unía por puentes de vista colgante aunque eran de oro para evitar la oxidación.

El único arquitecto de lo que quedaba del mundo fue preso años después de su última mejor construcción que mantuvo viva a la tierra. A él se lo condenó por alta traición a la Mujer presidenta.

Se le ocurrió enamorarla con flores en vez de con dulces miradas y sexo de generoso verso.

Fue entonces Galileo J. Cuentos de enviado a vivir fuera del planeta por machista, sin auto se descomponia, armador del tablado de yeso donde los artistas solo se pintaban de blanco.

Lejos del suelo, sus casas árboles salvaron las vidas pero los colores de los cuadros, los roqueros y las obras de teatro se camuflaban en letras blabcas como los lienzos.

No sepudoo conservar el arte más que con polímeros de yeso.

Tenía terror a volver al piso de los barrios bohemios.

Las casas de sus sueños en pasado tenían colores de cartón, ticholos y zink. En los suelos las flores rojas eran sin fuego. Los enamorados se vestían con naranjas y amarillos. Las llanuras eran verdes y los arquitectos no salvaban a los cuerpos de la extinción del alma.

Los diseños eran con blanco de fondo, sudor de baile y árboles al viento.

En 2769 los diamantes valían caramelos pero la libertad se perdía en las casas, la rebeldía corría riesgo de derrumbe y la poesía de mujeres seguía igual que 2000 años atrás:molesta, inapropiada y solo para presos.

Poetas con libertad entre rejas.

Las mujeres eran ingenigass pero a cambio de mantener vivas las vidas se les quito el Derecho de Poetas, salvo que escribieran a cuchillo sobre el yeso.

No existía aún ninguna cárcel que pusiera presos a los presidentes machistas cuando eran mujeres.

A Galileo J.Cuentos nunca se le ocurrió que la supremacía machista existiera más que en los hombres narcisistas 5.0.

ANDRÉS JAMES CACERES

Susan en el Hotel California.

Escondido entre varios hornos de ladrillos, recostado sobre un ombú gigante, estaba «La casa del arbol», un refugio para almas descarriadas, cuerpos deseosos y taxistas fuera de turno. Un burdel de campo, alejado de los dimes y diretes del pueblo

Habíamos desembarcado como vikingos a la deriva luego de la fiesta del fin de año , con varios compañeros con el mismo estado etílico y cierta curiosidad.

Ella estaba tomando una copa falsa, cuando la vi. Fue un instante como un relámpago. No se sabe si ella se acercó o yo volé a pagarle otra copa. De mucha seducción y pocos preámbulos fueron las presentaciones.

No escuche bien su nombre y a ella no le interesó mucho el mio. Solo atiné a invitarla a bailar un tema recién comenzado en la destartalada rockola.

Bailaba tan bien, se movía tan descaradamente delicada… yo solo pase a ser un espectador privilegiado sosteniendo su figura en ese vestido blanco.

Le dije que era parecida a Madonna y me respondió : me lo han dicho varias veces!!!

Me haces un favor me dijo, quiero bailar Hotel California, por ahora!!! y esbozo una sonrisa cómplice.

Del viejo aparato hizo brotar su canción, qué también era la mía, , pero en ritmo tropical sonaba mágica, qué danzamos con una prestancia desconocida en mi.

Nos llevamos una cerveza, dos cigarros prestados y salimos del local. Los primeros rayos del sol iluminaron su cabellera rubia, solo nos quedamos uno juntos al otro, sentados en el capo del auto, mirando las gotas de rocío, que en ese momento nos parecieron diamantes. Por años busque desesperadamente a Susan (así se llamaba) , nunca más aparecieron su vestido blanco, ni su andar de tacos alto en el césped, ni este sueño de diciembre antes de aquella navidad.

Edu

MARÍA GALERNA

Zona de juegos

Lara es morena, alta para su edad –tiene seis años y medio–, y un poco «marimacho», que diría su abuela. Siempre dispuesta a jugar, siempre imaginando. Está aprendiendo a leer, le gusta, aunque le cuesta un poquito. La conozco de siempre, somos amigas.

Adrián, su novio, ¡je, je, je! es un niño tímido. Un poquito más bajo que ella y más delgadito. Son compañeros de clase. Me lo presentó el día en que se hicieron novios y vinieron a jugar a casa. Al igual que Lara, aprende a leer con la misma dificultad y la misma emoción.

Yo no sé leer, pero les escucho practicar con mucha atención. Y a través de sus historias vivimos mil aventuras.

Recuerdo cuando no conocían las letras y solo veían los dibujos. Entonces su inventiva no tenía límite.

Participo en muchos de sus juegos, es muy divertido.

Hoy Lara será una princesa, Adrián un caballero, o un dragón, aún no lo tiene decidido. Y yo seré un castillo. Tendré torreones de cartón y un puente levadizo de tela.

¡Ah! No me he presentado: soy «la casa del arbol». Tengo más años de los que recuerdo, y mi madera cruje como si se quejara del paso del tiempo. Y al igual que un buen actor, en mi existencia he encarnado múltiples personajes, algunos fueron grandes éxitos, tales como: La torre de Rapunzel, el castillo submarino de Ariel, la casa de mamá, el aula de clase, una comisaría, el camión de los helados, etc., etc…

RAÚL LEIVA

Amarillo y rojo

Las soledades de una habitación sin dueños ni sueños, a veces se vuelven un paredón de fusilamiento de nuestros deseos.

Mientras el fuego era alimentado por otro pedazo de madera, su mente navegaba por las aguas más profundas de sus pensamientos. Los días se habían sucedido como esas bofetadas que anulan cualquier posibilidad de reacción y su cabeza no terminaba de acomodarse a su nueva realidad.

Un rumor, un prejuicio, una niña que le dijo a su mamá que el maestro de música había mostrado algo feo a los chicos y se encendió la mecha de la bomba que iba a arrasar con todo y con todos. Las opiniones se fueron alimentando por quién sabe qué suposiciones, nadie había visto nada, pero todos sabían todo, o al menos ya tenían una sólida idea de lo que estaba pasando. Solo había que darle forma al ejemplar castigo y ejecutar al culpable sin piedad. La ausencia de evidencia puso las cosas en un terreno difícil. Como una última alternativa se hizo una evaluación psicológica de los niños que arrojó un nefasto panorama; todos habían sentido una suerte de incomodidad ante el maestro de música, todos decían haber visto algo difícil de pronunciar y todos coincidían en un detalle no menor: la casita del árbol color amarillo y rojo. Allí había pasado eso que no podían decir, eso que todos sabían, esa pieza de rompecabezas que pondría las cosas en su lugar para siempre.

La condena social ya estaba funcionando, solo faltaba la dura aplicación de la ley como aprobación de las golpizas y el hostigamiento que el maestro de música venía recibiendo a cuenta de un fallo legal. La justicia allanó la casa del acusado y solo se encontró con efectos personales y una modesta casa con un minúsculo patio de un solo árbol, no había rastro de la casita ni nada que lo involucre con lo manifestado por los niños. El dictamen extraoficial de los peritos fue irreductible: Inocente.

Entonces sucedió. En medio de llantos una niña dijo que era un juego, que el maestro de música no había hecho nada y que habían inventado la historia de la casita del árbol sin saber que iban a causarle tanto daño. Uno a uno los demás niños fueron confirmando la versión de la niña luego de ser interrogados nuevamente.

Las escasas disculpas no alcanzaron, la sentencia moral ya estaba dictada. Al maestro de música solo le restaba juntar sus cosas e irse a otro lugar a buscar una vida, un destino, una suerte de exilio de su propio ser.

La última noche se arrastraba como un pesado gusano negro en la memoria, sin luz eléctrica y la única maleta hecha, tomaba un trago de vino mientras seguía alimentando la chimenea tirando maderas con restos de pintura amarilla y rojo.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Tumbado en la cama ví pasar las horas.

Mi mente me lleva a sus palabras ácidas qué dañan mi corazón.

Como quisiera ser pequeño, volver a la casa del árbol.

Pero ya no existe, ni la casa del árbol, ni el árbol mismo.

Ya todo ha desaparecido.

Solo queda el dolor de sus palabras.

Aprender a vivir de nuevo, es lo qué me queda a pesar del desamor.

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

EL CORTIJO DEL ABUELO (para el tema de la semana)

Mercedes, una amiga de la piscina, casada hacía poco con un chico andaluz, nos convidó al grupo a pasar unos días en el nuevo hotel que su empresa había inaugurado en un pueblo de Almería.

Y allí nos fuimos el grupo, todas jóvenes y con ganas de aventuras, aunque ir a Almería no suponía ir a la selva, pero cambiaríamos la rutina que siempre va bien. Fue en el de la Inmaculada, así que no tuvimos que pedir días extra en el trabajo.

Tras un viaje un poco movido a que el aeropuerto está bastante lejos del pueblo que, por ser tan pequeño nos costó encontrar n taxista que lo conociera o que quisiera ir, llegamos a un pueblo pequeñito con cuatro casas de adobe, todas ellas llenas de claveles y geranios, una iglesita muy chiquita pero al parecer restaurada y callecitas estrechas a su vez adornadas con macetas con flores a rebosar. Algo alejado, un gran cortijo con la indicación de hotel de cuatro estrellas y el nombre “Hotel don Raimundo”: aquel era el lugar.

Como es habitual en estos lugares, un mayordomo o lo que sea, nos cogió las maletas, nos introdujo en un ascensor y nos llevó a nuestras respectivas habitaciones.

Era un lugar idílico. Las habitaciones todas ellas con crtinas y colchas floreadas y en las ventanas, pues en los cortijos no hay terrazas, macetas cargadas de flores que, si las habían sacado ex profeso del invernadero para nosotras y otros clientes, lo ignoro ya que diciembre no es época…pero estar estaban.

La vista era curiosa: paisaje medio desértico con el mar muy cerca y aunque había plantados arbustos y plantas resistentes al calor, que en verano es extremo, no se veían árboles. Solo un enorme olivo seguramente milenario junto a un viejo pozo que, evidentemente se conservaba de adorno.

Se oía el relinchar de caballos ya que, como nos contó luego Mercedes, se conservaban las antiguas caballerizas con caballos para quien, pagando cuota, los quisiera montar.

Perros de los llamados “bodegueros andaluces” corrían y saltaban por todas partes.

A lo lejos, se podían divisar una serie de “poblados indios”, a la espera de que viniesen a rodar películas del Far West.

Quedamos alucinadas pues el terreno debía tener dos hectáreas, ya que había campo de fútbol, de tenis, de paddle, de basket y tres piscinas con agua de mar, una para niños de poca edad, otra donde se hacía siempre pie y una tercera olímpica, todas ellas en un gran recinto con arena de playa y muchos toldos, que en verano el sol es tremendo.

En fin, como jeques de petrodólares.

A la tarde, ya acomodadas, vino Mercedes a convidarnos a una gran merendola a base de pica-pica con productos típicos regados por una manzanilla buenísima que, gracias a la abundante parte sólida no se nos subió demasiado a la cabeza.

Y, entre tapa y tapa, vino el interrogatorio:

-A ver, Mercedes, ¿de dónde habéis sacado este palacio?

Ella, riendo dijo:

-De mi abuelo materno, que nos reunía a todos los nietos en verano y lo pasábamos pipa. De él fue la idea de las piscinas por una razón: queríamos bañarnos por la noche y el mar es peligroso y más si íbamos niños solos. Así que, habiendo diferentes edades, hizo una para cada tramo de edad, incluido él, gran nadador.

-Oye, pero tu abuelo ¿era un jeque o algo así?

Y entonces, seria, cambió la expresión y nos explicó esta historia:

Acabada la guerra, en 1939, el pueblo se moría de hambre.

Él recién llegado del frente, se casó con mi abuela de dieciocho, que en esa época se casaban muy jovencitos, sin una peseta para comprar nada, ya que nada había.

Su única salida era ir a ayudar a los señoritos de lugres más o menos distantes a recoger sus cosechas con un jornal mísero y vigilados por el capataz de que no se llevaran nada de lo recogido a la boca.

Así que una noche mi abuela le propuso hacer lo que otros del pueblo habían hecho: ir a Barcelona que allí había trabajo de construcción.

Y así lo hicieron. Con su maletita de cartón y en tercera clase sentados en asientos de madera, para pasar…uuuuf, vete a saber cuánto, en un tren de locomotora con carbón pestilente que, al ser casi verano y ocho personas en el departamento se morían de calor y por tanto llevaban la ventana abierta.

Y al fin llegaron. Pudieron instalarse con otros del pueblo en la casa de un maestro mayor y jubilado que alquilaba habitaciones con derecho a cocina,

El aprendiendo a ser perón de albañil y mi abuela limpiando casas, pagaban la habitación y además iban ahorrando.

Y como la vocación no se pierde, el maestro propuso a los inquilinos enseñarles cosas básicas.

El resto no hizo mucho caso pero mis abuelos sí. Y, cada día a la vuelta del trabajo, el maestro les convidaba a un merienda con lo poco que se encontraba entonces y les iba explicando y explicando.

Y al cabo de dos años ambos tenían unos conocimientos equivalentes a lo que ahora sería la ESO.

Entre tanto les nació la primera niña, mi tía Montse, que había que identificarse con el lugar que te da de comer.

Y mi abuelo, siguió estudiando y trabajando.

Y nacieron mis otras tías y mi madre.

Y ellos siguieron prosperando que entonces iba a haber “El Concilio” (eucarístico internacional) y se tenían que construir viviendas para los extranjeros que venían.

Y el abuelo hizo, si no el agosto sí el “agostillo”, pudiendo alquilar ya un piso para ellos solos.

Y él, siguiendo su trabajo se presentó a los exámenes para entrar en la Escuela de Aparejadores y lo logró.

Con el tiempo, de aparejador pasó a poder dar el salto a Arquitectura, se compró un piso y creó su propia empresa de construcción, entonces fuente de dinero, Y un día se enteró que el señor del cortijo, sin gentes que le proporcionaran rentas y él no saber hacer otra cosa que vivir bien, se vio en la ruina y tuvo que vender el Cortijo.

Y el día de hacer la compra, Notario contemplar la escena de ambos que parecían haber intercambiado sus roles comentó:

-Quién podría pensar que el Cortijo del Señor de Villegas pasaría a ser propiedad del hijo de Raimundo el jornalero.

MAITE BILBAO

LA EMPERATRIZ Y LA MORERA

Soy, Li Wei, jardinero real al servicio de Su Majestad la Emperatriz Xiaoling. He sido testigo de un secreto tan delicado como las flores de loto que cultivo en los estanques imperiales. Un secreto que floreció en las sombras de una antigua morera y que se marchitó bajo el peso de la intriga palaciega.

Siempre he sido de pocas palabras, más pegado la tierra que a las intrigas de la corte. Sin embargo, el vínculo que forjé con Su Majestad fue más allá de la simple relación entre sirviente y soberana. La Emperatriz, a pesar de su alto rango, poseía un alma sencilla y un profundo amor por la naturaleza. A menudo la veía cuando paseaba por los jardines, los ojos brillaban de alegría al contemplar las flores y los árboles.

Un día, mientras podaba las rosas en el jardín secreto, Su Majestad se acercó a mí. Su voz, suave como la seda, me sorprendió: “Li Wei, ¿crees que sería posible construir una pequeña casa en la morera? Un lugar donde pueda escapar del bullicio del palacio”.

Asentí, sorprendido por su petición. La idea de construir una casa en un árbol era inusual, pero si era deseo de Su Majestad, estaba dispuesto a hacer todo lo posible. En secreto, comencé a trabajar en su proyecto. Seleccioné las maderas más finas, las más resistentes, y trabajé con la paciencia de un artesano. Quería que su refugio fuera un lugar acogedor y seguro.

La casa del árbol era pequeña pero exquisita. Recubrí las paredes con finas láminas de madera de sándalo, que perfumaban el ambiente con una fragancia suave y relajante. Alfombré el suelo con suaves pieles de conejo blanco, para que sus pies siempre estuvieran cálidos. Construí una pequeña ventana que daba al estanque de los lotos, desde donde podía observar a los peces dorados y escuchar el canto de los pájaros. Y como toque final, pinté en las paredes delicadas escenas de la naturaleza, inspiradas en los propios jardines imperiales.

Cuando estuvo terminada, invité a Su Majestad a visitarla. Los ojos se llenaron de lágrimas de alegría al ver su pequeño santuario. Desde ese día, la Emperatriz pasaba largas horas en su refugio. Leía antiguos poemas, pintaba acuarelas, tocaba el guqin y escribía en su diario. A veces me invitaba a compartir té y conversaciones íntimas. En ese pequeño espacio, lejos de los protocolos y las intrigas de la corte, su alma encontraba la paz que tanto anhelaba.

Sin embargo, la felicidad de Su Majestad fue efímera. La intriga palaciega, como una tenaz sombra, la persiguió hasta su refugio. Un día, el Emperador, enfurecido por la desobediencia de su esposa, ordenó la tala del árbol centenario. Mi corazón se llenó de tristeza al ver cómo el árbol que había sido testigo de tantos momentos felices era condenado a muerte.

Su Majestad, desde la ventana de su casa, observó impotente cómo talaban el árbol. Con cada rama que caía, sentía un desgarro en su alma. Cuando el tronco desnudo se tambaleó antes de caer, Su Majestad exhaló su último suspiro.

La enterraron junto a las raíces de lo que quedaba del árbol centenario, en un lugar donde su espíritu finalmente podría descansar en paz. La Emperatriz Xiaoling, encontró en la muerte la liberación que tanto había anhelado. Su historia se convirtió en leyenda, un recordatorio de la fragilidad de la vida y la importancia de la libertad. Y yo, Li Wei, el jardinero real, quedé marcado por este secreto, por la belleza de un alma libre y por la crueldad de la intriga palaciega. Os dejo uno de sus poemas:

«Morera ancestral,

testigo de mis días,

refugio de mi alma,

donde el tiempo se detenía.

Tus hojas susurraban

secretos al viento.

y en tus ramas

anidaban mis sueños.

Ahora, despojada

de tu verde manto,

caes vencida

por la mano del tirano.

Pero en mi corazón,

siempre vivirás,

Como un símbolo

de libertad

que nunca

se apagará.

Juntos descansaremos,

tú y yo,

raíz y alma,

En esta tierra

que tanto amamos.

Y cuando la primavera regrese,

floreceré de nuevo,

en cada nueva rama”.

SHELO SHELO

LA CASA EN EL ÁRBOL

En el recorrido de su adultez

una rara sensación conoció

La idea de ser varon al fin surgió.

llamaba fuerte su interés.

Paso a paso creció la ilusión,

enfrentando voces de altivez.

Descubrió en su interior la fe,

transición hormonal y cirugía que rechazó

En la danza de , aves vuelan,

donde diversas nuves son velos en conjuro.

Su cuerpo, para la gente una eterna confusión,

mente y corazón anhelan su vuelo.

Su único refugio,un árbol donde se reunía con animales que a diario veia y compartía . Allí donde jamás fue juzgado ni criticado

Allí donde su alma y su mente pudieron ser libres como grandes colibríes .

En la noche el árbol se convertía en casa ,de su profundo ser luces y destellos, deja ver animales de colores que son alebrijes

NOVATUS LITERATUS

Sueños cumplidos

Teodoro seguía con la loca idea de hacer su casa entre las ramas del viejo cerezo. Tres largos troncos que crecían a dos metros del piso empezaban a bifurcarse formando una casi perfecta pirámide invertida. Allí, en ese espacio, su mente creaba el mapa mental perfecto: una casa emancipada del suelo que se convertiría en su refugio adormecido por el viento. Teodoro era un albañil que dejó la ciudad para volver al campo en el cual pasó sus primeros años de vida.

Ahora, volver a la tierra de sus padres y hacer una gran casa fusionada con la naturaleza, despertarse con el vaivén de las hojas, ser visitado por el ruiseñor; tomar el tinto a las 6: 00 pm escuchando el sonido inquietante de un puñado de zancudos, era su sueño. Tenía experiencia en el diseño y construcción de casas en mampostería. Con diecisiete años era el maestro de una obra de vivienda social de quinientas alcancías; pequeñas casas que adolecían de calefacción, sumado a tener el calor humano de buenos vecinos. Ahora contaba con cincuenta y siete años.

Cuando imaginó como hacer su casa en el árbol, tuvo que hacerse la pregunta sobre los materiales. Manejaba el cemento, el bloque, la arena y el yeso. Pero desde los veinte años tenía un profundo respeto a la madera y evitaba trabajarla. Admiraba a los maestros del cincel que podían convertir un agreste tronco en una fina pieza de madera con la suavidad de una porcelana. Además, muchos años antes, cortando una pieza para armar unas repisas, la cuchilla de su caladora su trabó rompiéndose e hiriendo su ojo derecho de por vida, razón por la cual era tuerto.

Aun así, su determinación era admirada por quienes veían a un laborioso hombre haciendo peligrosas maromas en un árbol. No se trataba de un chiquillo sino de un hombre que pasaba la mediana edad y al que le faltaba un ojo, cortando las piezas, puliéndolas, colocando puntillas y machucándose uno que otro dedo. Cuando la casa estuvo por terminarse empezó a pintarla por fuera, a la vez que empezó a trastear los pocos utensilios que le cabrían: una colchoneta, una pequeña estufa, una cómoda y tres mudas de ropa.

Luego de una semana de estar habitando su morada, algunos habitantes del pueblo empezaron a recolectar firmas para desalojar al hombre que se aprovechaba del espacio público y afectaba la presencia de especies nativas. Teodoro fue demandado por los hombres con las casas ancladas al suelo. Lo que estas ignoraban, era que el árbol estaba en un predio de su propiedad que se creía que era espacio público. Cuando la policía llegó, tras una mala diligencia, para desalojarlo, no había rastro del hombre. En la pequeña casita aún se sentía el aroma del cardamomo que solía mascar.

Dicen que el señor de un solo ojo se fusionó con el árbol y que ésta ahora está es su casa y habita en su savia y sus frutos. Otros dicen que voló como pájaro y descansa en las ramas por las noches. Lo cierto en que la casa es tan bonita y segura que ahora los niños juegan a diario en ella, y la alcaldía del pueblo la pintó tan vivaz que es un atractivo turístico para los visitantes.

LVIS GARES

Informe 3301

Mateo apuraba la taza de café, sobre el escritorio, montones de expedientes que se iban acumulando semana tras semana.

Necesitaba un ayudante, lo había pedido pero el presupuesto es el que era y no esperaba milagros. Poco a poco, pues. Después del uno, el dos, solía decirse para no caer en una profunda depresión

Andrés su mejor y único ayudante, se acercó a la mesa y con desgana le dejo caer una carpeta un tanto voluminosa…

—Si quieres arroz, toma dos tazas, Mateo

—¿Qué es esto, Andrés?

—Mejor échale un vistazo y lo hablamos. Es un caso complicado

—No. Mejor me dices de que va. ¿No ves como está mi mesa de papeles? Hazme un resumen

Andrés suspiró, llevaba diez años trabajando con Mateo y les unía una gran amistad más allá del trabajo

—Esta bien, te pongo al corriente.

Nuestro paciente, se llama Aaron Tarkazan, nació en un país del Este. No he podido averiguar, cual. No lleva documentación y lo que sé, lo sé por su antigua casera de cuando trabajo de mantenimiento en una empresa de electricidad, de la cual ya no quedan ni los rótulos. La señora Smitherson es viuda de un militar americano que estuvo en la base de Rota hace años y recuerda a Aarón porque le alquiló una habitación. Dice que era un tipo reservado y que se veía muy fuerte. Amaba a los animales y no se relacionaba con las personas porque según él, eran malas.

—Me estas describiendo a un inadaptado. De esos hay a patadas.¿ Porque lo tenemos que tener aquí ? Alguien que no se relaciona con el ser humano, un loco más o un cuerdo más, vete tu a saber. Dale el alta y que se vaya a tomar por culo, Andrés. Tenemos faena pendiente .

¿Qué me puedes decir de Francis Mathews? El español que dice ser inglés y creador de la serie «Follow me» . Me dijiste que le echarías un vistazo.

—Ya está solucionado, Mateo. Le puse un profesor de inglés nativo, se lo dije y se ha dado cuenta que no sabe ni papa de inglés. Creo que pronto se dara cuenta que no se llama Francis, sino Francisco y que emplea el laísmo, cecea y que es español y cogido con pinzas pues la mayoría de cosas no las entiende

Perdona que insista pero lee el informe que te he traído. Es importante, léelo.

—Está bien —dijo. Alargó la mano, cogió el informe y poco a poco lo fue leyendo. Su cara emitía muecas de curiosidad y de asombro a partes iguales, como si ante él, se abriera algún ente desconocido

¿Una casa en un árbol? ¿Los animales le hacían caso? ¿Chita? ¿De verdad? ¿La mona chita? ¿Estamos locos o qué? ¿Como coño va a ser Tarzán? Tarzán es ficción. ¿Se lo habéis dicho?

—¿Tú que crees, Mateo?

—¿ Y bien?

— Pues que soltó un alarido de esos que pegaba Tarzán e instantes después, el sanatorio estaba rodeado de animales salvajes

—Eso es imposible, querido amigo. Te estás volviendo loco como todos nuestros pacientes.

—¿No me crees, verdad? Asómate al ventanal. Solo eso.

Lo que vi ante mis ojos , me dejó estupefacto. Gorilas, tigres, leones, cebras, antílopes, pájaros de distintos tamaños, aves rapaces, reptlles y demás fauna animal, mantenían rodeado el sanatorio. Los tios más locos del mundo, eran derivados a mi clínica y ahora estábamos rodeados de una caterva de bichos de toda clase y condición que aparentemente pedían la libertad para Tarzán…¿Tarzán de los monos? ¿En mi sanatorio mental? No podía decirlo, de director me hubieran pasado a inquilino. Tenía que hablar con él y eso hice …

— A ver señor, en su documento pone Aaron Tarkazan y pone que es Ucraniano.¿Me puede explicar?

Alargó su mano y la plantó en mi rostro.

—No le hagáis nada, dejadlo. No es peligroso.

¿Verdad que no es usted peligroso señor Tarkazan?

—Quiero ir a casa con Chita, con Jane. No gustar el ser humano. Ser terrible, destructores, matáis animales, quiero verlos. Vivir tranquilo, en mi casa, en el árbol más alto de la jungla

La reunión fue extraña, por algún motivo llegué a pensar que delante de mí, se encontraba Tarzán, el auténtico Tarzán, el campeón de natación, el hombre mono y eso me perturbaba.

Me asomé a la terraza y ante mí, cientos de animales se iban reuniendo como si plantearan un ataque.

Tenía a Tarzán en una celda. Tarzán de los monos y yo, Mateo Antunez, psicólogo reputado, tenía al heroe de mi infancia con todos esos animales prestos para atacar las instalaciones que el Gobierno me había confiado. Tenía que solucionarlo. Rápido.

—¡ Andrés! ¡Suéltalo! Y no le digas a nadie que lo hemos tenido aquí. No podemos permitirnos un escándalo de estas magnitudes.

Así fue como ocurrió, después de esto lo visite varias veces, vivía en un chopo centenario, en una casita de madera que supongo limpiaría con Don Limpio porque ni una brizna debm polvo se veía en el ambiente, le convencí para que me explicara su manera de actuar, como se hizo amigo de los animales, incluso como conoció a Jane. Nos hicimos amigos y aún seguimos siéndolo.

— Si me lo permite, tengo prisa. Tenemos que solucionar un tema de regadíos en la jungla. Los elefantes se quejan de qué reciben menos agua desde que los castores hicieron las presas en el río..

—De acuerdo, en unos minutos se puede ir Doctor Mateo… Déjeme que rellene unos papeles y se va.

En la grabadora;

—Paciente Doctor Mateo Salazar, difiere un caso de personalidad multiple donde puede conseguir sin esfuerzo alguno ser varios protagonistas a la vez; Doctor, animal, ayudante de doctor y Tarzán.

Próxima sesión intentar que nos hable de su casa del árbol y de sus padres, a los que llama Chip y Chop y de los cuales menciona que son ardillas.

ALEXANDER QUINTERO PRIETO

Casa modelo

La casa del árbol es como la madre que todos deseamos. Amorosa, segura y casi siempre reconfortante. A veces uno de sus peldaños puede romperse y tú puedes ver el vacío. Tal vez el propósito es castigarte. Pero la mayoría de las veces le deja el castigo a los mayores.

Porque la casa en el árbol es como un Peter pan que se niega a morir y envejecer. Roba la energía y los alientos de una generación tras otra, exigiendo color, mantenimiento; mientras se ufana ante el débil árbol colosal que guarda su historia y sus secretos.

Aunque parezca imposible, esta guarda una memoria que es creada a su vez por todas las memorias que la habitaron o incluso pisaron sus cimientos. Habla de juegos, secretos y traiciones en cada crujido y se confiesa por sus pecados ante el viento.

Puesto que no siempre es la madre que queremos, puede ser algunas veces testigo, cómplice o verdugo. Pareciera ser una especie de arquetipo en nuestra mente. Es una mezcla entre el héroe, el juglar y la madre. No hay que fiarse ante su inocencia. Hay casas hechas de madera encantada que nunca han conjurado un hechizo; hay casas de madera virgen infectadas por una humedad de soledad y desconcierto. Respirar del aire de una casa conjurada puede envejecerte hasta que decidas habitarla con amor.

Hay casas del árbol para cada historia y de mil colores en la mente de la humanidad, pero se empecinan por lo general en ser trufas llena de bondad. Cuando conozcas una casa en el árbol, primero escucha los que sus paredes cuentan.

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11 comentarios en «La casa del árbol – miniconcurso de relatos»

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