Madre Tierra – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «Madre Tierra». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 22 de agosto!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

El momento es ahora. No sé realmente lo que siento, solo sé que no siento nada, la falta de serotonina en mi mente hace que me sienta vacío. Realmente creo que me voy a alejar del cemento que me rodea. Me iré lejos, ya que el cemento cada vez gana más terreno. Estoy cansado, mi nivel de fatiga ya es demasiado. Me repito una y otra vez que el momento es ahora. Tengo que cambiar mi modo de pensar y rodearme de la madre tierra para que el universo me vuelva a dar esa energía de la que adolezco en este instante.

Me pongo ropa deportiva, abro la nevera y hago acopio de agua. Abro la puerta de mi casa y salgo a la calle, ando alrededor de un kilómetro hasta alejarme de mi barrio. Necesito olvidarme de esta vida tan miserable que me invade y hace de mí una especie de robot adiestrado y adoctrinado para producir. Sí, soy un esclavo; pero según voy bajando por el sendero rural que me conduce hacia el río noto una sensación olvidada. Libertad. Mientras camino mis pensamientos se van dilucidando, van siendo claros. No es mi culpa. No hago más que trabajar y no es justo que sólo tenga energía para tal menester.

Mi nombre es Noelia y soy una de las pocas sobrevivientes de la enfermedad de mbox que azotó a la humanidad hasta casi dejarla extinta.

La madre tierra por fin es libre de su mayor depredador, el ser humano.

Mi estado anímico ha mejorado, el sonido del agua fluyendo me ha dado quietud y sosiego. Menos mal que no me vacuné contra la mal llamada viruela del mono, la OMS decidió cambiar su nombre para no estigmatizar, especialmente al colectivo homosexual…

El momento es ahora. Me siento mejor. Pero al disminuir de forma abrupta la población mundial, los supervivientes estamos expuestos a un mayor nivel de explotación laboral. Ya no tenemos días libres y las jornadas laborales de dieciséis horas son agotadoras. Ojalá me hubiese vacunado. Un fallo en un gran porcentaje de vacunas hizo que mis congéneres sufrieran reacciones secundarias produciendo en la mayoría la muerte.

Me llamo Noelia y soy la presidenta de la asociación «Salvemos a la madre tierra», probablemente este cargo me volvió a dar la ilusión por vivir porque realmente no encontraba el sentido. Mientras vuelvo a mi casa piensa y todo lo sucedido podría haberse evitado. Pasó todo muy rápido. Aligero el ritmo, ya que mis ocho horas de descanso entre jornada y jornada laboral está a punto de expirar, quien me iba a decir que a día de hoy, en el año 2026 iba a vivir todo esto. No es justo. El momento es ahora…

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

La madre Tierra habia dejado a su hijo desamparado.

El pequeño Pipo se encontró caminando por un polvoriento camino que le impedía respirar. Más su fortaleza genética se abrió en su mente a igual su madre un día rompió aguas para facilitarle la salida al mundo.

Sí, la madre Tierra le había echado a la vida sin enseñanzas, ahora bien Pipo se labraría su propio yo, sin miedo, para eso era hijo de quien era…

Siendo conciencia pura Pipo se adentro por aquel camino con alegría.

Al presenciar la grandeza de la naturaleza, sintose tan poca cosa.

Lleno de gozo infinito con paso ligero siguió caminando, de pronto notó el sentir de que el mismo iba a ser»Madre Tierra» pero su amor por aquel ser, que venía a la vida, le llevaría a protegerle…

ANTONICUS EFE

Se ha muerto el jardín de las delicias,

La Madre Tierra entra en depresión,

Selene la cubre de caricias,

Uoroboros comienza la transformación.

La Parca siega los restos del jardín,

las raíces son su salvación,

una niña emerge como un serafín

La Madre Tierra le da su bendición.

Los peces vuelven a multiplicarse,

de las almenaras salen notas de celebración,

en el monte del destino vuelve a anunciarse:

¡”Antonicus Efe tiene que ganar la votación”!

Palabras de la Madre Tierra pronunciadas en el Concilio Universal III, celebrado ante la Fuente Primigenia de la Cordura, instantes antes de conocer que su destrucción era casi irreversible.

TALI ROSU

A la Tierra

Con los ojos abiertos y el alma arremolinada,

suspirando por dentro y marcando mis pasos, bien, en tu falda.

He venido a sanarte y eres tú quien me salva;

tumbadita en la tierra contigo de madrugada.

Y hoy bailé,

aunque primero me enterré y disfruté.

Disfruté de cada estímulo sentido

que creía que había perdido.

Me acerqué sin saber que te encontraba.

Vine ayer, dispuesta a limpiar tus venas,

porque eres tierra que tiembla;

eres víctima de una guerra que empezó en tu corazón.

Me perdí

porque ya no te encontraba

cuando en mi interior buscaba;

había dejado de sentir.

Hoy desperté enterrando mis penas,

olvidándome de condenas.

Desperté sintiendo, por fin,

que sé que soy parte de ti.

Y hoy jugué,

aunque en mis sueños naufragué.

Hoy preferí encontrar mi calma,

contigo en esta fría mañana.

Tranquilidad que en mí emanas

hoy me deja respirar

porque por fin estoy en paz;

tumbadita en la tierra, sin más.

DAVID MERLÁN

LA MADRE TIERRA

Dejábamos hace un par de semanas el relato de las Crónicas de Santa Marta con la confirmación de un rayo de esperanza…..

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Decidí dejar de agarrarla por los hombros y ambos, aliviados y llenos de satisfacción, nos dejamos caer en sendos sillones de su sala de estar, aquel laboratorio improvisado que Isabel había montado con el único objetivo de intentar llegar al punto donde nos encontrábamos. Producir energía y con ello alimentar la fabricación del nuevo plástico.

Descansando, me fijé un poco más en aquel lugar.

El frenesí anterior no me había dado la oportunidad. La sala de estar de Isabel, con sus paredes desconchadas y la iluminación tenue, parecía distinta ahora. Como si con la nueva energía todo se viera distinto. Era el tipo de lugar que no parecía albergar grandes esperanzas, pero aquella noche, dos científicos exhaustos y desesperados habíamos encontrado una chispa de posibilidad en medio de las ruinas y el caos.

Me levanté tras cinco minutos. Mi carácter inquieto me impedía «relajarme» por más tiempo.

Isabel estaba en la cocina y al notar mis movimientos, me ofreció algo. Le acepté un café, o lo que fuera aquello que tuviera en su destartalado mueble que hacía las veces de despensa.

Mientras esperaba por él, me acerqué a ver el estado de nuestro experimento. Me apoyé en la mesa y me incliné para verlo mejor. Todavía asimilando el milagro que acabábamos de presenciar, analicé el fruto de nuestro trabajo para descubrir que el plástico rudimentario se enfriaba a buen ritmo en el molde improvisado.

—¿Qué haremos ahora? —pregunté alto para que me oyera, rompiendo el silencio.

Isabel entró con dos tazas humeantes y me miró, con una determinación que iluminaba sus ojos cansados.

—Lo primero es replicar este proceso —dijo ofreciéndome uno de los cafes—. Necesitamos producir más plástico y mejorar la fórmula. Debemos asegurarnos de que es sostenible y funcional para nuestras necesidades.

Asentí, sabiendo que el camino por delante sería arduo. La creación de plástico a partir de materiales no tradicionales era solo el comienzo.

Las aplicaciones eran vastas y las necesidades, inmensas. Además, nuestra Madre Tierra de seguro que nos lo agradecería. El nivel de degradación sufrida tras el conflicto con las máquinas y la explotación salvaje y sin miramientos a la cual habían sometido a la una vez llamada Pachamama o Gaia, según se prefiera, había llegado a unos niveles tan insostenibles e insoportables que las predicciones más pesimistas de aquellos colegas del pasado que muchas veces habían pronosticado el cambio climático, se habían quedado terroríficamente cortas.

—Y después —continuó Isabel, mirando hacia el futuro con una mezcla de esperanza y realismo—, debemos encontrar la manera de compartir este conocimiento con otros. Necesitamos crear una red de científicos y técnicos que puedan ayudar a expandir y perfeccionar esta tecnología. Hay que propagar este descubrimiento como una pandemia. Que llegué a todos los rincones del planeta. En eso somos mejores, no, no es que seamos mejores, somos su peor pesadilla y sabes porqué, porque sentimos, estamos llenos de vida y tenemos alma y corazón. Muy distinto de esas cosas de ahí fuera que solo funcionan por el principio de acción-reacción. Si logramos producir en masa ese plástico y logramos fabricar el recipiente de la máquina del tiempo de tu abuelo, podremos viajar atrás en el tiempo y deshacer este infierno. Las máquinas nos temen y saben que su único punto de ventaja en estos momentos es que no disponíamos de plástico. Con esto—mientras señalaba el molde—, somo más fuertes. Somo temibles y ellas lo saben. Y no solo eso. Ten encuenta que con el plástico podríamos construir un infinidad de otras cosas, con lo cual le daríamos la vuelta a la tortilla—. Acabó de añadir con un tono que sonó a la primera arenga de una incipiente rebelión humana.

—Diras que «podré» no que «podremos».

—No te entiendo—me contestó ella.

—Digo que yo podré viajar en el tiempo, no cualquiera. Es mi responsabilidad.

—Bueno…, si…, ya…, lo que quería decir es que vamos a necesitarnos todos para poder fabricar todo esa cantidad del nuevo plástico para poder fabricar el recipiente que necesitamos.

—Si. Tienes razón. Este diminuto molde de ahí, apenas nos va dar para producir unos pocos gramos de plástico y por lo que dicen las notas de mi abuelo, necesitamos al menos…diez kilos.

—¿Tanto, estás seguro?

—Si. Por desgracia si. Date cuenta que no podemos arriesgarnos a hacer solo uno. Tenemos que cubrir la posibilidad de que falle algo con el recipiente.

La tarea parecía titánica, pero yo ya le había dado la razón convirtiéndome en su primer seguidor.

Eramos conocedores de que no estábamos solos en esta lucha; había otros, ocultos en los rincones de nuestro mundo devastado, esperando un rayo de esperanza como este. Además era muy consciente de que yo había sido parte del problema al viajar en el tiempo a Santa Marta del Grillo Cojo y coger los manuscritos de mi antepasado Federico Arboleda.

Si alguien tenía algo que decir en toda esta historia, sin duda era yo.

—Está bien.—me respondió ella sin querer cuestionar mis cálculos.

Por un momento, el peso de los años y las dificultades pareció desvanecerse. Habíamos dado el primer paso hacia un futuro incierto, pero lleno de esperanza.

ARMANDO BARCELONA

HIJA DE LA LLUVIA

Nuestra atención se centró en el viejo cuaderno. A Paciano le acuciaba, tanto como a mí, la curiosidad y dio por terminada la jornada laboral por ese día. Salimos del sótano y lo llevamos todo a mi estudio, donde podíamos dedicarnos a su examen con más comodidad.

Por detrás del estuche que protegía el daguerrotipo del linchamiento, aún se podía leer lo siguiente: «William Walker. Filibusteros. Rancho San Miguel, La Cienaguilla». No había marcas ni leyendas en la otra placa; en cuanto a lo que pensamos que era un cuaderno, resultó ser una simple carpeta de cuero, que guardaba en su interior un buen número de hojas sueltas, escritas con dos caligrafías distintas, como pudimos apreciar tras un primer examen, una pequeña, prieta y ordenada, mientras que la otra mostraba rasgos más largos y enérgicos. Parecían ser pensamientos, reflexiones, que reflejaban momentos de la vida de alguien, Virginia y Garibaldi, quisimos creer, y lo primero que leímos afianzó esa apreciación.

Me gusta la aridez resignada del desierto, la falsa realidad de sus paisajes distorsionados por la caprichosa agitación de la calima, ese gélido aliento a muerte sideral, que estremece las rocas milenarias, amortajadas bajo el manto estrellado de la noche y como el cactus, que para sobrevivir enraíza en la costra polvorienta de la tierra mientras alza sus brazos al cielo en señal de sometimiento, yo me agarro a la vida en el artificio punzante de la sumisión.

El preámbulo no podía ser más prometedor, aquellas páginas quizás encerraban la clave del enigma, el testimonio que echase luz sobre la historia del indiano y su esposa. No pude evitar que la emoción del momento cerrase mi garganta con un nudo, pero Paciano, impaciente, me instó a continuar leyendo y yo solo deseaba hacerlo.

Mi nombre de nacimiento es Abigail. Vine al mundo en Gila Bend, condado de Cochise, Arizona, en un entorno hostil, carente de amor y marcada por la desgracia. Es cruel ser la hija del predicador Zackariah McMeekin, el clérigo loco que asesinó a nueve prostitutas entre 1839 y 1840, a mayor gloria del señor y expiación de sus pecados, destrozando sus cabezas a golpes de hacha, para luego mutilar los cadáveres en una deleznable ceremonia ritual, antes de enterrarlas en el patio trasero de la iglesia.

No conocí a mi madre. Se llamaba Sara y era una mujer muy bella, temerosa de dios, me dijeron. Murió en el parto y durante cuatro años crecí bajo la férrea disciplina de mi tía Deborah, hermana mayor de mi padre, una mujer oscura, obsesionada con la presencia del demonio en todo aquello que no fuera trabajo, dolor y mortificación. Nunca disfruté de amigos, jamás me fue permitido el más ligero esparcimiento, tener contacto humano, jugar con otros niños; mi infancia transcurrió en una enfermiza burbuja protectora para evitar mi contaminación con el diabólico mundo exterior. Sin embargo, a mi manera, al no haber tenido oportunidad de conocer otra forma de vida, me sentía feliz en aquella lóbrega y deprimente mazmorra que era mi hogar. Pero todo cambió aquella noche de primavera de 1840, en la que el sheriff Brandown, escoltado por dos de sus ayudantes, se presentó en casa para llevarse con él a mi padre y a tía Deborah, con la soga del verdugo pendiendo ya sobre sus cabezas pecadoras.

Al reverendo lo colgaron tres meses después, tras un juicio que puso al descubierto el repulsivo espectáculo de sus crímenes y despertó la indignación de todo el pueblo; a ella la encerraron en un correccional y ya no volví a verla nunca más; alguien me dijo que murió en Yuma, años más tarde.

Aun siendo, como era, una niña asustada, inocente de toda culpa y desvalida, los pecados de mi familia me convirtieron en un ser despreciable, incómodo y repudiado por la comunidad; fui aborrecida, hasta el punto de que las autoridades del condado ofrecieron una importante cantidad de dinero a quien se ocupase de mi custodia, en tanto en cuanto yo estuviera en disposición de cuidar de mí misma. Pero nadie quería tener trato con la hija del predicador maldito, a excepción Job Fowers, un viejo buhonero borracho, sucio, que olía a cebolla y orines, que vio la oportunidad de hacerse con una buena cantidad de monedas sin ningún esfuerzo; el pueblo entero respiró aliviado y no hubo una sola voz que se opusiera a semejante monstruosidad. De manera que una mañana de principios de otoño, arrumbada en el fondo de la carreta de Fowers, como un fardo más de su andrajosa mercancía, salí de Gila Bend, para no volver jamás.

Nos adentramos en el desierto de Sonora, en dirección a México, donde el miserable pensaba cambiarme por una buena provisión de tequila y tabaco, pero ningún cantinero quiso aceptar el trato, era demasiado pequeña para trabajar en cualquier ocupación y alimentarme durante dos o tres años, hasta que pudieran sacar algún rendimiento de su inversión, no les parecía buen negocio. Así que Flowers se encontró con una carga que no estaba dispuesto a soportar. La bolsa ya mermada, con las reservas de aguardiente en precario y rotas sus expectativas con respecto a mí, sin el menor atisbo de humanidad, me abandonó en el desierto poco antes de pasar nuevamente la frontera de regreso a Arizona.

No habría tenido la más mínima posibilidad de amanecer a un nuevo día, de no cruzarse Anakwa en mi camino, un indio hijo de la nación Kikapú, que me llevó con él como una más entre los suyos. Crecí con su familia a las afueras de Átil, junto a la misión de Santa Teresa, donde los franciscanos me enseñaron a leer, escribir y hablar en español, mientras intentaban hacerme creer en su dios, el mismo que alimentó la locura de mi padre, arrastrándome al infierno con su pecado. Crecí rodeada de imágenes, leyendas y crucifijos, que los frailes pretendían divinizar, pero fueron mis hermanos indios quienes me enseñaron la esencia verdadera de lo sagrado, que se encarna en el coyote, hijo de la Madre Tierra, raíz de la vida, diosa protectora que nos ofrece cobijo. Ella nos da las montañas, los ríos, las plantas, los animales, y deja que el sol la preñe cada día con sus rayos y así parir cosechas, frutos, rebaños, en definitiva, nueva vida.

Fue Anakwa, mi padre, quien me enseñó a cuidarla para los que vendrán detrás de mí, porque la Tierra no es de nadie; nos deja pisarla, respirar su aire, alimentarnos de ella, nos ama, y al morir, guía nuestra alma en la integración de su nueva existencia. Por él, mi padre, supe que todo lo que tiene vida está conectado entre sí, la materia y el espíritu se entretejen en una compleja red y que todas las cosas vivientes están imbuidas de un significado sagrado. Sus enseñanzas y lo que aprendí de mis hermanos kikapús, hicieron de mí la mujer fuerte que soy y aunque físicamente distinta, me considero una india más, orgullosa de pertenecer a la tribu que me dio la oportunidad de una nueva existencia. La incomprensión y necedad de quienes dicen amarme abominan de mi nombre para conocerme por otro distinto, pero me llamo Witari, mensajera del agua, hija de la lluvia y este es mi legado.

Ya no cabía la menor duda, el 8 de septiembre de 1869, cuando atracó en el puerto de Luarca, Witari viajaba en «La Favorita» junto a Xuan Rendueles, y era la mujer que posó sentada, junto al indiano, para el otro daguerrotipo. Witari era Virginia, nunca hubo mulata ni «… exótica india nativa», como la describió el Plymouth Evening Herald, ya que pese a sentirse hija dela nación Kikapú, era una mujer blanca. Si alguna vez hubo un tesoro oculto entre las paredes de aquella casona, lo teníamos delante y aunque todavía quedaban muchas preguntas pendientes de respuesta, las piezas del rompecabezas habían comenzado a encajar.

BENEDICTO PALACIOS

MADRE TIERRA

El pasado, del que tenemos noticia, está saturado de rencillas y peleas entre dioses. Cosas de viejos. Cuantas noticias nos llegan de su mundo resultan ser confusas, porque ellos mismos viven en un ambiente que se presta al desconcierto. Les mata el aburrimiento, como lo manifiesta su rostro de color limón. Tienden a distinguirse, pero a nosotros nos parecen iguales y les fastidia que nosotros lo sepamos y tengamos razón y libertad para expresarlo.  Este fue precisamente el origen de las disputas. ¿Les hacemos o no les hacemos libres? Unos se arrepienten si lo piensan, otros ni eso.

Les estorbábamos y por eso nos echaron a la tierra. A su pesar tenemos con ellos bastante parecido. Y aquí abajo muchos siguen sus mismas reglas.  Prosperan las disputas, los bulos, las envidias y las maledicencias. No habría problema si todo se quedara entre palabras. Pero eso no nos lo enseñaron y muchos entre nosotros lo pagan con una muerte pronta e indeseada.

Cuando nos lanzaron a la tierra, lo hicieron con desprecio, que se fastidien y penen por comer, que la madre naturaleza les sea hostil. Y en esas estamos, tratando de dominar lo que de suyo nos es violento e inestable.

Pero donde reina la negación y la censura también habita el aprecio y la querencia. ¿Cómo si no prosperaría la flor que nace entre losetas? ¿Quién le ha prestado el humus para que germinara?

Joaquín vestía a diario con gabardina, hiciera frío o no, y yo hacía apuestas con mi amigo Andrés. ¿Dormirá con ella puesta? Era un tipo tan raro que habitando un primer piso no entraba por la puerta principal sino que gateaba por la ventana que siempre dejaba abierta.

—¿Por qué no utilizas  la puerta como todo el mundo?

—Porque yo no soy de ese mundo.

—¿De cual entonces?

—Del mismo que el de esa flor que prospera entre baldosas.

—¿Qué tiene de particular?¸

—Que sobrevive en la parvedad. La madre tierra lleva siglos enseñando lo poco que se necesita para subsistir. Yo lo aprendí y lo practico.

B. Palacios

RAQUEL LÓPEZ

El caos se cernía sobre la tierra, el planeta estaba herido. Los bosques, mares, océanos, montañas, selvas….estaban llamados a la desolación y la devastación humana.

Cada helecho, cada coral bajo el mar, cada abeja polinizando una flor, perdía su esencia, la de la vida.

– ¡ Madre Gaia! ¿ Que podemos hacer ante tanto dolor?- le preguntaron los árboles y los animales del bosque.

¡Sí!, ¿ Donde podremos volver a contemplar el azul del cielo, del mar, los verdes campos…?

Un tímido brillo acariciaba sus ojos, Gaia estaba llorando.

– Le enseñaré al mundo entero el averno en que vivimos, seguiré mandando mi furia sin piedad, hasta que puedan volver a escuchar el silencio y comprender el lenguaje en el que los ríos susurran y el océano ronronea con el ritmo de las olas.

Que aprendan a escuchar la vida que hay en los bosques y volveré a ser la voz del planeta para que mi furia no vuelva a desatarse nunca más.

Tersura que germina de una matriz,

madre naturaleza,

gravidez infinita de muchas existencias.

Besos de tierra

surcos de enigma

acunados por raíces fértiles de vida.

Poder insignificante

que de ser nada lo es todo,

sueños que crecen

milagro que no acaba

semilla que mece el viento,

mágica luz de esperanza.

PAQUITA ESCOBERO

El sol que ahora arde en el cielo, oscurece los sueños, abrasando la Fe,

de la herencia de tierra que hemos negado, al futuro de humanos que no quiere ver.

El otoño se acerca confuso a esta tierra herida, que no ve más salida que la destrucción de su ser. Y las lluvias empañan las aguas que regaban la vida haciéndola retroceder.

No aprendimos nada del pasado y vagamos errantes sin poder comprender, que el tiempo era menguante y no hay planeta que aguante al humano arrogante sujeto a su piel.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

FINIS TERRAE

La exclusividad de alcanzar territorios vírgenes e inexplorados es una sensación difícil de explicar para quien nunca la ha vivido.

Desorientado ante la enorme extensión líquida que se ofrecía ante sus ojos, Neil intentó asimilar la realidad. Saber que el brumoso amanecer que contemplaba sería el primero del resto de su nueva vida le producía un vértigo espantoso.

Observó los pedazos de la nave. Era el único que había logrado llegar vivo y desde hacía ya un buen rato todo le parecía increíble. Con el caos y la incertidumbre como inseparables compañeros de viaje, la experiencia sufrida le había hecho comprender de nuevo el sentido de eso que llaman vida. Fue en ese instante cuando descubrió, con profunda tristeza, que ya casi había olvidado vivir.

Por fin reaccionó. Se despojó de todo y comprobó que podía respirar. Extendió los brazos, se adentró en el agua y rompió a reír, sintiendo cómo las gotas le salpicaban la cara. Al fin y al cabo, aquello no era tan diferente, pensó.

Perdido en algún punto de la constelación de Caótica-B, a miles de años luz de la vieja madre Tierra, por unos momentos se resistió a asumir su nueva condición de náufrago. Aunque ostentase el cuestionable privilegio de ser el primer humano en pisar este curioso planeta. Al menos, eso parecía.

IRENE ADLER

COLONIA 7

El Viejo Saúl dice que matamos al Dios equivocado.

Todas las noches, antes de la cena, su voz gutural entona una lenta oración jaculatoria, y los treinta colonos, con las cabezas inclinadas, esperamos en recogimiento a que el Viejo Saúl nos bendiga la comida frugal a base de carne de rata o de lagarto.

El Viejo Saúl se quedó ciego de niño al caerse en una mata de acónito. Dicen que su madre intentó curarle los ojos con agua de flor de saúco, y aquello resultó ser aún peor.

El Viejo Saúl es realmente viejo: su ceguera fue el comienzo de todo, según cuentan. El primer ser humano atacado por las plantas. Después empezaría el final. La larga peregrinación hacia las cuevas. El destierro o la diáspora. La formación de las primeras Colonias por los supervivientes. La vida en la oscuridad. El aire contaminado por esporas invisibles y asesinas que nos obligó a ocultarnos, huyendo de una muerte lenta por asfixia.

Las neurotoxinas del tímido laurel o de la cándida rosa; la exhalación mortífera de las adelfas y los helechos; el gigantismo del Heracleum Constrictor, capaz de matar a un hombre adulto con la ternura de su abrazo. Hasta la persuasiva sombra del ciprés, el eucalipto o las magnolias, se ha vuelto peligrosa para el ser humano y su resina provoca cardiopatías severas en los niños. Ahí fuera, todo lo que brilla, mata. Y hasta la luz del sol nos ha sido secuestrada por un tétrico verdor oscuro, siniestro, que oculta y nos niega el cielo y el pálido fulgor de las estrellas. El fulgor de lo perdido.

Empezó como una rebelión silenciosa, corta en el espacio y el tiempo. Quisimos combatir su crueldad depravada con nuestra propia crueldad depravada y éso sólo lo empeoró. Los pesticidas fumigados a discreción desde el cielo las hicieron a ellas más fuertes y tóxicas y mataron a gran parte de los nuestros. Huimos a minas y grutas profundas en la tierra; encendimos fuegos para mantener alejadas a las raíces y a las saxifragas; arrancamos hulla de la tierra para alimentar las hogueras porque la madera, al arder, producía un humo negro y venenoso como cicuta. Ya no había aire puro que respirar, porque todo se había teñido con la fea singularidad del cólquido, el estramonio, el laburnum o la belladona. La muerte y la dormición acechaban a los incautos que se aventuraban lejos de la seguridad de la piedra.

La vida se ha convertido en un presidio y la muerte no nos libera de nada. He oído a algunos colonos hablar sobre la escasez de hulla para las hogueras; del avance inexorable de la hiedra en los confines de la cueva; de la monstruosa voracidad de las droseras. El Viejo Saúl reza a un Dios equivocado mientras nosotros inclinamos la cabeza, más aterrados que humildes, conscientes de que faltan en la mesa y por igual, la comida y la esperanza.

La Madre Tierra es ahora una madrastra cruel, amoral y despiadada.

Y la Naturaleza— ese Dios al que nunca quisimos escuchar— reclama con violencia inaudita lo que es suyo; aquello que con violencia inaudita nosotros le quitamos.

Y pareciera gritar, desde la oscuridad verde que es su templo y su dominio:

“Absurdos y pretenciosos hijos del carbono, tan frágiles en vuestra arrogancia que hasta el delicado aliento de una flor puede mataros”.

CARMEN BERJANO

Por fin estaba en el sitio de mi recreo.

Llevaba meses necesitando vacaciones y estas eran las que había soñado. Sola con mi perra en la finca familiar.

Me esperaba una semana de paseos, lecturas, comidas ricas, lumbre y mucha relajación.

Estaba en mitad de la nada.

En una dehesa despoblada en la guerra civil, limitada solo por el río.

El río, donde de niña me bañaba con mis primos en esa agua transparente.

Llegué, coloqué la comida en la nevera y me fui con Brisa a pasear por ese río.

Era febrero, recordé que ya podían estar las orquídeas y estaba deseando ver abejarucos, que hacían colonias cerca.

La madre tierra era generosa en Extremadura, y en esta zona la diversidad era tal, que cada época tenía su encanto.

Bajé con Brisa por el camino.

Fotografié los petroglifos.

Quería recorrer alquel cerro como si fuera la primera vez.

Pero los recuerdos se imbricaban con mis vivencias presentes.

Ahora recordaba los paseos con mi abuelo.

Cuanto amor y cuidados suyos reinaban en aquel cerro.

Brisa paseaba tranquila a mi lado, olisqueando todo.

Llegamos a las ribera.

No pude evitar emocionarme.

La luz cálida del atardecer se reflejaba en el río.

Los oleres a junco y poleo menta bailaban dentro de mi.

Una sonrisa surcó mi cara y reflejó mi serenidad.

Brisa comenzó a escarbar en un terraplén en la orilla.

Yo estaba sentada en un tronco junto al agua.

Brisa adoraba escarbar y decidí dejarla disfrutar de ese momento, mientras yo fotografiaba el río.

Volví la mirada a Brisa. Seguía afanada en su tarea y la tierra reblandecida por las lluvias de la semana pasada, le ayudaba.

De repente una piedra salió despedida entre las patas de mi mastina y me alcanzó de lleno en mitad de la frente. Mi cara se llenó de sangre y Brisa vino a cuidarme.

No me imaginaba un final así, pero Brisa me lamía la cara y era agradable.

En verdad era un final precioso a una vida plena, en mi lugar favorito y con mi perra, compañera fiel de los últimos diez años.

– ¿Qué le ocurre? ¿Está usted bien?

Escuché y me dije: pues no, no era el final.

HAROLD LIMA

Una accion misericordiosa.

El claro de bosque se iluminaba con algunos rayos de sol que temerosos se escurrian. Las pequeñas figuras aparecian entre lo verde, algunas se balanceaban entre las ramas, otras serpenteaban, algunas más daban saltos ágiles para llegar.

Ella con suave voz los saludo.

—acérquese todos es hora de aprender. Decía a la vez que extendía una rama para atrapar a uno de sus pequeños estudiantes. El pequeño sonreía y jugueteaba, su suave pelo gris brillaba mientras las ramas lo ponían en el claro, muchos otros extravagantes niños rodearon el árbol parlante; esta era tierra del gran acuerdo aquí nadie era presa o cazador, solo niños y una maestra de los conocimientos antiguos, como lo fue hace 300 años atras, cuando las tribus tomaron el valle rocoso y decidieron no hacer la guerra en este claro.

Ella sonrió al ver a sus pequeños ansiosos de aprender, les hablo de los antiguos tiempos donde las personas eran iguales y vivían en cajas enormes de piedra que alcanzaban el cielo, tambien les hablo de cosas de metal; como los cuchillos de los hombres oso que trabajaban para las personas, limpiando sus casa y preparando sus alimentos estas cosas parecian estar vivas. Pero. Solo en apariencia. Las maravillas que ella contaba extrañaban a los niños que en sus cortas vidas solo vieron la naturaleza salvaje y las ruinas indesifrables que sus padres veneraban como dioses. Ella imagino que sus niños no eran mezclas arbitrarias al azar de animales domésticos y salvajes, imagino que trabajaba otra vez en ese pequeño colegio de las afueras de la ciudad, recordó cuando su piel era suave y no la corteza apenas flexible, recordó sus largos cabellos azabache. Todo era diferente en esos días, trabajabas para conseguir dinero, y los pocos días que o trabajabas gastabas ese dinero en cosas que no parecían ser importantes. Ella antes tenía un nombre, era Juliana como su madre y abuela, las personas necesitaban nombres porque en esos días nadie sabía quién era y vivían con esas etiquetas. Otros se hacían llamar políticos y militares o científicos; cuando llegaron los señores del cielo ellos los llamaron alienigenas y cuando los vieron indefensos trataron de vencerlos, hacerse de su tecnología y conocimiento, algo inevitable pues las personas del pasado eran ambiciosas y egoístas.

La guerra duró algún tiempo y las naves de los alienigenas caían ante las armas humanas, mas un día ellos hablaron al mundo entero en un mensaje que se escucho en muchas lenguas: el mensaje era simple:

—Nuestra civilización desprecia el asesinato y por tanto no podemos matar como lo hacen ustedes, nuestra acción será misericordiosa, reconbinaremos su información esperando algún ser sea adecuado para llamarlo igual. Un gran destello y esto fue lo último que la humanidad supo de las naves que se alejaban de la tierra.

Los años siguientes muchos reportaron crecimientos anormales de pelo, dientes y menores cambios de conducta, en una década ya era evidente que el mundo era un lugar distinto lleno de curiosos híbridos dignos de la isla del doctor Moreau. Los similares se reunieron instintivamente en aldeas y ciudades, poco se tardo en iniciarse guerras muy cruentas, a medida que las personas se hacían más animales se comportaban así, iracundos y cada vez más algunos a toda cultura. Ella los vio desde su balcón a la par que sus piernas o más vale decir raíces se incrustaban en lo profundo de la abandonada ciudad, otros como ella quedaron mezclados a plantas más no podían unirse a otros similares y solo se confundieron en bosques, para suerte suya su departamento estaba próxima a una biblioteca y pudo hacerse de todo aquellos volúmenes y acunarlos entre su corteza que crecía y crecía a medida que las décadas pasaban. Leer fue su único consuelo ante su nueva situación, pero también descubrió el placer del sol que la acariciaba, las primaveras que traían a los hombres lobo que arañaban su tronco en un lujurioso ritual que la estremecía de pasión antes de descargar sus semillas al viento.

De eso ya 300 años, los alienigenas no mataban. Sin embargo, acabaron con todo lo que hacía humanos a los humanos. Los pocos que quedaron luego de las guerras entre especies, aprendieron que serían los últimos si no aprendían del pasado, ahora los futuros jefes de aldeas de los hombres oso, jaguar, panteras, tortugas, serpientes, aves y otros se reúnen a los pies de ella para aprender las cosas del ayer, en la tierra del gran acuerdo nadie mata a otros, todos son hermanos como lo debieron ser cuando nos visitaron los señores del cielo.

Ella retorno de sus divagaciones, a la vez que un niño ave extendía su alas para posarse en lo alto de una copa suya. Su azules plumas escapaban de lo que le hizo pensar en un vestido infantil, sus grasnidos apenas eran reconocibles como el antiguo idioma humano.

Ella estaba preocupada un día estos niños solo fueran animales sin conciencia, cada nueva generación era menos que la anterior, más duras para aprender los conceptos matemáticos, físicos o de razonamiento básico. Los que antes leían los clasicos ahora apenas sumaban dos cifras, aun así eran niños que jugaban y reían, sus niños.

Estaba segura algún día los señores del cielo regresarían y desearían hablar con el ser que nació de la permutacion genética y seria digno de llamarse su igual. Ese día posiblemente quedarían los arboles como ella, sabía por los libros, que su vida promedio seria de al menos 1000 años y que si lo requería podía crecer otra vez desde una raíz que se separara, tenía sus raíces extendidas casi en todo el continente, atravez de ellas sabía que sus iguales habían escogido la muerte y los que quedaban se planteaban dejarse devorar por algún insecto en la siguiente primavera o extender sus raíces a alguna zona contaminada para morir lentamente.

El niño tortuga se aproximo sujetando entre sus patas un pedazo de corteza donde dibujo el planeta, era redondo y sobre el un gran árbol extendía sus raíces por encima. Ella sonrió feliz.

—¿Soy yo? Pregunto travieza.

El niño tortuga hablo pausadamente.

—Papaaa, diceee queee. Usteddd, madreee tierraaa.

El resto de niños asintió y todos aplaudieron al pequeño. Los ojos infantiles brillaban el sol se hacía opaco y se perdía sin atravesar las espesas copas de los arboles. Era hora de que cada niño regresara al cuidado de sus tribus y de su gente. Allá afuera eran cazadores y presas, solo animales sin raciocinio, talvez personas aún.

LUISA VALERO

CONVERSANDO CON PACHAMAMA

Todo inició aquel día en el que estaba descansando sobre la tierra en el jardín de mi casa. De repente, sentí como las raíces de un árbol me abrazaban cálidamente. Comencé a escuchar voces en mi cabeza; la giré para averiguar de dónde provenían. Todos los elementos de la naturaleza, a mí alrededor, lloraban: estaban sedientos y reclamaban agua con urgencia.

Entré a la casa agitado para contarle a mi mamá lo que me había sucedido. Ella no me creyó y me dijo: «¡Ay, hijo, cuánta imaginación tienes!» y continuó preparando la merienda.

Me fui a mi habitación y como no sabía escribir hice un dibujo. Después, lo guardé en mi bolsillo y le insistí a mi mamá para salir al parque; sabía que el alcalde solía ir a jugar con sus hijos allí en la tarde.

Mi plan salió a la perfección porque sí coincidí con él y sus traviesos retoños. Cuando lo ví, le solté la mano a mi mamá y me acerqué rápidamente hacia él, le dí unos golpecitos leves en la espalda. Se dio la vuelta y me dijo sonriendo:

—Hola pequeño, te llamas Jorge, ¿cierto?

—Sí, señor alcalde. La tierra me encargó que le diera esto. —le dije mientras le entregaba mi dibujo —. Esta es su nueva misión.

—¿De qué se trata hijito? —me contestó con mucha curiosidad.

—La tierra me dijo que debía construir un pozo en «La alameda vieja». También un molino y placas solares para darle energía a este, por si no hace viento, y se podrá extraer suficiente agua para todo el lugar. La verdad no lo comprendo muy bien, pero pensé que usted sí lo entendería porque es un adulto.

Justo después de informarle, llegó mi mamá, regañándome con su mirada y le pidió perdón porque yo le estaba molestando. Después me agarró fuerte por el brazo y me llevó a casa.

Pasó un tiempo y gracias a que el alcalde creyó en mí, se pudo realizar todo lo que propuso la Pachamama. Ahora la naturaleza está muy sana y feliz. Sin embargo, yo no me encuentro tan bien.

Como el alcalde le contó todo lo que yo le dije a su secretaria, esta me delató a un amigo suyo, que era científico, y organizaron una búsqueda para controlarme: querían aprovecharse de mi poder y encontrar pozos de petróleo.

En cuanto mi mamá se enteró de que yo corría peligro, me obligó a separarme de ella y esconderme.

La Pachamama me dijo donde refugiarme y hasta el momento me continúa protegiendo de estas personas, alertándome y retrasando su llegada para que pueda lograr escapar a tiempo.

Pasaron siete años y sigo intentando escapar de aquellas personas; no creo que demoren en encontrarme.

Escribo esta increíble historia para que me recuerden si muero. Lamentablemente, no escribiré más porque la Pachamama me está avisando, con un pequeño temblor, que los científicos están cerca. Y seguro que los pájaros les van a regalar a estos sus excrementos sobre sus cabezas…

LUISA MARGARITA

«NUESTRA HERMOSA TIERRA HERIDA»

Tengo un macetero peculiar, posee cuatro grandes tinajas y cada una representa las distintas etapas de la naturaleza Están decoradas con paisajes alegóricos qué atrapan los ojos y el alma de quien las mira por la naturalidad de sus detalles y su colorido. Tienen tierra cubana, roja, y si echas cualquier semilla brota el fruto alegremente. Eso se debe a que esta tierra es muy fértil, es la madre que pare orgullosa a sus hijos y que los ama.

Las he preparado cuidadosamente porque quiero que mi hija, llegado el momento, eche en cada una de ellas un poco de mis cenizas.

Así, seré otra vez primavera, también verano y con seguridad un otoño revoltoso y un invierno menos frío!

Estaré de vuelta con cada nueva flor que nazca y con cada pétalo que se lleve el aire a viajar por sobre nuestra hermosa tierra herida!

FRAN KMIL

El color del cielo.

El ideal fue al principio, cuando se adueñó de la frase de una canción que a su abuela le encantaba oír en el viejo artefacto situado en el rincón de la sala. Un aparato antiguo, de forma rectangular, en cuyo centro poseía un platillo giratorio sobre el que depositaba unos discos negros de PVC con surcos y con una palanquita semejante a brazo de una grúa que colocaba cuidadosamente sobre él, lo hacía sonar. Ella lo llamaba tocadiscos. Era una herencia sentimental recibida de su abuela y que algún día él transferiría a su nieto.

“Cambiemos el color del cielo…” cantaba Cristina desde el viejo cajón. ¿Acaso el cielo no fue siempre gris?¿dónde están las estrellas? Y conoció de polución, de contaminantes y depredadores.

Así llamó a la campaña para salvar a la madre tierra: Cambiemos el color del cielo.

En un principio los sentimientos salieron del corazón y en cada tribuna dejaba el alma, pero los obstáculos le fueron venciendo y el dinero…

Muchos pensaban como él y se unieron para corear las consignas.Comenzaron los movimientos, con ellos, los aportes y donaciones, los juegos políticos y los intereses económicos y poco a poco, lentamente, le fueron comprando la conciencia hasta …el cielo tendrá que esperar, lo importante es vivir.

ANGY DEL TORO

BAJO LA LUZ DE LA CRIPTA

Cada minuto de mi vida me ha traído a este momento, al margen del río Canímar, en la ciudad de Los Puentes. Río que ha sido un símbolo del flujo de la vida y de la conexión entre las diferentes etapas por las que he transitado. Cada paso, cada vuelta del camino, me hace recordar los tiempos en que trabajaba como arqueóloga.

Descubrir aquel rosario en una excavación cerca de este río me hacía pensar en lo que representaba cada cuenta del rosario. Un momento crucial en la vida de la Virgen María que va desde su Anunciación hasta su Asunción al cielo. Junto al equipo con el que trabajaba, formado por arqueólogos y otras especialidades, descubría nuevas pistas que, sin proponérmelo, lo relacionaba con mi propia vida y el profundo vínculo que me une con la divinidad.

Al penetrar en las entrañas de la Madre Tierra, encontramos una cripta sumergida dentro de una de sus capas. Mientras excavábamos, en una primera loza, hallamos una imagen sobre un lirio que plasmaba el momento en que el ángel Gabriel anunció a María que sería la madre de Jesús. Intentaba pensar y orar; pero la emoción me hacía sentir que el ángel guiaba mis pasos y me conducía hacia una segunda cuenta. Una chica nombrada Isabel abrazaba a su prima María, dos nombres translúcidos que aparecían grabados en la ilustración.

Mientras que mis colegas continuaban marcando cada una de las piezas, yo repasaba con una escobilla los residuos de tierra y roca que escapaban de los estratos de la Madre Tierra.

Desde otra capa, aún más baja que la anterior, alguien señaló: “he aquí algo refulgente cual si fuese una estrella”, me acerqué y me dejé llevar por el trinar de los pájaros y el suave gorjeo de las palomas. Al pasar la escobilla sobre el grabado, una capa de tierra diferente envolvía mis guantes. ¡Es un pesebre! Exclamé, sí, lo que está grabado es algo así como un establo.

Tardamos unas tres horas más, y a 19 cm bajo el nivel de la capa anterior, nos encontramos con un conjunto de huesecillos perfectamente alineados y tan cortos como falanges dobladas en puño. Cual no fue mi sorpresa cuando al hurgar entre los pequeños huesecitos, resplandecería una cruz, “la pasión y muerte de cristo Jesús en la cruz”. —pensé.

Un rayo de sol alumbró el espacio abultado que sobre la tierra reposaba. Nos sentimos atrapados por aquella luz, la que, sin poder explicárnoslo, dirigía nuestros pasos. Alguien del equipo, que ahora no recuerdo su nombre comentó: “para completar el rosario, solo nos falta la última cuenta, podría estar adornada con alas de ángel o una figura ascendiendo. Recuerden que es aquí donde la historia de María se entrelaza con su propia ascensión al cielo”. Y apuntaba desde lejos con sus dos dedos, el índice y el del corazón.

Este es el destino final, expresé, y al parecer nos piden que escarbemos allí. Ilusionada, mientras meditaba en que si lográbamos desentrañar “los misterios” de seguro conseguiríamos enfrentarnos a lo desconocido y nunca más estaríamos solos.

Hoy agradezco recibir este regalo, un rosario perfumado y de color rosa fucsia que mi niña, a quien amo, me ha traído desde el mismísimo Vaticano, y me emociona el imaginar que haya sido bendecido por su Santidad.

LVIS GARES

Volver a empezar

Y allí, encaramada, en lo alto del tejado y elegantísima, la vimos alzando sus delicadas manos al cielo como dirigiendo la orquesta sinfónica más prestigiosa del mundo. Minutos después, el suelo se estremeció, olas gigantes y terremotos de magnitud inimaginable, barrieron de Norte a Sur y de Este a Oeste, el planeta tierra. La gente corría de un lado a otro intentando salvarse del mayor fenómeno atmosférico presenciado por el ser humano. Corrían los primeros meses del año 2021, el mundo continuaba tambaleante a causa del virus del año anterior y nada parecía hacer pensar que el año que acababa de empezar podría superar en adversidades a su predecesor. Fueron días de desasosiego, de inundaciones, incendios devastadores, tornados, terremotos, tormentas de granizo y multitud de desdichas que cambiaron el panorama de nuestro querido planeta.

África se unió físicamente a Europa y América se convirtió en dos islas y lo que conocíamos como América del Sur se situó al Este de Nueva York. La Antártida dejó de existir y el planeta se llenó de oscuridad.

La población mundial quedó definitivamente diezmada y comenzó el nuevo mundo.

Ahora, el planeta, eso sí, ya no está contaminado, la gente es más amable, más respetuosa, más trabajadora y deja de contaminar el medio ambiente. Se nota mucho, se nota porque el aire es más puro, hay más seres vivos y la flora y la fauna crecen a gran velocidad.

Dicen que fue la madre Tierra aquella que vieron en el tejado. Estaba enfadada por como la tratábamos y desde aquel día todo parece ir a mejor. ¿Era necesario forzar tanto la máquina para darnos cuenta?

La gente parece concienciada y ahora no quieren ponerla a prueba de nuevo.

Nos demostró su poder y ganó la batalla.

MARTU MONFORTE

Madre Tierra

Eres cuna amorosa de todas las simientes, brindas frescura y amparo; haces de la espera una canción que besa el sol.

Sos eterno arrullo, hogar tibio; fuente de vida sagrada.

Abres tus brazos y te das, nos das tus flores y su fragancia, tus cosechas que son nuestro sustento, el agua pura; manantial de vida.

A veces, te descuidamos; no escuchamos tu tristeza.

Madre Tierra, Reina de arroyos cristalinos, verdes valles, montañas que se alzan hasta la luna, mares que te besan y te abruman, llanuras preñadas de cultivos, pero en estos tiempos te envuelve un aire que se ha vuelto amenazante, destiñe todo verdor, toda esperanza, toda vida… Sé que los pájaros presienten tu desolación y anidan cerca de tu pecho en un intento desesperado por sostener tu alegría; intentan mitigar con sus trinos el derrumbe que acarreamos nosotros.

Caemos cien veces y siempre nos recibes con los brazos abiertos. No nos permites permancer derrumbados; levantarse y seguir, ese es tu lema. Siempre seguir, en el horizonte sonríe la utopía. Hoy el hollín y la intemperie dibujan y ensucian ese horizonte…

Madre Tierra, ahora la lluvia te bendice, recibe este árbol como ofrenda de mi amor, escucha: te pido perdón.

Madre: volvamos a empezar.

GRACIELA PELLAZZA

Aprendi a caminar descalzo.

Todos los perros, liebres y zorritos no usaban zapatos. La tierra era un suelo de confianza, tibia al sol, húmeda para la siembra, guardaba mis huellas. Quién sabe porqué razón ella siempre supo que iba a volver.

En todos estos años la extrañé.

Lo confieso ahora que he dejado de ser aquel pendejo que agarró la bolsa aventurera y se fue a chequear rascacielos.

Cada cosa tiene su encanto me dijo mi amigo que se quedó con las cabras, y su viejita buena. Al que olvide un día de mandarle cartas, y me creí más hombre porque vivía en una ciudad más iluminada.

Hace unos meses volví

No vine derrotado.

Creo que entre tanta cosa, me sentía vacío. A este hombre mediocre le faltaba respirar albahaca, la fuerza del eucalipto. Ser él que se fue.

Vine en busca de un lugar, del espacio donde crecen semillas con la lluvia, donde te aguarda el árbol y te regala fruta, donde enterré a mi viejo y mi madre hace sopas, donde todavía mi amigo entiende y me muestra orgulloso unos changuitos, qué también andan descalzos.

La tierra perdona; sabe que te vas a volar un rato, tiene paciencia de lagarto y te espera. Tolera tus inquietudes, y en el mientras tanto ejerce. No te llama, esta segura, te aguarda.

Y en las bienvenidas brota… y te brota.

YOMALCKRY OSORIO

Madre Tierra que nos consuela con tu sagrada belleza.

escribo estos haikus para rendirte un gran homenaje

desde lo intriseco de este corazon .

  1. TITULO: ESTACION.

Primavera que espero con tanta fuerza.

Para redimir y sanar las penas y las tristezas.

En este mundo paralelo.

  1. TITULO: CIELO.

Luna que observo con sutil encanto

Solo pido un deseo

Que el rostro amable de ella

Se refleje en tu sonrisa.

TITULO: FLOR.

  1. Rosa del alma

Que esparces delicados aromas

Por estos desiertos a veces intransitables

Pero de belleza inigualable.

CORAZON.

  1. Retumba con tanto ahinco.

Como si fuese un ciclón embravecido

Borrasca de sensaciones

Que llevan al límite de la desesperación.

AGONIA.

  1. Con delicadeza y fortaleza

Lleva este dilema

Que sobresalta la calma

Del espíritu contenido en un suspiro.

Imagen: De mi galeria .

EFRAÍN DÍAZ

Decía mi padre que la madre tierra era la más generosa de todas. Si la ciudabas y la labrabas, te daba de comer. Pero así de generosa como era, podía engullirte.

Y que sabía mi padre de esto? Era un viejo agricultor que nunca había asomado las narices más allá de los lindes de su finca. Un viejo inculto que no pudo terminar la primaria y se jactaba de sabiondo.

Tenía que irme de la casa paterna. Así como me daba seguridad, me privaba de la libertad. No quería envejecer como mi padre. Pasar toda mi vida labrando el mismo pedao de tierra y criando los mismos animales que luego nos servirían de alimento. La vida debía tener algo más que ofrecer. No puede ser que mi vida se reduzca a un pico, una azada y una coa.

Entonces, cuando tuve edad, enlisté en el ejército. Al principio, mi padre no estaba de acuerdo. Decía que había un mejor futuro que ser carne de cañón. Pero ya mi decisión estaba tomada. Me iría a la milicia a hacerme hombre y a ver mundo.

Con los ojos llorosos, mi padre me echó la bendición y me abrazó. Nunca había visto llorar a mi padre. Era un viejo tosco y recio. Si hubiese sabido que ese sería nuestro último abrazo, le hubiese correspondido, pero adivinar el futuro nunca estuvo dentro de mis capacidades.

Terminé el entrenamiento básico y me gradué de la escuela de infantería y de paracaidista con honores. Me convertía en el hombre que quería ser.

Mi primera misión fue en Sudamérica. Llegué con mi brigada a la selva de Cochabamba en Bolivia para combatir el narcotráfico. Gran tarea me esperaba. Combatir a esos gusanos que con su maldita droga envenenan nuestras calles.

Luego de las debidas sesiones informativas y las reuniones sobre el estado de situación, saldríamos a combatir a los narcos. Estaba emocionadísimo.

Ya en plena jungla y con nuestros debidos camuflajes, seguía a mis compañeros en completo y absoluto silencio. Nadie debía detectarnos. Nunca había estado en una jungla. La encontraba impresionante y maravillosa. De repente, un pequeño descuido y me encontré completamente solo. Donde estaban todos? Se habían desvanecido como los fantasmas. Miré hacia todos lados y nada. Era incapaz de ver a nadie. Nada se movía. Sentí una punzada en el estómago. La punzada del miedo. No podía gritar. Violaría la regla del silencio y el enemigo podría detectarme. No tenía mi mapa ni brújula. Me moví unos metros y no divisaba a ninguno de mis compañeros. Pero como pude ser tan tonto? Solo escuchaba los sonidos de la jungla. Las aves y los felinos. Si de algo debía cuidarme era de las anacondas.

Pasaron una cuantas horas y estaba perdido. No encontré ni rastro de mis compañeros. Poco a poco comenzó a oscurecer y entré en pánico. Pensé en la casa paterna y en la seguridad que me ofrecía. Maldije la hora que ingresé al ejército y quise ver mundo. Recordé el abrazo incompleto de mi padre, el que nunca correspondí. Se hizo oscuro y no era capaz de ver la palma de mi mano. Me tumbé junto a un árbol e intenté descansar, con la esperanza de que ningún animal me encontrara. Me quedé dormido.

Me despertaron los primeros rayos del sol. Sentí una molestosa comezón enel cuello. Al rascarme sentí tres picadas. Algún insecto en busca de sangre se ensañó con mi cuello. Intenté levantarme, pero un terrible dolor invadieron mis coyunturas. Intenté caminar pero una extraña fatiga me lo impedía.

Tuve que tumbarme nuevamente. No podía continuar. Entonces recordé las palabras de mi padre “la madre tierra era la más generosa de todas. Si la ciudabas y la labrabas, te daba de comer. Pero así de generosa como era, podía engullirte”.

Después de todo, no era tan bruto el viejo. El bruto fui yo que no supe comprenderlo. También supe que no saldría de esta, comprendiendo que ciertos futuros, pueden adivinarse.

No podía continuar. Volví a tumbarme en el árbol con la esperanza de recuperar. Con la esperanza de que mi compañeros me encontraran. Volví a quedarme dormino, con la incertidumbre de si despertaría.

SERGIO TELLEZ

EL PEOR FRAUDE DE LA HISTORIA

—Hijo, ¿ Sabes cuál fué el peor fraude de la historia?

—Claro que si papá, el caso Enron—dice Emilio, con sus ínfulas de economista recién graduado.

Su padre, un viejo zorro, con gran experiencia, que a base de golpes en la vida, edificó su sabiduría, replica:—Sabes, tienes que aprender a ver más allá de tus narices—. Y continúa,—aprecias la vida desde una perspectiva muy cómoda, la misma con la que miran la mayoría de los ciegos vivientes de éste mundo.

—Pero papá, no me vengas a decir que la magnitud del fraude Enron, ocultando sus deudas y perdidas millonarias por más de cien mil millones de dólares , no es el mayor o uno de los mayores fraudes de la historia.

—¿Y quién está hablando de dinero?

—Entonces, según tu «perspectiva», ¿cuál es el mayor fraude de la historia?

—Mira hijo, te lo voy a poner en contexto: todos eran felices hasta hace unos diez mil años, cuando nuestros ancestros «homo sapiens», se dedicaban a la recolección de plantas silvestres y la caza de animales salvajes.

—Pero papá, estás hablando de prehistoria, de unos pre-humanos , que apenas luchaban por sobrevivir.

—¿Y qué tiene de raro?

—No creo que venga al caso—replica Emilio, y continúa:—ademas, ¿qué tiene que ver con el mayor fraude de la historia?

—Pues tiene que ver y mucho, ¿por qué hacer cualquier otra cosa, cuando tú estilo de vida te da de comer en abundancia y sostiene un rico mundo de estructuras sociales, creencias religiosas y dinámicas políticas?

Emilio mira con incredulidad y sorpresa a su padre, —¿no me digas que si te dan a escoger, escogerías esa vida de antes?

—Claro que sí hijo, una y mil veces la escogería.

—pero papá, ¿en qué consiste el fraude?

—Pues que todo cambió, cuando los «sapiens» empezaron a dedicar casi todo su tiempo y esfuerzo a manipular la vida de unas pocas especies de animales y plantas, Sembraron semillas, regaron plantas, arrancaron las malas hierbas del suelo y llevaron sus ovejas a los mejores pastos; todo para conseguir más frutos, grano y carne. Fue una revolución en la manera de vivir, la «revolución agrícola», que es el mayor fraude de la historia.

—Pero papá, ¿no me digas, que esa revolución agrícola no fue un gran paso hacia un mundo mejor?

—¿Un mundo mejor?, la revolución agrícola dejo a los agricultores con una vida generalmente más difícil y menos satisfactoria que la de los cazadores-recolectores. Además, la humanidad «evolucionó» hacia lo que tenemos ahora.

—Papá, estás loco, ¿prefieres vivir alrededor de un puñado de madera ardiendo, junto con tu pequeña familia?, y no gozar de la modernidad, que nos ofrece todas las comodidades que tenemos?

—Una y mil veces, preferiría estar alrededor de una hoguera, junto con mi familia.

ISABEL SANTERVAZ

Pachamama

La anciana tiene el rostro cuarteado. Muchos inviernos la han visitado, y en la médula de sus huesos se ha instalado el frío glacial que precede a la muerte.

Es muy vieja, pero su mente conserva los dulces momentos vividos cuando la Tierra era aún fértil y regalaba sus frutos a quienes la respetaban.

Perdida en su pasado, camina lenta junto al dolor que le oprime el pecho al mirar la desolación. Apenas se da cuenta de que la niña tira de su mano para correr a una charca que aún permanece en el lecho del río. Sabe que pronto el despiadado sol absorberá el agua y dejará la tierra tan resquebrajada como su propio rostro.

La piel cobriza de la pequeña le recuerda el color de las montañas, envueltas en el misterio de la Pachamama; se alzaban protectoras sobre los verdes pastos que crecían a sus pies.

La niña lanza piedrecillas al agua. En su risa alborotada, la anciana recuerda el estruendo del río bajando desde la meseta al valle, alimentando a la Madre Tierra. Como a un hijo, la Tierra lo acogía entre sus brazos, distribuía sus aguas entre los valles y creaba tierras fértiles que producían el alimento vital.

Lleva su túnica de piel de venado, bordada con cuentas de colores; la misma que lució muchísimas lunas atrás, cuando su hombre iba a la caza del bisonte y le ofrecía el animal como prueba de su amor. No quiere irse y dejar a la niña la herencia de una Pachamama estéril, profundamente herida por la mano del hombre. No quiere morir sin volver a ver los bosques que conoció.

La niña corre hacia ella, sonríe y le coge la mano. En los ojos de la pequeña, la anciana comienza a ver la reforestación del bosque.

MARIANA DI PASCUA

FUGITIVAS

Girando los soles se planta

Revelde canta la disputa

Su cúpula rubia rechaza al rey.

El sol no la mueve, mujer

qué Camina y se impone al dolor

que domina su llanto, abraza

sin brazos, la calma da amiga

a la nueva mujer

sublime, maternidad

de tierra cultiva nutriendo la oliva

su aceite que mezcla y hunta

la misma caricia que exprime

la misma caricia en carencia

la madre tierra cultiva amigas

enraizadas verdades de mujer

compartidas y sus llantos se decretan

permitidos sin soledad y sin sol.

Encuentran abrazo de almas fugitivas

PEPI MAGINARIA

EL SEÑOR SURTIDOR Y LA SEÑORA POZO

El señor surtidor, muy seguro de su presión, aventuró a proponer:

– Tengo manguera nueva, nena… ¿Quieres probarla…? –

La señora pozo, aquella medio oculta naturalmente entre unas rocas calcáreas, la que poseía en su interior un manantial inagotable de agua cristalina donde acudían a beber los peregrinos sedientos; la que había calmado la sed de tantos niños que jugaban los domingos en sus alrededores; la que acumulaba un tesoro en su fondo repleto de monedas, lanzadas por cada amante en cada deseo que piden cada noche sin luna de miel ni de romero; la que daba vida a los renacuajos escogidos para convertirse en ranas, en espera de recibir el beso que los transformara en príncipes de algún cuento, de esos que alimentan la fantasía de todos los niños del mundo, y les hace crecer pensando que lanzando una moneda se cumplirán sus deseos, y si no es así, como casi nunca lo es, se convierten en peregrinos que necesitan calmar su sed mientras descubren su propio camino; esa que tiene escritos a carbón o tiza, en algunas piedras del borde que limita con la hierba donde se tumban los enamorados, algún fragmento de poema, algún nombre, alguna fecha que alguien no olvidará nunca hasta que la olvida; esa que convierte en eco los gritos de la gente y va ahogando los propios hasta que no le quepan más; esa que aguanta con simulada impasibilidad las heladas que congelan hasta los sueños más calientes; la que se contrae con el frío y se dilata con el calor que hace hervir sus aguas hasta el extremo de que los peces freáticos aprenden a hablar para pedir socorro, y salen a tierra, y cambian una especie; esa que sus rocas se agrietan con los cambios de temperatura y de sus hendiduras brota flora nueva que albergará millones de organismos vivos, conviviendo en el mundo que les ha sido dado, fagocitándose unos a otros en el orden necesario para mantener el ecosistema; esa, esa de la que hablo…contestó con un guiño:

– No soy un simple depósito…

Fin

PD: Y con esto, perdonad por lo difícil de leer, rindo homenaje al punto y coma, que soy fan, jeje, y también es parte de la naturaleza, al menos de su expresión a través del ser humano .

MARÍA JESÚS GARNICA

Madre tierra.

Estoy tumbada en el suelo de un gran bosque. Las hojas mullidas y húmedas me acogen.

Siento el viento como me acaricia, siento el murmullo de la tierra, siento como vibra bajo mi cuerpo.

La vibración sube, ahora es un temblor.

Abro los ojos.

La lámpara tiembla. Me despierto por completo. El terremoto mueve el dormitorio, intento levantarme.

Todo cae a mí alrededor.

La habitación parece una hoja a merced del viento.

Todo se derrumba.

MARÍA GALERNA

Devastación

Sucumbe el mundo entre sus manos

árido de vida y esperanzas,

Raíces a la nada ancladas se pudren

haciendo de sus cuidados cosas vanas.

Herido, casi muerto, persevera

y la vida entre los dedos se le escapa

aumentando así su sufrimiento.

Mientras se deshace y desfallece,

alienta el último suspiro… madre…

GAIA ORBE

“Estamos jugando un juego peligroso”

James Ephraim Lovelock (26 julio 1919 -26 julio 2022)

Soy Gaia

la tierra en griego

entidad compleja de minerales

rocas ríos océanos

y gran cantidad de gases

atmósfera aire

desde el inicio de la vida

busco el estado de equilibrio

que cambia con el tiempo

me retroalimento de plantas y animales vivos

también si están muertos

cuando sudo me autorregulo

a través de los seres más pequeños

incorporo datos sin usar la tecnología

los recuerdos se almacenan

en la memoria colectiva de humanos

y otros bípedos de cerebro grande

pero también en las aguas

los árboles

las piedras

entonces a los cambios me adapto

hago mis propios cambios

me conservo

la imaginación mi ciencia

más importante que el conocimiento

soy Gaia:

un organismo planetario

JOSÉ LUIS USÓN

¡ AY, TIERRA!

Siento en mi sien tu latido presuroso, golpeteo acelerado, agónico y triste.

Tú que, hasta ayer, radiante refulgías, lanzas hoy tu lamento quejumbroso.

Madre de vientre cálido, de arrullo suave.

Tú, guardiana de luz vivificante, apuras hoy tus horas contra el crono.

Tú, que llenaste de colores tu paleta, haciendo hermosos los paisajes.

Tú, que perfumaste el aire con aromas de mar, de monte.

Tú, que llenaste de sonidos, los oídos del poeta.

¿Y ahora?

¿ Son estos, los que dicen ser tus hijos?

Estos que, con su estrecha visión cortoplacista, recorren el alambre, a fuer de funambulista.

Estos ególatras que tejen a sabiendas tu sudario.

¿Qué son pues? Sino asesinos de su propia carne.

LYNETTE MABEL PÉREZ

Sinergia

a la Pachamama

Existe una hiedra milenaria

que brota desde lo más profundo,

una energía telúrica que nos mueve

a caminar por superficies y honduras

ignorando todo lo que no sea el amor,

un fenómeno humano

que trae tomaditas de la mano

en espiritual comuna

a las canas y a las nanas.

Existe una efecto que nos une

operando dentro de nosotras

la ternura, la solidaridad y la unión,

un lazo indivisible entre las cosas.

ELIZABETH MONOPOLI

«Guirnalda amarilla»

El riachuelo azul recorre las venas de Gaia,

Permitiendo a su corazón recobrar los latidos.

Un arcoíris eterno es dibujado en la tierra humedecida,

Mientras las flores amarillas se entrelazan —cual guirnalda—

Para adornar los cabellos del amanecer nuevo.

El viento toca entonces su flauta

Y acompaña el cantar de la antigua inocencia,

Logrando el retorno de la conexión primigenia

Entre todos los seres engendrados por la Pachamama.

EVA AVIA TORIBIO

Madre Tierra. Porque soy parte de ti.

Me miro en el espejo y al tocar mi vientre siento lo que tú, en tu constante cambio, sufres con el paso del tiempo.

Una nueva vida está por llegar, como un terremoto de emociones.

Dime, madre, que sienes lo mismo que yo por su llegada, que yo te cuento lo que siento.

Me siento como cuando la lluvia fresca culmina en tus pastos, bosques, ríos…, inyectando la vida que tu piel, mi piel y su piel, necesita para respirar.

Aquella que llega cuando una brisa de verano refresca el calor árido de tus, de mis y de sus, desiertos, dando paz a ti, a mí y a su, desasosiego.

La alegría de un niño al ver como los copos cubren tu suelo de blanco y con los que tanto nos gusta jugar a ser una estrella; uniendo mi, su, calor con el tuyo, dando paso a esa agua que profundiza en tus, mis y sus, tejidos, insuflando vida.

El amor al escuchar su risa, que proba la mía, es igual a la que sienten las hojas y el polen que acompañan al viento al ritmo de los silbidos del viento.

El miedo por lo que sé que está por venir cuando tiene una noche de truenos y relámpagos, preludio del fuego que arde dentro de ti, de mí y de él.

La paz al verle crecer a igual que las copas de un árbol; alto, fuerte, rebosante de color, alegría …, y después, desde tus inicios, de la tormenta siempre llega la calma

Y la más difícil, esa que ni tú, ni yo, ni él, quiere que llegue, pero que una no puede existir sin la otra.

Madre, prométeme que nunca me abandonarás. Que en tu continua evolución naceré de nuevo de ti y que al morir regresaré a tu vientre para comenzar de nuevo el ciclo sin fin.

A cambio, como tu hija, prometo cuidarte y haré que te sientas orgullosa de tus futuros hijos, porque todos somos parte de ti, Madre Tierra.

Besos, La Incondicional.

NILA J BOHORQUEZ

«Ciudad y campo»…

En una tarde mustia, desde un bohío de la plaza mayor de la ciudad, me extasiaba viendo caer la lluvia en gruesas gotas dispersas por la brisa humedeciendo mi abrigo, guantes y botas. Mientras el torrencial aguacero seguía, decidí abrir un libro de poemas y en cada verso que leía, mi mirada se perdía en el horizonte, absorta en mis pensamientos, pensamientos que fueron interrumpidos por un joven de aspecto campesino, de agradable conversa, de quien no había percibido su cercanía…y en tono suave y respetuoso, inició el diálogo…

– Diferentes somos hasta en el caminar…¿Verdad estimada señora?

¡Vengo de la sierra lejana para conocer a la ciudad! Espero no incomodarla con mi interrupción, pues me agradaría compartir con usted estos minutos lluviosos hasta que escampe!

– ¡Si!..con gusto…platiquemos!

¡Es cierto, joven, somos diferentes!

Me agradan las algarabías de las grandes avenidas de ciudades capitalinas, como la «Quinta Avenida» de Nueva York; «Sabana Grande» de Caracas; «Calle Corrientes» de Buenos Aires o «La Alameda» de Santiago. Me gusta pasear en las noches heladas aun acompañada de mis temores en ese transitar, pero observando en cada rostro de las personas con las cuales tropiezo, su alegría al sonreír o muecas de dolor; de una mirada triste o de una sonrisa contagiosa de un niño jugando con su pelota o una chiquilla cargando con ternura a su muñeca de trapo o de celuloide…

¡Si, somos diferentes, joven serrano…usted bajando de la montaña confundiéndose con el gentío de la ciudad y yo, aquí sentada en el parque observando a las personas caminar sin detenerse ante el tumulto ni del agua que nos baña, sin importar la baja temperatura..

– ¿Le agradaría mi bella dama, que le hable de mi tierra, de mi tierra mojada, pero no como la que estamos mirando en estos momentos, sino del petricor con olores del campo, de ese olor característico a bosta de vaca, de potrero?…

– Continúe – le sugerí.

– Usted prefiere andar por esas grandes avenidas llenas de luces, grandes pantallas publicitarias, de gente deambulando…En cambio,

a mí me encanta penetrar en el campo, pisar la tierra abonada y no sobre el asfalto. Usted elige pasear en bellas limosinas y yo, escojo montar a caballo, arrear el ganado y confundirme entre los cantos sabaneros y bromear con los arreadores y ordeñadores madrugadores, esperando el resplandor de la aurora…

A usted le gusta leer un libro de amor, mientras que yo opto por enamorar a mi princesa guajira debajo de un frondoso arbol o sentados en un viejo tronco.

-(Y el joven seguía hablando sin pausa)…

-Usted selecciona el momento para libar un exquisito vino francés en copa de cristal y mi obsesión es vaciar la ubre de mi vaca «Piloña,»

mientras entono el canto mañanero del ordeño y beber la leche calientita, recién ordeñada que nos proporciona salud.

– Le interrumpí para expresarle…

¡Que hermosa estampa me ha dibujado mi compañero casual en este invierno copioso…ya me imagino tomando leche salida de las tetas de la «Piloña», su vaca consentida, al compás del kikiriquí de los gallos despertando al vecindario y servida en totuma recién tallada y respirando aire puro en la alborada, olfateando esa fragancia indescriptible con aroma a campo abierto con olores de los verdes prados, a corral del ganado.

Y en un escenario imaginario escucho el golpeteo de las piedras que suenan en el cercano rio, único testigo del amor que ha nacido entre el campo, árboles y manglares impregnados con el sudor de la pasión desbordada de los enamorados, de los besos, cuyos únicos testigos son los pajarillos posados en las verdosas ramas…otros, paseando entre las matas picoteando el néctar

de las florecillas a su encuentro!

– ¡Así es, mi doña!…¡Así se manifiesta el amor en el campo!…¡Que diferencia entre ciudad capitalina y aires campestres! En la ciudad se respira humo envenenado por el transporte vehicular…se mira alrededor y solamente se puede ver la arboleda de concreto que asfixia los pulmones del alma, sin oxígeno puro como el aire de la montaña, de la pradera… todo intoxica la sangre; nuestro respirar se dificulta; niebla nuestra vista y hasta el espíritu se debilita…¡vivir en la sierra o en el campo, es más saludable y prolonga la vida!

– ¡Maravillosa vida del campo!

(le expresé al despedirme).

-¡La invito a mi estancia campestre para que cabalgue en mi caballo «Azabache» que la llevará a recorrer sin cansancio la inmensidad de mis tierras, que llevo impregnadas en mi piel curtida por el sol y manos ásperas de tanto arrear a la vacada!

– Acepto el reto de montar en su «Azabache»…

Y así fue pasando el tiempo, disminuyendo el chaparrón…

Guardé en mi bolso el libro de «Miguel Angel Bueza», el cual leía antes de la conversación amena con el joven campesino… Abrí el paraguas, él me extendió su mano en señal de despedida y yo, con un adiós, con mis manos sin vestigios de rudeza, estreché las suyas, fuertes y encallecidas de tanto labrar su bendita tierra y lidiar con sus animales…y continué paseando por esas calles húmedas con vapores raros, olor a cemento ligado con neme…que ahoga y hace estornudar!

RUFINA SEVILLA CALLEJA

El reencuentro .

¿Como será nuestro reencuentro

En medio de una tormenta

En la que el cielo ruge

Y la tierra tiembla

¿Como será amar

Y sentirse amada

Más allá de los sueños .

ANDRÉS JAMES CÁCERES

América

Ojos negros ,piel cobriza.

De tu cuerpo suda y brilla

Madre tierra, tierra tuya

De tu sueño recordabas,

Por los cerros y quebradas.

Indio que estás olvidando tu cuerpo feliz

Asesinos de tu tierra llegaron aquí

Y te usaron , te usaron , te hicieron sufrir

Y te hicieron morir

Y te hicieron morir.

Tierra negra roja blanca.

Siglos sangre derramada

De todos los colores

Niños hombres por el hambre,

Hombres niños por el miedo.

Los siglos de los siglos.

Los niños y los hombres,

de América mi casa

CESAR TORO

La Tierra.

La Pachamama, se defiende como puede.

Los humanos (inteligentes) destruimos nuestro hábitat, los animales no destruyen, solo se limitan a vivir y aprovechar las maravillas de la creación.

En cambio; los humanos,queremos riquezas, poder, dínero. Para esto, creamos grrandes industrias, extraemos del subsuelo. Oro, diamantes, petróleo,

esto lo hacemos, contaminando mares y rios, talando los árboles, envenenando la atmosfera con gases quimicos. Y demas…

No hemos entendido, que somos pasajeros en el tren del tiempo, que un día partiremos de aca y no podemos llevar nada de lo material que hemos acumulado; ademas, que las nuevas generaciones también tienen el derecho de disfrutar de este planeta, por lo que, debemos dejarles un legado. Y que mejor que dejarles un planeta con agua y aire limpio, libre de basura toxica.

De lo contrario un dia llegara donde tendremos mucho Oro, petroleo, y dinero pero el aire, estara contaminado, los rios secos y el planeta se quedara sin agua. Para entonces de que nos serviran las riquezas.

Vivimos en este planeta, como si tuviéramos otro de repuesto.

BEGO RIVERA

El castigo

Caminaba Ernesto verificando las vallas del perímetro de sus tierras, más que caminar se arrastraba por el lodazal que las tormentas habían formado.

Llevaba dos semanas sin parar de llover, caía el agua con furia, enojada, los rayos disparaban a matar.

La última vez que hubo información sobre el estado del tiempo fue hace cinco días y fue por la radio; lo único que estaba operativo debido al mal tiempo.

Ya no había ningún modo de comunicación y por lo que escuchó de su locutor favorito la última vez- al cual le temblaba la voz- las tormentas, ciclones, terremotos y demás sucesos meteorológicos eran a nivel mundial, todos se estaban produciendo a la vez, como si hubiesen quedado de acuerdo.

Las ciudades eran arrasadas sin compasión: la gente desaparecía y moría, muchos suplicando una corta agonía.

Al ver que la idea de colocar las vallas era misión imposible Ernesto se rindió mientras miraba a sus animales- unos vivos y otros muertos- cómo se los llevaba el río de barro formado por deseo de la madre naturaleza: vacas, gallinas, cerdos…sólo sus fieles mastines, Titán y Lux, aguantaban a su lado, empapados de barro .

Decidió volver a su granja, rezaba por poder llegar a tiempo, su mujer e hijos le esperaban y debían salir de allí antes de que todo se anegara.

Cada vez era más difícil andar y sus perros apenas podían avanzar ya que el lodazal les llegaba ya al cuello.

Vio su casa a unos cien metros, tanta agua caía que apenas veía.

Escuchó el lamento de Lux y se giró a ver qué le ocurría, lloriqueaba mientras metía y sacaba la cabeza embarrada del nuevo río; Titán había desaparecido y Lux intentaba encontrarlo.

Ernesto buscó y buscó introduciendo sus brazos todo lo posible, tras unos minutos sin éxito lo dejó por imposible, llamó a Lux con lágrimas en los ojos y lleno de impotencia, la madre tierra no perdona a los hijos que intentan matarla por diferentes medios, hijos desagradecidos y egoístas.

Tras la imposibilidad de entrar por la puerta de casa, totalmente obstaculizada, entró por la ventana, Lux le siguió sin parar de lamentarse, llamó a su mujer e hijos: silencio, un silencio doliente, premonitorio de un desenlace fatal.

Por lo que veía el agua había llegado hasta el techo, la marca marrón lo señalaba. Gritó de nuevo aún sabiendo en su interior que ya no estaban.

«¡No, ella no dejará a nadie con vida! Le dijo a Lux».

Cogió si fusil y encañonó a Lux, el cual ni se inmutó, pareciera que lo quisiera. Disparó. Luego él deseando reunirse con su familia se disparó cayendo al lado de su fiel mastín.

El sonido de los disparos asustó a Isabel y sus hijos que, encaramados en el cobertizo que estaba a un nivel más alto que la casa, llevaban horas esperando a Ernesto muertos de frío y hambre esperando que los rescataran.

RAÚL LEIVA

Génesis

Cada tarde el anciano recogía veinte puñados de tierra de su jardín celestial. Se afanaba limpiándola de rocas y vegetales con mucho cuidado, para luego colarla finamente con un paño suave de algodón. Cuando lograba juntar suficiente, la mezclaba con agua y fina harina de maíz hasta lograr una suave masa con la que modelaba pacientemente todas las figuras de la creación. Las colocaba de a parejas en una larga estantería en un orden que sólo él sabía.
Su cabeza afiebrada le dictaba estas tareas sin sentido hasta que en un sueño un niño le indicó cómo hacer dos figuras que no había conseguido imaginar nunca. Se despertó y dibujó torpemente lo que había soñado. Eran sin dudas, las dos creaciones más perfectas jamás pensadas, cada movimiento, cada detalle estaba de acuerdo a un propósito que él no imaginaba, pero eran como mecanismos de una minuciosa relojería.
Se puso manos a la obra y juntó su mejor tierra y su más fina harina, a una de las partes de la masa le agregó cal para imprimirle dureza en tanto que a la otra mitad le añadió agua de rosas para darle una fragancia inigualable. La tarea le llevó cuatro semanas y media, cada detalle, cada rincón estaba milimétricamente cuidado. Contempló su obra póstuma cerca de cuatro horas y la colocó en un lugar privilegiado. Según la profecía, comenzó a soplar sobre las figuras de barro pacientemente. Cada exhalación iba acompañada de un mantra que recitaba en silencio. Las figuras iban desapareciendo conforme el anciano se iba debilitando. Llegó a su obra maestra débil y cansado. Sopló y les cantó en susurrando durante la media hora de vida que se le concedió y las figuras comenzaron a volar como fino polvo por el aire, para finalmente mezclarse con sus sueños y anhelos. El último suspiro del anciano culminó la tarea. El mundo había sido creado y él lo había pagado con su vida. Yacía en el piso cuando una luz celeste bañó el lugar por completo. Una silueta se recortó desde el fondo y se acercó despacio. Lo cargó con ambos brazos y colocó el cuerpo en su lecho de muerte. Pasaron así unos minutos que parecieron horas. Luego tomó el teléfono de la habitación y llamó.

— Che, habla Miranda. Estoy acá en la habitación 471, la del viejo ese que hablaba solo…sí, sí, ese. Parece que se nos fue, no da señales de vida… Llamá al doctor así hace los papeles y se lo llevan, ayer una parejita andaba buscando una pieza libre para poner una viejita…. ¡Ah! Decile a la de limpieza que venga y traiga una bolsa que este viejo mugriento hizo un chiquero de barro, tierra y polenta. Dejó todo sucio, total las que nos jodemos somos nosotras… Bueno dale…chau.

Miranda le dedicó una última mirada al viejo y se fue dando un sordo portazo.
Nadie reclamó el cadáver del viejo.

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5 comentarios en «Madre Tierra – miniconcurso de relatos»

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