Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «al 50%». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 25 de julio!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Dar la mitad, es más, que no dar nada. A lo mejor es lo que puede dar una persona, pero seguramente, esa persona será juzgada por dar la mitad por alguien que no da o que no hace absolutamente nada.
También podemos llevar el tema semanal por un pequeño relato estilo herencia entre dos hermanos que acaben a ostias aunque vayan al 50% pero escribirlo sería dar el máximo de mí y como me ha puesto la reina del trébol claro que en el tema semanal tengo que escribir, ¡ah vale, era en el título! Era un recordatorio para que no se nos olvidara poner el título semanal. ¡Comprobado, lo he puesto!
¿Por dónde me había quedado? ¡ah, sí que dar el 50% es más que no dar nada! Peor sería dar el 1%,¿no? ¿O el 27%? ¿O las otras 47 o 48 posibilidades menores,no? Pues eso, mira por donde la aritmética cuadra perfectamente.
DAVID MERLÁN
El origen de Santa Marta del Grillo Cojo se pierde en la historia. Sobre todo la del origen de su peculiar nombre.
Es un pueblo pequeño, donde las leyendas locales parecen ser tan viejas como sus calles sin adoquinar. Las nieblas, asiduas, visitan con frecuencia el lugar, sobre todo de noche, que lo envuelven todo con un velo de misterio y desasosiego. Entre sus habitantes, si se le pregunta a cualquiera que quiera contestar, la historia que se susurra con miedo y reverencia es sin duda: la leyenda del 50%.
Cuando sucedieron los hechos que les voy a narrar, el conticinio en Santa Marta del Grillo Cojo era absoluto. A pesar de ser verano no se oía ni el grillar de los grillos, tan característico de la localidad.
Según contaban los más ancianos, hace muchos años, un forastero llegó al pueblo con la promesa de prosperidad. Este hombre, llamado Federico Arboleda, afirmaba ser un alquimista que aseguraba haber descubierto la fórmula para dividir cualquier cosa en partes perfectas. Su oferta era tentadora: podía duplicar las riquezas de los aldeanos, dividirlas y hacer que todos vivieran en abundancia. De este modo, incluso, en las cíclicas épocas de más sequía, cuando la laguna que surtía de agua el pueblo se secaba, podían paliar la falta de agua. Eso sí, a cambio, sólo pedía una pequeña fracción de cada bien que propiciaba.
Santa Marta había pasado una etapa especialmente dramática y no les costó trabajo ponerse de acuerdo. Asediado por las últimas necesidades, aceptó sin dilación. Federico construyó un laboratorio en las afueras, y pronto, las maravillas que prometía empezaron a hacerse realidad. El grano, el oro, incluso los animales, parecían multiplicarse mágicamente. Pero, como suele suceder con las ofertas demasiado buenas para ser verdad, había un precio oculto.
Una noche, coincidiendo con un fulgarante resplandor que inundó todo el entorno del pueblo, Federico Arboleda desapareció por arte de magia.
Con él se fue la prosperidad y comenzó la pesadilla. Los bienes, antes multiplicados, empezaron a desvanecerse, y las personas comenzaron a experimentar algo mucho más siniestro. La gente del pueblo descubrió que sus reflejos en los espejos mostraban sólo la mitad de sus cuerpos. Algunos veían sus manos desaparecer al extenderlas, y otros notaron que sus voces se apagaban a mitad de una frase.
La maldición del 50% se extendió como un fuego voraz durante semanas, siendo especialmente aterrador, cuando la gente comenzó a perder la mitad de sus seres queridos, como si el pueblo mismo estuviera dividido en una dimensión incompleta.
Entre los afectados estaba Marta. Después de perder a su hermana gemela, que un día se desvaneció dejando sólo un eco de su llanto, decidió que debía encontrar la raíz del problema. Reconocida por todos por ser una chica animada, con una profunda determinación en todo lo que se proponía, y echada para alante, convocó una reunión en la plaza del pueblo, donde habló con los sobrevivientes y recopiló fragmentos de historias y recuerdos. Bajo una densa y fría niebla, tomó la palabra:
—¿Recordáis el resplandor de hace un mes? Hay que encontrar el laboratorio del alquimista—dijo, su voz firme—. Allí debe haber algo que explique todo esto. No podemos seguir viviendo así.
Los supervivientes aceptaron la propuesta. Total, no tenían nada que perder. Bueno a decir verdad, si tenían y temían algo muy importante que perder. Su propia vida.
La reunión fue breve. Media hora después, un pequeño pero decidido y entregado grupo, se unió a ella. Equipados con linternas y herramientas rudimentarias, se adentraron en el bosque que rodeaba Santa Marta del Grillo Cojo. La vegetación parecía moverse y susurrar, como si los árboles mismos quisieran advertirles del peligro.
Finalmente, encontraron el laboratorio, una estructura desmoronada y cubierta de enredaderas, como si una eternidad hubiese pasado por aquellas cuatro paredes.
Dentro, el aire que se respira a estaba cargado de una energía ominosa. Marta y el resto encontraron frascos rotos, libros y manuscritos con fórmulas incomprensibles y una máquina en el centro, aún emitiendo un débil zumbido. Parecía que la mitad del laboratorio también había desaparecido, reflejo del mismo fenómeno que asolaba al pueblo.
Marta y los otros se repartieron los papeles y se pusieron a leerlos, a la caza de respuestas. Al estudiar los escritos del señor Arboleda, Marta descubrió que la máquina estaba diseñada para dividir la materia, pero no solo en lo físico, sino también en lo temporal. Federico, en su avaricia, había desencadenado una maldición que dividía la existencia misma.
—Tenemos que destruir todo esto— dijo Marta, tomando un hacha y acercándose a la máquina.
Mientras alzaba el hacha, la máquina emitió un destello cegador. Los aldeanos gritaron cuando sintieron que sus cuerpos se fragmentaban aún más. Marta, luchando contra el dolor y el miedo, golpeó la máquina con todas sus fuerzas. Con cada impacto, la realidad parecía temblar a su alrededor.
Finalmente, con un crujido ensordecedor, la máquina se rompió definitivamente, desintegrándose delante de sus ojos. La niebla que rodeaba el pueblo se levantó de repente, y la sensación de estar incompletos comenzó a desvanecerse.
Una vez se estabilizó el entorno, se abrazaron y rieron aliviados, pero sabedores que no estarían tranquilos hasta regresar a sus hogares y comprobar por ellos mismos lo que había sucedido.
Cuando se iban acercando al pueblo, oyeron la algarabía. Una vez allí, pudieron ser testigos de cómo las personas habían recuperado sus mitades perdidas, y los seres queridos habían regresado, confusos pero completos.
Marta se abstrajo por unos instantes y meditó lo que había pasado. En apariencia, Santa Marta del Grillo Cojo había sido salvada de la maldición de aquel extraño que un día había aparecido por el pueblo prometiéndoles riquezas por doquier, pero sabedores que desde ese día, las cicatrices de la experiencia quedarian marcadas en sus habitantes de forma imperecedera. La historia corrió como un reguero de pólvora por los pueblos cercanos, y la maldición del 50% se convirtió en una advertencia para las generaciones futuras.
Un aprendizaje era claro: no todos los secretos deben ser desenterrados, y no todas las promesas de abundancia vienen sin un precio oculto. Oculto como el destino que había sufrido el misterioso alquimista Federico Arboleda.
MARÍA CRUZ ESTEVAN
Dos hermanos y una herencia.
El reparto de bienes se lleva a cabo con el decidir de los padres.
Luego está la vida y digo vida porque cada uno de estos hermanos tenía su familia.
A igual la tormenta caprichosa al pasar por un lugar cualquiera a un trozo de tierra la bendice con su agua y a otra la deja seca. Si seca sin esperanza de cosecha.
Así pues ocurrió con los hermanos. Uno de ellos fue bendecido con un montón de chiquillos, siete en total que digo siete, ocho ya que al nacer dos mellizos uno de ellos murió.
El otro matrimonio la divinidad no les visitó. Eso sí dio le al hombre un trabajo bien remunerado. Por lo tanto en la casa de este reinaba el desahogo.
La familia numerosa salía adelante arrimando cada cual con su edad, fuerza y destreza lo que la tierra ofrecía. En el zurrón algún conejo de monte traían, liebre, huevos, bellotas hurtadas ya que siendo un fruto que la naturaleza da en aquel tiempo de hambre los guardias perseguían…
Aquellos dos hermanos, hermanados en el amor , por no gestiona los mayores el 50% como debían. Llegaron a las manos.
Los viejos querían beneficiar al hijo que tenía que alimentar a siete bocas, y negarle al otro lo suyo por el hecho de no haber sido padre…
RAQUEL LÓPEZ
– Y… Dígame, piensa quedarse mucho tiempo aquí, Jason?
– La verdad que estoy cansado de estar metido siempre en el laboratorio donde trabajo. Claudia y yo firmamos un acuerdo en el que el hotel sería al 50% , mitad para ella, mitad para mí. Y ahora que está convaleciente tengo que ocuparme por entero, todo sea por la familia.
– Tienes usted razón, a veces se pueden hacer muchas cosas por la familia… Cómo por ejemplo quedarse con su 50% en el caso de que Claudia hubiese fallecido.
– ¿ Que insinúa señor inspector?
– Nada no se preocupe son cavilaciones mías…
Decidí alojarme en el hotel para estar más cerca del asesino o asesina y pasé hasta altas horas de la madrugada charlando con Claire. Cuando fui para acompañarla a su habitación, vimos que su puerta estaba abierta y lo que andaba buscando se perdió por el camino… Las cuerdas de Claire, que tenía para sus juegos.
Jason no estaba en la recepción pero supe donde encontrarle, en la habitación de Nora.
– Creo que ya tengo a los culpables de los asesinatos, Jason y Nora, quedan arrestados por los asesinatos perpetrados en este hotel.
– ¡ Usted está loco! – grito Jason – ¿ Que le ha llevado a esa conclusión?
– El tiempo que usted tardó en llegar de Sunderland hasta aquí era superior al que me dijo, tan solo tardó hora y media cuando en realidad se tardan cuatro horas, ¿ A donde estuvo todo ese tiempo? ¡ Aquí! No salió para nada a Sunderland. Y además usted preparó la bacteria que produjo el veneno para acabar con sus vidas, y yo me preguntó¿ Porque?
– Está claro, mi ambición.
– Y la ambición de Nora por quedarse como dueña, aunque ella se dejó manipular por usted.
Solo tenían que echar el veneno en el lápiz de labios y después Nora, con sus encantos una vez muertos les pintaría con ese matiz rojo para que sospechase de Claire, porque todos los del hotel sabían lo de sus juegos fetiches y así, eso la implicaría a ella y no a ustedes.
El caso está cerrado.
Bruce respiro tranquilo, al fin pudo dar con el asesino o en este caso asesina también.
Pasaron unos meses y todo volvió a la calma. Claudia no sabía de las intenciones de su primo pues quien la disparó llevaba la cara cubierta y le resultó imposible reconocerle. Después de recuperarse siguió dirigiendo el hotel.
Claire seguía con sus juegos fetiches y yo decidí jugar con ella…..pero eso sí, sin besos asesinos y con mucho amor… Fin.
JOSÉ ARMANDO BARCELONA
EL PUENTE DEL BESO
—¿Yá disti trés golpes al faru? —me preguntó Paciano, dejando aparcado el enlucido de una pared para encender un cigarrillo—. Faltóme dicir lo. Porque non te caya la mala suerte y termines como l’indianu.
Según la tradición, se debe golpear tres veces con la mano el muro del faro, para evitar la maldición de Cambaral, el pirata berberisco que atemorizó a los luarqueses durante años.
Mitad historia, mitad leyenda, dicen que Cambaral mandó construir una atalaya de vigilancia justo donde hoy se levanta el faro, quienes pasaban por allí tenían que identificarse como miembros de su bandería y la contraseña era golpear la torre con la mano tres veces; no hacerlo suponía la muerte inmediata.
Al fin, Cambaral fue capturado por Hidalgo, señor de Luarca. Maltrecho y con graves heridas lo llevaron preso a la fortaleza del caballero. Allí conoció a la hermosa hija de este, con la mala fortuna de que entre ambos surgió un amor tan grande como imposible, ya que la suerte del pirata estaba echada. Desesperados, los amantes huyeron buscando el puerto; su única posibilidad era recuperar el barco de Cambaral y hacerse a la mar. Pero el luarqués les dio alcance con sus tropas. Cercados y sin posibilidad de salvación, quisieron sellar su compromiso para toda la eternidad, uniéndose en un último beso de pasión. Cegado por la ira, Hidalgo, de un solo tajo, cercenó las cabezas de ambos, que cayeron a las aguas del puerto, justo donde tiempo después se construyó el Puente del Beso. Cosa que sigue siendo frecuente, en asuntos de amoríos, eso de perder la cabeza.
En cuanto a l’indianu, se refería Paciano a Xuan Rendueles, «Garibaldi», el primer propietario de la casa, un vaqueiro que regresó a su pueblo después de hacer las Américas, a las puertas de la vejez, cargado de dinero y con una bellísima mulata por esposa. Para ella, Virginia, hizo construir este palacete colgado sobre el mar.
Cuentan que la amaba con auténtica pasión; vivía por y para ella, rodeándola de los caprichos, lujos y comodidades, que su enorme riqueza le podía permitir.
Según se contaba, el indiano era dueño de un inmenso tesoro, que guardaba en un arca de grandes dimensiones, oculta en algún secreto lugar de la casa, permanentemente vigilado por un lobo enorme que se había traído de tierras americanas, el más colosal que nunca se viera por el concello de Valdés. Después de mucho esfuerzo y sacrificios, la vida le daba a l’indianu en recompensa la perspectiva de una vejez plácida junto a una piel dorada y fresca de mujer, dulce como la miel de caña. Pero al diablo, que siempre anda zurciendo, no le gustan los finales felices y un mal día, la mulata desapareció.
Dejaron de verla en el pueblo, ya no paseaba por el jardín de la casa ni los domingos asistía a la iglesia, puntual, junto a su esposo, a misa de doce. Se dijeron muchas cosas, porque la gente cuando no sabe inventa historias, pero la versión más aceptada por todos fue que la hermosa mujer huyó del pueblo con un marinero noruego, de los que llegaban a Luarca todos los años, atraídos por la pesca de la ballena, del que se había enamorado.
Fuera lo que fuese, Garibaldi se encerró en sí mismo; volvióse huraño; en pocos días envejeció, como si una maldición hubiera caído sobre él, y una mañana, pocos meses después de que desapareciera Virginia, un pescador encontró el cuerpo de l’indianu flotando entre las rocas de Portizuelo.
Nunca se supo si cayó al mar de forma accidental o por voluntad propia y cuando los vecinos, armados hasta los dientes por miedo al lobo, entraron a su casa, no hallaron rastro del animal, ni del arca que supuestamente protegía. Muchos aseguran que el dinero de Xuan se esfumó con la mulata y este, humillado, confuso y de nuevo en la miseria, no tuvo más opción que quitarse la vida.
¿Continuara?
BENEDICTO PALACIOS
Al 50%100
En lo más intrincado de una sierra vivían dos pueblos aislados del resto. No había carreteras ni conocían sus habitantes los medios de locomoción, solo caminos que antes habían hollado animales. Para acceder de un pueblo al otro, el camino principal serpenteaba a lo largo de una ladera hasta descender a un río que era cuanto la naturaleza les había regalado. Existían entre las dos comunidades tan buenas relaciones que si los de la ribera izquierda cultivaban manzanas y ciruelas, los de la derecha habían plantado olivos y nogales. Y de estos productos había transacciones cuando era la época. Todo al cincuenta por cien. Había más acuerdos. Tenían que comer para subsistir, pero no hartarse porque para satisfacer las necesidades bastaba con el cincuenta por cien. No eran además gentes escuálidas, sino saludables y pese a no llenar el estómago, se les veía sanos, ágiles, nervudos y fuertes.
El único problema irresoluble hasta la fecha era el de elegir pareja, porque en uno de los pueblos nacían más niños que niñas y lo contrario en el otro, y nadie se había atrevido a atravesar el río para compensar aquel natural desequilibrio. No lo cruzaban porque bajaba casi siempre violento y allí nadie sabía nadar.
Por imperativos de la costumbre, los jóvenes aceptaban aquel menoscabo y en el mejor de los casos aceptaban de mala gana que una mujer compartiera dos hombres o un hombre dos mujeres. La naturaleza que con tanto acierto había repartido bienes y pérdidas al cincuenta por cien, se había puesto en el caso de la parejas la ecuanimidad por montera.
Harto de ver Herminio, joven del pueblo donde faltaban mujeres, que muchachos de su edad estaban bien emparejados y él estaba obligado a compartir, aprovechó la oscuridad de la noche para vadear el río, él cultivaba un huertecillo en un meandro y había aprendido a nadar, y a altas horas de la madrugada se presentó en el otro pueblo y raptó a Eulalia, la hija de un personaje principal. Gritar fue cosa del impulso primero, pero como muy oportunamente le puso Herminio los labios en la boca, descubriendo ella una calidez a la que no estaba acostumbrada, se dejó llevar y él no anduvo con remilgos pues al tiempo que la besaba la arrancó la falda o el taparrabos, que de esto no se hace eco el cronista, la cogió en brazos para atravesar el río y se la llevó a una cabaña alejada del pueblo que cultivaba manzanas y ciruelas. Y cuando amanecía, Eulalia mordisqueó una manzana y de ella le dio de comer a Herminio.
No se presentó acto seguido un ángel exterminador, como era lo obligado por la tradición, sino el padre de la muchacha, que montando en cólera la arrancó de los brazos de Herminio, la obligó a subir a una mula y se dirigió con ella al otro lado del río. Siguíoles Herminio de cerca y a poca distancia, porque se desató una tormenta y el río se convirtió en torrentera. Espantóse la mula y padre e hija cayeron de cabeza al agua. A vista del accidente, se le encendió a Herminio el corazón y para ponerles a salvo agarró al padre con una mano y tiró con la otra de Eulalia. Entonces la mula, libre de carga, soltó unas cuantas corvetas y a paso tirado se alejó del río. La llamaba el padre «bonita y querenciosa» pero ya es conocida la testarudez de las mulas. Cuando pasó el rigor de la tormenta y el día aclaraba, aquella diáfana claridad no acomodaba en la cabeza del padre que la tenía sembrada de dudas. ¿Debía atender a la hija o seguir tras el rastro del animal? Cerraba los ojos, se mesaba las barbas y echaba sus cuentas y la que conocía del cincuenta por cien no le servía.
Comprendió Herminio que aquel estado de indecisión era lesivo para personaje tan importante porque se llegaba la hora del mediodía y de seguir dudando el buen hombre correría el mismo peligro que el asno de Buridán, aunque esto ocurriera muchos siglos después, por lo que le rogó que siguiera a la mula, que su hija estaba segura y a salvo con él.
No le pareció mal del todo el acuerdo porque de no entrar en el pueblo cabalgando, se dudaría de su autoridad. Antes de abandonar mandó arrodillarse a la hija, le entregó un camisola de la edad de piedra porque había perdido parte del atuendo y se encontraba semidesnuda y la dijo por último que cuando recuperase la mula vendría a buscarla.
—Cuídame bien a Eulalia y cuando amaine la corriente devuélvela al pueblo si antes no he venido a por ella —se expresó con solemnidad.
Lo prometió con la misma Herminio, el cual situado en medio de la corriente observó cómo la cima de la sierra donde el río nacía se rodeaba de un turbante de nubes, y pronunció solemne estas palabras: ¡deja, agua, deja de fluir! Y el río lo pareció entender.
Cuando retornó el padre y vio a Herminio en la mitad de río y que la corriente se había detenido, se lanzó a sus pies. Y cuenta el cronista que de no arrancarle Eulalia de allí, hubieran perecido congelados los dos.
El día se oscureció y hacía un frío glacial. Arropados con el aparejo de la mula, y al calor de una hoguera aguantaron el rigor de la noche. Y fue en medio del sueño cuando aquel hombre importante preguntó en voz alta si no sería conveniente hacer un puente aprovechando que el río se helara.
Y soñando respondió Herminio solemne:
—Sí, nosotros ponemos los troncos y vosotros arrastráis las piedras.
—No, no, todo al cincuenta por cien.
Cuando llegó la mañana y ellos seguían con sus cuentas y porcentajes, Eulalia había desaparecido.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
MEJOR NO ARRIESGAR
Hay teorías que aseguran que somos el cincuenta por ciento de un todo, que en alguna parte existe un doble exacto e idéntico a nosotros. El mío se llama Lorenzo, Lorenzo Camuñas, y vive en otra realidad, justo al otro lado del espejo del dormitorio, uno grande de cuerpo entero. Nos comunicamos por gestos. La voz no atraviesa dimensiones. Intenten ustedes decir Lorenzo Camuñas con las manos a ver qué tal. Pues eso, seguro que me entienden.
A mí nunca me ha gustado el ajedrez, en absoluto. Yo soy más de damas y cosas sencillas. Me refiero a las del tablero. A las otras, sobre todo las caprichosas, no hay quien las entienda. Pero Lorenzo se empeñó en esto de las torres y los alfiles, y aquí me tienen; todas las mañanas, antes del trabajo, me toca madrugar para la partida. Aunque en el fondo lo agradezco. Me ayuda a despejarme y llegar con las neuronas a pleno rendimiento. A eso se une el hecho de que no soy mucho de negarme a nada, y encima me caigo bien. Lorenzo, quiero decir. Me parece buen tipo. Y convincente, no saben hasta qué punto.
Pero hoy algo ha cambiado. Noto a mi doble bastante nervioso. Como si no fuera tan doble y se hubiera quedado en la mitad. No sé, hay algo en su mirada que me resulta extraño. Antes me sonreía afable. Siempre acudía puntual a la cita ansioso por comenzar a mover ficha. Ahora no para de gestualizar, refiriéndose a la fragilidad de los seres, afirmando que somos simples peones ante la vida y que el ajedrez es un juego implacable de lucha y muerte. Quiere matarme. Lo sé, lo noto en su mirada. Y no me refiero a matar al rey, sino a mí. Pero antes tiene la intención de acabar con la reina. Adela, mi mujer. Tengo miedo. Puede que sea un farol, pero dudo de que un frágil espejo sea suficiente para seguir separando mi cincuenta por ciento del suyo. Presa del pánico, le he dejado plantado y me he largado al trabajo. No sé si he hecho bien o lo habré puesto aún más nervioso. Llevo pensando en ello todo el día.
Son las nueve de la noche. Acabo de volver. La casa está extrañamente silenciosa y oscura. Avanzo por el largo pasillo intercalado de baldosas blancas y negras, macabra ironía, hasta llegar al dormitorio, la única habitación iluminada. Dirijo la vista al tablero. Las piezas no están en posición de comienzo, sino estratégicamente colocadas. No necesito mucho para saber que es un claro jaque mate. Escucho una risa nerviosa. Me giro sobresaltado y allí está él, Lorenzo Camuñas, mi doppelganger, sentado sobre la cama. Por el rabillo del ojo puedo ver un brazo que sobresale del suelo del baño. Es Adela, no hay duda. Conozco su anillo entre un millón.
De repente, unos movimientos en el espejo me traen de regreso a la realidad. Es Lorenzo. Harto de verme dormitar me hace aspavientos para que espabile y me concentre en la partida. Anoche la cosa se alargó, ahora lo recuerdo. Debo dormir más y dejar esto del ajedrez. Con gestos, me despido de él mientras le describo lo mejor que puedo la figura del rey de corazones y la reina de picas. Me voy al salón a buscar la baraja, prefiero el solitario antes que el ajedrez. Ahí no se mata ni se come a nadie. Con estos dobles, siempre es mejor no correr riesgos.
IRENE ADLER
EN LA OSCURIDAD
No había pájaros.
La playa en la que desembarcaron era una lengua de guijarros grises en forma de media luna, corta y quizá reciente, si se la comparaba con el bosque negro que prematuramente la engullía.
No había pájaros.
Y los árboles estaban recubiertos de una maraña de suaves barbas azuladas, musgos o líquenes parásitos que se ondulaban con la voluptuosidad de las medusas y lo hacían impulsados desde dentro, porque igual que no había pájaros, ni ruidos nómadas de animales pequeños, tampoco había viento. El aire era sólido, granítico, como una piedra de amolar o una lápida. El silencio anormal fue lo primero que advirtieron, porque tenía en sí mismo la cualidad de una presencia. Lo segundo fueron las sendas erráticas practicadas en el suelo como trochas. La turba apisonada zigzagueaba, siempre en dirección al corazón del islote y tenían la anchura de pies humanos y el trazado irregular de alguien que corre sin meta ni propósito, con la única finalidad de ganar distancia o terreno.
Alguien había corrido —o huido— por allí muchas veces. Pero las huellas que parecían ser más recientes no tenían ni dos días.
Así que durante la primera jornada sólo avanzaron, deteniéndose únicamente cuando los vencieron a la vez la fatiga, el sueño y el hambre. Buscaron algo parecido a un claro, sin alejarse de la senda que estaban siguiendo, y levantaron un campamento y encendieron una pequeña hoguera. La oscuridad se precipitó, como impulsada por el resorte de la noche y el silencio. Sólo se oía el crepitar del fuego y el resuello de sus respiraciones. Hablaban en susurros porque la acústica del bosque amplificaba sus voces hasta volverlas hirientes y durmieron por turnos: un sueño inquieto, sin imágenes ni sonidos; igual de espeso que la noche que se extendía más allá del vivaque.
La olió antes de verla. El perfume acre de su pipa de espuma de mar la precedía, envolviéndola. Y Dionisio se percató, por primera vez, de que sus mocasines de piel de nutria no hacían ningún ruido sobre la hojarasca. Si aquella cosa era escurridiza como ella, sigilosa, entonces quizá el olor la delataría. ¿Pero a qué huele el miedo; lo desconocido; la raíz del folclore y las leyendas; aquello que quizá estaba aquí antes que Dios? Nombramos las cosas para poseerlas. Las bautizamos para dominarlas. Un nombre da sentido, significancia y significado; acota las fronteras de lo que no conocemos; domestica. Por éso bautizamos islotes, cañadas, planicies, montañas, océanos; por éso los dibujamos y por éso los recorremos. Nos aterra el vacío, la nada, el abismo que se abre más allá, dónde solían decir los antiguos que habitaban los dragones.
Pero aquella criatura no tenía ningún nombre que él pudiera pronunciar; entender; explicar. Lo que no tiene nombre asusta; y lo que asusta somete. Y nada hay peor para el hombre que la tiranía del miedo. Nada.
—Señor capitán, ponga los pies en dirección al fuego.
Lo golpeó suavemente con la punta de sus mocasines. Él recogió las piernas y la contempló mientras arrojaba un puñado de hierbas alrededor del vivaque. Entonó un cántico que se parecía mucho a una jaculatoria, incomprensible pero tranquilizador. Luego vino a sentarse junto a él, al precario abrigo del fuego que ahuyentaba los temores, a las bestias y al frío.
—El wendigo acecha a sus víctimas mientras duermen al raso. Los aleja de la luz y del abrigo de las mantas. El fuego nos protege de la oscuridad. Mantenga los pies cerca de la hoguera y duerma un poco. Yo haré la próxima guardia.
Alcalá Galiano le tendió el fusil y la mujer salish lo miró como si estuviera en llamas, sin atreverse a tocarlo.
—No sé disparar.
—El mango es de cerezo, muy sólido. Si algo se mueve o se acerca o la asusta, golpée con fuerza. De disparar ya se encargará el señor Vernaci.
Desde el otro extremo del pequeño campamento, Juan Vernaci, plácidamente recostado contra un tronco, los saludó alzando el cañón de su mosquete. Ella le devolvió el gesto inclinando la cabeza.
Le pareció que apenas habían transcurrido unos minutos, que sólo había dado una breve cabezada cuando un silbido corto, agudo y articulado cruzó el bosque silencioso. Y al incorporarse, ya desvelado y alerta, comprobó que estaba amaneciendo.
Aquel era el primer sonido que escuchaban, y había algo obsceno en ésa primitiva y solitaria forma de comunicación. Podía ser un ave; un eco; alguna alimaña desconocida para los naturalistas; una proyección pagana de sus propios miedos. Pero tras un momento de duda, el silbido se repitió, ligeramente distinto esta vez, lejano y sin embargo muy próximo, casi envolvente. Vio a Shashitle ponerse rígida y apuntar el mosquete en dirección a las sombras. Oyó la voz aguda del teniente Vernaci disponiendo a los hombres para que formaran en círculo, con las espaldas contra el crepitar del fuego y las piernas bien afianzadas sobre la tierra húmeda por el relente. Después del silbido llegó el grito, monstruoso y rotundo como un cañonazo. No vieron nada, pero el olor invadió el vivaque y sus cerebros sin previo aviso. Un olor dulzón a mantillo, estiércol y descomposición. Un olor como una bofetada que les obligó a taparse la nariz y abrir la boca. El olor a muerto de los cementerios, de las ciudades arrasadas por el fuego y de las batallas navales: azufre, hierro, plomo, carne quemada y vísceras pudriéndose al sol. El olor que desprende un cuerpo humano cuando la metralla y las astillas lo destazan sin piedad y sin permiso.
Alcalá Galiano se pertrechó con un tizón ardiendo arrancado de la hoguera. El fuego que protege de las bestias, pensó, y en la breve tensión del momento, su codo y el de Shashitle se tocaron. Fue algo extraño, ajeno a la razón y a las circunstancias, porque aquella imagen se impuso en su cabeza a todo lo demás: al miedo, a la incertidumbre, a la oscuridad. Como un pensamiento irreverente, feroz y subversivo:
Él, un hombre blanco y un intruso, defendiendo su vida con un palo; ella, una mujer india, defendiendo su tierra con un fusil. Sus dos mundos, ni tan distintos ni tan lejanos, colisionando de pronto con el silencioso fragor de las estrellas.
Un destino compartido al cincuenta por ciento, como si la supervivencia de ambos, su vida entera, se hubiera partido por la mitad y cada uno tuviera entre las manos la mitad del otro. Y el sagrado deber de defenderla.
Tan distintos…
Tan iguales…
CONCHA CARIAS
Frente al ordenador Ariel trastea en la aplicación de citas” Cupido”. Busca una chica de “venti” pocos años. Guapa, natural, sencilla, que se cuide… Tras “estudiar” minuciosamente varios perfiles, descubre a Elizabeth de 21 años. «¡No está nada mal! Buena figura, elegante, latina, ¡me encantan las latinas! Vive en Madrid, sincera, espontánea, le gusta cuidarse. Y que lo digas, hermosa. ¡Vaya tipazo! ¿Y esto? Se considera feminista. ¡Bah! Hoy en día casi todas las tías tienen ese “defectillo”.
Ariel le deja un “like” y un mensaje: «Hola preciosa. Me encanta tu perfil. Me gustaría conocerte en persona. Espero tu respuesta. Besos y buen día. Ariel
Aquel martes, en el “Kit Kat” de una mañana de mayo, Elizabeth desayuna con una compañera. Suena en su teléfono una notificación:
—¡Vaya! Han vuelto a escribirme de “Cupido” —comenta de mala gana.
—¡Hija!, lo dices con un desprecio —contesta Rosana—. Yo porque estoy casada, que si no…
Elizabeth enseña a su compañera las imágenes del perfil de su pretendiente.
—Pues hija ¡Ni tan mal! Un tío con trabajo, cachas, de tu estilo, las gafas… bueno sería cuestión de que se las cambiaras, pero hija, según está el mercado yo no le dejaba escapar.
Ariel espera sentado junto a la barra. Toma una caña helada en aquel restaurante de moda, “La Habana”, lugar que ella había propuesto para comer.
Lleva una camisa de lino azul claro, y unos chinos en beige con zapatillas de sport azul marino. Se había molestado en comprarle un ramito de tulipanes, que descansaba sobre la barra de madera.
La reconoció en seguida: larga melena oscura, delgada, gafas, vestido azul y tacones y bolso a juego,
—¿Elisabeth? Preguntó Ariel mientras se levantaba.
—Y tu, Ariel ¿verdad?
Tras saludarse con dos besos él le hizo entrega de aquel primaveral ramo de flores.
—¡Flores! Un poco antiguo ¿no te parece? —añadió ella—. Bueno, como decís en España: “A caballo regalado no le mires el diente”.
Aquello molestó a Ariel, que se había pasado un buen rato con la florista para elegir un ramo que se saliera de lo convencional.
—Pues en foto parecías más alto. ¿Cuánto mides?
—Pues 1´78… La altura estaba en mi perfil.
Elizabeth, sin dejarle terminar añadió:
—A ver Ariel, es que yo sigo la regla: si una mujer mide 1´50, el hombre debe medir 1´65, y en nuestro caso que yo mido casi 1´70, deberías medir cerca de 1´85… Piensa que en ocasiones me pondré tacones de 11 centímetros y claro no queda bien que el hombre quede por debajo de la mujer.
—Pues la verdad, nunca había oído esa regla. ¡Si tú lo dices!
Ariel siente que aquello no ha empezado con buen pie, aunque confía en darle la vuelta a los acontecimientos.
Se les acercó una camarera que les invitó a pasar al restaurante y les mostró su mesa. Ariel esperó a que Elizabeth eligiera asiento y se dispuso a esperarla con intención de acercarle la silla:
—¡Deja, deja! —exclamó ella—. Hace años se sentarme sola.
Tras un largo silencio, mientras hojeaban la carta, Ariel se escandalizó con los precios de los platos, hasta que la camarera se aproximó para tomarles nota. Elizabeth eligió sin cortarse con los precios, en cambio, Ariel se decidió por platos más económicos.
—¿Trabajas? Es que en tu perfil no haces referencia.
—No, soy de Perú. Y bueno tú, ¿has tenido muchas novias?
—Pues la verdad que no. He tenido dos relaciones serias de pocos meses y lo demás rollos de un día que me han llevado a tener muchas amigas. Es que vivir con mis padres es lo que tiene. Pero por eso estoy aquí. Quiero encontrar una mujer para formar una familia, casarme, tener hijos…
Ariel le comenta que es un hombre al que le encanta disfrutar de la compañía femenina y ella lo malinterpreta. Cree que es u homosexual o infiel…, ¡con tantas amigas!
—Pero ¿todavía vives con tus padres?
—Si, puede resultar extraño, pero mi padre tiene una discapacidad y depende de mi madre y de mi para valerse. ¿Y tú? Has tenido muchos novios.
—¡Qué horror de vida llevas! Y sí, he tenido unas cuantas parejas… bueno la verdad es que muchos. Soy de “poliamor”.
La conversación resulta tensa. Ariel suda, y por un par de veces se seca la frente con la servilleta, cosa que a ella le repugna.
—No me pasó desapercibido que en tu perfil te consideraras feminista…
—Si, así me siento. Por ejemplo, eso que dices de tener niños. Para mi imposible, ya que pertenezco al movimiento “No Mo”
—¿Nomo? —rió Ariel—.
—¡No tiene gracia “No Mo” es “No Mother”! Es un colectivo de mujeres que no queremos tener hijos, ¡y claro!, los incultos critican y presionan nuestra elección, porque no quiero responsabilidades. Ya tengo gato.
Ariel confía en que con los años aquel pensamiento le cambiaría y por lo cortante de las contestaciones de ella, se produce otro silencio incómodo.
—Y que piensas del tema de la igualdad —interrogó Elizabeth.
—Pues me creo el 50%, porque mucho defender esa igualdad, pero a la hora de pagar os acogéis a que en la primera cita el hombre pague la cuenta.
Ella pone cara de disgusto.
—Pues en esta ocasión —contesta ella—, voy a hacer de macho y pagaré la cuenta.
Al terminar, aparece la camarera, que, tras recoger los platos, les indica que pueden liquidar la cuenta en la salida del local.
Avanzan en silencio, aunque Ariel, en vista de la vena feminista de Elizabeth pregunta:
—¿Y cómo hacemos?
—Pues pagas tu. Yo no tengo dinero —contesta Elizabeth con intención de irse—.
—¡Espera, espera! ¡Has dicho ahí dentro que invitabas tú!
—No tengo dinero.
—Pues yo tampoco —contesta Ariel alterado—.
—¡Increíble! Sales con una chica y no llevas dinero para pagarle la comida.
El camarero interviene:
—Disculpen señores. Les ruego que bajen la voz, y por favor hagan efectivo el importe de la nota o tendremos que llamar a la policía.
Ella, de nuevo, intenta marcharse, pero Ariel la sujeta por el brazo:
—Ya está bien. —dice ella asiéndose de su mano—. ¿En serio que no trajiste dinero para invitarme?
— ¿Y tú?
—¡YO? Aprende a que cuando salgas con una mujer debes llevar siempre dinero para invitar en la cita.
—¡Anda la feminista! Eso mismo grábatelo tú. Si nosotros tenemos que invitar siempre, menudos hombres seríamos y nuestra invitada no valdría nada.
El restaurante se vacía, la expectación de la gente al salir es mayúscula hasta que:
—Bueno, pues pago mi mitad, pero no te creas, que aún puedo retractarme—suelta Elizabeth—.
—¡Ves como tenías! Si quieres para la próxima invito yo.
Se dirigen hacia la salida del local y él, ¡cómo no!, le abre educadamente la puerta para salir.
—No me abras la puerta, no ves que es un gesto machista.
—¿Y lo de la cuenta? —reitera Ariel—. ¿Qué tipo de gesto era de tu parte?
—El tuyo desde luego machista. ¿Dónde se ha visto que una mujer pague la cuenta en una primera cita?
HAROLD LIMA
Expansión urbana.
Muchos me han dicho que soy intolerante y perfeccionista como jefa, esto lo debo reconocer; creo es parte de mo carácter, de pequeña buscaba ser la mejor en todo para agradar a mi familia, nada menos que lo perfecto es aceptable hacer las cosas a medias es algo despreciable me decían mis maestros particulares, el vaso medio vacío o lleno no tiene importancia si apuntas al éxito total. Esta forma de pensar me pasó una factura muy grande pues yo estudiaba y me involucraba en toda actividad académica que me diera galardones y el aplauso de mi exigente linaje; posiblemente el abandonar mi formación social fue el problema sumado a las hormonas típicas de una casi adulta, una año luego abrazaba a mis primeras hijas, que se amontonaban sobre mi dándome todo su amor. Para evitar el juicio social tuve que dejarlas al cuidado de unos tíos lejanos parte de una familia satélite, las visito aún ahora que son ya mayores y dueñas de su vida. Esos años los dedique a estudiar e ingresar ala empresa de mis sueños, ahí fui escalando poco a poco, pisoteando a otros en la carnicería que era el negocio de la expansión inmobiliaria planetaria.
Solo un 0.0000001 del universo tenía las condiciones adecuadas para la vida y de eso solo un 50% eran planetas o lunas con algún valor inmobiliario. En la corporación inmobiliaria lo sabíamos y peleábamos con otras corporaciones por las autorizaciones reales de exploración, con los años descubrí que soy tan hábil como la gente que me acompaña y me hice, amante, amiga y familia de los mejores en sus campos. Geología, astrofisicos, vendedores y otros muchos que hoy me consideran su guía y maestra espiritual laboral. Aunque tambien me llamen jefa despótica.
Hoy mi superior me ha hecho saber que en unos años seré promovida a gerente general de la corporación este proyecto será mi carta de recomendación al consejo de accionistas; los largos siglos de viaje espacial, las horas extras realizando los avisos de desahucios por red microondas que exige la oficina real de hacienda. Luego sólo tocaba traer a los exterminadores de plagas. Aunque era solo el décimo o onceavo proyecto, sentí que este era el proyecto de mi vida. Llámenme romántica. Pero, lo azul de los cielos de este mundo hicieron que me enamorara locamente de un joven ejecutivo de logística, él sabe que le arrancaré la cabeza un día o otro si es necesario aún así sigue a mi lado. Es tan bello e inocente que no puedo evitar amarlo.
El proyecto está casi listo para salir a venta en cuanto los exterminadores atrapen a los últimos humanos que infestan el planeta, mis niños pronto jugarán y tejeran sus redecillas en una pequeña parcela que separe para mí hogar. Cuando sea Gerente general del grupo mudare las oficinas aquí. Es un gran universo en verdad, lleno de oportunidades de negocio, mitad de la vida vivimos persiguiendo la excelencia y el éxito. Creo el 50% de mi felicidad son estos momentos que no durarán, llegara aún mundo salvaje, limiarlo, hacerlo un hogar para mucha gente y ver a mis pequeñas jugar
JUAN PEÑA
Con el solis ortus, fui al Foro Holitorio, cuando estaban montando las paradas. Las frutas y verduras amontonadas en los carros, todavía no habían sido rociadas con agua para que lucieran más apetitosas y frescas, ni colocadas de manera experta, para ocultar las picadas. Los mercaderes me observaban con cara huraña, mientras paseaba entre sus productos. Sabían que les regatearía el precio y me llevaría barato de lo bueno, lo mejor. Me maldecirían en sus adentros, aunque a mí me importaba una semuncia o menos, ya que el éxito de una cena depende de la calidad y cantidad de los ingredientes, el abolengo de una casa se mide por la satisfacción de sus comensales y un invitado complacido y ahíto es más proclive a escuchar peticiones, que uno mal servido y con hambre. No es algo ilógico y que deba imputarse, como hacen algunos escritores famosos entre la plebe, al hedonismo romano, nuestra gula desmesurada y nuestros vicios, sino que se ciñe a la practicidad del quid pro quo, pues como recuerdan los sabios: «El favor consiste no en lo que se hace o se da, sino en el ánimo con que se hace o se da», y en Roma, ese ánimo depende de las perspectivas de que el favor sea devuelto, por eso son tan importantes las apariencias.
Complacido por la calidad de los productos adquiridos, envié a algunos de mis esclavos a casa, para que empezaran con los preparativos, yo iría más tarde, hacia el meridies, después de la sesión del Senado, pero antes de ir al Foro, aún tenía tiempo de pasear un rato y, como me quedaban al lado, fui a ver cómo avanzaban las obras del teatro Marcelo.
A no mucho tardar, la columna Iactaria iba a ser derruida para encajar las gradas del nuevo teatro. Antes de que el progreso arrasara con ella, la quería ver por última vez, pues ha sido uno de los símbolos de la caridad romana.
Vi el bulto de lejos.
―Ve a ver… ―le ordené a Plisias.
Yo lo seguí, acercándome con cuidado, para que no se me embarrara la toga. Plisias fue rápido, aunque renqueante, lo que no le impidió volver antes de que yo llegara a la columna y se reunió conmigo a medio camino.
―Es un bebé abandonado ―dijo―. Deforme. No le doy ni el 50% de probabilidades de sobrevivir ―añadió.
Yo torcí el gesto, odiaba esa manía del anciano griego de ponerle números y tasarlo todo. De niño, cuando me daba las lecciones, ya no la soportaba y se lo había dicho, pero nunca me hizo caso. Sin embargo, y aunque mi madre me aconsejó que no me encariñara con los esclavos, lo quería y reverenciaba, quizá, por eso, nunca me deshice de él.
Suspiré, me pasé una mano por la frente, como decían que Graco hacía cuando se enfrentaba a un dilema y sentencié:
―Vámonos. Que Roma se encargue de él.
SERGIO TÉLLEZ
UNA RELACIÓN FATAL
El salón de clase fue el detonante que propicio aquella relación tormentosa. Se conocieron en la pequeña escuela que se empotraba a la vera de la calle, justo al frente del parque principal.
Durante largo tiempo vivieron en estrecho contacto en la penumbra de la noche, la oscuridad les había impedido conocerse y aquel día vieron la luz.
Su dueño abrió el cierre del estuche, hurgo hasta el fondo Y los encontró muy juntos, justo al lado del pegamento de barra y unas diminutas tijeras.
Lo tomó suavemente, y miro ese amarillo pálido que oficiaba cómo vestido de su alargado y menudo cuerpo junto con su sombrero de goma rosa que olía a nuevo. La chica compañera de viaje era plateada, agraciada y de medidas perfectas.
A su dueño le brillaron los ojos, era el primer día de clase, y había una mezcla de nervios y felicidad que no podía ocultar. Observo largamente Aquellas dos maravillas que de ahora en adelante serían sus compañeras de vida.
El larguirucho amarillo contempló con éxtasis a su compañera de viaje, fue amor a primera vista, admiró su sencilla belleza, su simetría perfecta, sus adornos de finos surcos perfectamente alineados, su cintura estrecha, su lámina filosa y resplandeciente.
Ella Lo miró con desdén, su primera impresión no fue para nada buena, lo vio simple, desgarbado, flacucho y pálido.
Su sombrero rosa le pareció gracioso, apenas pudo contener la risa.
El dueño tomó el larguirucho amarillo aún sin estrenar Y delicadamente introdujo su punta por el orificio de la chica plateada que casaba Perfectamente.
Los dos sintieron el despertar del amor y la pasión, fue un momento sublime jamás experimentado.
El movimiento coordinado en círculos hacia delante del larguirucho penetrando en el cuerpo del artefacto plateado, mientras este arrancaba tajos finos muy delgados de material maderable fueron el despertar de la pasión y el amor.
Ella lo percibió diferente, lo vio hermoso en su delgado y fino cuerpo de color amarillo, el sombrero ya no le pareció gracioso, más bien observó un accesorio elegante que expedía un olor atrayente y que además combinaba perfectamente con el resto de su cuerpo.
Los dos quedaron profundamente enamorados y parecía que esa relación nunca acabaría. Minuto tras minuto, hora tras hora, día tras día experimentaron esa sensación placentera y orgásmica que los mantenía unidos.
La robustez de sus 18 centímetros fue menguando, pero a él nunca le preocupo, se sentía el rey del mundo junto a su amada. Hasta que llegó ese día en que su amo lo midió — «10 centímetros» dijo, mientras soltaba una inocente maldición.
De repente el larguirucho comprendió. No sería eterno, estaba en su 50% y cada día disminuiría más y más, hasta que llegara lo inevitable…
Poco a poco el larguirucho se volvió más pequeño, cada experiencia con su chica lo redujo más y más.
Igual la dama plateada no poseía el mismo filo del comienzo, su hoja filosa y extremadamente fina ya no era la misma.
Entonces paso lo que tenía que pasar, los dos fueron guardados en el estuche y no volvieron a ver la luz. Ya estaban inservibles y fueron condenados al ostracismo.
Los dos permanecieron juntos y abrazados por siempre disfrutando de sus recuerdos y su infinito amor.
LUISA MARGARITA
EL MIEDO
El grito resonó en medio de la carretera.La araña se había escurrido por el hilo y la mujer que manejaba la observó desde lo profundo de su pánico. La joven que iba detrás entretenida en el brebaje hipnótico de los celulares dio un respingo y se sumo a la gritería sin saber a derechas lo que ocurría. La elegante señora, copiloto en el viaje, esgrimió su bolso naranja e intento ajusticiar a la atrevida pasajera sin invitación más sólo la dejó sorda con el trastazo y la caída. Con el miedo subido al carro y haciendo de las suyas, la chica que manejaba se lanzó hacia un lado zigzagueando y bruscamente frenó sobre un oportuno césped fangoso gracias a la persistente llovizna. Las tres mujeres se bajaron raudas, dos de ellas aterrorizadas y dando brincos se sacudian sintiendo las flacas paticas caminar por sus cuerpos y asombrando a quienes transitaban por la avenida. La araña, mientras tanto se había escondido debajo de las alfombras y hacia lo indecible por salvar su vida. Tenía un 50% de probabilidades de salirse con la suya,, no conocía la terquedad de unas mujeres asustadas.
Poco a poco el trío se concentró en la búsqueda e hicieron ruidos para que saliera de su escondrijo. Fue eficáz el método, finalmente salió y le calleron encima Ali Baba y los cuarenta ladrones y Blanca Nieves y los siete enanitos por lo que se hizo patente que lo que primó en el 100% de posibilidades de salvación fue el 50% de la perseverancia de las
aterrotizadas damas !
ANA DEL ÁLAMO
Camino insegura entre la hojarasca buscándola. No logro verla. Está muy oscuro. Hoy anocheció pronto y las estrellas no brillan como ayer.
A tientas palpo la corteza de los árboles, dura y harapienta. Con ella me araño los brazos y comienzo a sangrar levemente.
¿Por qué no puedo alcanzarla? Eso me irrita, y unas lágrimas brotan libertinas bañándome el rostro. Percibo ese sabor salado cuando resbalan por mis labios y penetran en mi boca.
No desisto y continuo tras ella. No oigo sus pasos, pero la siento cerca. No puedo perderla. No me lo perdonaría nunca.
Comienza a llover y eso ralentiza mi marcha. La llamo desesperada y ella no me contesta.
Estoy empapada de lluvia roja y lágrimas. Me siento débil. He caminado mucho y decido parar. Mañana volveré a intentarlo. No puedo rendirme.
Siento que una brisa suave acaricia mi piel, ahora seca. Alguien abre una ventana dejando entrar la mañana. Ya no sangro. Fuera ha dejado de llover. Entonces abro los ojos y la veo. Es ella. Por fin la encontré. Es mi 50%. La luz de mis ojos. Mi hermana.
Mi otra mitad.
JOSUÉ CATASÚS
ULTIMA MADRUGADA CON TERESA
Ricardo se encamina hacia el mar, errando como ebrio reciente, evocando cada instante del cuerpo descubierto de la núbil Teresa: sus últimos instantes de felicidad. Se dirige por el malecón, sin prestar atención a los primeros humanos del día: corredores sudorosos, panaderos de alegres bocinas, escolares dirigiéndose a la escuela. Su padre contaba en sobremesas del pasado, que el malecón tenía dos glorietas, y barandas de madera al igual que el piso, con enlozado de mosaicos. Era concurridísimo en noches de luna llena, en retretas y carnavales, siendo desde siempre el alma de Chorrillos, distrito del sur limeño. Ahora, Ricardo camina por un malecón distinto, muros de cemento frío, bancas sin alma, faroles con los focos desaparecidos. El mar asoma entero hasta perderse en la línea difusa del horizonte, enturbiada por la neblina mañanera. Desciende como un autómata, aspirando a todo pulmón la brisa de la primavera que despunta tímida en la ciudad de sus sueños rotos.
Todo es inútil, piensa. Está convencido de que no hay necesidad de esperar a que los primeros dolores le desgarren por dentro. El diagnóstico del doctor Sierra fue lapidario: el mal está muy avanzado para creer en milagros de resurrección. “En realidad tienes cincuenta por ciento de probabilidades, Ricardo. Puede que no se haga metástasis”, había matizado con piedad. Sabe que debió confesárselo a ella, pero no se atrevió a indisponer su entrega ilusionada. Huele su propia piel buscando el olor impregnado de Teresa en cada poro, reviviendo mientras camina por la arena sucia el sabor de sus labios mayores, de su sudor y de sus lágrimas. Mira sus manos y quiere volver a sentir la concavidad de sus senos abundantes, de sus nalgas temblorosas, dibujando en el aíre con los ojos cerrados la hilera tierna de sus huesos dorsales. Todo es inútil ahora, se repite, con todo el peso de su precariedad. Se acerca a la orilla.
De todos modos, siempre tuvo claro que suicidarse en navidades o San Valentín era de un mal gusto tremendo, una socorrida vulgaridad. En cambio, en primavera… ¡Ah, la brisa juguetona, el verde florecido, el canto nuevo de las aves sorprendidas! El abuelo Herminio sí que tuvo estilo para elegir la fecha precisa. Un día como este, preñado de extrañas alegrías —todas ajenas a su propia decisión terminante—, se internó en el azul Pacífico, en este mismo mar impío que le llena los ojos ahora, y se dejó llevar. Papá contaba en sobremesas del pasado, que unos viejos pescadores encontraron su cuerpo hinchado de ballena, pegoteado de algas, bolsas plásticas y escamas de anchovetas, oloroso a mierda tierna, cerca del acantilado del Salto del Fraile, y hubo que desaguarlo para embutirlo en el ataúd de pino cerrado a cal canto. Es lo único que le desagrada en este instante, pensando en el abuelo que jamás conoció: someterse al imperio de las profundidades sin luchar, y dejar que la corrupción haga su impresentable trabajo. Lo único que quiere ahora, y lo musita para sus adentros —mientras se dirige al horizonte que empieza a clarear— es que Teresa lo vea bello en su muerte.
JOSÉ LUIS USÓN
EL SALVAJE VII
Allí, plantado en la entrada, pero sin acabar de entrar, empezó a sentir una agobiante sensación de incomodidad. Las miradas de varios de los clientes se dirigieron a él, que empezó a empequeñecerse, a sentirse fuera de lugar, una mancha en el virginal vestido de una novia. Incluso tuvo la sensación de que un repentino silencio se hacía a su alrededor, quedando él, en el centro de todo. Por primera vez desde que había llegado a la ciudad, su determinación se evaporó y sintió que le anegaba el ánimo una creciente marea de inseguridad, de insignificancia. Retumbaban en su cabeza como el sonido del trueno en mitad de la tormenta, las palabras del salvaje recordándole su escasa valía, su inutilidad crónica.
Sus ropas eran pobres, su aspecto difería mucho de el del resto de la clientela. Reinaba en el Levante un ambiente en extremo refinado.
Giró sobre sus pasos y se dirigió a la salida, justo en el momento en que un camarero entraba desde la terraza con una bandeja en la mano, que casi cae al suelo al chocar sus cuerpos. Sus caras quedaron enfrentadas y Joaquín palideció, se quedó rígido. Incapaz de reaccionar, no pudo siquiera pronunciar su nombre, tal era la angustia que sintió, la oprimente sensación en el pecho. Tanto tiempo soñando con ese instante, un año navegando entre añoranzas y ahora se sentía incapaz de articular una sola palabra. Claro que no esperaba ver a Rubén así, con un delantal de camarero. En sus conversaciones en casa de don Damián, su tío, el verano pasado cuando fue a Valdeoro a pasar unos días, le hablaba de las tertulias que compartía con los escritores y artistas más relevantes de la ciudad, de cómo se discutía en ellas de literatura, de arte, de arquitectura o de política. Le hablaba de sus estudios en la facultad de filosofía y letras , de sus compañeros de clase, de sus proyectos, de Lorca, de Salinas.
Fue Rubén quien rompió el silencio un segundo más tarde, o quizás fuesen diez, o cien, quien sabe, pues en esos momentos el tiempo se convierte en algo etéreo , deja de cumplir una función arbitral, para apartarse silente al rincón de lo intrascendente.
— ¡Joaquín! ¿tú, aquí?
— Si, yo aquí. —fue lo único que sus labios, adormecidos por el efecto anestésico de la sorpresa, fueron capaces de pronunciar. Algo evidente, insustancial—.
Miradas cruzadas, que hablaban por sí solas. Gestos que evidenciaban lo que cada uno sentía. Joaquín boqueaba en busca de un aire que no encontraba. Por parte de Rubén, una disculpa sincera, un te veo luego, un espérame por favor, acabo a las ocho, un te explico todo. Sus palabras llegaban a los oídos de Joaquín amontonadas, vacías. Al final consiguieron mantener una conversación mínimamente racional. Quedaron en verse en el café Niké, sobre las nueve.
Tenía unas horas por delante, así que decidió volver a casa de la tía Milagros, a buen seguro habrían vuelto de su visita al médico y Encarna tendría que regresar al pueblo. Tenía que recoger sus cosas y buscarse un alojamiento. Pensó que sería lo mejor. Poner distancia con Encarna para poder pensar con claridad. Lo sucedido la noche anterior junto al encuentro con Rubén, le habían dejado en un estado de total confusión, lleno de enormes contradicciones, dudas que laceraban su espíritu como afiladas saetas, le costaba entenderse a sí mismo.
Cuando pasó por el puesto de Serafina, compró un paquete de Ducados y unas cerillas. Solo había fumado una vez, fue cuando tenía diez años. Andaba como casi siempre merodeando por los campos de Valdeoro, en compañía de sus amigos, era noviembre y el maíz estaba listo para ser recogido. Fueron recolectando las hebras que coronan la mazorca cuando está seca, y una vez trituradas las liaron con papel que le habían cogido al descuido al abuelo de uno de ellos. La experiencia le pareció de lo más repugnante, una tos seca se le agarró al pecho, su voz tardó varias horas en volver a su tono habitual. Pero ahora necesitaba mitigar de alguna forma ese desasosiego que no dejaba de crecer, encontrar una válvula de escape, un señuelo que desviase su atención por un momento.
Cuando llegó, Encarna se había marchado, la tía se disculpó en su nombre, le explicó que su sobrina no había podido esperarlo, pues tenía el billete de vuelta comprado y no podía llegar tarde. Dejó dicho que volvería a la ciudad lo antes posible. Con una sonrisa cómplice, le entregó un sobre.
— Me ha dado esto para ti. Y otra cosa Joaquín, aunque no esté Encarna quiero que te quedes aquí, en casa. Como te dije me encuentro muy sola, sé que eres un buen chico y ella me lo ha pedido, así que no hay nada más que hablar. Tendrás que acompañarme si tengo que salir de casa a hacer algún recado, esta vista mía cada vez está peor. Es lo único que te pido a cambio.
— Es usted muy amable. No quiero ser una molestia, demasiado ha hecho ya por mí.
— Anda pasa, Inés tiene lista la comida. —Zanjó Milagros, sin dar opción a réplica. Se adivinaba en la tía, el genio y el talante de su sobrina.—
Cuando abrió el sobre, quedó a la vista un papel cuadriculado, en él, escrito con una letra pulcra, infantil, una breve nota de Encarna.
“No sé dónde te has metido, pero ya te echo de menos. Volveré en cuanto se me ocurra un excusa que ponerle a mi padre. Han sido un día y una noche de ensueño. Te ansío.”
*
El Niké estaba casi lleno. En un rincón, apartado prácticamente de la vista de todo el mundo, sobre una silla, descansaban los escombros de un hombre, que más que un hombre, era un cadáver en pausa, esperando que alguien le pusiese un sello de oficialidad. Su tez amarillenta, su pelo ralo, mustio, sin fuerza. Unas enormes orejas sobresalían hacia fuera de su estrecho rostro. Despachaba con apremio una copa de coñac tras otra, de una botella que tenía sobre la mesa.
No se veía a Rubén, así que pidió una cerveza y se acodó en el único espacio libre que había en la barra. Este no tardó en aparecer. Un estrecho pantalón de lino beige impecablemente planchado y una ceñida camisa negra del mismo tejido, resaltaban una figura esbelta. Su piel, impecable, de un subido moreno, —sin llegar a la tez parda y cuarteada que lucen todos en Valdeoro— sin una imperfección, semejaba una máscara realizada con fina porcelana que casi le daba cierto aire artificioso. Antes de llegar hasta donde estaba Joaquín, saludó con efusividad a un grupo de parroquianos que, sentados en una mesa charlaban amistosamente. Por los gestos y el trato de le dispensaron, estaba claro que se conocían bastante bien. Incluso podría decirse que existiese entre ellos una sincera amistad. El grupo estaba compuesto por varios hombres y una mujer, algunos de sus rostros le resultaron conocidos.
El momento del saludo fue incómodo, ninguno de los dos sabía muy bien que hacer, al final estrecharon sus manos efusivamente.
— ¿Qué tal Joaquín? Menuda sorpresa verte aquí, qué alegría —se arrancó Rubén— Al final, has decidido dar el paso y dejar Valdeoro.
— Ha sido un paso muy difícil.
— Imagino. Pero por fin estás aquí. —En el rostro de Joaquín se dibujaba un gesto de decepción— Sé lo que estás pensando, pero puedo explicarte. Sé que a veces se me calienta la boca, soy un idealista, mis sueños hablan por mí. Y sí, en el Levante solo soy camarero. No participo en sus tertulias, son gente de lo más estirada, ya has podido ver el ambiente. Tampoco he estudiado nunca filosofía y letras. Pero hay algo de cierto en lo que te conté esos días, digamos que el cincuenta por ciento, —al decir esto, abrió los brazos con las palmas hacia arriba y amplificó una sonrisa en su rostro, casi una risa, que a Joaquín le hizo olvidarse de esa pequeña traición de la que se había sentido destinatario—. ¿Ves esa mesa de ahí? A los qué he saludado al entrar, son personas relevantes del mundo de la cultura. El que está hablando ahora es Miguel Labordeta, has leído alguna obra suya, un gran poeta. El que está a su lado, el del bigote poblado, es su hermano José Antonio, también escribe, pero sobre todo se está dando a conocer como cantautor, viene de vez en cuando, pues trabaja de profesor en Teruel, y el más delgado de todos es Víctor, un pintor con un gran futuro, discípulo de José Orús, que está ahora en París. La única mujer del grupo es Maite Bilbao, acaba de lanzar su novela En ausencia de Quirino, y está teniendo una muy buena acogida. En otro momento te los presentaré, pero ahora, quiero que me cuentes cómo estás y como te las has apañado para abandonar al salvaje.
EDUARDO VALENZUELA
Ya es un hecho que estoy viejo. Hoy tropecé y me he caido. Me fui de bruces contra la acera como un peso muerto, incapaz de reaccionar. Las naranjas que llevaba en una bolsa rodaron en todas direcciones. Mis manos y rodillas se llevaron la peor parte, se rasparon contra el pavimento lo mismo que haberlas desgastado contra una limadora. El dolor físico fue enorme, pero lo más terrible de todo es que no fui capaz de levantarme; eso duele en el orgullo, hiere la dignidad.
Por más esfuerzos que hacía para incorporarme, mi cuerpo no respondía. Mis piernas, entumecidas, no reaccionaban y mis brazos no tenían las fuerzas para sostenerme. Me sentí completamente desvalido, como si fuera un escarabajo indefenso vuelto de espaldas y rodeado de naranjas. Quedé abatido, derrotado por la impotencia de no poder valerme por mí mismo.
Si no fuera por la amable ayuda de una muchacha, jamás habría logrado ponerme en pie y llegar hasta un asiento en la orilla de la acera. Ella recogió las frutas de la calle, las puso en la bolsa y me las entregó. Avergonzado, le pedí mil disculpas. La reverencié con la cabeza una y otra vez, besé sus manos y le agradecí hasta el cansancio. Luego me quedé solo.
Uno sabe que este día tiene que llegar, que el tiempo nos alcanza, que nos hacemos viejos, que el cuerpo ya no rinde, pero no es fácil aceptarlo. Yo creo ya estoy al cincuenta por ciento de lo que fui en mis mejores días.
Pronto seré más una molestia, un estorbo, que una ayuda. En términos económicos quizás ya me encuentre en la línea roja que separa las ganancias de las pérdidas. Me reemplazarán; los números son así, implacables.
A veces he evaluado la posibilidad de “retirarme” de este mundo con dignidad. Acabaría limpiamente con mi vida; no sería una molestia para la economía ni para nadie, pero las leyes me lo impiden. Es la tercera ley de Asimov, aquella que dice “Un robot debe proteger su propia existencia”, la que me impide concretar mi suicidio. No me queda más que esperar que algún accidente, algún automóvil sin control, el rayo de alguna tormenta, me alcance para acabar mis días con la frente en alto.
MARTU MONFORTE
Revolución
Un día me cansé de la rutina que se había instalado en mi vida. Hospital, clínica, tenis, mujeres bonitas, autos y vinos caros, departamento de primer nivel, más guardias para solventar esa vida. Entonces le hice el planteo a él. Habíamos hecho toda la preparatoria y la facultad juntos. También elegimos la misma especialidad: cirugía gástrica. Éramos buenos en lo nuestro, reconocidos. Así, llegamos a ser los principales accionistas de la clínica.
Él me escuchó cuando se lo propuse aunque no insistí demasiado. Parecía cómodo, o no muy convencido de mis planes riesgosos. No tenía mi anhelo.
Reconozco que me llevó un par de años decidirme, teníamos una vida aceitada sobre rieles, segura. Un futuro brillante. Cumplíamos con el standart esperado o deseado, lo superábamos. En mi caso, sentí que no me bastaba. Sólo eso. Quería más. No sé bien qué. Pero algo más. Seguir así era acercarnos al paso siguiente: boda, familia, hijos, pagar los mejores colegios, más guardias, más responsabilidades. Y sí, alguna vez, y en eso coincidimos, eso era nuestra meta o una especie de felicidad a alcanzar. Todo lo establecido, todo lo que decían estaba bien. Pero cuando cumpli los 36, algo me afectó, creo que fue un sueño. Un sueño que se volvió recurrente. Un mar, una bahía, las aguas cristalinas, el viento en la cara. Una isla, algo parecido a una revolución… La dignidad, la libertad; en eso pensaba. Todo cambió para mí. Entonces hablé con él otra vez. Muy seriamente. Pensó que estaba loco pero no lo dijo. Me escuchó, me tuvo paciencia, quizás alguna vez soñó con seguirme y dar el salto. No podía, no quería. Miedo, le dije. Locura, me retrucó. Reímos y tomamos un vino en silencio. Supe que no vendría conmigo, supo que me iría sin él.
Hay humedad en la isla, mi vida se soltó de aquella rutina que quemaba, soy libre. Me pregunto qué hará él. Seguro que ahora está en alguna cirugía o haciendo una guardia extra, luego visitará a su novia, porque él siguió con los pasos previstos. Sé que ya compró una casa grande, con jardín y mucha luz en los cuartos. Cambió el auto, en unos meses habrá boda. Vida nueva y feliz.
Mientras, yo creo más que nunca en la libertad y en la liberación. A veces, me preocupa mi asma, pero ahí voy. Claro, pagué un costo alto.Extraño a mis padres, a mis amigos, a él. A él mucho.
Me pregunto ¿ existe ese mañana? Se abre ante mí una duda lacerante.
Miro mis manos, un 50% están aquí.
MARÍA GALERNA
Casi lo dejo vivo
«La noche era eterna. Los viandantes corrían apresurados. Las gotas de lluvia comenzaron a caer con fuerza. Todo era silencio. No se oía ni ladrar a los perros.
Solo unas luces azules y una sirena anunciaban la proximidad de un coche de policía que pasó de largo.
Una figura escurridiza se deslizaba entre las sombras de los edificios. Parecía fundirse con ellas…
Un viajero solitario, portando una maleta, se acercaba por la esquina de la calle. Andaba encorvado, protegiéndose del frío. La lluvia lo había empapado. De su sombrero caían riadas de agua que apenas le dejaban ver el camino…»
De repente paré, dejé de teclear, me di cuenta de algo trágico, llevaba escrito el 50% del microrrelato y aún no había matado a nadie.
«Una sombra se movió cerca del caminante, algo brilló en la oscuridad. Un destello plateado…»…
GRACIELA PELLAZZA
Era lunes, y digo era, porque ya te fuiste.
El día sigue como si nada, es un trazo hasta el martes, un trazo débil hasta que se reconstruye, para seguir naturalmente igual.
Y así, en la media vida que nos sacude, confabulamos una trama para salvar el cuerpo y alegrarnos el alma.
Los encuentros no resuelven, coinciden en la tibieza, en el placer del ánimo, la voluntad de salirse de uno y entrar en otro para expirar.
No es mecánico, es la conducta alegre de enredar las piernas y sentirse pleno, cercano, graciosamente torpe.
Hablo de mí porque hablo de ti
El deseo desfila cuando en penumbra cuentas que vienes cansado, al hueco de mis brazos. Hablo de mí porque yo desarmo en vos el mismo cansancio.
Es solo un cincuenta por ciento, la maniobra de dos que se auxilian, coincidir en un rescate, el hábil proyecto de recordar las caricias.
Y me río en los entretiempos, y tú te ríes cuando termina.
Y yo me visto y tú me miras.
No es amor.
Oh… sí lo es.Poco importa.
El mundo no lo percibe
Gira.
FRAN KMIL
fifty, fifty ( 50%)
Sentado en la arena de la playa, las olas del mar llegan justo a mi cintura. El sol rojizo, medio tapado por la raya del horizonte acuático, parece no querer desaparecer; de mal humor se niega a darle paso a la anoche sin luna que debe llegar y que con tantas ansias espero para jugarme el cincuenta por ciento de mi escapada. Dos opciones: una de vida, otra de muerte. Vencer o morir al atravesar ese mar que me separa de la libertad, que sirve de muro para aislar a mi ya solitaria y moribunda isla. Con la oscuridad, la lancha que con tres pestañeos de luces cortas y dos largas, me dará la señal para partir. Con el clima no hay problema: sin tormenta, sin vientos fuertes, sin lluvia; día bien escogido.
Un solitario hombre camina por la pequeña playa hacia mí. Trae una AK terciada. Cuando está a mi alcance, grita autoritariamente:
—¡Estás detenido, ciudadano!
Alguien me ha delatado.
Me sorprende la juventud del militar. Debe ser uno de los tantos que por orden gubernamental están obligados a servir en las fuerzas armadas. Más me sorprende esa sonrisa de triunfo, de victoria, como si yo fuera su enemigo.
LVIS GARES
Aquél día iba ya por la esquina donde la inmobiliaria y me di cuenta.. Se me había olvidado en casa » del tronco para abajo» y así es difícil ir tranquilo. Sientes la sensación de que algo te falta pero no tenía tiempo y no pude regresar a casa a por mi otro 50%, cogí el 6/2 ( cuando vas a medias, vas a medias para todo) el autobús, me refiero (para todos la línea 6 para los que nos dejamos la mitad el 6/2 )… Cuantos paréntesis eh…. Todo por dejar claro que lo que yo quiero es que la gente tenga «cla»(mitad de claro) lo que quiero decir.
Como iba diciendo, no tenía tiempo porque tenía que ir a una entrevista de trabajo a tiempo completo. Fue un desastre porque ya me vieron llegar parcial y creo que no me tuvieron en serio.
Tener el cuerpo entero es más importante de lo que pensamos. El cuerpo entero da sensación de empaque, de revisión de producto entregado y por eso nadie duda de un cuerpo entero. Sin embargo, un día, el que sea, te dejas olvidado en casa, yo que sé, el cuello mismo y ya la gente piensa que algo tramas.
Ni que decir que fue todo un desastre, que me quedé a medias en todo y mi novia me dijo lo mismo
—»Siempre te quedas a medias» …Siempre no, exagerada, le dije que solo se me olvida la parte inferior, como mucho, tres veces al año pero ella hace leña del árbol caído y ahora va y me dice que me medio deja.
Yo no sé si tengo via libre para entrar a saco con esa chica que es medio republicana y medio monárquica y que me medio hace tilín.
En fin, un lío. Os dejo con medio fin y el otro me lo invento
Al fin en casa, me encierro en mi otra mitad y ahora, que por fin, me siento completo, eh de decir que por fin llego al estante de las cervezas que es lo más importante que hay en la vida.
Au cacau
ANGY DEL TORO
Entre el tenis y el fútbol
Mi corazón está dividido y no lo puedo evitar. Sí, como les cuento, fifty fifty, mitad y mitad, a partes iguales. La Eurocopa ha dado que hablar y va a por todas, y del tenis, ¡oh! Mi Dios, es Carlitos, sí, ese que habla con Charlie y que además deja la piel en las canchas. Ese niño que se nos ha hecho grande entre el césped y la tierra batida.
La mejor de las noticias es que ambos torneos no coincidirán ni en tiempo ni en lugar, porque ya eso me ahorra ambos vuelos. En realidad, no quiero que parezca que uno me atrapa más que el otro, así que mi decisión ha sido: disfrutarlos en mi salón y con el mismísimo pote de palomitas que utilicé en el torneo pasado. Nada, que se lo prometí a Carlos, no lo cambio, es el amuleto que me sirve de refugio cuando este chiquillo me emociona.
No sé por qué me preocupo, si ya otros lo han pensado mejor. Sí, los que saben del mundillo del espectáculo, los sabios que nos leen el pensamiento. “Lo nunca visto en Wimbledon”, han dicho que retrasarán la cena de campeones, es que nuestro Carlitos, el de Murcia, ya es Campeón.
Está clarísimo que no se la van a jugar y han decidido que, si el partido se va a prórroga, disfrutarán de la cena y del partido a partes iguales. Una pantalla gigante mostrará la final en el comedor de invitados.
A ver, ¿qué les parece? Yo, que, sin dudarlo, apresuré mi cena y ahora estoy con el corazón partío, y no es precisamente al estilo de Alejandro, más bien, como que nerviosita porque comienza la final de la Eurocopa y se me han acabado las palomitas.
MARÍA JOSÉ DÍAZ GRAUZ
50%.Balto y Ester.
Nacieron casi al mismo tiempo,una humana y un perro.
Ester no tenía hermanos pequeños y llegó balto un perro mezcla pointer/labrador,negro azabache y un alma pura, juguetón, bueno de más ( pasando a tonto),el perfecto 50,% de Ester,la terremoto de la familia,Balto era su juguete grande,su amigo,una especie de hermano perruno para Ester.
Cuando salían a pasear no sabíamos bien quién paraba a quien…..
Balto empezó a ponerse malito y Ester no lo soltaba ,dormía abrazada a él.
Hasta que llegó el día de su partida, cruzó el arcoiris perruno;Ester desconsolada no lo entendía bien,
a ella le gustaba el arcoiris,porque no lo podía cruzar con Balto?
Siempre ocupará el cincuenta por ciento o más de nuestros corazones.
Allá donde estés ,no te olvides de nosotros Balto.
MARIANA DI PASCUA RÍOS
Traición
Ernesto llama por celular a las 4 de la mañana.
Marga no dormía y ante el primer sonido responde desesperada.
_Mi amor le dice a Ernesto.
_Dónde estabas?, hace 8h no te comunicas!!
Ernesto estaba en la Floresta a unos 350km de su ciudad. Fue a su antigua casa a cuidar el perro en común que crió con su ex esposa.
Adriana por segunda vez le pedía cuidara a él viejo perro cuando ella iba de vacaciones. Hasta invitaba a Marga.
Cada tanto Adriana propiciaba detalles que Ernesto transmitía humillando a Margarita.
Eran intentos de humillación con códigos bajos y tontos. Adquirian valor por el inocente correo que proporcionaba Ernesto.
Marga advirtió : esto viene con problemas. Te estás dejando manipular por un perro.
Hay detalles que pueden dar poder.
Marga siempre le dijo que el matrimonio era prioridad ante cualquier intento «inofensivo» de un tercero que buscará simplemente romper alguna ventana.
Su casa quedaría siempre con un agujero aunque cambiaran el vidrio.
El viajó de todos modos a la Floresta.
Él era el portador de un enojo que lo hacía desaparecer de línea.
Fue así que Ernesto responde muy alcoholizado o más :
_Ernesto-Marga » Pagué una prostituta que yo miraba desde la época de Adriana».
Recalca que pagó en vano porque el no funcionó.
Ella entre llantos le pidió que duerma y se regrese. Que responda el teléfono aunque no estuvieran bien.
Al otro día como a las 17h el llama justificando que no llamaba seguido porque el celular se le mojó. Dijo ponerlo en arroz pero el celular andaba cuando quería.
Marga le quizo creer. Le suplicó regrese.
Ella por el estrés se había caído subiendo a una patineta, quizá buscando la quebradura.
Ante una traición se dice que algo se quiebra. Marga nunca se había quebrado y tampoco amado tanto.
El nunca había sido tan amado y cuidado.
Ella lo siguió haciendo.
Cuidándolo y amandolo.
Responsabilidades :50 % él y 50% ella.
Las traiciones de otros tonos continuaron.
Los perdones ni el llanto las limitaron.
Empezaron los psicólogos, las esperanzas La desconfianza siempre existía en ella. También en él, sobre todo en él!
Temía la demora ante un WhatsApp a Marga.
A veces 5 minutos le parecían un suplicio.
Un día común tenía la religiosa y compartida acción :juntos miraban el informativo. Eran 19h y ella no aparece en los dos pisos del apartamento.
_Marga grito él desde el piso de abajo.
_Ella salió del baño envuelta en una toalla,pero el no miró eso.
Ernesto _¿Por qué no respondes el celular?, dice en mal tono.
Ella expreso feliz que se estaba bañando mientras miraba la desesperación de él desde la escalera.
Recordó la verdadera felicidad cuando el miedo era un teorema ajeno.
Siguieron pero nunca volvió a ser lo mismo.
El porcentaje se dictaminó en partes iguales. Los dos felices?
Se inventaron nuevas traiciones.
Las traiciones literarias valdrían lo mismo que las carnales?
El amor todo lo justifica cuando uno se traiciona a si mismo.
EFRAÍN DÍAZ
En ciertas culturas, que te cague un ave mientras caminas, es señal de buena suerte. Es señal de buena fortuna.
Esta semana, a mi modo y manera les contaré la historia de Gabriel, a quien un pájaro cagó, desencadenando una serie de eventos desafortunados.
Gabriel estacionó su vehículo en su trabajo. Se miró en el espejo y se ajustó la corbata, se puso la chaqueta, se arregló el cabello, agarró su maletín y se marchó.
Una bandada de pájaros surcó repentinamente el cielo. Al pasar, Gabriel sintió un suave golpe en el hombro. Cuando miró, un pájaro lo había cagado.
Estalló en ira. Era su traje nuevo que recien estrenaba y un pájaro se lo había arruinado. Luego de componerse, se acordó de la cultura popular. Que lo haya cagado un pájaro significaba solo una cosa: tendría buena suerte. La buena fortuna estaría de su lado. Gabriel continuó contento hacia su trabajo.
Al llegar a su oficina, fue al baño y se limpió el hombro. Fue a su escritorio y su asistente personal le dio instrucciones de ir a ver al jefe. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro. Sabía que le darían el aumento de sueldo que había pedido.
Al entrar en la oficina del jefe, éste lo recibió serio y con el rostro sombrío. Le ordenó sentarse y en un tono severo le explicó a Gabriel que debido a una reestructuración corporativa, su plaza había sido eliminada y no tenían otra alternativa que no fuera prescindir de sus servicios con efecto inmediato.
Con cara de asombro y sorpresa, Gabriel fue escoltado por seguridad para que recogiera sus pertenencias. Acto seguido le liquidaron la quincena y lo acompañaron a la salida. Lo habían despedido.
Molesto y frustrado, Gabriel se fue a su casa. Cuando llegó, lo recibió su mujer, quien todavía no había salido a trabajar. Llorosa, le dijo “tenemos que hablar. Estoy embarazada, pero no es tuyo. Es de Carlos, tu mejor amigo”.
Iracundo, Gabriel quizo golpearla, pero las condenas por violencia doméstica habían aumentado. No podía creer que su propia esposa lo hubiese traicionado de esa forma y con su mejor amigo. Amigo es un dólar en el bolsillo, recordó que le decía su padre.
Gabriel se contuvo como pudo, salió de su casa y se fue al bar de la esquina. Pidió un whisky doble y el bar man le dijo “no es muy temprano para andar tomando”. Gabriel miró su reloj y este marcaba las 9:45 de la mañana. “Sírvalo” ordenó Gabriel. No va ni cincuenta porciento del día y he tenido un día de mierda.
A mitad de whisky, recibió una llamada de su agente de inversiones. Éste le manejaba un amplio porfolio que le garantizaría el futuro y su retiro. No era portador de buenas noticias. La bolsa se había desplomado y Gabriel había perdido todo su portfolio.
Frustrado, pagó su cuenta y salió del bar. Al llegar al estacionamiento, no vio su vehículo. Buscó por todo el área y no encontró su auto. Se lo habían robado.
Luego de hacer el reporte a la policía, decidió caminar hacia su casa. Nada podía pasarle, pues ya le había sucedido de todo. De repente se acerca un hombre y con un arma de fuego le anuncia un asalto.
Gabriel lo miró y vio la oportunidad perfecta. Totalmente derrotado y desmoralizado, le dijo “mátame cabrón. Hoy no es mi dia. No es ni medio dia y desde que me cagó un pájaro, en vez de traerme buena suerte, he perdido mi trabajo, mi mujer se preñó de mi mejor amigo, mi porfolio de inversiones se fue a la mierda y me robaron el vehículo. Dispara, para efectos prácticos yo ya estoy muerto”.
Ante tal reacción, el asaltante sintió lástima y le dijo “mira tío, no eres el único, vale. Mi vida también es una mierda. Venga, te invito a un trago”, guardó la pistola, que se hizo innecesaria y se fueron al bar de la esquina a ahogar las penas en alcohol.
ISABEL SANTERVAZ
La ventana
Siento un frío glacial que me penetra en los huesos. De nuevo, la ventana está abierta de par en par, y no es el relente de la noche lo que congela mi casa, sino el hálito de lo que se oculta frente a la ventana. Es esa aparición lo que me retuerce las entrañas, me coagula la sangre, y me martilla el corazón.
Cada vez que me asomo, la veo: una niña que mira constantemente a mi casa. ¿Quién será esa niña que alza su sombra sobre la niebla y flota, queriendo acercarse a mi ventana? Me estrujo el cerebro y busco respuestas en los entresijos de mis recuerdos, mientras aparto las telarañas que me impiden ver la otra realidad.
Intento cerrar la ventana y una ventolera la empuja. por mantenerla abierta. La acristalada voz de la niña resuena en mis oídos, como la campanilla que el monaguillo agita para que se arrodillen.
«No te olvides de nuestro pacto: me vendiste el cincuenta por ciento de tu vida. Ahora vengo a llevármela»
Un latigazo eléctrico me sacude. Siento el crujido de mi espina dorsal doblándome, las manchas seniles tatúan mi piel, los dolores me acribillan las lumbares y las cláusulas del contrato se materializan ante mis ojos, velados por las cataratas.
Me arrastro y llego hasta la ventana. La niña se ha esfumado en la densidad de la niebla y mi ventana se cierra con un estruendo fantasmal.
ABBY MARSIE ROGOM
Al cincuenta por ciento se crea la vida.
No sabemos mucho, sólo cómo funciona, y hasta cierto punto.
En última instancia ni en primera tampoco somos creadores, sino canales a través del cual se expresa la creación.
Podemos hacerlo con total inconsciencia y desconocimiento, con absoluta ignorancia.
De hecho así lo hacemos, ya sea con todo el amor o toda la falta de él.
Una vida. Tu hija.
Es éste un caso real, contado por una psiquiatra forense, que yo expondré en forma de relato.
ABERRACIÓN.
Anita mira a Franco,su primo.sentados ambos, ella psiquiatra forense, él abogado, en el porche de su casa junto a Carla, una joven policía amiga de la familia y hablando del caso.
La asistenta sirvió los refrescos.
_ Según la madre, el gato le rozó con la cola las piernas, Úrsula dió un brinco. Sus manos picadas de lejía y llenas de espuma en la pileta, lavando ropa.
La niña lloraba.
Ella sentía como si alguien cerrara su pecho y no le dejara coger aire, sentía calor y una inquietud continua recorriéndole el cuerpo.
Estaba a punto de llegar su esposo, se preguntaba si todo estaría bien pero sabía que nada lo estaba.
La bebé lloraba y lloraba.
Un año y medio.
Entra, la coge y la coloca de pié sobre la mesa, sale y sigue lavando ropa.
En su enajenación dejó de oír llorar a la pequeña al rato, pero sigue lavando.
_ ¿ No escuchó el golpe sobre el suelo de cemento?
Oye a la bebé llorar, deja de orla, pero no se percata del golpe en el suelo, no me parece creíble.
Apoyaba sus palabras la agente negando con la cabeza.
Franco la miró.
_ ¿Y quién deja sobre una mesa a una bebé de año y medio?
Anita levantó la mano pidiendo paciencia.
_ Ella entra al rato pues, y encuentra a la pequeña en el suelo con un golpe en la cabeza, y la lleva a la farmacia de cercanía, es lo más asequible y barato; no hay clínica ni hospital cerca de la colonia.
Carla detuvo el vaso de limonada en el aire un segundo, antes de regresarlo a la mesa.
_ ¿Qué dijo el doctor?
_ En estos lugares los doctores son inexpertos y jóvenes, recién salidos al mundo laboral, también por poco dinero, todo hay que decirlo. Como que hay doctores buenos y malos.
No hago apuesta pero puede que un enfermero, o un conductor de ambulancia atienda más de una vez en estos sitios. Aunque queda por verificar, como digo todo ésto lo cuenta ella.
Me explica que el doctor le dice que sí, se dió un golpe y tiene aguadita la cabeza, pero está consciente, está bien. Le aplica una crema y le dice que se la puede llevar a casa.
La niña no deja de llorar, al tercer día convulsiona y la llevan al hospital; al día siguiente muere. Pero han visto que tiene hematomas en distintas fases y arañazos, y otros golpes y magulladuras; le hacen una revisión más completa.
Un año y medio. La niña ha sido abusada sexualmente también.
La madre dice que son caídas. Sobre las lesiones en la vulva, y preguntándole si ella no vio nada, explica que cuando ella preparaba las cosas para bañar a la niña, la dejaba desnuda sobre una toalla y a veces cuando regresaba su esposo estaba haciéndole cosquillas a la bebé.
_ Carla la miraba con ojos como platos_.
Anita contestó a la pregunta que le hizo sin palabras.
_ Sí, ella no le daba la importancia que tenía, lo minimizaba y justificaba de algún modo. No puedo dejar de mencionar que era el prototipo de mujer maltratada y anulada por su esposo. Primero por su padre, después por su primer marido, y en tercer lugar por este desviado que además abusaba cruelmente de su hija.
Después se supo también que éste tenía una pedofilia. Desembocó en pederastia. Se rastreó por una petición de nuestra unidad, y descubrimos oh, sorpresa, que la madre fue un monstruo con él. No es tan típico ni todos los casos desembocan en ésto. Pero la suerte de esa niña estaba echada.
Anita quedó en silencio, su colega dijo:
_ ¿Qué tanto por ciento de culpabilidad tiene la madre, y el padre? ¿Un cincuenta por ciento?
¿Qué tal que el padre de Úrsula, que la maltrataba, tiene un porcentaje de responsabilidad aquí?
Podemos darle un tanto a la madre del pedófilo a través de éste razonamiento.
Anita añadió:
_ No olvidemos al doctor y la responsabilidad que pudiera tener.
Franco teorizaba.
Si yo fuera el abogado de él, mi defensa debería ir encaminada a su » enfermedad»; si fuera el de ella, la orientaría a su estado de estupor y enajenación provocados por su vida de maltrato.
Carla pensaba en voz alta, negando con la cabeza de nuevo.
_¿Cayó realmente la niña de la mesa?
Éstas personas no pueden, no deben salir de la cárcel. Tú me has explicado que actúan por compulsión, que es como una necesidad, y si tienen oportunidad volverán a hacerlo. Yo no entiendo de eso, soy policía. Los padres de la bebé son los culpables.
La asistenta, mientras ponía algunos platos en la mesa pensó en la pequeña, que siendo inocente había pagado con el cien por cien. Su vida.
CÉSAR TORO
A través del tiempo y las experiencias vividas he observado detenidamente los cambios en el mundo, en tecnologia, estudio, valores y demas…, esto me ha llevado a una conclusión; no se si buena o mala; pero, he revisado con detenimiento como la sociedad se ha dividido justamente en un 50%.
Hay un 50% de personas que viven de acuerdo a las leyes y principios eticos, morales y de sana convivencia. El otro 50% no lo hace, tenemos un 50% de políticos y dirigentes honestos y que cumplen y hacen cumplir las leyes, el otro 50% no lo hacen, hay un 50% de jovenes que aprovechan el estudio, la universidad y son exelentes estudiantes y futuros profesionales, el otro 50% solo se dedicqn a holgazanear y desaprovechan la
oportunidad, que la sociedad les brinda. En el campo deportivo hay un 50% de dirigentes, de entrenadores, honestos y trabajadores, el otro 50% solo estan por ganar dinero y figurar, lamentablemente
No podemos dejar de lado a los trabajadores donde tambien hay un 50% de trabajadores honestos que cumplen a cabalidad sus compromisos y obligaciones y el otro 50% no cumplen son mediocres en lo que hacen y algunos quieren cobrar sin trabajar.
Bueno asi podria seguir enumerando un sin fin de situaciones; sin embargo,lo dejare hasta aqui, saque Usted sus propias conclusiones. Y preguntémonos
¿en que lado estoy Yo?
MAITE BILBAO & CIA
HISTORIA AL 50%
Somos dos partes de un mismo todo, las dos caras de la misma moneda. Nuestra vida debía dividirse mitad a mitad, fifty, fifty, como dicen los ingleses. Sin embargo, prefirió no darse por enterado de que los tiempos son otros, que las mujeres también tenemos derechos a opinar, a actuar y sentir ganas, que el sexo es entre dos. Simplemente, siguiendo las tradiciones de sus ancestros, me relegó a las tareas hogareñas, condenada a prisión matrimonial entre las cuatro paredes de la casa, a las tareas domésticas como si me hubiese comprado o contratado para atenderle. Es mi amo, mi dueño, mi señor, me repite cuando insinuó algo. Es hombre y el hombre no se anda con blandenguerias con su mujer. Debo dejar que desahogue sus frustraciones y rabias y me penetre a su antojo, a su satisfacción. Reventando de rabia, con ganas de escupirle, de arrancarle el pene de una mordida certera, coopero y susurro las palabras que le excitan, gimo de placer y lo remato con movimientos gráciles, rítmicos y alocados. Ya no lo quiero, ya nada siento cuando me toca, ya no es el mismo de cuando era novio. Lo hago para terminar pronto, para que se vacíe en poco tiempo y me dé la espalda en la cama, sin una despedida, sin una caricia, sin un beso y reclamarle a dios por la vida miserable que me ha otorgado.
No soy nada, no me tiene en cuenta, no se fija en mí ni le interesan mis sentimientos. Eso me agrada, porque me ha brindado la oportunidad de esperarlo siempre con el fogón encendido y una olla con agua hirviendo, aunando rabia y valor para…
***
La resaca me martillea la cabeza y joder, está aquí al lado, duerme ajena a lo que desata en mi interior. Es mía, su vida me pertenece. Respira tranquila. Sus labios sonríen ¿En quién pensará esta puta? Podría ponerle una almohada en la cabeza, apretar y su mueca desaparecía para siempre.
Soy el macho, al único a quien puede dedicar las miradas y sueños. Es el trofeo de boda, mío o de nadie. Ella es la culpable de mis celos, sabe que no me gusta verla zorrear.
Verla aquí así tumbada me recuerda la noche de bodas. Sus gemidos como chillidos de rata, alegraron la noche de caza. La tomé, rasgué su virginidad. Era la presa perfecta: sumisa, obediente y mía hasta que la muerte nos separe. Eso ordenó el sacerdote. Si él lo supiera.
Era fácil llegar a casa y usarla. ¿Por qué tuvo que resistirse aquella noche?
Es obligación de una mujer dar satisfacción al marido. Ella me buscó y me provocó al decir que no, a mí. Se despertó mi lado salvaje. La escuchaba riéndose y no me pude controlar. Soy hombre y tengo que hacerme respetar. Y vaya si se calló, la primera hostia le fue a la boca, después la fiera me pedía sexo y lo tuve. Tras ello, todo ha ido mejor. Ya me dijo mi padre: “A una mujer hay que demostrarle quién es el dueño. Y si hay que sacar el cinto, se saca”.
Desde entonces la silencio con gritos, le hago llorar con palabras brutales y de vez en cuando busco excusas para castigarla.
Me gustan sus ojos llenos de terror cuando me suplica piedad. Me excita.
Solo pensar en ello y verla ahí, hace que la desee ahora mismo. Sería sencillo ponerme encima, separar las piernas…
Pero eso ya no me pone.
¿Cómo puedo convertirla en presa y apagar esa mueca de felicidad mientras duerme?
No merece mi compasión, pero al menos le doy la oportunidad de vivir bajo mi techo. No me puedo controlar más, follar antes de desayunar me va a quitar este dolor de cabeza.
—¡Perra, despierta! Tu hombre quiere carne.
***
Un hijo, me ha dicho mi madre, un hijo trae la paz al matrimonio, apacigua al hombre, lo hace más dócil ¿Para cuándo los hijos? Me ha preguntado mi suegra en tono que más de interrogación parece de orden, de burla. Ella pregunta y yo siento en mi interior las recriminaciones: “ni para eso sirves, eres una inútil, si no puedes dar hijos, para qué eres mujer”. Y sin pedirlo, me aconseja sobre posiciones perfectas para quedar embarazada. Hago como que la oigo y callo mi respuesta. ¿Un hijo para qué? Para que salga un cabrón como su padre, para que cuando crezca y sea hombre enamore a una joven y la ilusione con promesas, flores, paseos y cuentos de hadas para enamorados y luego la condene a un habitáculo que ni hogar se puede llamar. Peor aún si sale hembra. ¿Para qué otra víctima?
Todas las mañanas tomo la píldora anticonceptiva. Dios me libre de salir embarazada. No quiero cambiar mi decisión de tomar venganza y verlo sufrir cuando el agua caliente le queme el rostro. Solo espero reunir el valor, tomar la decisión. Mientras tanto la olla y el agua hirviendo estarán ahí cada vez que él llegue.
***
El aroma a café me recibe en la cocina de mi madre, un refugio donde los recuerdos se mezclan con el vapor que sube de la taza. Sus ojos, ventanas a una vida marcada por la lucha, me miran con preocupación.
— ¿Qué sucede, hijo? — pregunta con ternura, intuyendo la tormenta que se agita en mi interior.
La rabia me invade, brotando como lava de un volcán.
— ¡Es ella, madre! — grito golpeando la mesa con la fuerza de mi frustración. — ¡Llevamos años casados y aún no tenemos un hijo!
Su mirada se entristece, pero en lugar de reproche, noto en ella cómplice comprensión.
— Lo sé, hijo — susurra. — He hablado con ella, y me duele tanto como a ti.
Un atisbo de alivio me recorre al sentir su apoyo incondicional. Le pregunto que le ha contestado y me dice que ella también quiere. Entonces, ¿qué falla? Insisto, cegado por la obsesión de un heredero. Ella me mira y duda.
— Tal vez sea un problema médico.
Asiento con la cabeza, convencido de que tiene razón.
— ¿O tal vez está… incompleta? Y es incapaz de darme un hijo.
Su rostro se descompone, pero en lugar de defender a su nuera, sus palabras me dan la munición que necesito.
— No digas eso, hijo, pero algo debe estar mal en ella.
Me levanto de la mesa, preso de la ira.
— ¡La necesito para tener un hijo ¡Es su obligación! Quizás esté tomando algo para no tener. No me fío.
Mi madre se acerca a mí, con compasión en su mirada y me dice lo que quiero escuchar:
—Yo solo quiero lo mejor para ti. Y si ella no puede darte lo que deseas…
Sus palabras me dan alas. Necesito una mujer que me dé un hijo. Si no puede cumplir con su deber, que asuma las consecuencias, o respondo con dureza. Estoy convencido de que tengo razón. Mi madre siempre me ha apoyado, siempre ha estado de mi lado. Sé que puedo contar con ella, incluso si eso significa culpar a su nuera y alimentar mi rencor.
***
De regreso a casa comienza a sentirse un poco feliz. Los labios se relajan en un intento de sonrisa al recordar la cara de alegría con la cual el doctor le informó que eran ciertas sus sospechas y estaba embarazada. Siente pena porque ella no demostró lo mismo. Qué habrá pensado el médico al descubrir en su rostro la tristeza y el asombro incrédulo y para colmo oír la negación con tanta seguridad y porfía porque tomaba las pastillas anticonceptivas. Él no puede ser, doctor, sonó en el consultorio como disparo interrumpiendo la sinfonía de un concierto, como trueno estrepitoso en un día soleado.
No comprende cómo pudo suceder, pero sucedió. El doctor le explicó que los anticonceptivos no eran efectivos al cien por ciento.
Había asistido a la consulta porque el golpe en el ojo izquierdo, además de doler, no le dejaba ver bien y temía perder la vista.
Para disimular, tuvo que mentir a la madre y a la suegra diciendo que visitaría a un ginecólogo para que le estudiara el problema de no salir embarazada, y al marido, que tenía asuntos de mujeres que atenderse y al doctor, que había resbalado y se golpeó con el canto de la mesa al caer.
Pero con solo mirarla, el viejo facultativo, antes de examinarle el ojo, le dijo con seguridad:
— Usted está embarazada. Si quiere le hacemos el test.
Y ella aceptó simplemente para confirmarle su equivocación.
Se va acercando a la casa.
***
Ella:
Regreso con el corazón palpitando de emociones encontradas. Un torbellino de alegría se mezcla con la incertidumbre y el miedo. La noticia del embarazo me ha dejado atónita, y no puedo evitar sentir cierta culpa por mi reacción inicial en el consultorio. ¿Cómo pude negarlo?
Cuando llego la imagen de mi esposo esperando en la puerta me invade. Su rostro se ve ensombrecido por una expresión severa. En sus ojos detecto ira, algo que me hiela la sangre.
Apenas entro en la casa, me increpa, mostrándome la caja de anticonceptivos que he estado ocultando. Su voz suena áspera, llena de rencor. Me siento acorralada, sin saber cómo explicar la verdad.
Él:
La veo entrar, con esa mirada esquiva que me llena de furia. En mis manos, la evidencia del engaño: las pastillas que la protegían de un embarazo no deseado.
Mi mente se nubla de rabia. La acuso e insulto, sin darle oportunidad de defenderse. Solo quiero descargar la ira que me consume, la frustración de sentirme engañado y traicionado.
En un arrebato de violencia, la empujo contra la pared. Su cuerpo se estremece, los ojos se llenan de terror. En ese instante, me invade una oleada de remordimiento. ¿Cómo he podido actuar de esa manera?
Ella:
Desesperada por escapar de su furia, tomo la olla de agua hirviendo que está en la estufa. Es un acto impulsivo, nacido del miedo. Jamás podría lastimarlo, pero en ese momento, solo quiero huir, desaparecer. Él reacciona con rapidez, arrebatándome la olla. La tensión se palpa en el aire.
En ese preciso instante, el timbre de la puerta rompe el silencio. Dos agentes de policía irrumpen en la escena, alertados por una llamada del hospital sobre un posible caso de violencia doméstica.
Aprovecho la distracción, me libero de sus brazos y me dirijo hacia los oficiales. Les explico que todo está bien, que solo hemos tenido una discusión de pareja. Sin embargo, en mi interior, la semilla de la duda ha sido plantada.
Él:
Observo cómo mi esposa miente a las autoridades. Un nudo de culpa me aprieta el pecho. Sé que he cometido un error, que mi comportamiento ha sido inaceptable. Los policías me miran con recelo, con ojos llenos de sospecha. Me ordenan salir de la cocina, dejándome con mis pensamientos.
Ella:
En silencio decido no presentar cargos. En ese momento pienso en el futuro de nuestro hijo, en el nuevo ser que crece dentro de mí. La esperanza es el escudo contra el dolor. Con miedo y decisión, le revelo la noticia del embarazo. Su rostro se transforma, la ira se disipa dando paso a la sorpresa y la alegría. Me abraza con fuerza, murmurando palabras de perdón y promesas de cambio.
Él:
La noticia del embarazo me golpea como torrente de emociones. Por primera vez en mucho tiempo, veo futuro.
Le pido perdón por la violencia y las palabras hirientes. Le prometo que nunca volveré a actuar de esa manera, que seré un mejor hombre y un mejor padre para nuestro hijo.
Ella:
En ese instante, algo se rompe dentro de nosotros. La violencia y el rencor dejan paso al diálogo. Hay tanto que hablar. Nos miramos a los ojos y vemos reflejada la esperanza.
***
En la penumbra de la cocina, la olla de agua hirviendo emite un sonido amenazante, como un rugido ahogado. La esposa, con las manos temblorosas, la observa como si fuera el espejo que refleja su propia ira reprimida. Su corazón late desbocado, como pájaro atrapado en una jaula.
El esposo, con el rostro ensombrecido por la furia, la mira con una intensidad que la aterra. Las palabras, como dardos afilados, penetran en su piel, dejando heridas que sangran en silencio.
De repente, un silencio sepulcral se apodera de la habitación, rota solo por el burbujeo del agua. La tensión es palpable, como corriente eléctrica que recorre sus cuerpos. Ella toma una decisión impulsiva. Agarra la olla con manos temblorosas y la levanta, como si fuera a derramar el contenido sobre el marido.
Él, al ver su movimiento, retrocede instintivamente. Abre los ojos, de par en par, llenos de terror. En ese instante, comprende la profundidad de su dolor y la desesperación que la impulsa.
Un sollozo ahogado escapa de los labios de ella. Las lágrimas brotan como un torrente que finalmente la libera de las cadenas del miedo.
En un acto de redención, él se acerca y la toma entre sus brazos. La olla olvidada en la mesa, se enfría lentamente, mientras su nueva vida comienza a calentarse. Las lágrimas de ambos se mezclan en el abrazo. En ese instante de dolor compartido, han encontrado algo que les ha faltado: la compasión por ellos mismos.
Y en la penumbra se enciende una luz de esperanza.
Escritor anónimo
Maite Bilbao
CARINA WÜRTZ
Viendo una cara frente a otra, observe atentamente, después de cada detalle físico, la expresión que brotó segundos seguidos de decir: Amor….
Había un tono de esperanza mezclado con pánico en una mirada fija atenta a una respuesta impredecible.
No hubo respuesta alguna antes de casi diez tensos minutos y el mundo parecía haberse congelado para darle al interlocutor; tiempo para pensar, o palabras para responder sin herir…
Ella con la voz entrecortada pregunto:
– Me hablaste?
El respondio: si. Que crees que es el amor?
– Ahhhh yo creía que….
– No. Sólo quería una opinión de otra mujer
– Por un momento imagine tantas cosas que no sabía que responder
-Te asustaste?
– No. Claro que no. Me ilusione. A esta altura de la vida, puedo decirte que es el 50 % de lo vivido y hoy me toca ponerle número a un porcentaje a restar…. gracias de todas maneras. Fue un momento fugaz como es el amor siempre y me hizo feliz soñar…
EVA AVIA TORIBIO
¿Tu otra mitad será el asesino?
Días después de nuestro viaje a Roma tengo la sensación de ser observado por alguien. Ese alguien, sigiloso, sin dejarse ver, sigue mis pasos allí donde voy; controla lo poco que cuelgo en las redes sociales. ¿Y cómo lo sé? Porque alguien que me aparece como anónimo deja me gusta, visualizaciones y hasta ahora no me había sucedido. Está llegando a tal extremo que me atormenta por las noches. Podrás pensar que seguramente son imaginaciones mías, y puede que tengas razón, que es algo habitual, pero yo solo soy una persona común y los únicos que tengo agregados son mis familiares y los pocos amigos que se pueden contar con los dedos de una mano. Esta situación está dañando la relación con mi otra mitad. Tengo miedo de salir a la calle, que la persona que asesinó a ese hombre pueda hacerle daño. ¿Y por que creo que no son imaginaciones mías? Porque hace unos días se puso en contacto con nosotros el sargento Ramírez y entre otras cosas, nos facilitó un dato curioso, a unos pocos centímetros del cadáver se encontró una bolsa con unas palmeras de chocolate. La bolsa iba impresa con el logotipo de mi panadería.
Este caso cada vez se pone más interesante. Hace mucho tiempo que no me encontraba con algo similar. Es meticuloso; utiliza diferentes armas, no deja huellas y es posible que maquille su rostro, ya que en ninguna de las cámaras de seguridad que rodean las inmediaciones de los asesinatos, aparece la misma persona y, a la vez tan arrogante, que nos ha estado dejando pistas de sus próximas victimas sin que nosotros paráramos cuenta en ese detalle. Lo único que tienen en común todas las victimas es precisamente eso, las pistas que nos deja. Pero esta vez, casualidades de la vida, he conocido a su próxima víctima. Me he trasladado cerca de su residencia y tengo controlado todos sus movimientos, tanto los físicos como los informáticos, el asesino sé que está al acecho y voy a ser como su media naranja. Para poder estar lo más cerca posible de Xavi e Ignacio, he solicitado un traslado temporal. Esta vez no se me escapa, hasta aquí llega su extraña afición.
Tengo al sargento y a mi nuevo aliciente donde quería, ambos en la misma escena de juego. Me encantaría tenerlos en el centro de la diana del nuevo jueguecito de moda, la próxima cita es en un par de semanas y los quiero ahí. No te imaginas el placer que me da ver como mi aliciente, ese que ha llamado mi atención para cambiar mi rutina, no duerme por las noches, como discute con su media naranja, cursis hipócritas. Pensarás que soy un desquiciado, un asesino, pero sabes que te digo, que me importa una mierda, me corro de placer solo con pensarlo. Y sobre el sargento, es un cantamañanas, me va a pillar cuando no haya nada que me motive a seguir con mi juego. ¡Ale, lo dicho! Te hablo pronto.
RAÚL LEIVA
Corazones secantes
Al cincuenta son mis ganas de enfrentarme cada día,
con mis miedos del destino, con mi fe que va en caída,
con mi silencio enmohecido que carece de osadías,
con las viejas ambiciones de integrar mil cofradías.
Al cincuenta me dijeron, mi pasión sin rebeldías,
mis anodinos pesares, mi creciente cobardía,
las ausentes convicciones, la mediocre valentía,
las miradas reticentes, la sospecha en demasía.
Al cincuenta las virtudes, maquillando habladurías,
disfrazando los misterios de este chef sin garantías.
Siempre apuesto al cincuenta mis mundanas alegrías,
mis inciertas tesituras, mi obsecuente apatía.
Y aquí me encuentro atrapado, custodiado por arpías,
desandando derroteros, presagiando cacerías,
y al cincuenta mis preludios, conforman la sinfonía
de mi réquiem tan regado, de ronqueras afonías.
Me despido pues al cincuenta, como creo que debería,
al cincuenta de memoria, al cincuenta hipocresía,
al cincuenta de verdades y al cincuenta de mentiras,
al cincuenta de movimientos, y al cincuenta de agonías,
al cincuenta en realidades, al cincuenta en utopías,
Un cincuenta equilibrado y un cincuenta asimetrías,
este cuerpo ya se encuentra al cincuenta acefalía.
Al cincuenta mis palabras, hoy con gusto callaría
Si supiera que, al cincuenta, una vez me besarías.
BELÉN PÉREZ
Serías capaz de dar el 50%?
Le preguntaba Alba a su amiga Carla.
El 50 % en qué?
No me refiero al 50% de tu dinero, me refiero al 50% de tu tiempo ,de tus consejos ,de saber escuchar, de tender la mano.
Carla depende de cómo veas tú lo que es mucho.
El gestó de dar un buenos días!!.Es un gestó, el preguntar como estás ,el ayudar al prójimo, el preguntar cómo te fue el día.
El sacar tiempo para tomar algo ,felicitar por lo bueno y escuchar lo malo .
Alba sabés últimamente nos pasamos el día viendo una pantalla,viendo vidas fugaces que no existen y yo creo qué no damos ni un 10%.
Asiente Carla, crees que tengo razón?
En cierto modo si, respondió Alba.
Seremos capaces de vivir el presente y dejar ese mundo imaginario de aparentar por redes y dar el 50%.
Piénsalo. Yo si lo haría y tú?
CARMEN ÚBEDA FERRER
La cabra
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De un parto simultáneo nacieron dos niños tan iguales como dos gotas de agua.
Desde el primer instante de sus vidas compartieron caricias, amor y sanas enseñanzas a partes iguales, por sus progenitores, al cincuenta por ciento como una transacción comercial, gracias a lo cual, entre los hermanos, nunca existió la envidia, ni los celos.
Cuando murieron el padre y la madre de los gemelos, estos, Remigio y Rogelio, así se llamaban los hermanos, también heredaron las tierras a partes iguales ni una hectárea más , ni una hectárea menos. Del mismo modo fue repartida la granja en dos mitades, ni un metro cuadrado más ni un metro cuadrado menos.
Con el tiempo, Rogelio y Remigio se casaron con dos hermanas que no eran gemelas, pero sí muy parecidas, de manera que en esta cuestión les falto muy poco para llegar al cincuenta por ciento que marco sus vidas desde su nacimiento. Esta pequeña inexactitud fue ignorada.
Sus mujeres eran buenas mozas, alegres, ingeniosas y de buen talante, por tanto, la vida en la granja transcurría apacible y armoniosa. Era un remanso de paz.
Una tarde, ya entrada la primavera, al caer el sol regresaban los gemelos de faenar en sus campos cuando de pronto, delante de la granja, vieron una hermosa cabra salida de la nada. Sin mediar palabra, Remigio y Rogelio se lanzaron escopetados sobre ella. Uno la agarro por un cuerno y el otro por una oreja.
-¡Quita pallá! Suelta al animal que yo lo agarré primero por el cuerno. ¡La cabra es mía! Y le dio un empujón a su hermano.
-Pues me paece que tas equivocao, que bien agarrá le tengo la oreja antes que tú del cuerno. ¡Ansí que la bestia es mía!-
De manera que cada cual tiraba de la cabra para sí. Esta situación no habría tenido lugar si hubiesen encontrado dos cabras iguales , pero cabra solo había una. Sin sospechárlo habían comenzado un conflicto de intereses.
La chiva con tanto estira y afloja de oreja y cuerno comenzó a balar desaforadamente y los hermanos a abroncarse como gallos de pelea. Tal bullaranga armaron que salieron sus mujeres a ver que ocurría. Pasmadas quedaron al encontrar a sus maridos dispuestos a darse de puñetazos por un animal que no comprendían de donde había salido.
-¡Ay ! La madre del cordero.- Exclamó una.
– En jamás pensé que sus pegaseis por tan poca cosa. ¿Pos no tenemos de to? ¡Hála que tire la cabra pa el monte y se terminó el jaleo!-
-¡Quia! Yo no cedo.- dijo el uno
-Pos yo tampoco.- sentenció el otro.
Y el animalito iba de aquí para allá, y de allá para acá porque, Remigio la quería en su terreno y Rosendo tiraba de la chiva para lo suyo.
Las mujeres ya hartas de tanta bronca tomaron una decisión.
-¡Ea! La cabra se queda esta noche aquí en la mitad del descampao. ¡Atá y bien atá! Mañana con las claras del día ya se verá que hacemos con ella.-
De mala gana y rezongando se fue cada hombre con su mujer y así quedó la cuestión.
A la mañana siguiente apenas despuntaba el sol, ya estaban los dos hermanos a medio vestir a en el lugar a donde quedó atada la cabra, pero la chiva no estaba.
-¿Qué Has hecho con mi bestia , hermano? ¿A dónde las has escondío pa que yo no me la beneficie?-
-¿Te crees, hermano, que estoy atontao o qué? Tú eres el que la ties escondida. Trae pacá el animalico que de sobras sabes que es mío.-
Y Remigio y Rosendo vuelta a la carga dando grandes voces.
Salen las mujeres de la casa con las camisas de dormir arerbujándose en sendos mantoncillos de lana que a esa temprana hora refrescaba mucho en aquellos lares.
– ¿Ya estamos otra vez de bulla? ¿Y qué pasa ahora?.-
– Que este, dicen los dos a la vez, a escondío la cabra que no está ahí atá y es mía- y se señalaban el uno al otro.
-Pero mira que sois borricos. Si no está y ni la ties tu, ni tampoco la la tie este, será que se ha escapao. Bien clarico nos queda a toos.-
La una hablaba y la otra asentía dando cabezadas mientras que a la vezse arrebujaba el mantón.
-Ya hacéis tarde pa ir al campo. Una brazo y aquí no ha paso na.-
Así transcurrió el día y volvió a ser un remanso de paz.
Con los últimos rescoldos del sol , terminadas sus faenas en el campo, Rosendo y Remigio regresaron a la granja.
Las mujeres salieron a recibirlos.
-Como la noche se presenta clara y fresca hemos pensao, esta y yo, en festejar que se escapó la cabra, y está to en paz, cenar aquí en el descampao, un buen guiso y unas botellicas de vino peleón que tanto os gusta y quita el sentío .-
Se sentaron a cenar y todo fue risas, buenas tajadas, hogazas de pan y las gargantas refrescadas con el vino peleón.
-¿A dónde habrá ido a parar el animalico…?- dijo el uno
-Vete tú a saber ande habrá ido a parar…- contestó el otro.
-Pa el monte, como todas las cabras.- dijeron las hermanas y los cuatro se pusieron a reír con grandes carcajadas.
Todos reían y se gastaban bromas, pero las que de verdad se morían de la risa eran las dos mujeres, cada vez que miraban a sus cándidos maridos.
Parte de la cabra ya se encontraba en sus panzas. Hizo un buen guiso. El resto se encontraba aliñado en aceite con aromáticas especies, a buen recaudo, en una orza de barro.
NALLELI CANDIANI
Estamos cansados del mundo, de la misma miseria y de la muerte, y vivimos como nos podemos permitir.
Persigo a este tipo que camina con 50% de su posibilidad, con tensión en los músculos del interior de las piernas, juntando las rodillas y aplastando los huesos del arco de los pies. Va provocando para su futuro, alguna torcedura, tendinitis, y los músculos que están diseñados para sostener el cuerpo del cuerpo, no están siendo usados, así que esta terquedad que veo, esta tozudez de hacerlo, aún en contra del dolor que se que está experimentando, habla mucho de él.
Este diseño no funciona. Es un edificio que parece que se va a derrumbar todos los días debido a la gravedad.
Es mejor buscar levitar: Cuando hundes los pies en la tierra con todo tu peso, tu ego desaparece al fusionarte con algo más fuera de tí.
Salir de tí ti mismo, perder la paciencia y renunciar a tus sueños no significa que la luz se apague, Exagrama 36 del ICHING. Durante este período, resistirás fuerzas hostiles y circunstancias desafortunadas.
Es más bien desconfiar sanamente de uno mismo.
CARMEN BERJANO
Llevábamos dos años sin tocarnos.
Todas las noches me daba un beso en la mejilla. Costumbre adquirida y mantenida.
Últimamente me asqueaba ese momento.
Todo estaba bien en mi vida.
Había cumplido el sueño de trabajar en lo que quería. Vivía en la sierra en un lugar precioso. Mi niño crecía sano y feliz.
Empecé a ser consciente de que no le quería ya meses antes.
Realicé un curso con otras mujeres de autocuidado.
Los ejercicios los repetía con mi hijo. Nunca con él. Nunca.
Pero me daba pánico tomar la decisión de divorciarme.
Era asumir ese fracaso lo que me faltaba para dar el paso.
Un día me di cuenta de que era más grande la necesidad que el amor.
Y seguí alejándome.
Ya dormía en otro cuarto. Y yo practicaba colecho con mi hijo.
Adoraba ese ratito de confidencias, cuentos, bromas y cariño infinito.
Otro día me decidí a solicitar la justicia gratuita e informarme de todos los pasos.
Él se resistía. Con todo lo grande que es se arrodilló y me pidió que no le dejase, que con ese beso de buenas noches él se conformaba.
Yo me mostré impasible.
Habían sido muchos incidentes que para mí eran bandera roja: celos, intromisiones en mi intimidad, mentiras desprecios…
De hecho, era mucho más el compromiso y la costumbre que otra cosa.
El duelo de la relación lo había pasado a su lado en estos últimos dos años.
Dos años sin mantener relaciones, pero comiéndonos la sopa en la misma mesa.
Dos años con esos besos de buenas noches que cada vez me costaban más y más.
Me asignaron abogado.
Y decidí volver a mi ciudad.
Ahora había que repartir todo al 50%, porque estábamos casados en régimen de gananciales.
Cómo se reparte el 50% de una vida en común y que pasa con los sueños compartidos.
En ese momento tenía 42 años y el duelo mayor era por no volver a ser madre.
Han pasado casi seis años. Mis amigas al principio me decían que tendría alguna recaída con él.
Eso nunca pasó.
No he rehecho mi vida, porque mi vida nunca estuvo deshecha.
A día de hoy llevo casi cuatro años sin saber nada de él, y estoy mejor que nunca.
El 50% igual no fue totalmente justo. Pero me da igual.
Quitármelo de encima fue barato.
Barato y triste.
Cuando lo conocí mi historia me parecía más bonita que cualquiera de las películas de amor de antena 3, de esas de los sábados después de comer.
50%. Pero nadie te devuelve el tiempo, la energía, esos sueños.
50%.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
Los focos se encienden, el escenario brilla bajo ellos.
Empieza el espectáculo.
Dos preguntas, una correcta.
El pais se paraliza esa noche.
Hace tiempo qué un concurso no tenía tanta audiencia.
Allí, bajo los focos está Paco, con el maquillaje corrido de tanto sudar. Se juega mucho.
La vida misma.
Cuando firmó el contrato ya sabía a lo qué se enfrentaba, pero eso no quita qué tenga miedo.
Todo por darle un futuro a su familia.
Y el concurso empieza. La presentadora también está nerviosa, después de una intervención, se van a publicidad, cuando vuelven actúa un cantante, publicidad.
Después de una hora de concurso no ha pasado nada.
Paco cada vez más nervioso.
Llegó el momento de la pregunta.
«Qué presidente fue asesinado en Estados Unidos en el siglo veinte?
Kennedy o Carter?»
Ésto está amañado pensó todo un país a la vez.
«Carter» dijo Paco.
Los focos se apagaron.
Publicidad otra vez.
Los focos se encienden.
Paco está en una silla, amarrado.
Publicidad.
Paco es ejecutado en la silla eléctrica delante de todos los ojos que miran. Viejos, niños.
Se apagan los focos.
Paco había salido de la cárcel para el concurso, tenía una posibilidad de salír si ganaba el concurso. Perdió.
David Merlán
Benedicto Palacios
Mi voto para:
Pedro Antonio López
Mi voto para:
Raúl Leiva
Mi voto para:
Sergio Téllez
Mi voto para Raúl Leiva
Mi voto por:
Lves Gares
Concha Varias
Ana del Álamo
Eva Avia Toribio
Dificil ehh.
Voto a Irene Adler y a Jose Luis Usón y a Josué Casasus
Catasus , quise decir
Mi voto compartido es:
Graciela Pellazza
ConchaCArias
Alberto Macadar
Mi voto es para …
*Sergio Tellez González
*Carmen Ubeda
Mi voto: Irene Adler
Voto.:
Irene Adler
Raúl Leiva
Uff casi no llego.
Muy difícil, como siempre.
.Irene Adler
.-Jose luis Usón
.-sergio Téllez
.- Luis Gares