Una extraña afición – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «una extraña afición». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 27 de junio!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Dimitri se ocultaba tras el dispositivo móvil ansioso por comprobar cuál era el tema semanal propuesto para el grupo de escritura creativa, tras acabar de afilar y dar brillo a sus armas blancas, una extraña afición que se había convertido ya en ritual, decidió escribir unas pequeñas líneas para que la gente pudiese comprobar su amabilidad.

La mañana de ese sábado estará ya en la memoria de todos los miembros de ese santo grupo, ya que tras varios intentos fallidos, con el consiguiente destrozo de papeles e incluso de algún utensilio y/o bártulo dedicado a salpicar tinta para la tediosa tarea de la escritura, se escuchó un estruendo proveniente de la pluma del creador del personaje, seguido de un alarido colérico de rabia contenida al comprobar la situación:

-¡Noooooooo!; Dimitri por favor baja el arma, no es necesario, creo que lo han entendido perfectamente-.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Aquel cuchillo de cocinero llamado también cuchillo de»chef» lo hallé en el cojón de los cubiertos a una edad de 12 años.

Desde el día que lo descubrí me atrajo.

Comencé utilizando le,

cortado veduraras al amparo de mi madre. Más poco apoco aque afición se fue apoderando de mi voluntad.

Se ma daba también cortar todo tipo de alimentos entre ellos la carne y en especial la remolacha ya que en casa los compos de siembra daban el rico manjar.

Obsesionado por el brillo de la hoja no había día feliz para mi sino la utilizaba. Así pues comencé a hacer con mi afilado cuchillo juego de feria.

Me encantaba cuando mi familia estaban sentados a la mesa, mostrar mi progreso en el Arte de lanzar lo . Con esas en un momento preciso tiraba al aire mi afición favorita. Los comensales se ponían la manos a la cabeza. Al final ni familiares ni conocidos pasaban por casa…

Pero un día mi padre llegó a casa preocupado la maquina de cortar la remolacha se había estropeado y los camiones a guardaban la carga cortada.

Ahí me dije está mi oportunidad.

Marche a la nave y lance mi cuchillo al vacío, con tanta fuerza y destreza que el arma cortante hizo el milagro de cortar y bien cortada esa raíz cónica y blanca que crece bajo el suelo…

DAVID MERLÁN

VINCENZO. EL COLECCIONISTA DE ATARDECERES.

Una tarde-noche más, anochece en la ciudad. De una esquina aún con la claridad presente en la escena, una figura se desliza entre las sombras, evitando cuidadosamente los rayos del sol poniente. Su nombre es Vincenzo, un vampiro con apenas dos meses desde que fue convertido y que aún no dominaba del todo sus nuevas habilidades.

A diferencia de otros vampiros que se deleitaban con la caza en su proceso de mejora y aprendizaje vampírico, Vincenzo tenía una extraña afición: coleccionaba atardeceres.

Pocos días después de que Sabella lo convirtiera, había sentido una conexión inexplicable con los momentos en que el sol se despedía del día. Creía que podía deberse a su reciente transformación y que por tanto, aún debía de quedar algo de humanidad corriendo por sus venas.

Cada tarde, se las ingeniaba para encontrar un lugar seguro desde donde observar el espectáculo del crepúsculo. Era entonces que, si se sentía cautivado por el momento, usaba un viejo cuaderno de dibujos para capturar con lápiz de colores los matices y formas del cielo, inmortalizando cada uno de ellos en su colección. Era el modo de recordar su otro ser, aquel que podía bañarse bajo el sol sin que nada malo le pudiera suceder.

Sin embargo, su afición tenía un precio. Hacia días que estaba alerta y preocupado ya que, cada vez que se arriesgaba a salir, aumentaban las posibilidades de ser descubierto por otros seres de la noche que no entendían su extraña afición y veían su comportamiento como una debilidad. Susurros sobre «el vampiro loco» o «el vampiro extrovertido» empezaron a circular entre los noctámbulos de la ciudad.

Pues bien, una noche, mientras se preparaba para su ritual diario, Vincenzo sintió que lo observaban. Una voz femenina rompió el silencio y se presentó como Lucrecia, una vampira antigua y poderosa, y le preguntó intrigada por las historias que había escuchado sobre él.

—Dicen que coleccionas atardeceres —dijo ella con una mezcla de burla y curiosidad.

Vincenzo, sin dejarse intimidar y sin dejar de dibujar, respondió:

—Es mi forma de recordar que aún hay belleza en este mundo, incluso para nosotros.

Intrigada por su respuesta, Lucrecia le propuso un trato. Quería divertirse un poco con todo aquello y de paso averiguar hasta donde era capaz de llegar aquel novato.

—Te propongo un trato: Si logras capturar el atardecer más hermoso en el punto más alto de la ciudad, te revelaré un secreto que cambiará tu vida eterna para siempre. Y ten en cuenta que he visto infinidad de ellos a lo largo de todos estos años.

Vincenzo dejó de dibujar, recogió sus lápices y se giró para ver a su interlocutora por primera vez.

Era una mujer de cabello rojo fuego y ojos verdes penetrantes que esperaba con una sonrisa medio diabolica, medio pícara la respuesta.

Sin pensarlo dos veces, se levantó y contestó.

—Aceptó el desafío.

—Bien, novato. Veamos de que eres capaz. Nos veremos mañana en lo más alto de la torre del campanario, ¿De acuerdo?

Vincenzo asintió y ambos abandonaron aquél lugar.

La noche siguiente, Vincenzo escaló la torre del antiguo campanario, el lugar más alto de la ciudad. Los últimos rayos de sol se filtraban a través de las nubes, pintando el cielo de colores imposibles. Fue un atardecer que desafió todas sus expectativas. Con mano temblorosa, dibujó cada detalle en su cuaderno.

Ya casi iba a darle los últimos retoques al dibujo y darlo por concluido cuando, en el instante en que el sol finalmente desaparecía bajo el horizonte, Lucrecia apareció a su lado y, por encima de su hombro, observó el dibujo en silencio antes de hablar.

—Es hermoso, lo admito—contestó sincera.

—Gracias. Celebro que te guste. Me recuerda a una persona de la que no se nada desde hace un par de meses.

—¿Tú iniciadora?—le preguntó sin rodeos.

—Si…—contestó dubitativo.

—¿La conozco?.

—Lo desconozco. Sólo se que se llama Sabella.

—No me suena—. respondió sin pensárselo dos veces.

—¿He superado el reto?— preguntó con una mezcla de ansiedad y curiosidad.

—Si, la verdad es que eres bueno dibujando. Se te da bien. Tengo que reconocer que es muy impactante y sobrecogedor. Entiendo que tú alma y tu corazón todavía están en conflicto y tu parte humana pelea por no abandonarte todavía.

—No te entiendo.

—Novato. —contesto poniéndole los brazos sobre los hombros, al tiempo que lo miraba fijamente a los ojos a escasos dos palmos de distancia—. Quiero decir que, aunque me has reconocido que echas de menos a una de los nuestros, cada noche, luchas contra tu interior en el crepúsculo intentando aferrarte a la vida que ya nunca volverá. ¿Estoy en lo cierto?

—Si, puede ser.

—Lo es. No tengas la menor duda, hazme caso que de esto se bastante más que tú.

Vincenzo la miró serio, con respeto, y prefirió no articular palabra. Había oído hablar de la reputación de Lucrecia, y lo que había oído lo llevó a la conclusión de que era mejor no enfadarla.

—Bien, lo justo es lo justo. Ahora, es momento de revelarte el secreto—. dijo apartándose de él.

Lucrecia extendió su mano y tocó la frente de Vincenzo. En ese instante, una oleada de recuerdos lo invadió. Vio atardeceres de siglos pasados, desde diferentes partes del mundo, como si los estuviera viviendo en ese preciso instante. Por último, y para finalizar la cascada de imágenes y sensaciones, sintió la calidez del sol, algo que ya creía perdido para siempre.

Lucrecia esperó paciente hasta que Vincenzo abrió los ojos.

—Los atardeceres son más que un simple espectáculo, Vincenzo—dijo ella suavemente—.Son la esencia de lo que fuimos y lo que podemos llegar a ser. Has descubierto la forma de recuperar una parte de tu humanidad. Yo aún la conservo, pero es algo que muchos de nosotros ya hemos olvidamos.

Vincenzo, con lágrimas de gratitud, comprendió que su afición no era extraña, sino un camino hacia la redención.

—Que te vaya bien, novato. Te estaré observando. Quiero saber a dónde eres capaz de llegar. Adiós.

—Espera…—intentó decir él.

Ya era tarde, Lucrecia había vuelto al mundo de las sombras. Ese mundo al que irremediablemente Vincenzo estaba abocado a entrar para nunca más salir.

BENEDICTO PALACIOS

Mi amiga Edwige poseía grandes cualidades. Era una mujer divertida, lúcida, ingeniosa y hábil. Además del francés, su lengua materna, dominaba el español y el japonés. Fue lo primero con que me sorprendió. Arigató (gracias) me dijo cuando le cedía el asiento al poco de conocernos; y aunque le hacía gracia cómo pronunciaba chapeau, poisson, magazine y heureux, perdió parte de su sonrisa cuando la invité a pronunciar cerrajería. Fueron estas palabras sin embargo el comienzo de una larga amistad. Le gustaba pasear en cualquier época, aunque nevara, pero prefería el otoño por contemplar cómo a nuestro paso se desprendían algunas hojas de los árboles.

—Están cansadas de vivir y buscan su destino natural.

—¿Cuál es?

—Mezclarse con el polvo, fundirse y desaparecer.

Y me relató la visita a una laurisilva canaria. No era un bosque de grandes dimensiones, pero tenía una vegetación tan tupida que impedía la entrada del sol, y las hojas que caían iban perdiendo poco a poco el limbo o la lámina, permaneciendo únicamente los nervios y el peciolo. Un día me enseñó una colección de ellas. Parecían ratonadas. No me dejó tocarlas. Le gustaba lo efímero. Sentía predilección.

Me lo explicó con detalle en francés y acudió al ejemplo de esta historia de amistad.

Lucía y David habían sido compañeros de colegio y de especialidad: ambos habían estudiado informática, y luego de trabajo. Se enamoraron con catorce años y fueron paso a paso descubriendo los secretos de la vida y del amor, y el trato y las relaciones caminaron sobre ruedas hasta los veintinueve años. A esa edad decidieron casarse porque deseaban ser padres. Ella se encargó de la organización y él de las invitaciones. Había que poner en el tarjetón una frase distinguida. Será glorioso mientras dure, escribió.

Un par de semanas antes de la boda, hubo cambió en la dirección de la empresa. Lucía fue una de las primeras en saberlo y la encargada de recibir al nuevo director, un señor de su edad, pero diferente de las personas habituales de su entorno, diferente también de David. Poseía algo especial, en la voz tal vez. Se lo comentó aquella misma tarde. Debía que ser sincera con él, como hasta entonces lo habían sido.

—Me gusta, percibo en él algo inusual, exclusivo. Aquello que quizás los dos hemos sentido y hace tiempo olvidado.

—Te comprendo, pero quiero casarme contigo.

Faltaban quince días. Todo estaba reservado y las invitaciones enviadas. Una semana antes Lucía le había dejado en el buzón una carta de despedida. No me busques, eran las palabras del adiós.

Pasaron cuatro años. David se cansó de esperarla. Con gafas que le cubrían ampliamente los ojos y el pelo teñido de canas Lucía se presentó en la empresa con un currículo en la mano y nombre diferente. Casi se cae del susto porque fue David el que la recibió.

—La empresa no pasa por un periodo de expansión. Lo siento.

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—¿Tan fácilmente se olvidan catorce años de relación y los preparativos de una boda? —Pregunté a Edwige— ¿Se enrolló David con otra? ¿Qué le sucedió a Lucía? ¿Se recluyó en una nueva laurisilva? A lo mejor se aficionó, como tú, a coleccionar hojas caídas.

—Ambos seguían solteros cuando ella se presentó en la empresa con el currículo en la mano.

—¡Qué torpeza no reconocerla! ¿Y luego?

—La historia se interrumpe, pero estoy segura de que encontrarían un nuevo amor por separado.

—Bah, ya no me interesa esa historia.

—¡Qué lo vamos a hacer! Puede que no la tuvieras afición, pero es pura evidencia: todo, querido, es efímero.

FÉLIX MELÉNDEZ

Desde la oportunidad que me da el silencio de la noche, una extraña afición, paro un momento y respiro profundamente, puedo intuir todo el misterio que conlleva en si mismo el miedo, el verdadero miedo que nos hace a veces permanecer estático, escondido y quieto, entre las mil y una sombras. Con el corazón en la boca y a punto del desmayo, intento relajarme. En una respiración alargada, ampliando los momentos, alargando los segundos, el silbido de unos aullidos que acorralan los pensamientos extraños.

Me estoy deformando, transformándose todos los huesos de un cuerpo inquieto ante tanto estrés noto las costillas reventar, los pelos crecer con un movimiento salvaje, convertidos mis dedos en garras y zarpas las manos, la boca completamente colmada de colmillos, un pequeño ruido pueden apreciar mis picudas y afiladas orejas alguien se aprosima al fondo de la calle, una silueta se traslada junto a una sombra cautiva.

Escondido en la penúltima de un rincón olvidado, espero y desespero para saltar, ahogándome entre mis propias salivas preparado, dispuesto a dar un salto definitivo que me lleve más allá de saciar de sangre y deseos, de calmar un hambre lascivo.

En el silencio de la noche espero y desespero que la presa se acerque lentamente para saltar sobre ella en el momento preciso, ni antes ni después.

Justo cuando se presenta el camión de la basura y no pudo ser, será otra noche, otra aventura seguire escondido en las sombras con una extraña afición a oscuras.

RAQUEL LÓPEZ

El inspector Bruce, se encargó del caso sobre las muertes de la bacteria staphylococcus.

Hombre enjuto, solitario y muy audaz, al que le gustaba la compañía de una buena botella de vodka.

Esa noche se acercó al bar de Barry, a unas manzanas de su casa. Pidió una copa y se la bebió de un solo trago.

Antes de marcharse, le llamó la atención una mujer ya entrada en años pero con un cuerpo voluptuoso y elegante. Ella, percibió la mirada de Bruce y se acercó…

-¿ Tienes fuego?

Bruce busco entre los bolsillos de la gabardina un tanto nervioso, algo poco habitual en él, pues pocas cosas le ponían nervioso.

– Me llamó Claire, y tú?

– Bruce. No la he visto nunca por aquí, ¿ Es nueva en el barrio?

– Me alojo en aquel hotel- dijo señalando el mismo hotel en el que encontraron los cadáveres de los dos hombres.

– Y…¿ No vio nada extraño?

– ¡ Se ven tantas cosas extrañas en esta vida! Le confesaré, yo tengo una extraña afición- dijo susurrándole al oído.

– Pues me tiene intrigado, dígame esa extraña afición suya…

– Se la diré en otro momento, aquí tiene mi número de habitación. Le espero….

ARMANDO BARCELONA

COLECCIONANDO SUEÑOS

Ya sabe cómo son los chiquillos, jefe, siempre andan fabricando historias y más entonces, que no había otra diversión que la calle, cualquier palo era Tizona, con cuatro cojinetes y una tabla armábamos un bólido de carreras, nos inventábamos escenarios bélicos, andar a las pedradas era un entrenamiento para la vida y un hueso roto te llevaba en volandas a lo alto del pódium.

Las tardes de verano, cuando ya no había escuela, nos juntábamos en el parque de la Leña, entonces todavía era un simple almacén de intendencia, allí, al amparo de las montañas de tueros, tocones y ramullas, nos hacíamos confidencias, se cambiaban cromos y compartimos los primeros cigarros; quizás fue alguna colilla nuestra la que provocó el incendio.

A la mayoría de mis amigos les gustaba jugar al futbol y reunir estampitas de jugadores famosos, más o menos como ahora; ya ve, tampoco ha cambiado el mundo demasiado. Yo no tenía dinero para comprarlas, en casa éramos tan pobres que no podíamos permitirnos aficiones, ni tan siquiera sueños nos dejaba abrigar mi padre; por eso empecé a coleccionar los de los otros.

No me mire así, jefe, nunca le robé nada a nadie. Eran sueños rotos, olvidados, viejos, que ya nadie quería, y estaban por todas partes: atrapados en las ramas de algún árbol; flotando en la tarde, como dientes de león animados por la brisa; dormidos, sin esperanzas, a la sombra triste del sauce llorón. Esa era mi querencia y a nadie dañaba con ella.

Pero no podía llevarla a casa, mi padre no iba a consentirlo, era muy estricto, nunca lo vi reír y no permitía que tuviera ilusiones, así que busqué un rincón para guardar mi colección allí, en el parque de la Leña, cuando todavía era un simple almacén de intendencia, como ya le dije antes, entre el despiece de árboles mutilados.

Les puse categorías: sueños de amor, de riqueza, de esperanza, absurdos, divertidos, pesadillas. Los había de todas las tallas. De vez en cuando me probaba alguno y si me iba bien, lo llevaba puesto toda la tarde. Créame, jefe, no había otra afición mejor que la de coleccionar sueños y yo era el niño más feliz del mundo.

Pero todo se lo llevó el fuego. El almacén estuvo ardiendo toda la noche, el fuego lo devoró con saña, sin piedad, y a la mañana siguiente, los bomberos, todavía tuvieron que ocupar muchas horas aguachinando rescoldos, lo mismo que se me ahogaron a mí los adentros a partir de entonces.

Por eso vivo aquí, en el parque, con los fantasmas de mis sueños. La buena gente, que conoce la historia, procura hacerme la vida más fácil: algunos me ofrecen comida, otros compañía, o alguna moneda, como ha hecho usted. Una vez quisieron llevarme a un asilo. Era con buena intención, lo sé, pero soy feliz aquí, junto a mis recuerdos y atrapando, de vez en cuando, algún sueño perdido que anda despistado; me lo pruebo y, si me queda bien, lo llevo puesto, ahora sí, el tiempo que me da la gana.

PAQUITA ESCOBERO

la extraña aficción de ser mujer.

Bienvenidos a la Gala de Premios Nobel de la Ciencia de 1964 — escuchó Aria decir, a cada una de las personas que cruzaban aquella puerta que acababa de aparecer ante sus ojos.

Se sentía extraña, confusa y desorientada. Un nombre de mujer, Abril reverberaba en su mente. Era algo más que un recuerdo, sabía que la conocía pero su atención estaba dividida entre el instante actual y el sentir de su subconsciente.

La oscuridad fue ganando terreno a la tenue luz que iluminaba, hasta ese momento, el patio de butacas en el que se encontraba de pie, al borde de la escalera que dejaba a la vista un inmenso escenario engalanado para el evento.

Los músicos comenzaron a afinar todos los instrumentos, bajo la tutela del sonido estable y penetrante del Oboe de la orquesta sinfónica, que parecía estar en el foso de aquel escenario. Emitiendo un singular y diverso sonido que se mezclaba con el murmullo que sobrevolaba la atmósfera, haciendo algo turbio el ambiente.

Buscó en tientas un asiento, para poder deleitarse con la música que anunciaba el comienzo. Un director de orquesta, los aplausos a su entrada y el silencio que iba ganando terreno al bullicio anterior. Un elegante saludo al concertino por parte del director, un ligero movimiento de cabeza que hacía a su vez de saludo al resto de la orquesta, unos toques de la batuta en el atril.

Los brazos abiertos lentamente en paralelo al suelo dieron comienzo a los primeros compases de la obra de apertura, la sinfonía no 41 «Júpiter» de W. A. Mozart. Inolvidable. Ese memorable 4 x 4 del Alegro en do mayor. Siempre había pensado que Mozart había jugado con las inesperadas pausas y algo de dramatismo en esta obra, una de sus preferidas.

Mientras se dejaba llevar por esos movimientos tan apasionantes de Júpiter, un telón de color granate intenso y brillante comenzó su apertura desde el centro hacia los lados, dejando a la vista un atril de un fino metacrilato, que contrastaba con la madera recién pulida donde reposaba.

Esa extraña sensación de rebobinado y unos aplausos contenidos. Una mujer y un hombre elegantemente vestidos estaban de pie, al lado del atril. Ella, sujeta lo que parece una estatuilla dorada. El, tiende la mano hacia otra mujer que se acerca al centro del escenario. La mujer sonríe. Aunque su sonrisa camufla algunas emociones que Aria no consigue descifrar.

Mientras le hacen entrega de la estatuilla a modo de premio, los aplausos vuelven a sonar. Esta vez menos tímidos. Ella asiente agradecida a las dos personas que la han recibido y se dirige, lentamente pero firme, hacia el atril. Deposita encima unos folios que dan la impresión de haber sido manoseados muchas veces. Toma aire. Mira al frente y recorre el patio de butacas con la mirada. Arruga los papeles y los convierte en una bola que guarda con fuerza en su mano izquierda. Con la mano derecha coloca el micrófono a la altura de sus labios. Un toquecito suave, un pequeño pitido que indica su funcionamiento. Vuelve a respirar y clava la mirada en Aria, o al menos, eso siente ella.

Un pequeño balbuceo mientras los aplausos amainan y entonces da las gracias.

— Gracias, gracias muy amables. En primer lugar y siguiendo el protocolo, quisiera dar las gracias a la Academia de Ciencias de Suecia por este reconocimiento. Recibir el Premio Nobel de Ciencias y ser reconocida por la sociedad, como alguien que ha contribuido a la mejora de la investigación científica, a catalizar la estructura 3D de la penicilina y con ello abrir el camino a los futuros medicamentos que ayudarán a mejorar la salud, es sin duda un placer inesperado.

Y es que he de confesarles que nunca lo hubiera imaginado, teniendo como tengo la extraña aficción de ser una mujer y el añadido de ser científica. Algo que al parecer es inusual para algunos y controvertido para otros, pero es una pasión que me ha impulsado a desafiar esas expectativas.

Desde Marie Curie, quien ganó dos premios Nobel en diferentes campos, hasta Rosalind Franklin, cuya investigación fue crucial para el descubrimiento de la estructura del ADN, las mujeres han demostrado que la curiosidad y la dedicación a la ciencia no tienen género. Muchas han hecho contribuciones significativas, a menudo enfrentándose a la discriminación y la falta de reconocimiento. Así que, esté Premio Nobel es de todas, del pasado y del futuro.

Ser una mujer científica no solo requiere inteligencia y dedicación, sino también una gran cantidad de perseverancia y resiliencia.

Lo que hoy represento, comenzó a los 12 años con un kit de análisis de minerales que me regaló un amigo de mi familia, siendo una niña que navegaba por la curiosidad de la vida. El regalo de mi madre al cumplir los 16 años, fue un libro de Henry Bragg. Disfruté muchísimo averiguando cómo usar rayos X para analizar las estructuras de los cristales minerales que tanto llamaban mi atención. Y desde ese momento hasta ahora, pese a la Licenciatura y el Doctorado en Química, han sido muchos los desafíos únicos a los que me he enfrentado. La mayoría nada tenían que ver con mis investigaciones, sino con el hecho de ser mujer.

Los últimos, me han puesto frente a la ignorancia de aquellos que escribieron titulares en sus medios de prensa, aludiendo a mi condición de ama de casa y esposa Británica como ganadora de un Premio Nobel.

He buscado una respuesta adecuada y sobre todo cortés, algo que se espera de mí como mujer, a las incesantes preguntas que me han realizado en las entrevistas previas a la entrega del premio.

Todas ellas, más allá de querer conocer las técnicas que nos llevarán a generar nuevos medicamentos derivados de la penicilina, mérito reconocido en esta estatuilla, querían saber sobre mi capacidad de conciliar la vida doméstica con la investigación.

En mi hogar nunca me sentí fuera de lugar ya que estuve rodeada de cultura y ciencia, pero ser tomada en serio por colegas, de ambos sexos, ha sido casi más difícil que obtener este reconocimiento.

Aunque si me estas escuchando y aplaudes mis logros o palabras, si tienes sueños por cumplir y deseas llegar algún día a estar en este atril, estas dificultades no te deben disuadir, sino darte más razones para seguir.

La pasión por la ciencia puede surgir de diversas maneras, en mi caso tenía la curiosidad innata, el deseo de entender el mundo y la aspiración de mejorar la vida de las personas. Esto he podido desarrollarlo a través de la innovación y el descubrimiento. Para mí, ser científica era más que una carrera; era mi vocación.

Así que la afición por ser una mujer científica no es tan extraña como podría parecer; es un reflejo del profundo impacto que la ciencia puede tener en nuestras vidas y la firme determinación de contribuir a un mundo mejor.

Quizá no lo sepan, pero son muchos los logros y contribuciones hechas por tantas otras mujeres como yo a la ciencia y pocos de ellos reconocidos aquí.

La afición de ser una mujer científica no es simplemente una elección de carrera; es una llamada a desafiar las normas y a contribuir al conocimiento global. Enriquecer el campo con sus descubrimientos, inspirar a futuras generaciones a explorar, cuestionar e innovar. Con cada nuevo hallazgo y cada barrera superada, demostraremos que la pasión por la ciencia puede trascender cualquier límite impuesto por la sociedad. Y que sí, un ama de casa con vida doméstica puede ganar un premio Nobel, pero que en este caso el orden de los factores si altera el producto.

Por tanto la participación de las mujeres en este campo todavía enfrenta desafíos. Las barreras culturales y los estereotipos de género, pueden disuadir a las generaciones futuras de seguir carreras en disciplinas científicas. Además, la falta de reconocimiento crea ausencia de modelos a seguir, dificultando la navegación de las mujeres en su carrera científica.

De todas las preguntas que me han hecho, me quedo con aquella periodista que me preguntó por mis aficiones más femeninas. En ese momento me quedé en silencio, incrédula ante la pregunta y más cuando era otra mujer quien la hacía. Así que, si estás por el patio de butacas, hoy tengo la respuesta que no te di, no por no saberla, sino porque creí que esté era el lugar para responder.

Mi nombre es Dorothy Hodking y tengo la extraña aficción de ser mujer. Si algún día precisan un antibiótico derivado de la penicilina, acuérdense de mí.

Dorothy volvió su mirada hacia Aria y volvió a sonreir. El eco del cáliz en su mente resonaba con fuerza. Sabía que ya no hablaba para todos los presentes, solo se dirigía a ella.

— Aria, mis tiempos pasaron y fueron momentos muy difíciles de asumir. Este es el discurso que no di y que me hubiese gustado haber dado. El que dejo que ahora resuene en tí.

Un fundido en negro y el silencio del eco del cáliz en la mente de Aria, le indicaban que esa transición había terminado. Ahora entendía su sonrisa antes de comenzar el discurso. No alcanzaba a comprender la conexión que las otras vidas tenían con ella, si era producto del cáliz o algo más complejo que aún no se le mostraba. Era la primera vida que había interactuado con ella y la que marcaría la diferencia con el resto de vidas. La ciencia sería el camino y la respuesta.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

AFICIONADA

Me llamo Asunción. Asunción Santabárbara, como la de los truenos, la santa esa de la que nos acordamos cuando hay tormenta. ¿Qué decir de mí? Soy auxiliar administrativa, madre de familia me encanta hacer ganchillo y mi tortilla de patatas no tiene comparación. Tengo un marido que me quiere, dos hijos, treinta y dos años y un secreto inconfesable: poseo una extraña y desmedida afición por la muerte.

Lo funerario me vuelve loca, lo admito. A menudo solicito por correo catálogos de féretros que hojeo a escondidas en el sigilo de la madrugada, cuando todo el mundo duerme, como una maruja cualquiera repasa el Diez Minutos bajo el secador en la peluquería. Mientras lo hago, salivo de placer y a veces acabo con los ojos en blanco, mientras un regustillo me recorre el cuerpo. Me ponen las maderas nobles, los buenos acabados y los modelos de alta gama, los que no están al alcance de cualquier bolsillo. También los coches suntuosos, las berlinas negras y alargadas y sus conductores uniformados, circulando siempre en primera, marciales, a velocidad de crucero. Me pregunto qué pensaría Freud de todo esto.

Suelo asistir de media a dos funerales al día. Casi nunca familiares míos, huelga decirlo. En tanatorios distintos y separados entre sí, para que nadie ate cabos ¿qué pensaría la gente de mí, por Dios? Todo consiste en ser creíble, en llorar un poco, en mostrarse cabizbaja y afligida. Los familiares, al verte así, no se cuestionan nada. Unos creen que eres conocida de los otros y viceversa. Incluso a menudo la gente suele darme el pésame, cosa que a mí me llena de satisfacción, provocándome en ocasiones casi un orgasmo. No sé qué tiene la muerte, pero me pone burra. Es algo que no se puede explicar, hay que sentirlo.

Me encanta el acabado de los finados. Hay que reconocer que existen auténticos maestros en el arte de la tanatopraxia. Los que descansan horizontales están muertos, desde luego, pero algunos parecen respirar vida. Daría la impresión de que solo están echando una cabezadita y en cualquier momento se van levantar, descruzando las manos, desperezándose mientras se preguntan asombrados por qué están al otro lado del cristal y qué hace allí tanta gente.

Estoy suscrita a un grupo de WhatsApp de frikis con mi misma afición. La fiambrera se llama. En él nos pasamos las esquelas mortuorias del día, hacemos una cuidadosa selección de los mejores funerales para asistir, llevamos un ranking de tanatorios, recomendamos ataúdes y abrimos debate sobre las últimas novedades. También participo en foros y en grupos de Facebook acerca del tema. Morticia32, esa soy yo. Muy activa, por cierto.

¿He dicho que soy auxiliar administrativa? Es verdad, no les engaño. Me saqué el título de FP, pero la realidad es que no ejerzo. Mi familia piensa que todas las mañanas me dirijo a Sanitarios González a llevar la contabilidad de las facturas de váteres, lavabos, duchas y mamparas a golpe de teclado. Pero, lejos de todo eso, raro es el día en el que no acabo en el tanatorio de la M30, o en el Instituto de Medicina Legal y Forense, que también se me ha visto mucho por allí. Basta con ponerse una bata blanca y la gente deja de hacer preguntas.

En fin, les tengo que dejar, que acaba de entrar Manuel, el gerente. Tiene mala cara. Un accidente de tráfico, por lo visto. El ataúd es de los mejores, se nota que hay pasta. Tengo que coger un buen sitio, no todos los días se muere alguien así. Hoy me he puesto mi negro más riguroso. Los del grupo se van a morir de la envidia.

SERGIO TELLEZ GONZÁLEZ

ALPINISTA INDUSTRIAL

Mi afición: Alpinista industrial; bueno, por acá lo llamamos obrero vertical o silletero, pero a mí me parece más romántico llamarlo «alpinista industrial».

¿Ustedes también lo creen así?

Yo pienso que sí, es que ese término nos lleva a sentir el aire frío en la cara, mientras las ráfagas de viento nos mueven de un lado a otro y el vértigo nos invita a soñar con la mu…

No pronuncio ese término, porque mi terapeuta me lo tiene prohibido: «no pronuncies esa palabra, si lo piensas, acuérdate de los tuyos y lo hermosa que es la vida».

Volviendo al tema, esa es mi profesión, pero más que eso es una «extraña» afición: limpiar los cristales de edificios altos o no tan altos, dejándolos relucientes para el beneplácito de sus dueños y transeúntes.

Dispongo de todo lo necesario para mi labor: raspadores de cristal, productos de limpieza, escaleras, arneses, cuerdas y sillas colgantes. Además, tengo un título que me acredita como: «profesional en limpieza de ventanas y dominio de protocolos de seguridad».

Cabe aclarar que para poder obtener mi título y acceder a mi trabajo, debí obviar en la hoja de vida mi «problema», llamado por mi psiquiatra: «depresión psicótica».

Sí compañeros de cuatro hojas, escogí el peor trabajo para mí, pero ese fue por siempre mi anhelo, me encanta estar en la cuerda floja.

Aquel trágico lunes, no tome la pastilla de Nospramin, igual, tampoco los dos días anteriores; dedicados al licor y sexo con Eva, la nueva celadora del edificio.

Los protocolos se cumplieron, la plataforma elevadora me subió hasta el sexto piso, se utilizó el sistema de doble línea, para poder estar asegurado a dos hilos separados. Justo cuando aterricé en el sexto, mi mente se llenó de los fantasmas y voces que en forma recurrente, me habían atormentado, me decían que no merecía vivir, me insultaban y criticaban.

La desesperanza me invadió y una voz muy clara, me ordeno mandarme al vacío. Muy lento, pero con determinación me desprendí de las argollas que aseguraban el arnés a las cuerdas y quede libre para hacer mi zambullida al vacío.

Fueron cuatro segundos de caída libre, pero pasó algo curioso y surreal. Esos cuatro segundos se convirtieron en una eternidad; descendí uno a uno los cinco pisos restantes, contemplando las rutinas de sus vecinos: una pareja de ancianos sentados a la mesa, cenaban con alegría, a pesar de sus miradas perdidas en el vacío; una pareja hacía el amor como potros desbocados, tres niños jugaban con sus canicas, un piso estaba solo y oscuro, un hombre escribía con pasión en su pequeño escritorio de madera.

Una escena de cuatro segundos, me hizo cambiar el modo de ver mi existencia, aquella afición combinada con depresión, fue bloqueada por «algo» que aún no puedo comprender.

Mi vida pasó por esos cinco pisos, me vi viejo y feliz junto a Eva; me vi niño, jugando con mis amigos, me vi haciendo el amor con Eva; me vi escribiendo este monólogo y vi un piso vacío y triste, que quizá era la representación mía cayendo al vacío.

Alegorías del pasado, presente y futuro que me abrieron la mente y que, junto con las terapias de choque, ayudarán a mitigar está condición y esas voces interiores que por siempre me seguirán.

Ahora ustedes pensarán: ¿pero a esto le falta algo?, ¿qué pasó con el alpinista industrial?, ¿acaso no murió?…

————————————————-

Soy Eva, Tato me pide el favor de dar mi versión sobre los hechos, para el grupo de Facebook:

–Viernes, sábado y domingo: 8 am-12 pm. : 5 botellas de vodka Absolut x 750 CC. , 4 cajas de condones x 3 unidades Today, 10 botellas de agua mineral x 500CC., 3 pizzas pepperoni grandes.

–Lunes, 6 am. Tato tiene resaca, igual yo.

8 am. Tato me comenta que va a limpiar el sexto, anuncia su intención de mandarse al vacío, es su ilusión y la de sus amigos.

8,05 am. Extiendo justo debajo del sexto los cinco colchones que se van a desechar, habitaciones 02,03,07,08 y 12.

8,15 am. Cae Tato, se fractura pelvis.

EVA AVIA TORIBIO

Una extraña afición. Información.

Es uno de los pocos privilegiados que heredó de sus padres, los que fallecieron en un accidente de coche hace unos veinte años, una de las fincas situadas a la orilla de la playa.

De mente privilegiada y con una estructura física envidiable, goza de buena salud. Trabaja por pura diversión, sus padres le dejaron una gran fortuna, la que amasaron, proveniente de los negocios familiares, a base de gran esfuerzo.

Como cada mañana al despertar despasa las cortinas de su habitación con vistas al mar. Sale a la terraza y los primeros rayos de sol son la compañía perfecta que le motiva lo suficiente para hacer su rutinaria tabla de ejercicios, posteriormente se da una ducha fría.

Una vez acicalado se prepara un café doble, un zumo de naranja y unas tostadas. Durante su copioso desayuno lee detenidamente las esquelas del periódico, una afición heredada de su padre, y los sucesos ocurridos de las últimas horas, cuanto más macabras más satisfacción le da.

Una vez finalizado su desayuno, se sienta frente el ordenador y, tomando notas, se adentra en la vida de todo aquel, sin importar su procedencia, que la cuelga en las redes sociales.

Cambia su rutina siempre y cuando encuentra algún aliciente que le motive a viajar. Para ello y sin dejar nada al azar, prepara su viaje meticulosamente.

Hace veinte años. Madrugada. Carretera poco transitada y sin cámaras de vigilancia. Dos vehículos circulan a gran velocidad, uno persigue al otro.

—¡¿Qué hace este loco?! —grita Valentina.

—¡No lo sé! ¡Va a conseguir que nos salgamos de la carretera! —intentando esquivar al otro vehículo que intenta golpearlos.

—¡Es nuestro hijo! ¡¿Qué haces, detente por favor?! —le grita a su hijo, que por supuesto la ignora y continua con su persecución.

“Para el coche, cariño —le dice a Ricardo, su marido”

—¡No puedo… ahh! —grita, cogiéndose del pecho.

—¿Ricardo que tienes? ¡Háblame! ¡Detén el coche! —Cogiéndole del brazo e intentando que reaccione.

El cuerpo de Ricardo está rígido, acelerando más el vehículo que se sale de la carretera cayendo barranco a bajo. El coche explota. Ningún de los dos pasajeros queda con vida. El conductor del otro vehículo, que ríe jocoso, pasa de largo, por fin se había librado de sus insufribles padres.

Veinte años después.

Ha encontrado un buen aliciente para abandonar su rutina y viajar hasta Roma. Anteriormente cambió su rutina por Córdova, Andújar, Sevilla…

Besos, La Incondicional.

EFRAÍN DÍAZ

El planeta está lleno de gente muy rara, de gente con aficiones extrañas. Por ejemplo, Sam Nickel siente afición por tocar senos. Ya tiene registrados más de mil senos tocados, sin contar las sobre siete mil mujeres que se han negado. Toshihiko Mizuno, haciéndose pasar por científico, colecciona saliva. Cassie Ferdman amaba tanto a su marido, que carga con sus cenizas a todas partes y ya se ha comido una considerable porción de ellas.

Esta semana, a mi modo y manera, les contaré una historia de la vida real. La historia de Anna y su extraña afición.

Anna, una adorable anciana de setenta años, había contratado dos obreros de la construcción para realizar unas renovaciones en su apartamento. Las renovaciones tomarían aproximadamente un mes, por lo que su entrañable amiga Margaret le dijo que podía alojarse en su piso mientras terminaban la remodelación. Anna recogió unas pocas de sus pertenencias y se acomodó en una de las habitaciones del piso de Margaret.

No es lo mismo visitar una amiga que compartir techo. Decía mi madre que al tercer día el muerto apesta. Los primeros días la convivencia entre Anna y Margaret fue amena y pacífica, pero a medida que pasaron los días, las manías de una y de otra comenzaron a hacer mella. Pequeñas discusiones por quién cocinaba, quién fregaba los platos, quién limpiaba los baños comenzaron a minar su vieja amistad.

Al cabo de poco más de un mes, el apartamento de Anna estaba listo. Margaret respiró aliviada. Al fin Anna se marcharía y volvería a estar en paz. Pero Anna no dio indicios de irse. Lejos de empacar, seguía muy acomodada en la habitación que Margaret le había prestado. Cuando Margaret le cuestionó, Anna le pidió que le permitiera unos días más. No quería regresar a la fría soledad de su piso. A regaña dientes, Margaret accedió. Dos semanas pasaron y los problemas entre ellas se agudizaron. Harta hasta la coronilla, Margaret le exigió a Anna que se tenía que ir o incoaría una acción judicial en su contra. Sin más opciones, Anna accedió. Le pidió a Margaret que le diera dos días para empacar sus bártulos y marcharse. En agradecimiento por la comprensión de Margaret, Anna le dijo que esa noche cocinaría la cena.

Anna fue al mercado y compró todos los ingredientes para preparar la ensalada favorita de Margaret. También compró su aderezo predilecto. Mientras preparaba la cena, agarró un pote de pastillas para dormir, pulverizó unas veinte y las mezcló con el aderezo. Margaret se comió toda la ensalada y luego de terminar la cena, cayó en un profundo sueño. Anna esperó unas tres horas, pero al ver que todavía respiraba, le propinó varios golpes con un objeto contundente y la mató. Luego fue a su habitación, buscó una especie de serrucho casero y con la pericia del más experimentado de los carniceros, comenzó a trozar a Margaret. Tuvo sumo cuidado con la cabeza y los pulmones, partes por las que sentía una extraña afición. La cabeza la hirvió en una olla y los pulmones, los condimentó con sal y pimienta y los hizo a la sartén.

Luego de cenarse a su amiga, Anna metió los restos de Margaret en varias bolsas plásticas y esperó hasta las dos de la madrugada. En el más sepulcral silencio de la noche, enterró los restos en un bosque que había detrás del edificio. Al terminar el enterramiento, regresó al apartamento de Margaret, en el cual permaneció instalada.

Pasaron varios días y los vecinos echaron de menos a Margaret. Anna les había dicho que había salido a visitar familiares. Sin embargo, el perro de uno de los vecinos, husmeando en el bosque desenterró las bolsas. Rápidamente llegaron las autoridades e identificaron los restos de Margaret. Fueron a su apartamento y tocaron a la puerta. Al ver que nadie respondía, forzaron la puerta. Allí encontraron más restos de Margaret, el serrucho casero lleno de sangre y varias pertenencias de Anna.

Uno de los policías fue al apartamento de Anna y tocó a su puerta. Anna, que se encontraba acondicionando su apartamento luego de las renovaciones, lo invitó a pasar con cierta indiferencia. Luego de un corto diálogo y cansada de su estilo de vida, Anna confesó el crimen y le dio su diario. El agente comenzó a leerlo y quedó estupefacto. En el diario se encontraban documentados todos los crímenes que Anna había cometido y su extraña afición por la antropofagia. Mientras el policía leía anonadado, Anna le enterró un enorme cuchillo en el pecho. Agonizando, el agente la miró con incredulidad. No podía creer que se había convertido en una víctima más de la anciana de setenta años.

Anna ya tenía su próxima cena.

LYNETTE MABEL PEREZ

Caída libre

“Balanceándose,

así se encuentran los suicidas”.

Anne Sexton

Me columpio en la cuerda de “rappeling“.

La sangre corre por mis venas.

Estoy coqueteando

con la idea de la caída libre.

Necesito de la adrenalina

para que me espabile.

No quiero hacer ninguna tontería.

Solamente levitar sobre la cuerda floja,

sobre la cuerda tensa.

Duele el agarre, pela las manos.

Deja una emoción agridulce

mascándose en la garganta.

Soy tremendamente fetichista

con eso de las cuerdas.

Las uso siempre de yute.

Me encanta su rugosidad,

su roce en mi carne.

Yo misma preparo mi equipo.

Hago los nudos.

Reviso los mosquetones.

Los engancho al arnés.

Colisión de cuerdas sorbiéndome la piel.

Descensos en vertical practicados

sobre la roca viva.

Desanudaré el arnés.

Me dejaré ir.

Voy en picada.

La tierra es un hipnótico pedazo de barro.

La gravedad, una araña tejiendo su red.

Cuerdas tensándose.

Una corriente de aire

reptando entre mis muslos.

Se eriza mi piel.

Maldita sea.

Porque estoy tan lejos del borde.

JUAN PEÑA

Mis pedos no albergan maldad ninguna, aunque, a veces, se deslizan silenciosos, traicioneros, en la cola del cine, en el teatro, en los conciertos. Nadie sabe de quién son y se escrutan, consternados. Yo me hincho de orgullo, sonrío, reclamo, reivindico la autoría: «Este pedo es mío, hoy he comido gazpacho».

Mis flatulencias no buscan protagonismo, aunque, a veces, retumban y retruenan en las iglesias, mientras el cura predica: «somos hermanos». Los fieles me miran, con mala fe, y yo me acuerdo de aquel día en el Vaticano, cuando repiqué a dúo con un prelado.

Mis gases apestan a calzón quitado y hasta el canario de la mina cede ante ellos. No se escudan en toses ni carraspeos y, como los de Dylan, llegan hasta San Pedro. Hacen que me ladee, mientras escribo y escapan de mi pantalón por cualquier ranura, imagino que Kant también lo hacía, cuando reflexionaba sobre la Razón Pura.

Mis cuescos son temibles y, a vueltas, pesan o anuncian avalanchas incontrolables, obligándome a correr, con pies alados, en busca de algún rincón desamparado. A pesar de todo, los quiero mucho, pues es la forma de expresarse de mis entrañas, es una alegría saber de ellos, aunque vosotros penséis: «vaya afición extraña».

Mis ventosidades aúnan las tres heridas, que tan bien cantó el de Alicante, son mi dicha, mi bien, mi referente; son la muerte, el amor, la vida; son la brisa, el viento, mi talante; son, está de más decirlo, muy buena gente.

FRAN KMIL

A Luis Alberto le gustaba ir a la costa a sentarse en el diente de perro, bajo el ardiente sol tropical, protegido por su sombrero alón y las gafas oscuras, sin caña de pescar, ni traje de baño, a la misma hora de la tarde, mucho antes de la puesta del sol.

Decían que estaba loco, que solo un demente podía torturarse de esa manera y contaban historias sobre traiciones y muertes en otras tierras lejanas, allende la mar, para justificar la extraña conducta del forastero que trabaja en la tienda de artículos ultramarinos del pueblo pesquero, lugar donde único conversaba con los clientes si le consultaban sobre nylon, anzuelos, carretes y cañas, tema que dominaba a la perfección. Fuera de allí, nada decía a menos que le preguntaran la hora. Entonces miraba el reloj de pulsera en su muñeca izquierda y decía la que le venía en gana. Eso también creía yo hasta que caí en la cuenta de que no era al azar, que seguía un patrón: 10 horas de diferencia.

—Eres inteligente —me dijo cuando le informé de mi deducción. —Allá es,el amanecer y ella me escucha.

Lo miré con una sonrisa burlona dibujada en mi cara. “ No se puede buscar lógica en mentes alocadas” me dije.

—El mar nos une. El mar es único. El mismo en todo el planeta. El mar me trae las voces de allá y se lleva las de aquí. Ella me recuerda que no me olvida y escucha mi promesa de volver.

Me explicó.

Luego de la conversación y siempre que tengo tiempo, me detengo para escuchar las voces del mar. He adquirido esa rara afición. Pero mi mar es mudo o nada me quiere contar. Quizás deba marcharme lejos para aprender a oirle.

JOSE LUIS USÓN

EL SALVAJE IV

Cuando ya el autobús, estaba a punto de enfilar la calle donde hacía la última parada, Encarna le preguntó a bocajarro si tenía ya alojamiento, y ante la incapacidad de Joaquín de dar una explicación plausible, le propuso que lo hiciese con ella en casa de su tía, seguro que esta no pondría ningún problema, tenía habitaciones de sobra. Joaquín palideció, no entraba en sus planes volver a tener que esquivar las acometidas de Encarna, que era de las que no se daban por vencidas. Por otra parte, tampoco tenía un lugar definido donde alojarse, había oído hablar de una pensión en el mismo barrio del arrabal, en la que, por cien pesetas, podía encontrar una habitación decente. La duda empezó a cosquillearle. Andaba escaso de efectivo, y Encarna, jugaba con ello.

Cuando el autobús se detuvo, los pasajeros en tropel, empezaron a recoger sus equipajes y se amontonaron en el pasillo, esperando impacientes a que las puertas se abriesen. Joaquín y Encarna llevaban un escaso bagaje, ella, simplemente tenía previsto hacer una noche en la ciudad y Joaquín, realmente, portaba todo lo que tenía, pero no era mucho. Todo le cabía en un pequeño petate que ni siquiera se veía totalmente lleno. Cuando el vehículo empezó a despejarse, Encarna aprovechó que Joaquín le cedió el paso, y excusándose en la estrechez del pasillo, aprovechó para apretársele, se entretuvo más de la cuenta cuando pasó a su altura, haciéndole sentir sus pechos firmes, mostrándole sin ambages, una vez más, todo aquello a lo que estaba renunciando. Sin embargo, en Joaquín, actuaron como un resorte que hizo saltar todas la alarmas, e instintivamente intentó dar un paso atrás, cayendo sobre el asiento. Adquirió conciencia de lo difícil que iba a ser la estancia en casa de la tía Milagros, pues, a pesar de todo, había decidido aceptar el ofrecimiento de Encarna.

El sol empezaba a declinar en el arrabal, se despedía tiñendo de óxido el horizonte y la calurosa tarde se apaciguaba poco a poco. Un ligero frescor, hilado con pequeñas notas de jazmín, ascendía desde el rio, aliviando algo a los peatones que a esa hora circulaban por la zona. Los hombres volvían a sus casas después de una larga jornada de trabajo en la fundición o la azucarera. Casi sin excepción fumaban tabaco de picadura, el único que se podían permitir, aliviando así, de algún modo, la dureza de sus empleos. Revoltosos, los chiquillos remoloneaban a las puertas de las casas. Las mujeres, rigurosas conductoras de la vida familiar, se afanaban preparando la cena. Ventanas abiertas, servían de ventilación a las cocinas, haciendo que en las calles más estrechas flotase un denso aroma a fritura.

Cruzaron el puente de piedra rumbo a la margen derecha de la ciudad, la más antigua y, por tanto, la más desarrollada. Joaquín abrumado por la grandeza de la ciudad, de la que poco conocía, se dejaba conducir por Encarna, sin apenas pronunciar una palabra. No apartaba la vista de los edificios que los flanqueaban, tan diferentes a los que acababan de dejar atrás en el arrabal. El ornamento de los edificios modernistas, con sus miradores de forja decorados con gran profusión de motivos vegetales, engalanaban las calles. Eran de una gran altura y Joaquín no podía siquiera imaginar, cuánta gente habitaría en cada uno de ellos.

En el fondo de su pecho, su corazón empezaba a latir con fuerza, le embriagaba ese aire de capitalidad que tan bien le hacía sentir, almidonando su ánimo. Todo lo soñado hasta ahora lo tenía ahí, dispuesto para él, al alcance de su mano. Apenas acababa de llegar, y empezaba a tener la sensación de que ese, y no otro, era su sitio, en el que tenía que haber nacido. Hoy tenía una segunda oportunidad. Hoy se sentía despojado de ese lastre, que ahora se le antojaba tan lejano. Apenas unas horas habían bastado para cerrar esa enorme brecha que le partía en dos, que había mantenido al verdadero Joaquín, enterrado en un negro pozo de insignificancia, de irrelevancia. Sepultado bajo ese lecho de despojos que forman la incomprensión, el desprecio y el desapego.

Encarna avanzaba con decisión, haciendo sonar sus tacones contra el empedrado. De nuevo su contoneo llamaba la atención de los viandantes. Joaquín tenía que dar unos pasos rápidos para alcanzarla, cada vez que ensimismado se paraba a ver algo que le llamase la atención.

— Vamos. — le apremiaba Encarna— Ya casi es de noche y hemos de llegar a casa de la tía Milagros, antes de que oscurezca.

— Esta ciudad es una maravilla. No me canso contemplarla. Apenas la recordaba, pero es fascinante.

— Ay, alma cándida. Cuanto mundo te falta, mañana, en cuanto me libere de mi tía, te llevo a recorrerla, verás que es fantástica. Se veía que Encarna disfrutaba ejerciendo de Cicerone para Joaquín.

Llegaron a un lujoso portal, donde un conserje de una edad muy avanzada para serlo, vestido de almirante, o eso le pareció a Joaquín al verlo, saludó afable a Encarna, a la vez que miraba de reojo a este.

— Señorita Encarna, que alegría verla de nuevo por aquí.

— Hola, Matías. Yo también me alegro. Tengo que acompañar a mi tía al médico, ya sabe lo delicada que está. Cómo están su esposa y sus hijos.

— Bien, gracias a Dios. Los mayores trabajan y hacen su vida e Isabelita, tiene novio, un buen chico, de buena familia.

— No sabe cuánto me alegro. Salúdelos de mi parte por favor.

Las últimas palabras las pronunció ya de espaldas a Matías, mientras enfilaba la escalera. Aunque había cordialidad sincera en sus palabras, con su proceder dejaba claro el lugar que ocupaba cada uno. Esa distancia social que los separaba. Encarna, no iba a dar pie a que se acortara entreteniéndose de más en el parloteo.

Mientras había transcurrido la conversación entre Matías y Encarna, Joaquín había estado todo el tiempo mirando a este a los ojos. Tenía la manía, la extraña afición, de indagar en la mirada de la gente mayor. Observó sus ojos cansados, de una profundidad abismal, que reflejaban esa sabiduría que solo puede dar los años, las vivencias a lo largo de una extensa vida que ya casi toca a su fin. Le gustaba hacer el ejercicio de imaginar como habría sido esa persona en su juventud, incluso en su niñez, cómo sería aquel rostro sin sus arrugas, ni bolsas en los ojos, qué viveza, qué lustre tendría sin tener que arrastrar el peso de los años, el duro trabajo de toda una vida, los desvelos por la familia, todo eso que va dejando cicatrices en el cuerpo y en el alma, como surcos de un arado en la tierra fresca, fértil.

EDUARDO VALENZUELA

La matanza acabó a la hora en que se asomaban las lunas rojas. Aparecieron tras las montañas, eran nueve y eran tan rojas como el carmín, como si estuviesen manchadas de sangre. El astronauta tomó sus notas: «Las hormigas azules acabaron fácilmente con las nativas. Saquearon el nido siguiendo una estrategia cuidadosamente elaborada. Aniquilaron sin piedad a cada una de las hormigas nativas, comenzando por la reina, y sólo dejaron con vida a los huevecillos. Todo indica que formarán a las crías como esclavas».

Las lunas rojas se reflejaban oblongas en la escafandra espejada del astronauta. La atmósfera sulfurosa de aquel mundo no era apta para la vida humana, pero si permitía el desarrollo y proliferación de unas minúsculas criaturas nativas semejantes a insectos. Su nombre científico era: Antsimilum Chirdae, pero les llamaban “hormigas”.

El astronauta agregó: «Algunas hormigas azules, un 3%, se quedan quietas sin participar de la matanza. Es posible que ya estén filosofando. Estudiaremos su actividad cerebral».

El hombre caminó sobre la superficie del planeta de las nueve lunas hasta llegar a un gran domo plateado y brillante con la leyenda “Proyecto Theos”. Miles de domos similares se encontraban sembrados por el universo. Era una extraña afición de la humanidad: buscar mundos con vida para intervenir genéticamente a la especie con más probabilidades de éxito evolutivo. Las dotaban de conciencia y estudiaban los resultados.

Como si tratara de legar la maldición que la atormentaba, la humanidad había sembrado por todo el cosmos la inquietud, las dudas, la angustia de la existencia. Desde insectos, como las hormigas azules del planeta de nueve lunas, hasta enormes mamíferos submarinos en colosales mundos líquidos, se hacían las mismas preguntas fundamentales: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos?

Era una extraña afición que heredaron los hombres de sus dioses.

HAROLD LIMA

La democracia es una extraña afición.

Supongo es la primera vez que ella toma un café mocca y su gesto de desagrado es encantador, se podría decir que parecemos una pareja común y corriente que aprovecha la tarde para una cita romántica, ella aparenta estar en sus 20, su delgada y bien proporcionada figura la hacen ver sexualmente atractiva y estar a su lado me llena de un orgullo, pues saber que otros varones desearían tener una mujer así de guapa me hace sentir por encima de la media. Ella me mira y sus largas pestañas destellan al sol con un brillo azulado casi imperceptible. Si le preguntaras a cualquiera en la calle diría es una extranjera de algún país fuera de la federación por su hablar ya algunos gestos menores. Pero, al contrario de toda lógica, ella es un alienigena de un remoto rincón del cúmulo de cabeza de caballo, su mundo imposiblemente lejano se nos revelo cuando por una casualidad uno de nuestros aceleradores de partículas resonó en la frecuencia correcta a otro gemelo en ese mundo extraterrestre, primero solo mensajes básicos binarios por décadas y luego nuestros hermanos de las estrellas nos visitaron por primera vez una primavera luego de 40 años; de ellos se puede decir que dominaban el viaje estelar en su vencidario cósmico, un siglo atrás una gran guerra ideologica interna los llevó a desarrollar el vuelo espacial como respuesta armamentística y desde ahí no pararon hasta colonizar su sistema estelar, en este ámbito nos llevaban mucho avance tecnológico más en el campo de las ideas y artes habían sufrido un estancamiento grave. Supongo su sociedad totalitaria y comunista era la responsable. La prensa primero sorprendida por su aparente parecido al humano, se respondió sola con las teorías de convergencia evolutiva; nuestros hermanos espaciales eran dingos de algun continente austral y nosotros simples perros de un planeta distinto. Las otras preguntas eran ¿como siendo tan similares ellos con recursos y existencias mentales tan parecidas habían alcanzado las estrellas mientras nosotros apenas teniamos una colonia precaria en marte? Nuestros científicos especularon que las grandes empresas mundiales no requieren la opinión de muchos ignorantes, sino la firme de un pequeño grupo; osea que los que llamábamos democracia, libertades y opinión pública nos habían retrasado siglos enteros.

Ahora esto es un dogma en nuestros libros de historia, la democracia era una extraña afición de gente primitiva. Preguntar a cada persona solo agotaba recursos y escoger representantes por su popularidad solo asegurada incompetencia. Los extraterrestres hoy viven y comercian con nosotros. Nuestros gobiernos mundiales son casi todos fascistas salvo algunas autonomías pequeñas menores que se aferran a la democracia. La federación humana a la cual sirvo me moldeo desde mi nacimiento como el soldado y ciudadano, mi destino era ser diplomatico y asegurar que el gran plan de unir a nuestras especies se asegurará, de alguna forma también cumplo a ese propósito cuidando de mi hermosa esposa, ella es extraterrestre y también fue criada para unir los lazos entre nuestros mundos, ella estudio antropología es es una estudiosa de lo que nosotros llamamos democracia, en ocasiones se entierra entre libros y revistas del siglo XX, yo no puedo dejar de enamorarme de ella por eso. Cuando llegue a casa encargaré la cena y luego le haré el amor, me alegra que nuestras anatomía sean compatibles y ambos disfrutemos el acto, me cuesta creer sus hembras pongan un huevo y de ahí recién nazca en bebe. El ministerio me indica que las parejas mixtas como las nuestras han llevado muchos avances, nos relacionamos muy bien y al igual que nosotros estamon deseando tener un hijo o dos, esto solo será posible en concepciones de laboratorio, pero esperamos un día los híbridos resultantes puedan hacerlo de forma natural.

Ella me mira sonrojada y su tercer párpado se asoma por un rincón de sus lindos ojos marrones, es encantadora. Aproxima su tableta de escritura mientras sonríe, la sombra del gran asensor espacial cubre la cafetería y aprovecho para besarla. Su tableta golpea contra la mesa, el conversar de texto a audio se activa.

— Ciertamente, la democracia era una adicción ridícula de la gente primitiva de siglos pasados en la tierra. Ellos creían que la voz de muchos ignorantes era igual de válidas que de pocos sabios, los más astutos aprovechaban esto para hacerse de privilegios, ridículos y primitivos humanos encontramos luego de viajar mucho. Nuestra como esperanza como civilizacion racional era encontrar a los responsables de la primera transmisión televisiva enviada al espacio. Nuestra gente salto en alegría al pensar qeu4 en lonprofundo del espacio habia seres superiores que actuaban como una sola mente, sin la tara de la individualidad, ellos se denominaban «nazis» y su intento de civilizador duro poco, aqui quedaron solo los mediocres que atraparon a su civilizacion en ideas poco practicas…

La tableta se silencio y ella procuro acomodar su pelo azul oscuro, con algo de pena. Supongo le preocupa que yo escuchara sus apuntes y lo informe a mi gobierno. Le tomo la mano y la beso nuevamente, la amo y creo el gobierno con sus poderosas inteligencias artificiales escogieron esta pareja totalmente adecuada a mis gustos, simplemente maravillosa aunque no es humana.

GRACIELA PELLAZZA

Mido el tiempo según las intensidades; entonces imagina; ese que use para baldear el terreno o limpiar los vidrios no cuenta. No obstante, ese donde me salgo, donde abandono y caigo en el sopor de la pereza; ese reloj es mi tic tac.

Me demoro en lo que me importa, y considero lo que me turba y el impacto que me altera, me inclino ante el placer de los silencios y declino cualquier quehacer al que estás acostumbrado porque necesito hablar, y contarte que algunos discursos no valen ninguna pena.

Estoy tan quieta que las palabras precipitadas se chocan. Un libertinaje.

Acomodo el caos.

Eso hago cuando me alejo.

¿Entiendes?

Tengo una tendencia marcada a desaparecer, y aparezco ahí, donde no pasa nada.

Tú crees tal vez que estoy ahí, en la cosa urgente. Y yo… Ya, me he inventado la casa, el perro, la enredadera y el cielo, algunos platos vacíos, la cama deshecha, una ventana abierta y un hijo viniendo. La foto de mi padre, unos zapatos viejos. Una paz de vuelo.

¿Comprendes?

Yo voy y vengo

Cuando el grito sube y nadie escucha, yo voy y vengo.

LUISA MARGARITA

«AFICIONES INOCENTESY NO TANTO»

Desde niña me escondía entre las picualas y los abismos y sucesos fuera de lo común me atraían de una manera inusual.

En alguna calle me tropezaba con Quimbolo, él era entrenado por los impotentes de los bares para que les dijera atrocidades a las chicas que andaban con sus bolsas haciendo mercado . A mi aquello me mataba de risa, no por lo que decía si no por cómo lo decía, confusamente, sin saber a derechas lo que gritaba. Me aficioné a tales desatinos; pero no sólo a eso, también a acostarme en medio de la calle para que el camión de la leche frenara justo a punto de aplastarme

El camionero se bajaba sudoroso para ver qué me sucedía o si era que estaba descocada. Me regalaba un litro de leche y me aconsejaba que fuera a beberlo con mi abuela.

Sin embargo lo que más me divertía era recoger picualas. Éstas estaban en los abismos y para llegar a ellas había que poner en riesgo la vida. Esto lo había aprendido de una amiga hermana llamada Gilda que comía dulces marpacíficos recogiéndolos en los bordes de las transitadas avenidas y de mi padre que tanto puso su vida en peligro que terminó en una tintorería de un chino con su cuerpo acribillado un 23 de junio. Él luchaba por un país mejor ; pero dejó dos huérfanos y una viuda inconsolable.

Me hice adicta de tal manera a no olvidar y al peligro que aún hoy camino en puntillas por los recovecos más cortantes sin importarme , si regresaré a mi casa con alguna flor o algún rayo de sol en mi vieja cartera , que aún llora silenciosamente.

IRENITTA MERNES

Todos conocían al Señor Harrison, era un señor muy reservado, el no trabajaba, pues su familia tenía dinero y era muy conocida en el mundo de la realeza, pero, el tenía un secreto, pues todas las noches se iba al bosque, a una casita, estaba ahí toda la noche, nadie sabía lo que hacía ahí, solo había una luz, cuando la luz se apagaba, algo iba mal. Sentía eso, no se lo que pasaba ahí, siempre tenía ese sentimiento. Era como, un sentimiento oscuro.

Un día decidí ir a ver qué era eso, pues no me dejaba dormir, pensando en lo que podía ser.

Una noche le seguí, no sabía lo que me pasaría, si iba a acabar como el resto de personas desaparecidas por el extrañas circunstancias o peor, aunque no puedo imaginar algo peor…

Entre la oscuridad, los árboles que parecían que tenían largos brazos y ojos grandes, entre el miedo, ese miedo al saber que esa noche podrían secuestrarme o morir.

En ese momento, encontré la casita, era una cabaña, parecía abandonada, solo se veía la luz.

Espiaba por una ventana, se veía la luz, pero no había nadie. Cuando de repente, vi una figura enfrente de mi. Era el Señor Harrison, su mirada era penetrante, veía la maldad en sus ojos. Al darme cuenta estaba dentro de la casita.

Vi una pared con partes humanas, sangre, órganos humanos en tarros. En la mesa vi herramientas con sangre y trozos de carne. El señor Harrison cogió un cuchillo, el miedo me impidió huir, ya que era imposible no ser atrapada ya que él era más alto y fuerte que yo. En ese momento, supe que pasaría. Sabía que iba a morir de una de las peores formas, siempre pensaba que iba a morir de vieja. Sentí un pinchazo doloroso y luego vi todo negro. Eso es todo lo que recuerdo de ese día.

JOSMA TAXI

Es un buen tipo, conocido en el barrio y apreciado por muchos vecinos. Todos los días, sobre las dos, baja al bar de Paco y se toma unos vinos, con un grupito de amigos. Esta costumbre la adquirió en León, lugar de nacimiento de su mujer.

Son una pareja feliz, con un hijo que es ingeniero y se pasa la vida yendo a Estrasburgo, para perfeccionar el sistema informático que diseñó él.

Reconozco la bondad de Honorato, pero a mí me pone tenso. Tiene la manía de hablarte cuando estás sentado mientras él permanece en pie, con lo que obliga a estar mirándolo, forzando el cuello, así que le digo que se siente o que se vaya, pero no me hace ningún caso.

Por otra parte, fotografía en el móvil todo lo que hace, así que se pasa mucho tiempo enseñándome las fotos, lo que resulta aburrido y pesado.

De todas maneras, nos apreciamos los dos, aunque me cueste dinero tener que ir al fisioterapeuta, para paliar los dolores de cuello que me provoca.

ABBY MARSIE ROGOM

Esa noche de final de verano era fresca y olía a jazmín.

Se notaba en el aire el preludio del otoño.

_ Seguro tiene un amante.

Bajo la luna creciente y a la vera del canal de riego paseaba Zatlali por el camino de tierra.

Pero encaminada a la vieja finca, como cada semana en la noche.

El canal traía un olor húmedo, pantanoso, tibio.

Las cañas hundidas en el barro de la orilla se mecían con la brisa nocturna, susurrando con sus ásperas hojas.

_ Puede que venda drogas.

Ella entraba a la antigua propiedad y seguía caminando a través del abandonado parque,

Bajo las altas palmeras, que dibujaban la sombra de sus hojas a veces sobre la extraña sirena de mármol, a veces sobre la seca fuente de piedra.

_ Va a comprar drogas.

Y al final estaba la torreta de vigilancia.

La pequeña laguna parecía aceitosa, se paró la brisa.

_ Se prostituye.

Unos decían que iba todas las noches, otros que sólo en luna llena, y quedaron más o menos de acuerdo en que era una bruja.

La gente del pueblo hablaba de la extraña afición de Zatlali de caminar de noche hasta la finca abandonada.

Zatlali subía a la vieja caseta y se sentaba sacando las piernas entre los maderos de la barandilla que la rodeaba.

Mecía sus pies descalzos y miraba desde arriba las estrellas y la luna en el agua, el decadente parque en sombras y las luces del pueblo a lo lejos pensando en la afición que tenía la gente en general, ésa afición tan extraña de meterse en los asuntos de los demás y andar inventando cosas.

ANGY DEL TORO

NÉCTAR Y REVUELO.

Desde que era muy pequeño, mi abuelo me enseñó a visitar las colonias de hormigas que había por los alrededores de mi pueblo. Sobre todo, las de hormigas culonas. Juntar, cocinar y comer estas hormigas, es vivir junto él, es disfrutar de su recuerdo. “O se comen las hormigas o ellas te comen a ti”, decía mi abuelo.

Antes de juntarlas, las observo y hasta pena siento al interrumpir su rutina diaria. Viven como en sociedad, su organización raya en la perfección, al ver a la Reina en el trono, mis glándulas salivares comienzan a segregar una sustancia indescriptible.

Para qué contarles lo difícil que me resulta, y más ahora que mi abuelo no está, seleccionar de entre las obreras, las más culonas. Hoy percibo cierto descontento entre ellas. El orden al que estoy acostumbrada se está haciendo un caos y los zánganos han abandonado su lujosa y privilegiada vida, se niegan a vivir por tan corto tiempo.

Martina siempre ha sido una obrera muy disciplinada, pero hoy, al parecer está harta de su situación y, en la colonia, una “Chispa de Rebelión» avizoro. Martina conversa con un grupo de obreras que se muestran igual de descontentas; y ha comenzado a compartir historietas sobre el agotamiento y la injusticia. El caos, el desconcierto se ha apoderado de las hormigas, las obreras han decidido que ya es hora de rebelarse. Y para tomar el control, una rebelión comienza a planearse.

Derrocar a la Reina es el propósito de las obreras, para ello cuentan con nuevas estrategias. Confundir a la Reina y crear distracciones absurdas para los zánganos. Presumo que esta gran revuelta va a cambiar mi menú del día. Las obreras ejecutan su plan, pero han perdido el rumbo, se enfrentan a situaciones imprevistas, en la contienda pierden sus alas y caminan en variadas direcciones. Una verdadera locura.

«La Gran Revolución Hormiguera” ha provocado que todo el néctar real se haya derramado y la Reina sufra. Su adicción al néctar, la ha hecho cada vez más dependiente de esta sustancia, por lo que, ni ella misma sabe lo que está sucediendo.

Yo también he perdido la oportunidad de saborear mi ahumado favorito, soy aficionada a seguir el modo de vida de las hormigas y adicta a la textura crocante de sus cuerpos. Olvidaba contarles que, cada día extraño más a mi abuelo y su extraordinario plato de hormigas culonas.

CESAR TORO

En estos tiempos deserticos y avidos de sabiduría y conocimiento, extrañas aficiónes son. La lectura, la escritura, la escucha, creo que son hábitos que paso a paso se van extinguiendo, la mayoria de las personas; no leen, no escriben y no les gusta escuchar. Lamentablemente la tecnología nos arropa con sus cantos de sirena y la busqueda de un mundo “perfecto” y sin esfuerzo donde lo material importa mas que lo humano y espiritual, nos hundimos cada vez mas en un hoyo sin salida los jovenes victimas de una sociedad “ moderna” donde los valores, la ética y la educación han dejado de ser una prioridad en varios paises.

Sin embargo hay un ejercito de lectores y escritores que nos resistimos a morir a dejarnos vencer, a por la apatia y los avances tecnológicos.

Los que tenemos el privilegio de practicar la lectura sabemos perfectamente que es una fuente inagotable de riqueza pues nos permite viajar recorrer mundos diferentes, navegar por los mares en barcos de papel y llenar nuestra mente de sabiduría. Los que tenemos el hábito de la escritura podemos pasar horas escribiendo y las musas no nos abandonan, es una especie de catarsis celestial que nos lleva a sentirnos vivos, útiles y realizados. Aun que los demas no lo entiendan y nos llamen viejos o retrógrados, a nosotros no nos importa pues sabemos y estamos seguros de lo que queremos.

Ademas la lectura y la escritura nos ayudan a crecer y ser mas sabios cada dia aprendimos de los grandes escritores cualidades maravillosas como el silencio por ejemplo que bonito es sentarse y escuchar a alguien tranquilamente sin tener la imperiosa necesidad de interrumpir.

Esta madurez cultural solo la podemos alcanzar a travez de la lectura y el estudio de textos y la practica constante de la escritura.

Esta maravillosa y extraña afición debe continuar debe continuar seamos testimonio para que los que vienen continuen este legado.

NAMASTE RODRÍGUEZ

El desierto de mi alma

En la cumbre del desierto de mis pensamiento, se encuentra plasmado el reflejo de un recuerdo que no existe, acompañado de arenas estorbosas ardientes como el sol, me quema por dentro el vacío de la incertidumbre.

El viento revuela la nostalgia, trayendo entre la arena ese aroma a tierra mojada y salada, por las lágrimas de mi llanto y el desconcierto de mi alma ante la ausencia de la tuya.

En sequía absoluta de alegría, la árida tristeza me abruma por completo dejando en mi interior una descendente felicidad. A causa de mi aflicción se encuentra incandescente la filofobia de mi alma, el silbido del viento aturde mis sentidos, haciendo denotar la ausencia de mis pensamientos. hoy estoy acá con mi ánima desolada y vacía, encorvado y cabizbajo esperando un infortunio desenlace cuando caiga la noche.

Y es entonces cuando vencido, me tiro en la cálida arena del desierto de mi alma.

Viendo el techo manchado, mientras la soledad me abruma y el frío me acalambra las entrañas en un inquietante silencio acompañado de penumbras.

Esparcido en el infinito se encuentran mis pensamientos, sin rumbo ni dirección, en busca de la mágica brisa que lleva consigo aquel perfume, con fragancia de limonero envuelto en tu pelo mientras se entremezcla con la cálida caricia del pasado a punto de llegar al éxtasis de la nostalgia.

Mi cuerpo desnudo se viste con el frío y se envuelve con la frazada del olvido, esperando a que llegues en medio de la noche, entre besos y abrazos, mientras murmura mi nombre en tus labios.

Entre la nubosidad de la miopía de mis ojos se Enfoca nuevamente el manchado techo, volviendo a la realidad, chocando de frente con la Soledad abrumadora y el frío estremecedor que se apodera de mis huesos, haciéndome temblar por aquella realidad, que me envuelve por completo en un discontinuo absolutos de temor, nostalgia y soledad.

Con solipsismo me aferro a mi mismo, y busco más allá de los que mis ojos ven, simulando estar llegando a un final feliz mientras soy consumido por una realidad alterna que me lleva consigo a la imaginación, con afán me afianzo a mi único espíritu, en busca de sostenerme del barrar de la ilusión, impuesto por el desconsuelo de mi añoranza, mientras la quimera de tu alma se aproxima a la mía y desvanece por completo el espejismo de tu alma, dejándome en un espacio en blanco, unidimensional, sin distancia, y con la abstracción de nuestro espíritu, porque tú y solo tú, eres mi afición…

Autor: julio cesar Ortega Rodríguez.

SHELO SHELO

Una mañana muy cansado llegaba del trabajo de albañilería. Me fui a asear para después irme a dormir. Después del baño mire el celular y me di cuenta de que un compañero estaba esperando afuera, me vestí rápidamente, salimos a un bar cercano me miró a los ojos fijamente, yo sin intención de incomodarlo me quedé callado esperando a que abriera la boca… Él me dijo que tenía una afición de coleccionar botellas vacías llenarlas de punta de lápiz y hacerlas sonar. ¡¡En mi mente dije que locura!! ¿Debe ser su diseño, verdad ?

-no, solo por diversión. Por así decirlo…

En mi mente se creó la imagen de un loco trastornado. Para mí solo era una muy extraña y loca afición.

MARTU MONFORTE

A la memoria de Jose, mi hermano querido.

Tu recuerdo

“Alicia:

¿Cuánto tiempo es para siempre?

Conejo:

A veces , sólo un segundo…”

Por entonces, allá lejos, no sabíamos que la vida duraría un instante.

Quiero nuestras risas de otoño y nuestro sueño de luna creciente; la vieja hamaca elevándose sobre un campo de alfalfas.

Quiero, desesperadamente, encontrarte en el aroma a canela de mamá.

Necesito un recreo, un instante puro de infancia y un camino de madreselvas que nos lleve al trigal maduro del verano. Necesito aire para seguir…

Quiero correr por el jardín

y encontrar intacta tu alegría.Quiero, con afición desmedida, reencontrarte; dibujo un puente, extiendo mis manos y mi alma…

Quiero recordarte y así, traerte de regreso. Guardapolvo blanco, portafolio cargado de cuadernos, cara de tiza, hermanito de escuela que crecía y jugaba. Tabla del nueve, pretérito imperfecto,

Cruce de los Andes; escuela.

Quiero una tarde, sólo una,

de lluvia y espera, con manos pegoteadas de caramelo armando un millón de barquitos de papel. Mientras y en tanto espiar tras la ventana cómo crecía nuestro charco de la esquina de casa. Quiero la alegría que sentíamos cuando la lluvia cesaba y corríamos a chapotear. Volver, siempre volver, a navegar en ese mar

de ilusiones, donde se olía el porvenir, los amores, los proyectos, la vida misma. Quiero caminar juntos, busco tu companía.No me dejes tan sola, se hace eterna esta espera.

Quiero a mi niño, porque eso fuiste también para mí.

Mi afición es recordarte.

Más tarde crecimos, nuestra complicidad tenía tu mirada verde que cruzaba los campos hasta encontrarme. Los primeros cigarros, confesiones y dolores de amor. Lágrimas y risas crujientes explotaban bajo el sol ardiente del verano.

Busco detalles mínimos, las palabras que alumbraban nuestras noches oscuras y también el desamparo que nos tendía su manto frío pero que sabíamos desterrar estando cerca.

Busco, retengo, descubro momentos, recontruyo la adolescencia que brillaba como una pompa de jabón.

Siento, después y con desgarro, la madurez truncada, tu vida cortada de tajo en un invierno de julio; traicionero.Esa emboscada que no viste, que no vimos. Y corrí ciega para evitar lo inevitable. Desafié a la muerte, busqué hechizos, imploré a todos los Dioses; ofrecí mi vida a cambio de la tuya. Nadie me escuchó.Caíste, y caímos.

Desde entonces siempre hace frío, julio me empapó. Mi estrategia es reconstruir recuerdos, y así regresa, de a poco, la tibieza.

Mi afición es recordarte para sentirte vivo. Para vivir también.

Quiero tu voz, tu voz nombrando a tus hijas, tu voz cantando sobre los campos, recorriendo las tardes, llamando a papá, bromeando en el trabajo, latiendo cuando nada hacía pensar en el abismo que nos pisaba los talones.

Quiero recordar tu voz.

Temo olvidarla…hermano mío.

Ahora aprendí, la vida me enseñó, que la suma de nuestros instantes es la eternidad.

NUMIRALDA DEL VALLE

EXTRAÑA AFICIÓN

Desde adolescente Luisa demostraba predilección por vestirse de color blanco. Sus padres y hermanas se extrañaban por este peculiar gusto. Cuando iban de compras intentaban persuadirla para que no escogiera prendas de ese tono. Sin embargo, siempre podía convencerlas y adquiría alguna blusa, pantalón o vestido del blanco más puro que encontrara.

Al llegar a la mayoría de edad no logró las competencias académicas requeridas para avanzar y culminar la carrera elegida optando por desertar e iniciar la vida laboral. Así, desde muy jóven fue independiente económicamente. Sin nadie interviniendo en la elección de su vestuario tenía el armario repleto de ropa de este inmaculado color pues, compraba lo que deseaba, hasta los zapatos.

Al principio los amigos y conocidos no le concedian demasiada importancia a su extraña afición, pero paulatinamente fueron asumiendo actitudes diferentes hacia ella. «No es normal que siempre vista de blanco», pensaban. Empezaron a preguntarle el por qué lo hacia. Encogiendose de hombros respondía sencillamente: «Porque me gusta». Otros la observaban con mucha curiosidad. Algunos, incluso, murmuraban sobre su excentricidad. Luisa, a pesar de darse cuenta, no se inmutaba. Ese color le encantaba y la hacía sentir bien.

Pero, todos, incluída la familía, continuaron cuestionándola al punto de que ella misma empezó a aislarse y a buscar oscuras razones para su afición sintiéndose triste.

Una tarde soleada de primavera se animó a asistir a las fiestas del pueblo. El largo cabello claro la hacía lucir muy bonita. Iba sola, vestida con un traje blanco de amplia falda. Paseando entre los puestos de comida, artesanía y productos locales, sonreía saludando aquí y allá. Las personas le respondían con recelo,

mientras cada una pensaba cosas diferentes sobre la, ahora llamada, «Manía de Luisa».

Seguro le gusta porque el blanco es símbolo de pureza. Si, por eso las novias lo usan. También es el color de la paz y la tranquilidad. Y el color de la bata de los médicos. Y del cinturón de los judokas. Y los folios de los escritores esperando sus creaciones. Realmente el blanco es el color más puro y completo, tiene pocas connotaciones negativas.

En contradicción, sentido de los humanos, otro bando promulgaba: en exceso puede llegar a ser un color muy frío, hay quienes lo relacionan con el hielo. Quizá es demasiado aséptico. Puede inspirar vacío, desapego, ser poco estimulante. Y qué me dicen cuando la mente se queda en blanco, significa ausencia de ideas, pérdida de lucidez. Algunas culturas lo relacionan con la muerte.

El tiempo continuó avanzando y con él las especulaciones sobre la, ahora llamada, «locura» de Luisa.

La alegre jóven de corazón puro y ropaje blanco, se convirtió en una mujer sola, sin amigos, sin esposo, sin hijos. Jamás imaginó que su inocente afición de vestirse del color más puro, iba a demarcar el rumbo de su destino. El blanco su preferido, de paz su alma inundaba, con eso a nadie hizo daño, «no, no estoy loca pensaba» .

ANA DEL ÁLAMO

Paco es un padre de familia de seis hijos. Siempre los nombra por orden alfabético, así que cada vez que se dirige a uno de ellos, escupe los seis nombres a troquel habiéndose convertido en el hazmereír de todos los que le conocen. Su esposa ya lo deja por imposible.

Trabajador y dicharachero, siempre tiene una sonrisa dispuesta para todos. Así que se le perdonan esas pequeñas manías.

Esa afición causa asombro, pero si están pensando que eso es todo, pues no.

Paco guarda otra sorpresa bajo la manga:

A Paco le gusta hacerse el muerto ! como lo oyen! Sobre todo en los entierros, claro. Ahí es donde más disfruta, porque nadie sabe quién es el verdadero difunto y a qué familia deben dar el pésame. Y eso le hace gozar como un niño que roba manzanas al vecino. Lo que más le gusta es cuando su mujer se enfada y luego se reconcilian al llegar a casa. Eso no tiene precio.

Un día en una fiesta de cumpleaños de uno de sus hijos, a punto de cantar la tonadilla feliz, Paco se precipitó al suelo y se quedó petrificado causando un gran revuelo. Su mujer e hijos ya hartos del temita se acercaron a él para regañarle y poner fin a la escena. Estaban acostumbrados y lo achacaban a su gran sentido del humor, pero ésto ya era demasiado. Restarle protagonismo a un niño, a su propio hijo, era pasarse de rosca. Comenzaron a zarandearle, pero Paco no se inmutó y se quedó inerte sobre la gran tarta de cumpleaños de Paquito, que vio como los sanitarios se llevaban a su padre para ya nunca más hacerse el muerto. Ésto fue lo único que le salvó de un divorcio inminente.

Ana del Álamo

OMAR ALBOR

En un laberinto

de algodón camino descalzo, no sé cómo llegué aquí

Solo desperté de un sueño y estoy aquí

Tocó las texturas mis labios se secan

mis ojos se cierran hay mucho humo aquí

Pero nada me es tan sensual como el caminar sobre este piso de alfombras suaves y perfumadas

Hay una luz trato de llegar a ella, camino y en el transcurrir tomo aire profundo y veo a mi madre y a mi padre

ellos sonrien trato de hablarles pero no puedo ellos tampoco me hablan, pero sonrien me abrazan, un abrazo que dura una eternidad, mi ojos explotan mis lágrimas no las puedo evitar, mi madre me mirá me toca la cara y frunce sus ojos como tantas veces que me vio llorar, como diciéndome no llores, mi padre me abraza nunca me suelta la mano, ellos son mis ángeles que tengo, los miro los vuelvo a abrazar y ellos me llevan hasta un valle verde hermoso indescriptible por toda su belleza, ellos me dan un beso en cada mejilla me abrazan y se alejan yo los miro y no lo puedo creer, quiero correr pero hay una puerta que se cierra y otra que se abre yo salgo me siento en un banco de color blanco y pienso en todo.

En el dolor por perderlos y en el saber que están bien juntos.

Mi extraña aficcion

de mis ángeles eternos.

Mamá y Papá.

SANTIAGO VILLA IBAÑEZ

La joven asombrada por la rosa que el mimo le ofrecía con una solemne reverencia, no supo qué decir, ni que hacer. La gente con cara de sueño salía de la boca de metro sin prestar atención a tan sorprendente acto.

El mimo con la cara pintada de blanco, sombrero bombín de colores sobre la cabeza, esbozó una radiante sonrisa esperando que la joven aceptara la bella flor que este le ofrecía.

La joven dudó unos instantes y finalmente cogió la roja rosa. El mimo sonrió aún más e hizo como si la tomase una fotografía con una cámara imaginaria, la joven le regaló una bonita sonrisa, el mimo sacó la fotografía de su cámara Polaroid, la sopló unos instantes para que se secara, dándosela a la joven, que sonriendo de nuevo, hizo ademán de agarrarla con la mano.

— ¡Muchísimas gracias! — Exclamó la joven con un brillo de felicidad en los ojos, mientras se perdía entre la multitud de aquella fría mañana de febrero.

Esa era la extraña afición del mimo. Desde hacía años, fotografiaba y coleccionaba las sonrisas de la gente sonrisas verdaderas salidas del corazón.

IVONNE CORONADO

Una afición fatal.

Mon-noir (Mi Negro), es el nombre de un pueblo de Quebec. Muy sugestivo para mí. Yo también tuve un negro. Así lo llamaban cariñosamente, no era de raza negra, pero era muy oscuro, color canela o caramelo quemado de la cabeza a los pies, lo juro. Lo amé. Se me fue. Lo lloré.

Después de cuatro años de luto me dije:» ya párale, búscate otro… para sufrir… o para tener con quien hablar». Suelo ser irónica conmigo misma.

Mi vida tomó un rumbo diferente.

Completamente diferente. Cambié de color.

Mi segundo esposo es muy blanco (le gustaría ser moreno como yo). Ya no tiene mucho pelo. Se rasura la cabeza desde que su hija le dijo:

-» Pa, te verías mejor con la cabeza rasurada» – en su álbum de fotos se le ve con cabello ondulado, largo, entre rubio y castaño. Me gusta cómo se ve hoy. Soy admiradora de Yul Brynner.

Tuve una suerte increíble con este hombre.

Con el primero teníamos el mismo idioma y muchas cosas en común por ser centroamericanos.

Con el segundo, hablamos en francés su idioma natal, y tenemos mucha afinidad. Salvo por la música. No he logrado hacer que ame los boleros,

pero es muy buen bailarín, y le gusta toda música alegre.

Mi negro tenía un problema serio con el alcohol, y eso lo llevó a la tumba muy joven. Su extraña afición de tomar licor y no comer, le dañó su hígado.

Paul toma con medida. Con él aprendí a tomar una copa de vino tinto a la hora de cenar. Las botellas las compramos por docenas y duran lo que tienen que durar, y no me preocupan más.

Las finanzas con un alcohólico son difíciles de manejar. El dinero desaparece, y a veces, ni siquiera aparece. La confianza se termina aunque el amor siga.

Con Paul, ningún problema. Cada uno maneja su cuenta y contribuye para gastos y placeres.

Mi primer esposo se iba y se perdía.

Paul está siempre conmigo, más ahora que ya dejamos de trabajar. Aprendí a compartirlo todo con él, y a quererlo más cada día que pasa.

Con mi negro, no hubo muchos viajes, lo que hubo fueron parrandas.

Con Paul, tuve mis más lindas vacaciones, fuimos a países que siempre quise conocer, y que pensé nunca serían realidad. Hicimos muchos amigos.

Hoy retirados, Paul y yo caminamos todos los días, nos mantenemos en forma.

Con mi negro caminaba mucho, pero sola, y corría de un hospital al otro, sin descanso, sobre todo en sus últimos momentos cuando lo perdía… para siempre.

La familia de mi negro, era hipócrita hasta con él, pero él no lo supo sino tarde. Me dieron la espalda después del entierro; no antes de que pagara todos los gastos, por supuesto.

La familia de Paul es maravillosa, muy especial, con mucha apertura de espíritu, honesta, leal.

Su hija menor es una joven muy cariñosa, y me permite ser la abuela de su hijo, un adorable bebé.

Lo que me ha dejado perpleja es mi amistad con la ex de Paul. Somos amigas. Con ella, su hija, y Paul fuimos a Marruecos, y gozamos nuestra aventura en ese país tan diferente a los nuestros, exótico, misterioso, al máximo.

En la familia de mi negro, mujer que se divorciaba, mujer que no volvía a entrar en ninguna casa de suegros o cuñados. Mi suegra lo ordenaba, todos obedecían.

Nunca me imaginé que podría rehacer mi vida, y de forma tan diferente.

No es que no haya habido amor y pasajes hermosos con mi negro, porque los hubo, él era un hombre bueno, prisionero de su afición, y sé que me amaba.

Con mi primer esposo, emigrar a Canadá me permitió ayudar a mi familia.

Al quedar viuda, haber aprendido el francés me ayudó a conocer a mi segundo esposo.

La profecía malévola no se cumplió. Me habían presagiado un fracaso rotundo, al hablar con él, en un idioma que no era el mío.

Lo que sucedió: Cada uno enriqueció al otro con el suyo.

Nuestras culturas se mezclaron.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Tenerte cerca.

Mirar cómo duermes.Mirar cuando sonríes.

Extraña afición.

Olerte. Hay tú olor!!

Oír tu voz. Con ese timbre. Hay tú voz!

Tocar tus manos, hay!

De gustar tú alma entera.

Hay!

Extraña afición a tu persona.

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15 comentarios en «Una extraña afición – miniconcurso de relatos»

  1. Mi voto está semana es para:
    Martu Monforte, qué añoranza tan bien narrada.
    Ana del Álamo, la ironía de la vida en la aficción de ese padre
    José Luis Ansón, Salvaje ese viaje con Encarna y Joaquín…

    Responder

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