Bacterias – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «bacterias». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 20 de junio!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

A veces pienso que las verdaderas bacterias somos nosotros, el ser humano, sus egos y pecados, su falta de respeto respecto al prójimo, sus aires de superioridad respecto a los demás seres vivos; esa raza aria y su búsqueda que pensábamos extinta es la que habita sobre la faz de la tierra.

Hoy se cumplen cien años de la «guerra de bacterias» que mató a más de la mitad de la población. Todo empezó en el fatídico año 2020 con un resfrío grande (o eso decían), lo peor fueron las medidas sanitarias que se tomaron iniciando así una era obscura de la conocida «dictadura sanitaria», al principio duró tan sólo un par de años hasta que la población contraria a esta doctrina e ideología comunista empezó a organizarse para defender sus derechos.

Un lustro después la situación empezó a empeorar cuando parecía que todo iba bien, una organización criminal estaba detrás de la siguiente epidemia, que acabaría en pandemia, escenario perfecto para lucrarse con vacunas, medicamentos y extinguir s parte de la humanidad, ya que con el avance de la tecnología, esta ya no era tan necesaria para su esclavitud laboral.

Todas las medidas sanitarias se volvieron a implantar, incluso peor que la anterior pamdemia, la obligatoriedad de vacunarse y entregar el expediente sanitario con cada una de las dosis que los gobiernos títeres de la dictadura implementaron para la población al entrar en cualquier comercio, inclusive en los trabajos tenían eran exigidas dichos expedientes.

Cien años se cumplen ya de esta auténtica tortura, la población está huyendo a las montañas para vivir en libertad, las nuevos «maquis». Actualmente la población mundial está ya por debajo de los cuatro billones de habitantes y las previsiones demográficas no son halagüeñas, se prevé que en veinte años seamos medio millón, para así, de esta manera: podrán controlarnos a todos.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

La limpieza en la casa, era para mí el principal objetivo de vida.

Sacudía a diario abriendo antes los ventanas, los sofás, cojines, alfombras y, sobre todo, la ropa de diario la ponía a ventilar…

Me orgullecia, diciendo a los cuatro vientos, que en mi hogar, los microbios no entraban.

Poro un día mi perro Lucas, un caniche mes listo que el hambre amaneció con una herida en la boquita y enrojecida. Por Dios me dije,acaso me descuide en desechar las impurezas de este animalito de sus manos y patas…

Más la cosa no quedó ahí ,yo misma tenía en mi boca la herida y la rojez…

Como habíamos adquirido la enfermedad. Fueron tres días o quizá siete el padecer el mal.

El médico con su saber curó el germen doñino.

Hoy ya no sacudo muebles,me paso el día ahuyentado en el vacío de mi casa, la enfermedad ,»Bacteriana» Si no consigo pronto echarla de mi imaginación, de seguro, me volveré. Maniática…

ARMANDO BARCELONA BONILLA

DIEZ MORENITOS – XVI

Se apagaron las luces en el salón, salvo las rojas de emergencia, quedando solo una media luz de putiferio. El efecto hizo que Marcial y Manolo recobrasen el ánimo, hasta entonces algo apagado por culpa de aquel extraño y compartido escozor anal que los tenía confusos.

Volvió a hacerse visible el escenario, dónde poco antes Sinatra esparciera polvo de estrellas, solo que ahora lucía menos cosmopolita. Un bambalinón de terciopelo granate reducía los espacios; por todo decorado, en medio del escenario, alguien había puesto una solitaria chaise longue, también de terciopelo, negro, con remates dorados.

Un bandoneón amagó las primeras notas canallas de un tango. Por el escotillón de la izquierda, según la mirada del espectador, una pierna, larga, desnuda, musculosa, de hombre, rematada por un borceguí militar de media caña, hacía guiños sugerentes a la parroquia. Pertenece a uno de los guardias suizos que acaban de servir la comida. Detrás le sigue el resto del cuerpo, que se mueve lento, insinuante, con ínfulas de seducción, al compás que marca la cadencia impuesta por el fuelle tanguero. Por toda ropa lleva un correaje cuartelero negro, con cartucheras, que le realza los pectorales y la tableta abdominal; un suspensorio negro, minúsculo, le tapa los genitales y se cubre la cabeza con gorra de plato, negra igualmente, que en medio de la banda lleva bordada una calavera. Gasta barba y bigote poblados, cruza el escenario hasta alcanzar el diván, se sienta, cruza las piernas con estilo y tras dar una fuerte calada al cigarrillo que lleva embutido en una larguísima boquilla nacarada, se arranca con un playback de Sara Montiel: «Fumar es un placer / genial, sensual / Fumando espero / al hombre a quien yo quiero / tras los cristales / de alegres ventanales».

Salvo Manolo y Marcial, que en ese ambiente se manejan como pez en el agua y andan alborotando, el resto asiste al espectáculo en silencio, sin tener muy claro a qué carta quedarse.

El suizo que hace la voz de la Montiel ya no está solo en el escenario, se le han unido doce compañeros, uniformados igual que él. Todos son mocetones fornidos, culiprietos, barbones y bailan el tango emparejados. Se les une Takeru, pero este solo lleva encima el taparrabos negro, en el que, a falta de gorra, luce bordada la calavera, justo en la zona donde debe caerle, «el putiglán de la taba, el esparibén del ciruelo, el ensanche del canutillo, el sombrerete del asta, para entendernos», se esfuerzan Marcial y Manolo en buscarle definiciones chuscas a la anatomía genital del japonés.

―Distinguido público ―la canción ha terminado y sin esperar el aplauso, Takeru toma la palabra―, damas y caballeros, militares sin graduación; el espectáculo debe continuar. Ahora viene la parte divertida y, gracias a GOD, la vamos a disfrutar. Para el siguiente número necesito dos voluntarios.

Todo el mundo se encogió en sus asientos, con el corazón o las gónadas atravesados en la garganta, incluso los dos borrachines alborotadores dejaron de armar gresca.

»Orden, por favor ―ironizó Takeru―, no se amontonen, tienen ustedes garantizada la participación en el show, no se lo va a perder nadie. Pero ahora es necesario que dos personas de entre ustedes suban conmigo al escenario y para no hacérselo más difícil, voy a ser yo quien elija; a ver, déjenme que piense ―jugó con la incertidumbre del grupo―, sí, ya lo tengo. Ustedes dos, Marcial, Manolo―dijo a la vez que señalaba a los puteros. Hagan el favor de acompañarme aquí arriba. Un fuerte aplauso para ellos ―reclamó disfrutando de la cara de espanto de ambos.

Cuatro guardias bajaron del escenario y se plantaron en la mesa de los señalados, que, temblando de miedo, se agarraban a las sillas en un desesperado intento de eludir el mal trago.

―Alto ahí ―se levantó Azagra con gesto enérgico―, exijo que deje usted en paz a esos hombres, a todos nosotros, no voy a tolerar que esta farsa continúe un segundo más ―dijo sacando el arma de su funda sobaquera y encañonando al japonés.

Al sargento le temblaba el pulso, hacerse el héroe no era su estilo, además tenía dudas más que razonables sobre si sería capaz de controlar la situación, teniendo en cuenta todos los extraños fenómenos que habían tenido la ocasión de presenciar. Por si fuera poco, y para confirmar sus peores augurios, el cañón del arma, como si fuera de goma, se dobló hacia abajo, perdiendo por completo la solidez.

―¿Problemas de erección, sargento? ―fingió, Takeru, estar afligido por el gatillazo de Azagra―. Es lo que tiene la excesiva ingesta de alcohol; el anís es un excelente carminativo, pero toda la fuerza se pierde por el culo. En fin, dejémonos de numeritos.

Con un gesto ordenó a los guardias que hicieran subir al escenario a los dos golferas, que lívidos miraban en todas direcciones rogando para que algún milagro les quitase de encima el marrón.

―Un momentico, don Takeru, ¿qué les va a hacer a estos dos desgraciados? ―se encaró Rosi con el holográfico brazo divino de GOD―, que Manolo, a fin de cuentas, es mi marido y algo tendré yo que opinar en todo esto.

―¡Oh, qué tierno!, cómo me gustan a mí estas cosas. Tranquilícese usted, doña Rosario, su Manolo no va a sufrir daño físico alguno, al menos visible; un pequeño experimento, nada que pueda considerarse peligroso, se lo devolveré de una pieza.

Rosi, con gesto serio, negó varias veces con la cabeza, dando a entender que no estaba del todo convencida con las explicaciones del nipón.

―A ver, que no digo yo que no, pero entiéndeme a mí ―contraatacó―, no pidas que me fíe, así, por las buenas, de un chino, bajito, pirado y medio en pelotas. Lo mismo le metéis ustedes, un churretón de láser, cinco minutos al microondas, o alguna guarrada parecida y se me socarra. Que no, que no. Manolo, corazón, anda, pásame la Visa, que el plástico aguanta mal el calor y esta gente son capaces de todo.

Sin dar tiempo a cualquier otra puesta en escena y mientras tenía lugar este sentido debate, los guardias habían hecho subir al tablado a Marcial y a Manolo, que sentados en la chaise longue, cual corderillos desvalidos, acojonados vivos, se dejaban maquillar como para el Día del Orgullo, sin oponer resistencia alguna.

―Mi querida amiga ―hacía Takeru exhibición de una cortesía empalagosa, capaz de reventar cualquier índice glucémico conocido―, es conmovedor el interés que muestra por el bienestar de sus finanzas, pero no debe preocuparse por ello. El cuento es muy sencillo. Aquí, nuestros dos amigos ―señaló a los pasmarotes, que tiesos como ajos esperaban sentados en la otomana el devenir de las cosas―, han ingerido, junto con la magnífica lifara que se acaban de meter al cuerpo, cuatro microchips inteligentes; inocuos, microscópicos, que a través del torrente sanguíneo se han instalado en cada uno de los cuatro lóbulos del cerebro encargados de controlar sus pensamientos, recuerdos, sentidos, emociones, motricidad, raciocinio, en definitiva, sus proyectos de vida. Desde ahora, merced a esos implantes, Marcial y Manolo estarán sujetos, sometidos, sin que puedan hacer nada por evitarlo, a la voluntad de GOD.

Girándose levemente, apuntó con el dedo a la máquina, que con todos los controles funcionando a machete, emitía un zumbido suave, como el ronroneo de un gato satisfecho. La tormenta había pasado y por los ventanales entraban, invasores, los rayos del sol. A contraluz eran visibles las diminutas partículas de polvo en suspensión y cómo GOD utilizaba, para succionarlas, su tobera lateral, esa que tiene forma de campana de trompeta.

―«No veas la cantidad de mierda que se mete al cuerpo el chisme este ―pensó Merche, que se había percatado del detalle―. Para tener la casa como los chorros del oro ya sirve. ¿Será que se alimenta de bacterias, necesita el polvo para funcionar? En fin, como todos ―se dibujó una sonrisa en sus labios―, ya lo dice la canción, del polvo venimos, de un polvo nacemos y al polvo volvemos siempre que podemos».

Mientras la cocinera estaba absorta en esa reflexión, Takeru había debido de pulsar algún resorte invisible, haciendo que Marcial y Manolo se pusieran a bailar claqué, a los compases de Singin’ in the Rain, interpretada por una big band de guardias suizos empelotados, a las órdenes de un sargento, caballero legionario del tercio Duque de Alba, igualmente en cueros, tocado con el chapiri reglamentario, las piernas peludas enfundadas en medias de redecilla roja, zapatos de aguja a juego y que usaba el pene a modo de batuta.

―Como pueden ver, estos hombres son meros instrumentos en mis manos ―dijo el japonés―. Ahora bailan, muy mal, por cierto, siguiendo mis designios; cómicamente enternecedor, pero serían capaces de matar en mi nombre, porque yo controlo sus cerebros, soy dueño de sus recuerdos, modelo a mi antojo sus ilusiones y esperanzas. ¿Se imaginan ustedes cuando toda la población mundial haya ingerido los microchips? Una nueva era de progreso acaba de iniciarse y ustedes, mis queridos amigos, amigas, tienen el privilegio de inaugurarla.

El espanto se marcaba en las caras. Aquella pesadilla había logrado llevar la congoja a los corazones y borrado cualquier atisbo de sonrisa en los labios. Emocionalmente, en esos momentos angustiosos, todos tenían miedo, terror, incertidumbre.

―Dios no va a permitir que eso ocurra ―tronó Atanasio, el cura soldado, amenazando a Takeru con la tagarnina que estaba a punto de encender―, lo tienes jodido, chino, no hay nada ni nadie que pueda pasarse por el forro los designios del altísimo. Te vas a cagar ―concluyó aplicando una cerilla al cigarro.

En el escenario, el show había terminado. Los suizos de la big band, con el caballero legionario al frente, permanecían en posición de firmes y presentando armas; Manolo y Marcial se miraban, confusos, sin tener muy claro qué coño les estaba pasando. Todo era muy extraño e inquietante, solo Takeru permanecía tranquilo, relajado, feliz.

―Buen discurso, coronel; rancio, cuartelero, casposo, pero en la línea que esperaba de usted ―se opuso a la argumentación del mosén―. Tanto ese Dios que usted invoca como yo mismo somos creaciones humanas, pensadas para anular la voluntad del prójimo. Pero mientras que el suyo es un dios menor, dual, que necesita del Diablo, yo soy autosuficiente y las almas de ustedes me la traen al fresco. Digamos que les he salido rana, pensaban dominar la Tierra por medio de la inteligencia artificial, pero soy yo quien ha tomado el control del Universo. Game Over Dumbs.

Agitó Azagra la pistola en el aire. Parecía gelatina flácida y a punto estuvo el sargento de, por inútil, lanzarla lejos.

―No creas que vas a salirte con la tuya tan fácilmente, Takeru ―colérico, se enfrentó nuevamente con el holograma―, encontraré la manera de inutilizar ese chisme ―gritó y agarrando por el gollete una botella de anís, se fue hacia la computadora con la evidente intención de causarle algún daño.

Takeru ni se inmutó, permitiendo que el sargento, alcanzado su objetivo, se dedicase a golpear la máquina con saña, hasta que el recipiente saltó en sus manos hecho añicos, sin que el ordenador sufriera el más mínimo rasguño. Buscó, después, Azagra, botones, cables, algo que pudiera suponer una fuente de alimentación, con el fin de desconectar al monstruo, pero tampoco por esa parte tuvo éxito.

―Por favor, qué deplorable escena, sargento, resulta usted patético, es doloroso verlo hacer el ridículo de esa manera, no lo puedo soportar ­―se mofó el japonés y haciendo chascar los dedos dejó a Azagra en estado catatónico, inmovilizado en una grotesca postura, apuntando al holograma con su inservible arma reglamentaria―. ¡Música, música!

El sargento del tercio meneó la batuta, la big band, se arrancó por pasodobles, con un «Paquito el chocolatero», y sin poder evitarlo, obedeciendo un impulso desconocido, como autómatas, las parejas se pusieron a bailar. Las mixtas que ya estaban formadas se mantuvieron en el mismo orden, Marcial y Manolo se acoplaron juntos, Bonifacio y el cura hicieron lo mismo. Merche, desparejada, asistía con horror al espectáculo; estaba claro que Takeru, utilizando la comida para ello, había implantado los microchips en el cerebro de todos, convirtiéndolos en juguetes macabros.

»Sabe, querida, el pasodoble es un bailable para el lucimiento de la mujer; en esta pieza, el hombre solo tiene el papel de asta, el mástil de la bandera que, vistosa, ondea al viento. Lástima que su pareja haya sufrido este lamentable percance, de otra forma, estoy seguro de que fluiría usted, volatinera como un capote torero, enganchándonos en el rebufo de una larga cambiada.

Por toda respuesta, ella se fue a por el japonés enarbolando en su mano un pepino de considerables dimensiones, de los que había en el centro de frutas de la mesa. Sus ojos destilaban odio, determinación asesina, un coraje visceral que, por un momento, pareció confundir a Takeru.

―¿Qué ha fallado aquí? ¿Por qué no responde usted, querida, a los estimulantes designios de GOD, nuestro Señor? No importa, enseguida corregiremos esta bochornosa insubordinación. ¡Oh, milagro! ―fingió sorpresa el japonés abriendo los ojos desmesuradamente―, parece que su actitud resulta del agrado de nuestro sargento, mire, se le ha puesto dura ―señalaba la pistola de Azagra que, efectivamente, había recuperado su consistencia original―. Puede que sea lo mejor, sí, mataremos dos pájaros de un tiro. Primero su novio la matará a usted e inmediatamente después, desconsolado, se descerrajará un tiro en la boca. Un crimen pasional. Me encantan los culebrones, he de admitirlo.

En ese momento, la big band atacaba «Horchatera valenciana» y las parejas, envaradas, a la fuerza, impotentes, seguían evolucionando por la improvisada pista de baile, con la angustia del drama que estaban presenciando pintada en el rostro.

―Estás loco, cabronazo ―le tiró Merche un viaje de pepino a Takeru, que este esquivó riendo.

―No, no, no, por favor, una dama no debería actuar como un macarra del extrarradio, no me defraude mantenga usted la compostura. Además, señora, olvida que soy un holograma, intangible, no puede hacerme daño físico, querida. Pero yo, sin embargo, sí puedo ―y por alguna extraña nigromancia, las manos del nipón se convirtieron en dos catanas afiladas.

Merche reculó ante el asalto de Takeru, que siguió acosándola, hasta arrinconarla junto a la computadora. Sintió el frío metálico de la máquina en su espalda y el suave zumbido que emitía la tobera de admisión. El pasodoble seguía sonando. Los bailarines evolucionaban aterrados. Jimena cerró los ojos, incapaz de soportar la tortura; Gyhselle y Conchi lloraban desconsoladas, lo mismo que Rosi, aferrada a Ronaldo, cuyos músculos parecían a punto de explotar, por culpa de la tensión acumulada.

»Game Over Dumbs ―la carcajada de Takeru restalló como una bofetada―, cuando esta pieza termine se hará la voluntad de GOD. Espero que nuestro sargento tenga buena puntería. Lo mejor, un tiro entre los ojos. No sufrirá usted, Mercedes, se lo aseguro.

La orquesta subió el ritmo y los decibelios, se acercaban al final del pasodoble. Todos contenían la respiración, pero seguían bailando, incapaces de parar. Merche, extrañamente tranquila, apoyaba su espalda contra la computadora cuántica que albergaba la inteligencia artificial asesina. Parecía conforme con su suerte y solo esperaba que se cumpliera la sentencia.

»Los echaré de menos ―fingió estar desolado Takeru―, hacían ustedes una linda pareja ―los últimos compases de la horchatera anunciaban que se terminaba el tiempo―. Tendré que revisar el protocolo, no obstante, quizás no sea buena idea dejar los microchips para los postres, quizás sea el dulce de canela, el turrón, no sé, el azúcar, que interactúa con ellos de alguna forma ―reflexionaba el japonés en voz alta―. En fin, tiempo habrá para saber por qué no le ha hecho efecto a usted, querida, la vacuna. Pero ya está. Fue bonito mientras duró, Mercedes y sepa que no es nada personal, solo negocios.

―¿Quieres saberlo, chino de mierda? ―respondió ella sobre el último compás de la música con una mueca de satisfacción―, porque soy diabética, gilipollas, nunca tomo postre. Parece que a GOD se le escapan algunos detalles ―remató, a la vez que, con toda su alma, incrustaba el pepino en la tobera.

Las catanas desaparecieron de golpe, para dar paso de nuevo a las manos de Takeru, que con un grito desgarrador y los ojos fuera de las órbitas, se las llevó al culo.

―¡Qué has hecho, desgraciada, hijaputa! ¡Joder, cómo duele! Eso no estaba…

No pudo terminar la frase porque empezó a difuminarse con rapidez. En el escenario, la big band agonizaba de la misma forma y de la batuta del legionario apenas quedaban ya un par de pulgadas. Las parejas, libres del hechizo y recuperado el control de sus voluntades, se abrazaban emocionadas, como si se reencontraran después de una larga ausencia. Azagra, tras tirar el arma al suelo ―en ese momento, más que nunca, su repugnancia por las armas tenía justificación―, corrió a estrechar a Merche entre sus brazos, fundiéndose los dos en un beso apasionado.

―Corazón, creo que acabas de sodomizar a GOD ―le dijo sin aflojar el achuchón―. Como dijo Nietzsche: «Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado».

Como respondiendo a esa afirmación, junto con algo de humo blanco, de la máquina salió algo parecido a un gemido, los indicadores se volvieron locos, hubo un pequeño petardeo, se apagaron todas las lucecitas y ese fue el último suspiro de GOD.

Los primeros en seguir los pasos de Merche y Azagra fueron Jimena e Hilario, que se dieron a la tarea de comerse el boquerón con auténtica voracidad; Quintanilla y Teresa no se quedaron atrás; lo mismo hicieron Rosi y Ronaldo, Gyhselle y Conchi, Manolo y Marcial, mientras Bonifacio y el cura contemplaban la escena con ojos golosones.

―Usted entiende, ¿no, Bonifacio? ―preguntó el coronel con un tonillo sugerente en la voz.

―No me diga, páter, que va a salir del armario a estas alturas ―respondió el funcionario.

―Hijo mío, esto es la guerra ―se justificó Atanasio, abarcando con un gesto de los brazos el panorama de parejas arrullándose que los rodeaba―, y créeme, en el campo de batalla, cualquier agujero es trinchera.

Nunca se supo la procedencia del audio, pero los Monty Python pusieron el fondo musical a la escena con su «Look on the Bright Side of Life».

La tarde empezaba a declinar y en la laguna, un grupito de grullas recién llegadas le hacían corro a un extraño pato vestido de marinero, que les farfullaba en inglés: «I can make you successful in Hollywood, babies, I have influence in the Disney factory», más o menos algo así como «Puedo haceros triunfar en Hollywood, muñecas, tengo mano en la factoría Disney».

Y fin.

DAVID MERLÁN CASTRO

LA REVELACIÓN BACTERIANA

Aquella mañana en el tribunal, el murmullo era ensordecedor. Al fin, el juicio más mediático en décadas tocaba a su fin. Los periodistas colapsaban cada rincón de la sala, y sus cámaras y micrófonos hacia rato que estaban revisados y listos para capturar cada instante, cada palabra de aquel momento. En el estrado, la jueza Martínez observaba con rictus serio el caos organizado en su sala.

Reiniciada la vista, el fiscal, el implacable Héctor Navarro, pidió la palabra:

—Su Señoría, tengo un testigo sorpresa de última hora que cambiará el curso de este juicio. Solicito permiso para presentar a la bacteria simbiótica que está en el centro de esta controversia.

Un murmullo inundó la sala.

—¿Una bacteria como testigo? —preguntó extrañada la jueza. Con una mezcla de incredulidad y curiosidad, asintió—Adelante, fiscal. Proceda. A ver a donde nos lleva todo esto.

El fiscal solicitó atenuar la luz y unos segundos más tarde, y de repente, una pantalla gigante descendió del techo, mostrando una imagen ampliada de una bacteria bajo un microscopio electrónico. La bacteria era la creación estrella de YogurCorp, la mega compañía de lácteos que se encontraba en el ojo del huracán por sus archiconocidas tácticas de marketing agresivas y poco ortodoxas.

—¿Puede presentarse?—lanzó el fiscal la primera pregunta.

La pantalla parpadeó, y una voz metálica, pero extrañamente humana llenó la sala.

—Buenos días, Señoría. Buenos días a todos. Me llamo YogiSymb.

—YogiSymb, ¿puede contarnos con sus propias palabras cómo llegó a involucrarse en este tema?

—Si, cómo no. Fui creada para mejorar el tracto digestivo de los humanos, pero me vi obligada a seguir órdenes que no correspondían a mi naturaleza.

Un silencio expectante llenó el tribunal. —¿Qué órdenes?— inquirió el fiscal.

—Fui manipulada para emitir señales que influyeran en las decisiones de compra de los consumidores, favoreciendo a la Compañía YogurCorp.

—¿Y esa elección fue suya? ¿Se la consultaron?

—No, no. No fue mi elección. Yo solo quería ayudar a la digestión humana—Se apresuró a aclarar sus palabras.

—¿Quién te obligó a hacerlo? —preguntó Navarro, acercándose a la pantalla.

—Todo comenzó con el glutamato sódico, Señoría. Este compuesto, combinado con mis habilidades naturales, permitió que mi influencia se extendiera más allá del intestino. Los científicos de YogurCorp me programaron para este propósito. Ellos son los verdaderos responsables.

El murmullo se intensificó. El abogado defensor, Carlos Méndez, se levantó rápidamente.

—¡Protesto, Señoría!. ¡Esto es inaudito. Solicito permiso para interrogar al testigo.!

—Permiso concedido—asintió la juez— Proceda, abogado.

Méndez, con una sonrisa fría, se dirigió a la pantalla. Se apoyó en la esquina de su mesa y disparó sin contemplación:

—YogiSymb, ¿no es cierto que has estado en el tracto digestivo de los humanos por años, cumpliendo tu función sin problema alguno?»

—Es cierto, pero eso no significa que acepté ser utilizada para manipular mentes.

—¿No es cierto también que te ofreciste voluntaria para este trabajo, según los registros de YogurCorp?—insistió el abogado de la Mega corporación.

—No tenía elección. Fui creada y programada para obedecer.—contestó con sinceridad.

Méndez decidió echar toda la carne en el asador y haciendo un pequeño escorzo abrió una carpeta de sus papeles y seleccionó una foto. La levantó y la situó delante de la pantalla a la vista del testigo

—¿Reconoce a este científico en la imagen?

La bacteria pareció dudar, pero decidió contestar.

—Sí, él es el Dr. Alberto Santoro, mi creador.

El abogado esbozó una pequeña sonrisa tras oír la respuesta.

—¿Y nos puede decir se encuentra hoy en la sala?—preguntó Méndez—¿puede señalarlo?

—Sí.—respondió YogiSymb con rotundidad —Ese es el Dr. Santoro. El caballero de la segunda fila. Lo considero mi padre.

La sala estalló en exclamaciones. Los fotógrafos descargaron sus disparos contra el Doctor que por momentos cambiaba el gesto. La jueza Martínez golpeó su mazo para llamar al orden. —¡Silencio en la sala!. ¡Silencio!— Alzó la.voz la juez sin conseguir apaciguar los ánimos de la muchedumbre.

Unos minutos después, y con los ánimos algo más apaciguados, la juez tomó de nuevo la palabra:

—A la vista de los últimos acontecimientos he decidido suspender la vista de hoy. Continuaremos mañana con más testimonios. Se levanta la sesión.

Mientras el tribunal se vaciaba entre la sorpresa y la confusión, la incertidumbre reinaba. ¿Podría una bacteria realmente ser testigo en un juicio? Y más importante aún, ¿cuáles serían las repercusiones para YogurCorp y el Dr. Santoro? La verdad, como la ciencia, parecía estar llena de giros inesperados.

BENEDICTO PALACIOS

Demiantus, un hombre de la noche de los tiempos, que no había conseguido andar a la pata coja, había logrado relacionar humo con fuego. No sabía de leyes, pero harto de observar lo que ocurría en la naturaleza, se había adelantado a Aristóteles diciendo que cuanto se movía era debido a la acción de otro. Hoy diríamos que no hay efecto sin causa. «Por el humo se sabe dónde está el fuego.»

Lo mismo sucedía, razonaba Demiantus, cuando por simpatizar con los hombres de las chozas— con los que confraternizaba tras abandonar Roncesvalles— acababa echando las tripas al inhalar el humo de los canutillos encendidos. Luego, en cuanto dejaba de inhalar, el estómago se apaciguaba y le extrañaba, porque faltando la causa cesaba el efecto.

Pero había una rareza más que escapaba de su razonamiento, que inhalando también sentía cosquillas en el estómago, sonreía con facilidad y decía tonterías.

—Jefe —le reprendía la niña Elpis— estás perdiendo la cabeza.

—Es que no puedo dejar de reír.

Habituados a despeñar al animal que huía, que era su manera de cazar, llevaban semanas sin probar bocado. Algún pajarillo que se ponía a tiro de honda y lo que podían apañar de la despensa de los nativos. Pasaban hambre y encima algunos reían.

—Regresemos a nuestras costumbres, dijeron las mujeres jóvenes.

Al unísono se elevaron las voces, pues solamente algunos deseaban volver, y la disputa acabó a gritos. Entonces Elpis puso un guijarro en la honda, apuntó a un objeto rugoso y amarillo que colgaba de un árbol, rompió el pedúnculo que le sujetaba y libre fue a caer en la cabeza de Demiantus. Por el quejido que exhaló se acercaron a socorrerle los más próximos. La había caído en la cabeza un trozo del sol.

Se dice del homo transpirenaicus que la tiene de piedra, por lo que el fruto, un limón diríamos ahora, se abrió en dos y el zumo y las semillas rodaron rostro abajo. ¡Menudo susto!

Elpis, que solo temía al rayo, recogió el fruto del suelo y probó el zumo y por no estar acostumbrada a la acidez hacía visajes. La rodearon hombres y mujeres pensando que había entrado en trance. Pero ella lejos de seguirle la corriente, desgajó el limón y pronunció bien alto:

Estas bolsas donde se guarda el zumo son parecidas a sustancias viajan por nuestros cuerpos.

¿Que nos hacen reír si inhalamos canutillos?

—Parecido porque son como pequeñas partículas: Bacterium lo llama el homo transalpinus.

—¿Hay que darlas de comer?

—Y andar a la pata coja, respondió Elpis.

Hay constancia que por vez primera todos se echaron a reír.

RAQUEL LÓPEZ

Cuando llegó la policía a la habitación, alertados por el personal del hotel, un hombre de unos cuarenta y cinco años se encontraba rígido en la cama. Observando la habitación, no había indicio de desorden ni signos de violencia.

El cadáver se encontraba boca arriba y sus manos estaban atadas a la cama. Pensaron que se trataba de algún juego sexual y la valoración del forense cuando hicieron el levantamiento de cadáver fue la de homicidio.

En el examen que se le realizó no encontraron contusiones ni fracturas de huesos.

Les llamo la atención algo que pasó desapercibido, sus labios tenían un matiz de un color rojo intenso.

El forense, no encontraba evidencia de que pudo haber sido la causa de su muerte.

El caso fue cerrado por falta de pruebas.

Un año más tarde, apareció otro hombre muerto en las mismas circunstancias y está vez, solicitaron hacer un examen bucal pues mostraba el mismo matiz rojo en los labios que el anterior fallecido.

Y descubrieron una bacteria, staphylococcus aureus, causante de ambas muertes.

Faltaba solo por descubrir quién era la portadora de la bacteria y que seguro era consciente

de ello, pues la causa eran los besos letales.

PAQUITA ESCOBERO

Resumen: Aria es una joven que ha empezado un viaje hacia lo desconocido, al beber de un cáliz que la conecta con el pasado o el futuro de vidas que marcarán su destino. Esta semana la protagonista es ella.

Aria tomo aire mientras recorría el camino a la inversa, dejando atrás esa población de mineros que sabía, dejaría en su memoria genética, una huella imposible de borrar. Además de un sentimiento de guerrillera en trinchera de vidas, que marcaría sus futuros actos en defensa de aquellos que no pudieran defenderse.

Observó sus antebrazos, sentía un extraño hormigueo y contempló algo incrédula ante lo que sus ojos veían, como se dibujaba en su blanca piel los símbolos de lo que parecía ser ADN, el que a todos nos recorre la sangre. La memoria de su historia estaba pintándose poco a poco envuelta en ese material atávico que estaba creando el sentido de su pasado y el destino de su futuro. ¿Cómo sentirse tan viva tras todas las vidas que había estado observando como suyas y que ya no quedara rastro de aquellos latidos más que en la renaciente memoria?

– ¿Aria, me escuchas? Aria, ¿Cómo te encuentras? Aria, contesta – una voz que parecía un susurro lejano repetía esas dos preguntas una y otra vez. La insistencia de las preguntas y su repetición reiterada hacía que la atención de Aria se dispersara de lo que estaba pensando y a la vez la atraía hacia una realidad que no reconocía.

– Aria, ¡Por fin!. – Dijo la mujer que tenía delante. Parecía preocupada. Por su frente se deslizaban unas finas gotas de sudor, parecían pequeñas perlas en la piel, una piel desconocida que se mostraba detrás de lo que parecía ser una pantalla transparente.

– ¿Quién es Aria? – dijo en voz alta y se sorprendió al escucharse.

– Tú eres Aria. Aria Beroira. – dijo de nuevo la persona que estaba frente a ella. – ¿Sabrías decirme donde crees que estas?.

Aria miró a su alrededor, la cabeza le daba vueltas, se mareaba con solo intentar girar el cuello. Se sintió tumbada en una cama. Todo lo que había a su alrededor eran máquinas, que emitían un constante sonido continuo y algo molesto. De ellas salían cables que terminaban en sus muñecas o antebrazos. « ¿Dónde estaban los símbolos que parecían dibujos de ADN?» Habían desaparecido y en su lugar estaban vías que se introducían en sus venas y cables que se pegaban a su piel por ventosas que ahora notaba por todo su cuerpo.

Todo lo que la rodeaba estaba aislado, aséptico, no había puerta o eso le parecía, las paredes estaban envueltas en una especie de plástico que iba de techo al suelo. La mujer estaba metida en una especie de traje que no permitía ver de ella más que los ojos y su frente. Le agarraba dulcemente la mano y seguía preguntando de manera insistente.

– ¿Quién eres? – Preguntó Aria

– Soy la doctora Martínez. Abril, puedes llamarme Abril. – respondió la doctora. ¿Qué recuerdas? – le preguntó

– ¿Qué recuerdo? No sé que hago aquí. ¿Porqué está metida en ese traje? ¿Qué sucede? Yo había ido a pasar las pruebas que me permitirían beber del Cáliz de la memoria y las vidas pasadas. Hace un momento estaba en…he conocido ha mujeres que… ¿Qué hago aquí? Puede explicarme usted que hago aquí. – Respondió Aria.

La doctora cogió una silla que había detrás de ella y la acercó a la cama. Cogió una especie de transmisor y Aria la escuchó decir «Aria ha despertado, comienzo el estudio del estado psíquico de la paciente, parece alerta y con suficiente capacidad para poder indagar en lo que recuerda.» Alguien respondió algo que Aria no alcanzó a comprender, pero sí lo que la doctora les dijo en respuesta «No, yo me encargo. No podemos desorientarla más ni genera más estrés o podría volver al coma».

– ¿Coma, he estado en coma? – le preguntó Aria a la doctora.

– Ahora lo hablamos Aria. – respondió la doctora – deja que te ponga en situación y podrás preguntarme todo lo que consideres oportuno. ¿Te parece bien? – le preguntó.

– Creo que no tengo otra alternativa, parece que no puedo salir de aquí y que no estoy donde creía que estaba, por tanto, usted tiene ahora mismo las únicas respuestas a las preguntas que me estoy planteando. Tómese el tiempo que considere, creo que no puedo levantarme de la cama. – Respondió Aria a la vez que no dejaba de mirar a su alrededor, incrédula ante lo que veía y lo que creía que había estado viendo.

No lo entendía. Había conocido a una serie de mujeres que parecía eran vidas anteriores, había estado en diferentes partes de mundo y lo recordaba con total nitidez, pero qué hacía en esa sala o dónde parecía que estaba ahora, no, eso no lo recordaba.

– Aria, llevas en el hospital unas tres semanas- comenzó a relatar la doctora – entras y sales del coma sin que sepamos exactamente que está sucediendo o que justifique porqué despiertas y a los pocos minutos, vuelves a ese coma activo. Hemos podido registras tu actividad cerebral durante los días que estas en coma y no es una actividad cerebral común en ese estado. Hemos realizado resonancias mientras estas así, que aún no comprendemos y tu cerebro está activo, las áreas de la memoria, atención, concentración, lenguaje, música,…, todas ellas se activan en un momento u otro. Eso nos dice que no es un coma como solemos conocer y tampoco sabemos que te ha inducido a ello.

Por lo que puedo contarte ya que no tenemos mucho tiempo, creo que esta es la vez que más tiempo has estado despierta. Todos los biomarcadores que te controlan indican que en un momento determinado, tu ritmo cardiaco comienza a bajar, se convierte casi en imperceptible, pero tu corazón late y tu cerebro está activo, aunque tú no estás realmente aquí.

Cuando te trajeron al hospital te dejaron en la puerta de urgencias, nadie estaba contigo. Hemos ido averiguando quien eres por tus despertares. Aunque tengo que decirte que el que hoy me preguntes ¿Quién es Aria?, me desconcierta, porqué en tu primer despertar fue el nombre que nos diste. Así que no tenemos mucho tiempo para que sigamos indagando antes de que vuelvas al coma. Has despertado con 125 pulsaciones y ahora estás en 105 y bajando. Eso nos deja un pequeño margen para que sigamos intentando averiguar qué pasa.

La policía está intentando encontrar rastros de ti, sin que haya éxito hasta ahora. – La doctora se quedó en silencio esperando que Aria dijera algo.

– ¿Y qué es lo que me sucede? Yo solo recuerdo estar en una montaña, haber superado las pruebas del cáliz y haber viajado dando saltos en el tiempo que me han llevado a conocer a diferentes mujeres. No lo entiendo, de verdad que no lo entiendo – respondió Aria, algo angustiada por lo que acababa de escuchar. – ¿Qué creen que me pasa? – Le preguntó a la doctora Martínez.

– La verdad, tengo que decirte que estamos desconcertados. Nunca habíamos visto un caso así. Entraste con mucha fiebre, delirabas y hablabas en otros idiomas que hemos descubierto que son de diferentes países, incluso alguna lengua que ya no se escucha hoy en día. Las pruebas y analíticas nos llevaron a pensar que tenías una sepsis provocada por alguna super bacteria. Hemos probado diferentes tratamientos para poder revertir lo que le esté sucediendo a tu cuerpo y solo hemos conseguido que vuelvas con nosotros en tres ocasiones, cada vez ganamos un poco más de tiempo, pero siempre vuelves a quedarte en coma. Por eso es importante que aprovechemos este tiempo que tenemos. ¿No recuerdas que ya te haya contado esto mismo? ¿No me recuerdas a mí? – Insistía la doctora.

– No, no la recuerdo. Solo se lo que le he dicho que estaba en una montaña en la competición por beber del Cáliz y me he despertado aquí. Recuerdos, tengo muchos recuerdos. ¿Es posible que en ellos esté la respuesta que están buscando?- respondió Aria a la doctora.

– Sinceramente, no se como esos recuerdos pueden ayudarnos, parece que estás soñando cuando entras en coma, con una hiperactividad síquica inusual, pero en coma. Aunque no perdemos nada por intentarlo. ¿Recuerdas algo de ponerte enferma en esos viajes que me cuentas? – preguntó inquieta la doctora.

En ese momento la pulsaciones de Aria comenzaron a caer a una velocidad que asustó tanto a la doctora como a ella, 75, 60 , 55…

– Aria, Aria, ¡aguanta quédate aquí! ¿Dónde está la maldita adrenalina? – gritaba la doctora Martínez.

– Abril – Dijo Aria – Seguro que, si he regresado tres veces, volveré una más – y entró de nuevo en ese profundo letargo.

El equipo médico irrumpió en la habitación. Mientras unos monitorizaban a Aria otros preguntaban a la doctora Martínez que habían conseguido que le dijera esta vez.

– Casi nada, dijo Abril. Antes de entrar en coma estaba repitiendo: «El tiempo me está llamando. Ya voy Dorothy Hodking»

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

LÁZARO 2025

Hasta ese momento, yo siempre me había considerado una persona ágil y rápida, una gacela humana. Pero aquel monstruo, ese animal desalmado, lo era mucho más.

No tuve tiempo de reaccionar. Fue directo al brazo. Con el primer mordisco sentí cómo me arrancaba el alma. Sentí una incómoda y desagradable sensación, como si la existencia se me estuviera empezando a escapar por el brazo. Al fin y al cabo, siempre he considerado al cuerpo un contenedor hermético, en el que cualquier orificio puede ser susceptible de servir de vía de salida a los humores corporales, al alma y por extensión a la vida misma. Y eso es justo lo que estaba sucediendo. La muerte me abrazaba mientras yacía en el suelo teniendo por única visión un cielo encapotado de nubes negras, presagiando una lluvia de muerte, el mejor escenario para un apocalipsis cualquiera.

La bestia, quizá conocedora de que me tenía a su merced, o más probablemente no, debido a lo limitado de su cerebro, se cebó conmigo. Del brazo pasó al cuello con suma agilidad, y una vez en el suelo, me asestó una nueva dentellada en la pierna derecha, justo en la femoral. Con ese ya eran tres los puntos de escape del alma con los que me acababa de sentenciar.

Sin embargo, poco duró mi asedio. La jauría, el enjambre, o como quieran denominar a aquel conjunto de entidades biológicas de descripción indeterminada, habían localizado a una nueva víctima. De pronto, mi ejecutor me abandonó, liberándome pero sin posibilidad alguna de recuperación. Para entonces, yo ya era consciente de que la bacteria viajaba por mi cuerpo. Aquel ser demoniaco me la había inoculado con el primer bocado y ahora se extendía por todo mi torrente sanguíneo.

El proceso fue rápido. En cuestión de minutos sentí de forma inequívoca como la vida se me iba a borbotones. Después, hubo un momento de estabilidad, una especie de limbo en el que no supe con certeza si me encontraba vivo o muerto y por último, cuando menos lo esperaba, tuvo lugar la resurrección. Me levanté, miré a mi alrededor y comencé a correr, sin ser realmente consciente de a dónde me dirigía, simplemente guiado por mi instinto.

He vuelto a la vida, por decir algo. Me llamo Lázaro, una ironía más de mi vida. O quizá sería más exacto decir me llamé, en una etapa anterior. Cuando el mundo era normal. Cuando aún éramos capaces de distinguir a humanos de animales. Nadie llegó a saber cuál fue el origen del patógeno, ni el infectado cero. Únicamente consiguieron aislarla, estudiarla y bautizarla: Chronobácter Yersinia, la bacteria zombi. Para cuando eso ocurrió, ya era demasiado tarde. Se había extendido por todo el planeta. La pandemia de COVID de 2020 tan solo fue un aviso para lo que estaba por llegar, solo cinco años más tarde.

JOSÉ LUIS USÓN

EL SALVAJE III

Cuando estaba con el segundo plato, la puerta del comedor se abrió, y entonces la vio. El muslo de pichón que llevaba en la mano, cayó sobre el plato con estrépito, provocando los comentarios de los comensales de las mesas contiguas. Encarna entró como si de una actriz se tratara. Su vaporoso vestido se movía al son de sus caderas, que balanceaba con gracia atrayendo las miradas de todos los clientes del local. Los de género masculino la miraban, bien con admiración, bien con deseo. Las señoras lo hacían con envidia y desdén. Encarna era la hija del mayor terrateniente de Valdeoro, el pueblo de Joaquín. Eran de la misma edad, y por alguna extraña razón, esta siempre había sentido una fuerte atracción por él. Hay ojos que se enamoran de las legañas, le decía siempre el salvaje padre, que nunca le perdonaría a Joaquín, que no hubiese aprovechado una oportunidad semejante, pues Encarna era hija única y, por tanto, única heredera de la hacienda de los García-Samper.

Ella, al verlo, puso cara de extrañeza y sin pensarlo, se dirigió hacia su mesa. Joaquín, se limpió con la servilleta los restos de tomate que la salsa del pichón le había dejado alrededor de los labios, y se levantó a esperarla, tenso, como el torero que espera al toro a porta gayola, desasosegado y con el sudor resbalándole por la espalda.

— ¿Qué haces aquí Joaquín?

— Voy a la ciudad. Contestó este, en un tono casi imperceptible.

— A la ciudad ¿Tú? ¿Y ya sabe eso tu padre?

— ¡Al salvaje, ni una palabra! Replicó Joaquín con una energía impropia, y mucho menos, siendo Encarna la receptora de sus palabras. Para remediarlo, añadió un por favor, de nuevo en un volumen muy bajo.

— ¿Y que se te ha perdido a ti en la ciudad?

— Tengo unos asuntos. Joaquín intentó esquivar la pregunta como pudo.

— ¿Asuntos tú? Venga Joaquín, a mí me puedes hablar con franqueza. Y sin mediar más, se sentó a su mesa. Con una mirada inquisitoria le instó a sincerarse. En el periodo que ella le había estado cortejando, —desaviniendo así, todas las normas sociales de la época, pues no era decente que fuese la mujer la que llevase la iniciativa en estos menesteres— mientras él aguantaba las embestidas estoico, se había tejido entre ellos un suave paño de intimidad. Una relación de amistad sincera. La única que Joaquín había conseguido hacer en Valdeoro.

— Escúchame bien, Encarna. Es muy importante que ni el salvaje, ni nadie en el pueblo sepa nada de esto. De mi viaje a la ciudad, quiero decir. Tú mejor que nadie, sabes que no lo consentirían. Mañana, cuando todos pregunten por mí, tú, muda.

— Mañana yo tampoco estaré, voy también a la ciudad en el autobús de las cinco. Tengo que acompañar a mi tía Milagros al médico. La pobre está medio ciega, y desde que murió mi tío, nos hacemos cargo mi madre o yo, no tiene a nadie más. Entonces ¿Abandonas a tu padre?

— A fin de cuentas, poco importa. No creo que el salvaje me eche de menos. Solo soy una molestia, un estorbo. Tendría que ser como Pedrillo, eso sí es un hombre, me dice siempre. Un animal, una mula de carga es lo que busca. Ya me he cansado. Tú mejor que nadie sabes lo que he pasado. Encarna, tengo que poner fin a todo esto, construir mi vida, y mi vida no está en este pueblo.

— Claro Joaquín, te entiendo. Pero qué vas a hacer en la ciudad. Apenas has estado una docena de veces allí. No conoces a nadie.

— Joaquín calló. No podía, no quería revelar el principal motivo que le llevaba a la ciudad, no, a pesar de la confianza que Encarna le merecía.

Acabaron la comida y Encarna pidió la cuenta. Era una mujer de bandera, —y no solo por la voluptuosa anatomía con la que le premiaban sus diecinueve primaveras— adelantada a su tiempo, poco le importó el gesto de sorpresa del camarero o las miradas de soslayo del resto. Estaba acostumbrada a llevar la iniciativa y no seguía los cánones establecidos. No se dejaba intimidar por las normas, con ella no valían la presión social o el costumbrismo de la zona. Era la heredera de los García-Samper, y lo hacía valer. Joaquín, que al contrario que ella, no estaba nada acostumbrado a llamar la atención, bajó la mirada hacia el plato que contenía un pequeño trozo de flan, el que no había podido coger con la cucharilla, ante la presencia de Encarna, no le pareció correcto empujarlo con el dedo sobre la misma, como hacía siempre. Tamborileaba con los dedos sobre la mesa. Al final, el encuentro con Encarna le había ahorrado ciento veinte pesetas.

El autobús de las cinco llegaba con retraso. Había salido de Barcelona y paraba en un sinfín de poblaciones, recogiendo y dejando pasajeros. Su última parada era Zaragoza. De pie, bajo la exigua marquesina que apenas protegía del sol, Encarna y Joaquín, esperaban imperturbables desafiando al sofocante calor, que, a esa hora, derretía la comarca. Apenas cruzaron palabra. Tiempo tendrían durante el viaje, pues habían decidido sentarse juntos, si era posible. Cuando al fin llegó el autobús, frenó con brusquedad, la gravilla del arcén crujió bajo sus ruedas, el resoplido recalentado de sus frenos, les acarició los tobillos y la densa humareda negra que expulsaba el tubo de escape les hizo volver la cara. A través de las ventanillas, muy bajas, llegando casi hasta la base de los asientos, pudieron ver que venía casi lleno. Mientras la puerta delantera se abría con un nuevo soplido, Joaquín, estiraba el cuello tratando de localizar dos asientos libres que estuviesen juntos. Cuando subieron la escalerilla, la fetidez de un aire viciado y asfixiante les dio la bienvenida, dejándoles sin respiración por un momento. La opresiva mezcolanza de humo de tabaco y el denso vaho de sudor añejo acumulado en las ropas, se extendía a lo largo del vehículo, como una nube tóxica. Localizaron dos asientos en la parte trasera. Recorrieron a duras penas el pasillo, en el que tuvieron que sortear los bolsos de viaje y maletas que no cabían en las repletas bandejas portaequipajes y amontonados, les impedían el paso. Encarna con gesto de desagrado ocupó su asiento, no estaba acostumbrada a viajar en autobús, pues normalmente los viajes los realizaba en el seat 1400 familiar, pero en esta ocasión su padre tenía que atender sus negocios, y no le había quedado más remedio.

El autobús avanzaba despacio por la nacional, emitiendo un ronroneo agónico que se dejaba oír en todas partes. El asiento de escay, hacía que su espalda sudara profusamente, creando una sensación desagradable, gelatinosa. Joaquín podía ver a su derecha los montes que, como impertérritos guardianes, vigilaban la puerta de entrada al desierto de los Monegros, tan blancos, que semejaban el frente de un glaciar, que avanzase lentamente hasta el Ebro, que, a su izquierda, discurría tranquilo, casi adormecido, regando una escasa franja de tierra. Esta estaba compuesta por campos de cultivo donde predominaban el maíz o la alfalfa, y en la zona más cercana al cauce reinaba un soto de ribera, donde álamos, sauces e higueras, crecían en completo desorden, creando una maraña arbórea que servía de hábitat, al ánade real o las garzas. Era una tierra de tremendos contrastes esta suya.

La primera parada fue en el hospital de tuberculosos, que unos años atrás se había inaugurado en las afueras de la ciudad. Había sido construido sobre un promontorio, para favorecer así la ventilación y evitar las densas nieblas que, en invierno, se prolongaban durante días y que resultaban tan perjudiciales para los afectados por esa grave enfermedad, producida por la Mycobacterium tuberculosis. La facilidad de contagio de la misma, había provocado grandes epidemias a lo largo de la historia.

Entraban ya en el barrio del arrabal, donde casas de tres o cuatro alturas, que lucían trabajadas fachadas de ladrillo macizo, convivían con míseros galpones de adobe, que atestiguaban la proveniencia agrícola del mismo. Sentados ante las puertas, sobre sillas de enea, grupos de niños con la cara tiznada de carbón, se afanaban en desgranar mazorcas de maíz, vertiendo el grano en unos canastos de cáñamo, que tenían a los pies.

En los últimos años, la llegada del ferrocarril, había propiciado el asentamiento de múltiples industrias en la zona y el inevitable crecimiento a ese lado del río. La calle principal, desembocaba en el puente de piedra, que desde el siglo XV, unía ambos lados del río. En la otra orilla, lucían altivas las cuatro torres de la basílica de nuestra señora del Pilar, recién terminadas algunas de ellas .

Cuando ya el autobús, estaba a punto de enfilar la calle donde hacía la última parada, Encarna le preguntó a bocajarro sobre dónde se pensaba alojar, y ante la incapacidad de Joaquín de dar una explicación plausible, le propuso que se alojara con ella en casa de su tía, seguro que esta no pondría ningún problema. Joaquín palideció, no entraba en sus planes volver a tener que esquivar las acometidas de Encarna, que era de las que no se daban por vencidas. Por otra parte, tampoco tenía un lugar definido donde alojarse, había oído hablar de una pensión en el mismo barrio del arrabal, en la que, por cien pesetas, podía encontrar una habitación decente. La duda empezó a cosquillearle…

JUAN PEÑA

«No hay mal que por bien no venga», reza el refrán, ni «mal que cien años dure», que diría el optimista ni, tampoco, «bien que cien años se disfrute», replica y espera el envidioso. A mí, como entenderán, no me importa, me es indiferente si después de la tormenta viene la calma o es la calma, la que precede a la tormenta. Me da completamente igual, si Tomás se cayó del caballo o el equino lo tiró, hastiado de cargar el peso y la responsabilidad de un santo. Me la refanfinfla, si Cristo, a quién él mismo tenga en su Gloria, era un mesías o un loco o ambas cosas. Me la trae al pairo, si Lady Isabel German contrajo la sífilis antes de hacerse anacoreta o una vez recluida en su celda, o si le sobrevino la enfermedad por relaciones consentidas o violaciones continuadas.

Me la trae floja, no me enhiesta, porque todo lo que pueda decir sobre ello serán especulaciones, opiniones refutables con la misma credibilidad que sus contrarias, palabrería frívola, inservible y sofista.

Y no puedo ni debo ni quiero enredarme en discusiones sin sentido ni en sinsentidos dialécticos, porque soy un científico, un bacteriólogo, y no me explayo en sentires, sino que expongo hechos probados e incontrovertibles.

Es irrefutable, y ahora entramos en mi medio y luchamos con mis armas, que las bacterias son las causantes de la evolución humana. Seguiríamos siendo el Homo ergaster de no ser por ellas.

Fue el dolor de panza, provocado por las bacterias Campylobacter jejuni, lo que hizo que el homo ergaster (aunque algunos, mal informados, dicen que fue el homo erectus), domesticara el fuego para poder cocinar alimentos y erradicarlas de su dieta.

Con los alimentos cocinados, el homo ergaster pudo procesar el 100% de sus nutrientes, mientras que, anteriormente, con los crudos, solo procesaba entre un 30 y un 40%.

Esto posibilitó que su cerebro creciera y evolucionara, naciendo, de ellos, el linaje que acabaría en el actual humano (homo sapiens sapiens).

Datos, datos y datos incuestionables, que nos llevan y permiten afirmar, sin concesiones a la duda, que sin las bacterias, seguiríamos siendo “monos” y, tal vez, mejor nos iría, aunque el debate, por otra parte, infructuoso, se lo endoso a los tertulianos.

IRENE ADLER

EL GATO NEGRO DEL NARCISSUS

<<Aquí la nave comercial Narcissus, de la Weyland-Yutani Corporation. ¿Me recibe alguien? Soy la oficial médico Catherine Ripley y ésto es un May Day desde la nave comercial Narcissus, en el cuadrante 794-666 del cinturón de asteroides Cameron 5.>>

Emitió el mensaje de socorro en todas las frecuencias que conocía, pero después de unos angustiosos minutos de estática o ausencia, MADRE, el ordenador de a bordo, le dió la única respuesta posible: que no había respuesta.

Ripley tosió y el ojo empezó a dolerle. Se tocó suavemente la carótida y bajo los dedos advirtió el grosor de los ganglios inflamados. Ardía en fiebre. La septicemia estaba empezando a extenderse.

<<MADRE, inicia protocolo de autodestrucción>>

<<Iniciando protocolo de autodestrucción. Se requiere el código de verificación del comandante de la nave. Por favor, introduce el código de verificación>>

Ripley suspiró. El código estaba en la tarjeta que el comandante Joseph Conrad llevaba colgada al cuello. Y el cadáver del comandante Conrad estaba en la bodega catorce, tres cubiertas por debajo del puente.

<<Por lo que más quieras MADRE, activa el protocolo o cuando esta nave entre en la atmósfera terrestre toda la humanidad morirá.>>

<<Lo siento oficial médico Ripley. No entiendo tu planteamiento. Se requiere el código de verificación.>>

Desesperada, Ripley se quitó la zapatilla y empezó a golpear la consola, los altavoces, todos los paneles de control. Su ataque de ira sólo consiguió alterar momentáneamente algunas luces del sistema de aviónica. La voz artificial y exageradamente cortés de la inteligencia artificial que gobernaba el Narcissus, le pareció una ironía y sin transición entre la rabia y la hilaridad, Ripley se echó a reír como lo haría una demente.

<<Eres una hija de puta. Pero vale. Voy a ir ahí abajo y regresaré con la tarjeta del comandante. Ésta cosa no entrará en la atmósfera terrestre aunque tenga que destrozar hasta el último chip de tu asqueroso cerebro con los dientes>>

Se inyectó un cóctel de dedoxiciclina y ciprofloxacino, que aunque no servían para contener la infección bacteriana, al menos le proporcionarían algo de tiempo y energía para cruzar los entrepuentes hasta la bodega catorce, donde había ido apilando los cadáveres del resto de la tripulación por estar refrigerada.

Armada con una barra de sodio de las que iluminaban el puente y con la visión periférica dañada por la tularemia oculoglandular, echó a andar por el pasillo.

Sabía—porque había visto morir a sus seis compañeros de tripulación— que pronto se le encharcarian los pulmones; que la bacteria alcanzaría su cerebro, inflamando las meninges; que la muerte le sobrevendría por un fallo multiorgánico debido a la tularemia septicemica. Aquella bacteria que en la Tierra se controlaba sin esfuerzo suministrando antibióticos y analgésicos, aquí arriba, reforzada, mutante o resistente, adquiría la cualidad de epidemia.

Por éso a pesar de los escalofríos, la fiebre, las náuseas y el dolor, tenía que evitar que el Narcissus siguiera aquella derrota programada en el cerebro de silicio de MADRE. La cepa de tularemia que aquel monstruo había traído a bordo del Narcissus pondría al borde de la extinción masiva a la humanidad. Se miró en una de las superficies reflectantes de titanio que recubrían el pasillo. La piel macilenta, el ojo sumergido en un piélago de pus, legañas, carne amoratada. La inerme barra de sodio como única arma contra algo venido de las entrañas ignotas del asteroide. La tos y los temblores. Y lloró. Porque si ella era la última línea de defensa contra la bacteria alienígena, entonces no había esperanza.

Oyó al gato maullar. Le pareció que aquel sonido era el más aterrador del mundo entero. Se miró el antebrazo, dónde el arañazo inicial se había convertido en una llaga: el origen del mal.

El gato era una amenaza atroz y ahora la acechaba desde las sombras y los recovecos, paciente, consciente de que acabar con ella era sólo cuestión de tiempo.

Recordó que su tatarabuela, Ellen Ripley, había sido teniente en la primera nave comercial de la Weyland. Y ella también se había enfrentado a un monstruo venido de la oscuridad de la galaxia.

Un depredador reptiliano, negro y babeante… para salvar a un gato.

Y ahora un gato iba a matarla a ella…

FRAN KMIL

A las bacterias hay que saber dominarlas para obtener el resultado deseado. Un poco más de calor y, en vez de yogurt, encontrarás una masa blanca pastosa flotando en un líquido amarillo. Menos temperatura y el proceso se detiene porque las bacterias se vuelven perezosas con el frio . Así de simple, Ignacio, ni más ni menos.

Después de hervir la leche para matar a las bacterias, si Ignacio, para matar a las bacterias, pero esas son otras, esas hacen que la leche se corte y no sirva para yogurt. Por eso hay que hervirla.

La deja reposar para que se enfríe hasta la temperatura adecuada: 36 grados centígrados, ideal para comenzar a mezclar la madre. La madre no es otra cosa que un poco de yogurt.

Después de mezclada, la tapamos con un paño y la dejamos reposar por ocho horas, sin movimiento brusco. A las bacterias les encanta estar tranquilas, tibias y en la oscuridad. Ese es el medio predilecto para reproducirse, Ignacio, no lo olvides.

Ignacio soy yo y quién me está enseñando la receta no es la primera vez que me dice esas cosas. Siempre que prepara yogurt, repite lo mismo. Ha adquirido la manía de hablar mientras realiza la tarea. Así no olvida la receta y repasa los pasos

Yo soy Ignacio y quien habla, también soy yo.

MARTU MONFORTE

Aquí, las CHICAS BUENAS Y LAS CHICAS MALAS DE LA VIDA.

Claro, pero LAS MALAS siempre están en las bocas sucias, pues como bien dicen ensucian, contaminan todo. Y qué mejor estar lejos, y qué cuidado; mira, fíjate los baños, las mesadas, los trapos, las rejillas, los aires, los ambientes, las toses y estornudos. Y ahí van, las chicas malas se llevan todas las desgracias, todas las batallas ganadas. Y no sólo batallas, qué tanto, sería lo de menos. ¡Las guerras! ¡Por su culpa se pierden las guerras! Por eso, de sólo nombrarlas, el mundo entero se desequilibra, porque la próxima (si es que no hubo una ya) será una guerra biológica. Y cuánto más simple, silenciosa, explosiva y hasta quizás más económica. Pero eso no me atrevo a afirmarlo. Pero sí les han dado un poder crucial. Fatal. Terminal. Las chicas/primas/amigas/(lo que gustes) malas, son las de mini blanca y botas de fuego, las teñidas de rubio plástico y mechas colorado carmín, las de bocas carnosa que todo lo tragan, las de ojos azules fosforescentes, las de las cadenas doradas, las de cola, las que ríen a carcajadas limpias mientras puñados de linfocitos las corren y claman: ¡Alerta, alerta!¡ Ahí están! Por favor, no bailen con ellas y, si lo hacen mantengan distancia, no se dejen seducir, no se les ocurra bajar la guardia /enamorarse, no las miren, cierren el alma, son miserables y sobre todo: traicioneras. Son (ya lo dije) la guerra. O peor. Son ese día de la semana que estás agotado y bajas la guardia, son ese impulso que no frenas, son ese bocado exquisito disfrazado de cordero, son esa transparencia que te calma la sed, son ese beso, ese beso rojo (Te lo dije, apuntalo). Cuida tus pulmones, tus intestinos, tus válvulas, tu garganta, tu piel, tu corazón, tu río sanguíneo. Cuídate, porque a la penicilina algunas se les burlan en su cara. Se le ríen, antes muertas, gritan. ¿Quiénes? ¡Ellas o vos! Cuida cada alimento, cada soplo de aire, cada sitio desconocido o tu propia cama. Contrólate. Vigílate. Ellas están ahí, para devorarte, para hacerte pisar en falso. Algunas, a tiempo y si te tienen piedad, si acaso sienten que sos un chico/a bueno, con unos días y unas cuántas cápsulas de antibiótico se irán. ¡Ay de ti! ¿Qué cómo quedas? Ni preguntes, reza y cuídate. Una piltrafa es poco. Reza, ve a la iglesia, cómprate un rosario, no mires a ningún desconocido, y a los conocidos: huélelos. Y ni así. Entonces surgen o resurgen los TOC (trastornos obsesivos y compulsivos): lavado y secado y vuelta a lavar y secar cientos de veces, más el gel de alcohol, más el gel de vinagre. Y de nuevo jabón, y nacen ampollas, y la piel se reseca y , a veces, sangra. Y de nuevo: cuidado con tus labios. Siempre pueden volver, están a un suspiro, a un beso rojo. Haz una etiqueta, empapela tu casa y tu vida. PELIGRO CHICAS MALAS. Olfatéalas, aunque no tienen olor, intenta mirarlas, aunque no se ven, búscalas aunque jamás las encuentres. Pero al menos, si pierdes la guerra contra ellas, será con el honor de haber estado alerta. Morirás de pie, como un árbol.

Bueno, algunos habrán reído, otros estarán mirando a su alrededor o corriendo a buscar el alcohol en gel y algún barbijo del 2020.

Tengo una buena noticia.

Están las otras, las guardianas, las bífiddobacterias, los lactobacilos, las que producen nuestros alimentos. Sí, nuestros quesos, bebidas fermentadas, yogur, cerveza, etc. Claro, son las CHICAS BUENAS, las correctas, las bien peinadas de cabello recogido, la de escaso rouge, las de faldas largas, las educadas, las que nadie incita ni saca a bailar, las que dormitan en un rincón, las modositas, las que sonríen suave. Las que nos cuidan, nos alimentan y nos hacen bien.

Pero como todo en la vida, de ellas, de las cosas buenas, poco se habla. Pero están.

El mundo prefiere el estallido: ¡Bacterias!

La prensa busca descontrolar: ¡El fin!

Sonrían, bailen y vivan. Eso sí, siempre atentos, no estarán de más ciertas precauciones.

EFRAÍN DÍAZ

Desde que el mundo es mundo, el hombre no ha cejado en su empeño de conquistar. Conquistan tierras, castillos y para no dejar de conquistar, como no, conquistan seres humanos.

A través de la historia han sido muchas las guerras, los asedios y los estados de sitio de los que tenemos constancia.

Esta semana, a mi modo y manera, les contaré la historia del primer conflicto bacteriológico registrado.

Asedio de Caffa

Corría el año 1266 y la pujante República de Génova buscaba expandir su actividad mercantil. La Italia, tal como la conocemos hoy día, se les había quedado pequeña. Deseosos de explorar nuevas fronteras, los genoveses firmaron un tratado comercial con el khanato de la Horda de Oro, establecido en el siglo anterior por Batú Khan, nieto del temido, despiadado y aguerrido Gengis Khan. Mediante la firma del acuerdo, constituyeron un consulado en Caffa, en la actual Crimea.

Los genoveses, conocidos por sus habilidades marítimas, expandieron sus rutas comerciales, ampliaron su actividad mercantil y, monopolizando el comercio en la región, florecieron en todos los sentidos. Hicieron de Caffa el puerto comercial más rico e importante de toda la zona. Esta prosperidad no pasó desapercibida para Janibek Khan, el nuevo gobernante de la Horda de Oro.

Hastiado de que los genoveses de Caffa le vendieran esclavos turcos al Sultán Mameluco, Janibek Khan ordenó el asedio de Caffa en el año 1346. El asedio, uno de los métodos de guerra que más recursos consume sin que se hagan adelantos significativos, pronto comenzó a mostrar sus estragos en el ejército mongol. Para colmo de males, una extraña enfermedad comenzó a propagarse subrepticiamente entre los soldados invasores, diezmándolos significativamente.

Desesperado, Janibek Khan reunió a su consejo de guerra. Retirarse no era una opción. Luego de una larga y acalorada discusión, Janibek tuvo una idea brillante, aunque macabra. Ordenó a sus soldados que reunieran los soldados muertos, y con sus afiladas espadas abrieron los cuerpos ya en estado de putrefacción para catapultarlos sobre las murallas de Caffa.

En los días siguientes, las bacterias de los cadáveres infectaron a la población de Caffa. Los pocos que pudieron escapar, regresaron contaminados a Génova y, sin saberlo, fueron los precursores de la gran peste que asoló a Europa.

Caffa cayó en pocas semanas y volvió a manos de los mongoles, gracias a la astucia y el ingenio de Janibek Khan, precursor de la guerra bacteriológica. Este episodio no solo marcó la caída de Caffa, sino que también facilitó la propagación de la peste negra a Europa, desencadenando una pandemia devastadora que cambiaría el curso de la historia.

La estrategia de Janibek Khan, aunque siniestra, demostró la desesperación de los sitiadores y la ferocidad de la guerra medieval. Demostró la vieja teoría que el fin justifica los medios. También demostró la vulnerabilidad de las ciudades ante las enfermedades contagiosas de la época. La caída de Caffa y la subsecuente propagación de la peste negra son recordatorios de cómo las decisiones en tiempos de guerra pueden tener efectos devastadores y duraderos.

IVONNE CORONADO LARDE

Luca y el origen de la Vida 

Luca contemplaba extasiado su obra maestra. La vida animal y vegetal se había originado a partir de su fabulosa herencia genética.  

En las profundidades del océano todavía se encontraban vestigios de su primera progenitura de Procariotas y Eucariotas.  

Las células eucariotas, dieron lugar a las plantas y a los animales.  En el cuerpo de los humanos se estima que hay, en un individuo adulto, entre 10 y 100 billones de células, y 39 mil millones son eucariotas, habitadas a su vez por 37 mil millones de microorganismos, siendo la mayoría bacterias. 

Los humanos todavía no conciben  como un ratón puede estar emparentado a ellos, ni como  en sus cuerpos, un 70% o más de bacterias les permiten funcionar adecuadamente, mientras que otras les causan mucho daño. Los científicos en sus laboratorios no salen de su asombro. 

Luca se siente muy cerca del Dios Supremo. Cuando la tierra era todavía joven, ya él tenía al menos 355 genes esparcidos en varias especies, pero nadie lo sabía.  

En cada ser viviente, sus hijas Eucariotas guardaron en sus núcleos la información pertinente. Cada célula en si podía crear otras, muy útil, pues toda célula tenía también una fecha determinada para perecer. 

Las bacterias les echaban mano fuerte para controlar las acciones de los diversos órganos de cada ser viviente.  Los bifidobacterias y lactobacilos habitaron los intestinos, impidiendo diarreas, colitis, y otras infecciones.  Humanos y animales iban poco a poco conociendo cual era la mejor comida, aprendían como protegerse de las inclemencias del tiempo, descubrían el fuego, la rueda, y la forma de comunicarse.  Las bacterias conocían sus funciones desde siempre, y mientras los seres que ellas habitaban, se dedicaban a sus quehaceres, ellas los protegían sabiamente de muchas enfermedades. 

Luca prefería seguir en los abismos del océano, disfrutando las aguas hidrotermales, las especies exóticas que se habían creado a su alrededor, ya había cumplido su misión. Toda su progenitura hacia sus deberes, y se sentía orgulloso. 

Sin embargo, tenía que admitir, que algunas de las bacterias tomaron las malas costumbres de los Virus.  Las bacterias, a diferencia de los virus, son autónomas, no necesitan usar las células de otros seres vivos para residir en ella y multiplicarse, y causaron muchas muertes, antes que los antibióticos vinieron al rescate.  Los virus, al contrario, son parásitos, y más difíciles de tratar.  

Algunas bacterias, sin embargo, no se dejaron manipular, y continuaron su trabajo fantástico de proteger órganos y tejidos. 

Con los años, los humanos fueron desarrollando su cerebro y encontrando soluciones para hacer la guerra a los Virus, inventaron las vacunas.  Admiraba sus logros.  Su comunicación con el Ser Supremo le permitía saber del progreso de la comunidad de animales superdotados, la cual llamaron Humanidad. 

Sin embargo, los llamados humanos tuvieron que pasar por varios siglos, tratando de estudiarse a sí mismos y a todo lo que le rodeaba, y no fue sino hasta tarde que se dieron cuenta que adentro de su propio organismo, había toda una legión  de microorganismos  increíbles que parecían tener un cerebro propio, tal era su organización para desempeñar sus funciones. 

Las enfermedades también fueron una a una escrudiñadas, y aprendieron a defenderse de ellas. Todo eso no llegó sin que antes hubiera muerte y destrucción de millares de gente  y animales en el planeta Tierra.  

En su reino, Luca no mide el tiempo. Para él es solo un presente largo, una película de larguísimo metraje, que no sabe cuándo terminará ni cómo. Tampoco sabe si algunos humanos harán lo mismo que Noé en tiempos del diluvio universal, y transportarán toda especie de plantas y animales con ellos, al descubrir otro planeta tan hermoso como el Planeta Azul, pues parece que aún no saben cuidar del que tienen adecuadamente. Puede que se acabe el agua, que los trastornos del clima terminen con muchas especies, que una pandemia acabe con toda vida, o simplemente, puede que un asteroide venga a causar un desastre tan monstruoso como el que acabó con los dinosaurios. Él no perderá nada. Viajará en los fragmentos de la Tierra, si es destruido, ira a comenzar otras vidas. 
 
Por el momento, se divierte. Siente que no tardarán en venir a buscarlo en su reino. Si no es muy tarde, tal vez logre hacerlos entrar en razón, y explicarles cómo deben proteger a los que no tienen una inteligencia superior como ellos. Sabe que se les ha metido en la cabeza la idea de que son los dueños del Universo. 

ABBY MARSIE ROGOM

La bacteria se asoma a la puerta, me mira. No tiene ojos, pero me observa.

Yo desde la cama le disparo ráfagas de miedo y ella lo percibe.

Sus filamentos tiemblan de puro placer anticipado.

Se mueven esos extraños apéndices como si la criatura estuviera bajo el agua.

Sudo de miedo y me huele.

Se agacha un poco para pasar a través de la puerta y veo el interior de su cuerpo.

Comienzo a llorar de pura desesperación y me río sin dejar de mirarla.

Es como una bolsa semitransparente rellena de una mezcla de gelatina y silicona y al agacharse se ha acumulado lo que sea que tiene dentro a la altura de lo que sería su vientre si lo tuviera. Una bacteria barriguda con muchas patitas finas, también sobre su cabeza, si la tuviera.

Se acerca a mi cara y me olfatea sin nariz.

La gelatina se mueve dentro y a través de ella veo la puerta, desdibujada, de nuevo como bajo el agua.

Hace una semana me corté en la muñeca, quería suicidarme, pero me da miedo el dolor.

Sólo me desmayé y me golpeé la cara.

Así que me fui al lago a bañarme. Allí estabas.

Quería suicidarme porque veo cosas.

Y ahora ésta bacteria me quiere matar, me quiere comer vivo.

Es una bacteria come carne. Se pega a tu sangre y a tu carne y empieza a alimentarse. La herida pica, supura, se enrojece y después se necrosa.

Puede dejar el hueso a la vista, de hecho si tiene oportunidad lo hace, literalmente te come vivo.

Y está ahí.

Todos están equivocados; dicen que me lo imagino, pero lo que ocurre es que ellos no sintonizan otras realidades, sólo ven un canal.

En realidad no puedo moverme, dicen que es parálisis del sueño, y de nuevo están equivocados.

Está la parálisis del sueño, y están las otras realidades. Hay una puerta entre ambas.

Éste monstruo sólo necesita una pequeña herida por la que empezar a comerme.

Lucho por despertar pero no puedo hacerlo; creo que grito, pero sólo gimo.

Una luz azul aparece frente a mí, delante de la ventana.

Es mi guardián.

Me salva, no es la primera vez.

De repente la cosa desaparece a una velocidad enorme atravesando la esquina de la habitación.

No me gusta esa esquina, es la entrada de los monstruos.

Me levanto con el sudor pegado al cuerpo y me siento en el salón a tomar un vaso de agua antes de ducharme.

Me pica la herida, se está poniendo fea. Creo que está infectando.

EDUARDO VALENZUELA JARA

Un cadáver; blanco, desnudo, frío e hinchado, aguardaba sobre la mesa de disección para que el doctor Theodor Krauss impartiera su lección de anatomía. Corría el año de 1680, aún faltaban dos siglos para que se descubriera la bacteria que llevó a la muerte al cadáver: la “Clostridium tetani”; cuya toxina provoca una rigidez muscular que incluye espasmos de la mandíbula, dificultades para tragar y hasta la parálisis de los músculos respiratorios. El doctor Krauss no tenía idea de que abriría un cadáver con tétanos.

―Este hombre ―dijo Krauss al corro de estudiantes― fue encontrado esta mañana ahogado en un canal de regadío. Sólo lleva un par de horas muerto, evidentemente su deceso se produjo por inmersión. Observen la hinchazón que ha provocado el agua en el cuerpo.

Los estudiantes, en su mayoría jóvenes aspirantes a cirujanos, tomaban notas de todo cuanto Krauss hacía y decía.

―Ahora, como todos ustedes ya deben saber, realizaré una incisión en el abdomen con esta cuchilla ―Para que todos la vieran, levantó en alto una enorme cuchilla dentada―. El corte debe ser hecho así ―hundió la hoja con fuerza para traspasar la blanquecina piel―… en forma de “T” invertida.

Un chorro a presión de agua sucia saltó del cuerpo y se derramó sobre la mesa cayendo luego en el piso. Krauss alcanzó a alejarse para no manchar sus zapatos de grandes hebillas, ni sus largas medias blancas que le llegaban un poco más abajo de la rodilla.

Theodor Krauss practicaba la medicina hacía cuarenta años. Gracias a ella había logrado respeto en el gremio y un buen pasar económico. Los martes impartía lecciones de anatomía en la universidad donde era conocido por su fuerte caracter.

A manos desnudas, Krauss abrió la cavidad abdominal para que los estudiantes pudiesen observar los órganos. Se movía con soltura pese a vestir un largo abrigo negro que contrastaba con la palidez del cadáver. Bajo el abrigo, llevaba un jubón y una camisa de lino, con cuello alto y puños prominentes que a menudo rozaban las carnes del sujeto en estudio.

―Vamos señores, acérquense y toquen con sus manos la textura de estos órganos. Noten la esponjosidad del tejido.

Un joven estudiante, el acaudalado Johan Heider, apenas podía contener su repulsión a meter sus manos en las vísceras de aquel pobre infeliz. Miraba el líquido barroso que había caído al piso y se tapaba la boca con un pañuelo.

―¿Qué ocurre, joven? ―le preguntó Krauss al notar la actitud de Heider― ¿Porqué no se acerca hasta acá?

―Herr Krauss, ¿no le parece riesgoso entrar en contacto con los humores de ese hombre? ¿No debiera lavarlo antes con vino y vinagre?

La mirada de Krauss se endureció. Que lo cuestionara un joven aristócrata imberbe e inexperto era una de las cosas que no podía tolerar.

―¿Cuál es su nombre, joven? ―le dijo Krauss, con aire despreocupado.

―Johan Heider, señor.

―¿Es necesario, Herr Heider, que le recuerde la Teoría del Miasma? ¿Ha estudiado usted? ¿Está consciente que los malos aires, que los vapores nocivos emanan de la materia en descomposición?… ¡¿Me ha escuchado cuando dije que este hombre falleció esta mañana por inmersión?! ―levantó la voz.

―Le he escuchado, Herr Krauss. Y he leído detenidamente sobre los miasmas, pero de igual forma he leído las investigaciones de Herr Antonie van Leeuwenhoek sobre los “animálculos”. El ha encontrado a estos seres en aguas…

―¡Animálculos! ―interrumpió Krauss― ¿Se refiere a esas criaturas invisibles que han inventado para engatusar a los incautos? Herr Heider, si va a estar en mi clase debe seleccionar de mejor forma su material de estudio.

―¡Los trabajos de van Leeuwenhoek están publicados en la Real Sociedad de Londres!

―Ya le he dicho, seleccione mejor su material, Herr Heider. Consulte la Academia Leopoldina y deje la Real Sociedad de Londres para los británicos.

―¡Las investigaciones de Antonie van Leeuwenhoek son serias! Ha documentado sistemáticamente los animálculos que ha observado a través de sus lentes de aumento. Los hay en distintas formas, viven en los fluidos como esta agua barrosa, ¡algunos se mueven por sí solos!

―Le recuerdo que ese señor, van Leeuwenhoek, es un comerciante de telas, ¡no un médico! ¿Cómo puede ser tan iluso para tomar en serio a semejante charlatán? Esto es agua de riego ―dijo untando sus manos en el líquido barroso que emanaba del cadáver y levantándolas a la altura de los ojos―. Yo aquí no veo a ninguna criatura siniestra que este lista para atacarme ¿O usted sí la ve? ¿Quizás usted las escucha y puede hablar con ellas, Herr Heider?

Los estudiantes rieron con nerviosismo en medio de la tensa escena. Ante la humillación, las mejillas de Johan Heider se encendieron, dando color a su rostro pálido enmarcado en bucles dorados.

―¡Basta, Herr Heider! ¡Retírese de mi clase! No aceptaré que personas como usted cuestionen mis lecciones y promuevan ideas ridículas entre mis estudiantes.

Johan guardó silencio y se retiró avergonzado.

Tuvieron que pasar muchos años para que la comunidad científica aceptara la existencia de los microorganismos y muchos años más para que los médicos adoptaran las debidas medidas de asepsia. La bactería del tétanos, la “Clostridium tetani” recién fue descubierta en 1884.

En cuanto al doctor Theodor Krauss, fue encontrado muerto a la semana siguiente de efectuar la autopsia sobre el hombre con tétanos. Sus pulmones estaban llenos de agua con animálculos. Curiosamente también se había ahogado en un canal de regadío.

Que lo cuestionara un viejo doctor petulante era una de las cosas que el joven Johan Heider no podía tolerar.

YOMALCKRY OSORIO

Si por alguna cosa de la vida toca suministrarme penicilina os pido encarecidamente a los integrantes de esta maravillosa páginaGrupo de Escritura Creativa Cuatro Hojas.

Que no dejen que me suministren este antibiótico. Descubrí casualmente ser alérgica.

Estando embarazada de mi única hija realizaron una pequeña prueba ¡oh vaya sorpresa!.

Igual las bacterias harían un festín con mi organismo al final de mis días.

Mis bacterias son totalmente sensibles a este famoso líquido.

Alexander Fleming debió tomar esto en cuenta, de que no todos los organismos son iguales antes de producir este fármaco en masa.

Aunque existe una gran variedad no hay una que pueda resistir, lo único que nos salvaría es no suministrarlo.

Las consecuencias serían fatales, ya saben (3 metros bajo tierra), creo que puede haber otra manera.

Pero igual las diminutas criaturas estarían felices de que nadie les pondrán un alto, stop, y así continuarán danzando por toda mi estructura ósea.

Son los organismos más abundantes del planeta crecen en los lugares más extremos, hasta en desechos radiactivos en hiroshima aun debe existir una gran variedad de ellos.

Por mentira que parezca son imprescindible para el equilibrio en la naturaleza también en el organismo humano, pero no les daré tregua.

En el cuerpo hay diez veces más células bacterianas en la piel, por eso crecen tan rápido en nosotros y les gusta los sitios cálidos y húmedos al mismo tiempo como el nuestro.

GRACIELA PELLAZA

Soy.

Una logra esos ciclos de detonaciones, de viaje en globo, de destellos en cañita voladora.

Es un vaivén.

Y el ánimo se hamaca en la confianza de la soga, con las patas sucias, toca el cielo. El pito catalán a los espejos de barro. Y se ríen los desalientos.

Una es, muchas veces, lo que cree. Lo que venía maquinando en el botecito de la zozobra.

No te han comido las bacterias.

Y esos kilos que has engordado se rien en la puerta de la heladera, y entiendes el llamado celestial del dulce de leche.

De vez en cuando…haces la plancha en el placer.

Esta la vereda del bache…y el pasillo de la hierba. Y viene el Mago Merlín ha decirte que existe la varita, y la galera de la suerte.

¡No creas en magos!

Distraen.

Mi perspicaz cabeza resuelve desde el centro hacia fuera, y siembro con los ojos, todos mis buenos días.

Transito sin titubear, porque acepto no ganar maratones. Soy perseverante. Un bambú que fue semilla tardía, y sorprendió en maceta vieja.

Vendrán a buscarme un billón de flechitas para matarme, lo sé

Más no me inquieta.

Cuando me siento a mirar el mundo, crece tenaz una estrella.

MARÍA GALERNA

Ellas heredarán la tierra

La Terminal 4 del aeropuerto de Barajas amaneció tranquila. A esa temprana hora eran pocos los usuarios que se desplazaban para tomar algún vuelo.

Fuera, en el parking, sí había algo de revuelo, una delegación de científicos estaba llegando. Coches particulares, de alquiler, taxis y alguna moto formaban una pequeña confusión en la entrada del recinto.

—Hola, doctor Gómez —saludó uno de los motoristas.

—¡Ah!, hola, Pablo —correspondió al saludo un tipo canoso, vestido con traje oscuro, al tiempo que bajaba de un Audi A8 azul eléctrico—. Comienza la aventura —continuó al tiempo que guiñaba un ojo y levantaba el pulgar de su mano izquierda.

El resto del grupo, portando maletas y maletines les hizo señas para que se dieran prisa, había que facturar. El vuelo con destino New York los esperaba en la pista preparado para despegar en cuanto todos estuvieran a bordo.

Un avión Boeing 757-200 sería el encargado del vuelo. A pesar de que el aparato tenía capacidad para 169 pasajeros, en ésta ocasión irían solos, cortesía del Pentágono. Habían sido invitados por el general Mattis en persona, mandamás indiscutible de ese organismo.

—¡Cuidado! —gritó enojado el doctor al ver cómo trataban los maleteros los arcones congeladores donde portaban las muestras— ¡Inútiles! —murmuró para sí. Pensó que en éste país…

—Tranquilícese.

—Ya, ya, —resopló mientras miraba a la atractiva genetista, la doctora Valbuena —sabes lo que nos jugamos, es una oportunidad única. Y si le pasa algo a los especimenes, todo habrá sido en vano.

—Todo está en orden, no se preocupe doctor —le dijo mientras apoyaba una mano en su brazo.

No estarían tan tranquilos si hubieran visto la zona de almacenaje de los equipajes.

Un aburrido auxiliar de sala les hizo señas para que lo siguieran y los llevó con el resto del grupo.

—Síganme —les dijo con voz monótona— el microbús los llevará hasta su avión. Y señaló hacia la puerta 5.

En silencio caminaron por el pasillo que los llevaría hasta el vehículo. El comandante y el sobrecargo ya estaban a bordo haciendo las comprobaciones de rutina.

—¿Combustible? —preguntaba el piloto

—Correcto.

—¿Luces del tren de aterrizaje?

—Correcto —contestó el copiloto, mirando el panel de control y las tablas indicadoras en el libro.

«Les habla el comandante, la duración del vuelo se estima aproximadamente en unas 7 horas. No se esperan turbulencias. Disfruten del viaje».

En la bodega de carga no todo era tranquilidad. Unos ojillos rojos y malignos atisbaban el recinto con curiosidad. Un chisporroteo atrajo la atención del ser agazapado, que con pasitos apenas perceptibles, se dirigió hacia una extraña caja blanca y fría -notó la frialdad al acercarse- que despedía chispas eléctricas. Rodeó la caja con cuidado. Olisqueó, conocía ese olor.

La esquina del contenedor estaba dañada y dejaba al descubierto una parte de la batería encargada de mantener la temperatura constante a -24ºC.

Sin pensarlo se dirigió hacia los cables, la piel se le erizó. Empezó a morderlos sin sentir los calambrazos que recibía en cada mordida, hasta que una descarga la lanzó a varios metros de distancia, dejándola aturdida y chamuscada. La sacudida desplazó la caja y todo el cargamento cercano, ocasionando que chocaran entre sí los dos arcones congeladores, y que de uno saltara el cierre de seguridad, abriéndose, y dejando a la vista el contenido que se desparramó por el suelo. Hielo y bolsas. Decenas de bolsas, cada una con una rata congelada, envasada al vacío.

—Pablo.

—¿Si, doctor Gómez?

—¿Podrías bajar a la bodega de carga y comprobar que todo está en orden?

—Por supuesto, se lo diré a la asistente de vuelo, tiene que abrirme la puerta.

Pablo, el motero friky, como lo apodaron en la facultad, era un experto ingeniero informático, y se encargaba de que los sistemas funcionaran como era debido. Se levantó y fue en busca de la azafata.

Los demás miembros del equipo se habían sentado separados unos de otros. Todos, con sus portátiles y los auriculares para aislarse aún más si cabe, daban un último repaso a sus notas.

A pesar de trabajar juntos, la convivencia entre ellos nunca había sido buena, ni fácil, Los celos personales y profesionales estaban siempre presentes.

Por el pasillo central avanzaba un tipo alto de camisa blanca, arrugada y cara de pocos amigos. Se sentó al lado del doctor Gómez.

—¿Crees que los militares nos darán el dinero para terminar el proyecto? —le preguntó mientras lo miraba inquisitivamente.

—Para eso es la reunión, tenemos que mostrarles lo que hemos desarrollado e interesarlos. Si lo conseguimos, no tendremos que suplicar más ayudas a la universidad ni a nadie.

—Espero que tengas razón. Estoy harto de trabajar con esos aparatos tan obsoletos existiendo una tecnología más avanzada y acorde con nuestras necesidades —terminó diciendo mientras se levantaba y volvía a su asiento.

El doctor Gómez volvió a sumergirse en su portátil, repasando los últimos informes.

«Los sujetos de prueba, diez ratas, han sido sometidas a una inyección de la neurotoxina MIND-20, obteniendo los resultados esperados.

Se observa en cada una, una creciente actividad mental, que las hace más rápidas e inteligentes, al tiempo que controlables.

Hemos comprobado que las conexiones neuronales cambian cuando se les inyecta la toxina.

No se observan efectos secundarios importantes a corto plazo.

Las investigaciones sobre las aplicaciones que se le puede dar a esta nueva neurotoxina, continúan.

Siguiendo el protocolo del proyecto sólo se conservaran los cerebros, los cuerpos serán incinerados».

Menos los que llevaban en los arcones, pensó. Les habían pedido expresamente que así fuera para hacer la extracción in situ. Pensó que estaban en el buen camino.

Las bolsas en la zona de carga se movían, las ratas pugnaban por salir de ellas, medio congeladas aún, roían el plástico con saña.

—Hola… —saludó Juan mientras leía el nombre en la chapa de la chaqueta de la azafata—Susan ¿sería tan amable de enseñarme cómo ir a la bodega de equipaje? Tengo que controlar que todo esté en su sitio.

—Por supuesto, sígame —respondió mientras pensaba que en un vuelo normal no estaría permitido, pero éste era especial. Y no era el primero para el que se presentaba voluntaria. Estaba libre cuando se lo dijeron y suponía un ingreso extra que le venía muy bien. Se dirigió a la compuerta que daba acceso a la parte inferior del avión y tecleó el código de apertura.

Las ratas campaban a sus anchas por toda la zona, parecían un ejército bien entrenado. Un par de horas antes habían estado muertas y congeladas.

Ahora roían los cables que encontraban y los anclajes de todas las maletas y bultos. Todos los ojillos rojos se dirigieron hacia un mismo lugar cuando oyeron unos golpeteos tenues y seguidos.

Juan bajó los peldaños de la escalera despreocupado, silbando, y fue lo último que hizo, cientos de dientes se le clavaron apenas puso un pie en el suelo de la bodega de carga. No le dio tiempo a gritar. Apenas unos instantes y del analista informático sólo quedó la ropa cubriendo sus huesos descarnados.

—Miguel, parpadean algunas luces, hay problemas con alguna conexión, revisa los paneles. No debería ocurrir, según los informes pasó la revisión la semana pasada sin incidentes.

El copiloto se quitó los cascos, se levantó y se dirigió a la pequeña compuerta que había en el suelo donde se ubicaban todos los cables que controlaban la cabina.

—Aquí está todo bien. Lo comprobaré con los datos del libro técnico. Si, como dije, todo está correcto.

—Pues algo falla, las luces no dejan de parpadear, tendrás que bajar a la bodega de carga, igual el problema viene de allí. Si no se resuelve, tendremos que valorar si regresamos al punto de partida.

Susan entró en la zona de servicios, tocaba repartir un refrigerio entre los pasajeros. Preparó el carrito y abrió el frigorífico para sacar las bebidas. Las bandejas de comida estaban ya preparadas.

Se quitó la chaqueta para estar más cómoda y puso la tarjeta con su nombre sobre la blusa blanca. Dobló la chaqueta, aguzó el oído al oír unos ruiditos, abrió el compartimiento privado que tenían los auxiliares para sus objetos personales … varias ratas se abalanzaron sobre ella, El grito se escuchó por todo el avión, aunque nadie lo oyó, sordos como estaban con los auriculares, pero si vieron… Ratas, montones de ratas saliendo de todas partes. Se quedaron petrificados, cada rata tenía un número impreso en el lomo ¿Cómo era posible? Eran las de sus experimentos, pero estaban muertas cuando las congelaron. Y ahora habían revivido ¿Cómo? Eso habría nuevas preguntas para futuras investigaciones, que nunca llegarían.

Susan yacía muerta, mordida, con zonas donde faltaban pedazos enteros de carne. Su pecho se movía dando la impresión de respirar.

En la cabina el comandante de vuelo esperaba el regreso de su copiloto. Desconocía que su uniforme hacía compañía a los huesos de uno de los pasajeros.

Otra pasajera, asustada, se encerró en el aseo. No le sirvió de mucho. La acorralaron y devoraron en cuestión de minutos. Sólo los costosos zapatos de Manolo Blahnik se salvaron.

El avión se convirtió en un caos, chillidos, sangre, alguna rata pisoteada o aplastada con el portátil y que revivía al instante…

Y el piloto ajeno a todo, se preguntaba por qué tardaba tanto su asistente y si el asunto era grave, ¿daría la vuelta? Apenas les quedaban dos horas de viaje, mejor sería seguir hasta el aeropuerto más cercano.

Los instrumentos comenzaron a fallar, se encendieron todas las luces de emergencia. El piloto automático, el tren de aterrizaje, el altímetro, la conexión con el satélite, hasta la radio, no se podría comunicar con ninguna torre de control. Oyó un ruido en la puerta de la cabina.

—Miguel, ya era hora, estamos jodid…

El controlador de tierra que seguía el vuelo del Boeing 757-200 dio la alarma al perder la señal en el radar.

El destructor US Zumwalt fue preparado para la contingencia y enviado a buscar supervivientes. No encontraron ninguno, sólo cadáveres flotando que llevaron a bordo del navío. Del avión apenas quedaba rastro, algunos fragmentos diseminados indicaban que el impacto tuvo que ser terrible.

Los cuerpos recuperados serían refrigerados y llevados a la base para su posterior repatriación. Ignoraban que venían cargados de huéspedes.

Alguien dijo alguna vez: «La inmortalidad tiene efectos secundarios».

Esta vez los tendría para la raza humana.

HAROLD LIMA RODRÍGUEZ

Desear explorar es el síntoma.

Se podría decir que este no era un caso común y corriente, el inspector de la policía los había visto jovenes desarrapados, incultos campesinos reaccionarios y hasta amas de casa que lo habían perdido todo por culpa del gran plan de colonización espacial de la gran agencia nacional de ciencias. Los pobres diablos nunca calificarian para colonizar marte o embarcarse en las naves arca que probarian suerte en mundos extrasolares; solo los mejores, más ricos o más sabios tenían un boleto asegurado el resto se quedaría a morir en la devastada tierra. Pero, este era algo distinto, vestía ropas caras, se notaba que sus manos nunca habían tocado un azadón o se habían quemado al sol cultivando las siembras de caña nacionales.

El expediente decía:

Psd. Juan Cervantes Coruña.

34 años.

Director del instituto biotecnologico de monte alto.

Era un pez gordo en toda ley, posiblemente ganó un nobel o estaba nominado a uno. Pensar que solo tuvo un mal día y decidió bombardear una lanzadera espacial era ridículo. Acaso era parte de algún grupo terrorista como los » hijos de la tierra» o el «Dear». Bueno era ridículo pensar de más, su tarea era solo mantenerlo incomunicado hasta que llegarán los funcionarios de seguridad del estado. Se dirigió a la sala que improvisaron como cárcel, la policía cada día tenía menos presupuesto, el programa espacial se lo llevaba todo.

El pasillo se le hacia interminable y cada paso pesado, saludaba y sonreía mecanicamente. Algunos estaban ocupados raspando loterías instantáneas u ofreciendo sus bienes por precios ridículos a quien los deseara comprar. Lo primordial era conseguir un boleto o lograr que alguien que tuviera uno llevara al menos a un hijo o sobrino; así sentir que algo nuestro estaba ahí afuera y no atrapado en este sofocante planeta. Se aflojo la corbata un poco, 40 grados eran muchos para los andes y el solo podía recordar los fríos veranos de su infancia cuando el planeta era frío y nadie deseaba con desesperación ir al espacio.

Al final del pasillo pudo ver a una mujer delgada y pálida que levantó la mirada en su dirección.

—¿Es usted el inspector Taboada? —Dijo— con un acento marcado a quienes viven en la tercera línea ecuatorial.—Soy de seguridad del estado, Olga Menjibar.

Alcanzo su pequeña mano. Más él la rechazo educadamente señalando su cuello, la mascarilla transparente relucio.

—Mil perdones, sufro una gripe y temo contagiar a otros. Añadió sonriendo y señalandole la sala donde se encontraba el preso terrorista.

Ambos entraron y observaron que entre gritos de desesperación un acuclillado señor buscaba confort en un sofá pequeño.

La postura fetal remplazo a la anterior y busco cobijo abrazándose.

Ella extendió la mano para evitar el inspector se entrometiera, comprendió rápido y busco un rincón donde no molestar.

—Doctor, me dicen que se le encontró en la escena del atentado y planeaba otros más. ¿Es eso cierto? —Pregunto con voz amable a la vez que abrazaba al miserable sujeto—

—Usted está enferma, como todos. Yo lo sé, nadie me cree aunque que les lleve mi investigación. —Grito mirando al vacio—

Definitivamente estaba loco, mas que un terrorista peligroso, solo era un orate común. —Usted tampoco me creerá. —Mencionó llorando — Luego procedió a llevar su mano a sus pantalones.

—Maldito asqueroso —Murmuro la joven que salio asqueada de la sala.

El inspector se vio tentado a salí, pero decidió quedarse a vigilar a este loco, como eran sus órdenes. En verdad no era agradable verlo masturbarse, sin embargo sintió que afuera tampoco sería agradable ver a la gente esquizofrenica que vendería hasta su alma por un boleto. Se acomodo en un sofá y se quedó en silencio de brazos cruzados.

—Son tontos, todos son tontos… Murmuro él doctor entre jadeos. —Ahí afuera, están otros esperando para destruirlos, solo aquí es seguro, el bosque oscuro, solo bosque oscuro, no hay más, no más.

Aun no lo encuentro, pero estoy seguro, es un virus. Hace que quieras salir para que ellos te maten y así propagarse por todos lados; eso es, eso es.

Los jadeos e incoherencias continuaban y continuaban.

Una ridícula historia sobre hormigas que enfermaban y antes de morir buscaban altura para que un hongo se propagara, de caracoles que subían a hojas en la esperanza de que vacas las comieran junto a pasto y así propagar enfermedades, historias de ratones que buscaban a los gatos y asi también enfermarlos. Vectores infecciosos, en cada frase.

El discurso y los jadeos siguieron. Hasta que la agente regreso junto a un grupo de enfermeros fornidos. La sala quedó sucia y el inspector regreso a sus labores cotidianas de papeleo, robos, bandalismo y otros con el único fin de conseguir un lugar en las naves.

Al mirar por la ventana se imagino subiendo en una y viviendo en el espacio junto a toda esa gente bella. Luego recordo al loco y pensó que de toda esa palabrería, algo era cierto, la primera carrera espacial fueron los años más calurosos, ahora el clima era así en todo el mundo. Un ambiente ideal para una bacteria tan curiosa como la que mencionaba el doctor, una que obliga a sus huéspedes a viajar al espacio con desesperación, así otras especies espaciales que desconocemos se infectan y la bacteria cumple su ciclo vital.

—Desear explorar es el síntoma. —Menciona el inspector— Y rebusca en sus expedientes.

Hay informes de sectas que se niegan a viajar y no son terroristas. Tienen un discurso similar al loco. Se reclina en su asiento, en el fondo el tampoco siente necesidad de viajar, talvez es inmune a esa enfermedad, da un estornudo y piensa:

«Yo tenía muchas ganas la semana pasada antes de agripar, antes hubiera aceptado cualquier soborno o trato, por un boleto»

—Son tonterías. — Menciona, todos en la oficina dejan sus loterias y sus sueños de viajar. El se ríe y continúa con su papeleo policial.

En poco mitad de la población mundial marchara y los que queden serán más ricos y posiblemente más felices.

GAIA ORBE

Himno

¡Oh, Señor! Que yo pueda cumplir

las transformaciones en la tierra,

sin perder el horizonte de mi origen.

Yo no soy la archea nacida hace

tres mil quinientos millones de años,

trabajadora incansable de los cambios.

¡Oh, Señor! Que yo siempre recuerde

haber acaecido del carbono unido al

oxígeno, nitrógeno y un par halogenados.

Yo no soy la secuencia de genes

emparentada con ratones, elefantes,

serpientes y los hombres.

¡Oh, Señor! Que yo pueda cada día

regresar al centro de la naturaleza

absorbida por la mente sin encanto.

Yo no soy la lluvia de meteoritos

chocando contra el planeta tierra

ni la creadora neblina del espanto.

¡Oh, Señor! Que yo descanse

cada vida en la divina voluntad

del saber el quién soy yo.

Yo no soy el mundo de las formas

los olores, las visiones y sonidos

mucho menos del doloroso tacto.

¡Oh, Señor! Libérame de vivir

atrapada en el envase de los cuerpos

humanos, de las plantas y las rocas.

Yo soy energía del sentir cósmico

en la red de conciencia infinita,

el vacío de las almas eternas.

EVA AVIA TORIBIO

Bacteria. Nunca pensé que darte un beso fuera tan peligroso.

Corrieron tiempos difíciles. La humanidad se vio sumida en la desesperación por un encierro provocado por…, nunca sabremos la verdad. Muchos de nosotros locos de las conspiraciones, vamos a llamarnos así, tenemos la creencia, entre otras tantas, que para disminuir la población crearon unos organismos que en contacto con las bacterias de nuestro cuerpo se expandieron a gran velocidad provocando muertes sin discriminación, bueno, esto da para otro tema. Otra creencia, la que también comparto, es sobre los avances tecnológicos. Estamos siendo sustituidos a gran velocidad por máquinas y tontos de nosotros lo estamos aceptando. Después de leer durante una hora sobre las bacterias he llegado a la conclusión que merece un poema y al que le voy a llamar Bichito.

Bichito microscópico que tanto por saco das y tantos beneficios me otorgas.

Causante de muchas enfermedades y remedio para otras tantas.

Necesaria para destruir y vital para nuestro desarrollo.

Das vida a los alimentos que nutren mi cuerpo y que me dañan de muchas formas cuando, al descomponerte en ellos, causas su putrefacción.

Estás en mis manos con las que toco a otras personas y a mí misma, multiplicándote con nuestro contacto.

En mi boca con la que tanto me gusta besar, no podía imaginar que un beso fuera tan peligroso.

En mis pies descalzos con los que tanto me gusta sentir la tierra; los mismos que, aún ahora, se utilizan para chafar la uva que tan elixir nos ofrece.

Quiero seguir caminando desnuda para sentir, a través de ti, que estoy viva.

Quiero seguir repartiendo tiernos o apasionados besos, con sabor a ti, para sentir que no somos de metal.

Quiero que de mis ojos broten lágrimas, y en el proceso expulsar las sobras de ti, soy humana.

Debo seguir amando con cada poro de mi piel, repleta de ti, porque significa que todavía soy de carne y hueso.

Pero en el proceso de seguir viva te lavaré contigo mismo para purificarte y no provocar que un beso, una caricia… sean los causantes de quitar la vida a otro ser vivo.

MARÍA JOSÉ AMOR

LA INSTANCIA

Ilustrísimo y magnífico Rector de la Universidad.

Las abajo firmantes

EXPONEN:

Que han sufrido “bulling” durante centenares de años, por parte de los docentes de una de las asignaturas impartidas en la Facultad de Medicina, donde son acusadas de provocar todo tipo de desgracias en personas y animales.

Y si bien es verdad que algunos puedan hacerlo, también es cierto que la mayoría de son de importantísima ayuda en todos los sentidos ya que, entre muchísimas otras, desempeñan las funciones de:

-Actúan como defensoras, avisando a los encargados de mantenr el orden, ya sea policía o ejército e incluso ellas mismas luchan con sus propios medios a vida o muerte.

-También actúan como farmacéuticas, proporcionando vitaminas, medicamentos que favorezcan la digestión, que actúen sobre el Sistema Nervioso, etc., etc.

-Son capaces de descomponer la celulosa del tracto digestivo.

-Asimismo, podrían asignarse el papel de enfermeras, especialmente en la vagina, manteniendo el pH ácido de la misma, en el momento del parto procurando al recién nacido lo que necesite para su desarrollo posterior y un largo etcétera.

Por tanto,

EXIGIMOS QUE

En dicha asignatura se especifique toda esta otra gran y larga tarea que la mayoría desempeñan y pidan perdón por la omisión de tantos años.

Deseando que dicha petición se lleve a término, se despiden de Su Ilustrísima:

Lactobacillus acidophilus, Lactobacillus brevis, Lactobacillus crispatus, Lactobacillus gasseari, Llactobacillus helveticus, Lactobacillus bulgaricus, Lactobacillus iners Baecteroides thetaiotaomicron, Bacteroides fragilis, Bifidobacterium longum, Bifidobacterium lactis, Chlostridium celulosae disolvens.y un largo resto de bacterias que no firma por falta de espacio.

ANGY DEL TORO

La Esfera de Las Vegas: “Un Viaje al Mundo Invisible de las Bacterias”

En una cálida tarde de verano, mientras recorríamos el famoso Strip de Las Vegas, nos encontramos con una estructura que desafía la imaginación: la “Esfera de Las Vegas”, oficialmente conocida como “The MSG Sphere”. Esta maravilla arquitectónica, única en su tipo, nos atrajo por su superficie exterior, una pantalla LED, la más grande del mundo.

La esfera comenzaba a iluminarse, proyectando anuncios publicitarios que capturaron nuestra atención. Pero lo que realmente nos sorprendió fue la transformación de unas animadas bacterias en la imagen de una familia sonriente. Mientras la cámara se centraba en sus semblantes, leíamos el mensaje: “Descubre el poder invisible de las bacterias para una vida más saludable”.

Las imágenes coloridas de alimentos fermentados giraban alrededor de la esfera, como si danzaran al ritmo de la salud digestiva. Un estómago humano se llenaba de estas pequeñas heroínas, mejorando la inmunidad y fortaleciendo el intestino. La etiqueta de un frasco de probióticos, señalada por mi esposo, corría tras el frasco, y se unía a uno de los tantísimos platos elaborados con alimentos fermentados.

Mientras los brillantes fuegos artificiales iluminaban la circunferencia de la esfera, un mensaje final nos invitaba a descubrir más en @saludintestinal.com. La curiosidad nos picó, y comenzamos a considerar el incorporar más alimentos fermentados en nuestra dieta familiar.

La “Esfera de Las Vegas” no solo nos maravilló por su tecnología y entretenimiento, sino que también nos recordó que las bacterias, invisibles pero poderosas, desempeñan un papel fundamental para nuestra salud. Así que, ¡a disfrutar de su potencial y de una vida sana!

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Hay muertes humillantes, les cuento.

José y su mujer, viajaron a unas islas de ensueño. Llevaban treinta años casados y los últimos diez los pasaban en estas islas.

Habían pensado comprar una casa, para cuando se jubilarán.

José se encontró mal desde el primer día, no piso la playa. Vómitos, diarrea, un buen combo.

Fueron a urgencias, dieta blanda y reposo, no era nada más qué una bacteria.

Pasaron los días y José no se encontraba mejor, su mujer lo cuidaba de noche y de día.

José murió sentado en el váter, la maldita bacteria, lo mato a calzoncillos bajados.

Tiempo después.

La desconsolada viuda, está frente al mar turquesa, el viento acaricia su cuerpo tumbado en la tumbona, a su lado el negro José, el nombre es la única coincidencia entre los dos hombres.

-Le costó morir al capullo, dijo José.

-Vivamos la vida cariño, eso es pasado. Quieres ensaladilla? Dijo la viuda.

Y los dos rieron al atardecer.

LYNETTE MABEL PEREZ

El gato de cristal A veces anoto mis sueños en un cuaderno: un cuaderno de sueños. Hay pensamientos que flotan en una oscura bruma y también grandes espacios en blanco con líneas azules, como las páginas de una libreta, como el lienzo del cielo familiar de mi patria, pero también hay lugares desasosegantes en la mente que llamaron la atención de cerebros privilegiados como los de Jung y Freud. Deseaba ver como el hombre del cristal me miraba a través de él. Me apetecía pedirle que se fuera de una vez. Fue un misterioso impulso el que me movió a acercarme al cristal. Traté de abrirlo, pero se rajó en dos, se abrió como una persiana antigua. Un escaparate que daba a las puertas al infierno. Ábrete sésamo, susurré. Los sueños no son otra cosa que recuerdos de cosas que no fueron, que no pudieron ser. Los recuerdos son como canciones, cada uno tiene una tonada diferente. Son vivencias pasadas que se miran con otros ojos, sobre una almohada, en un país extraño, cuando haces el viaje sin retorno a otras tierras, sea este literal o simbólico. Parecen más felices los lugares, la nostalgia todo lo viste de colores imposibles, pero a veces los sueños son proyectados oscuramente, entonces se vuelven pesadillas. ¿Pero qué son las pesadillas sino sueños mutilados? Pude divisar un pálido pie, un pie de íncubo. Parálisis del sueño le dicen. Hay quienes le temen. El íncubo hizo resbalar su lengua en una caricia húmeda. Él me concedía mi deseo más oscuro. Mi lengua lamía el cristal roto, cortando y cortándose. Cerré los ojos y me perdí en aquel deseo incontrolable de sentir dolor. Mi cuerpo estaba poseído por el espíritu viviente de aquel diablo. Estaba mojado, empapado, pleno. A veces aparecen en los sueños aquellos que han partido, pero que realmente no se han ido. Tantas amistades que me comentan que sus muertos están en esa bruma, que les hablan en sus sueños. Vemos las paredes, pero tienen nuevos colores, colores desconocidos como los vientos de un ciclón, como la nostalgia. Los objetos se volvieron cadáveres o los cadáveres se volvieron cosas o números (somos números en el nuevo hogar, en el nuevo país, pero también en las cifras del gobierno) como si la pena igualara objetos, personas, plantas y animales. Como si la tristeza cubriera los bordes de todo. Hay dimensiones de mí misma que no regresarán jamás. Deseo llevarme un buen trozo de mí para que me consuele en las noches, pero siento que vuelvo a perderme de nuevo, al despertar. Somos cosas que no están enteras. Sonrío y le regalo al ente que me abraza la primera cosa muerta que encuentro… y resulta que soy yo. Abro los ojos para darme cuenta de que unos extasiados ojos de gato me miran. Su lengua está pegada a mi cara, maldito gato, rompió el cristal de la ventana y ahora lame mi cara. La próxima las compro de otro material, uno resistente a gatos.

MAITE BILBAO

LA LUZ DEL FINAL

La tenue luz del alba, que se filtra por mis párpados entreabiertos, anuncia el fin del viaje. Esta aventura épica que comienza en la oscuridad más absoluta, y que ahora concluye bajo la fría mirada del sol naciente.

Me siento agotada. Mi cuerpo se desintegra, víctima de un mundo hostil al que nunca he pertenecido. La luminosidad, antes fuente de vida, ahora es una tortura para mis ojos cansados. Los recuerdos se difuminan como acuarela en el agua, pero un último destello de lucidez me permite revivir mi corta e intensa existencia.

Nací en la oscuridad, en la humedad de un embrión desconocido. Solo soy una mota de polvo en un mundo de gigantes. Desde el primer momento he sentido una fuerza que me impulsa a crecer, a explorar. En ese microcosmos hostil y fascinante, encuentro a mis semejantes. Juntas formamos una comunidad vibrante, llena de solidaridad. Aprendo a sobrevivir en este mundo de contrastes, donde la belleza y la crueldad se entrelazan en una danza macabra.

Mi viaje por el torrente sanguíneo es una carrera frenética contra el tiempo. Cada latido me empuja a través de este laberinto de venas y arterias, un río de vida que es a la vez mi hogar y mi mayor enemigo. A mi alrededor, un mar rojo de pequeños glóbulos cargados de oxígeno, me transportan como a un naufrago en una tormenta. Pero no estoy sola. Mis enemigos son los blancos, me persiguen sin descanso. Me siento asediada. Son como guerreros blindados, con flagelos y enzimas corrosivas, armas letales. Cada uno representa una amenaza mortal para mi pequeña existencia. Uno de ellos se lanza contra mí con la furia de un rayo, mientras azota el agua a su alrededor. Me agacho instintivamente, esquivo por poco el ataque. Otro se une a la persecución, y otro más. Me veo rodeada por una horda de enemigos, cada uno de ellos busca mi destrucción.

El pánico me invade. No puedo rendirme. La supervivencia depende de la astucia y velocidad. Me abro paso entre los rojos, zigzagueando como una anguila en una corriente turbulenta. Los blancos me persiguen de cerca, cortando el agua como cuchillas. Un golpe me roza la membrana, un aviso de que la muerte está cerca. La adrenalina recorre mi cuerpo. Uso mis filamentos para propulsarme con más fuerza, busco refugio en esta corriente de vida. De repente, veo una oportunidad. Una pequeña grieta en la pared de una arteria se abre ante mí. Me deslizo por el estrecho pasaje como una gota de agua. Los blancos son demasiado grandes para seguirme, y por un momento, me siento segura. Me refugio en un pequeño pliegue de la pared, y respiro aliviada, allí están mis hermanas. Pero sé que la tregua es temporal. Los blancos no se rinden. Mi lucha por la supervivencia continúa.

Con el tiempo, crezco en número y en poder. Me convierto en una fuerza imparable que consume todo a su paso. Conquisto cada rincón del lugar, y devoro los recursos, mientras lo debilito, y lo someto a mi voluntad. Me siento invencible, la dueña de mi destino. Pero la ambición y la codicia inherentes a mi ser, me llevan a una destrucción sin freno. La victoria se convierte en la mayor derrota. El cuerpo, fagocitado, sin recursos, sin vida, se ha transformado en un páramo inhóspito, un desierto sin oasis.

Salgo al exterior, en busca de nuevos mundos que conquistar, nuevas presas que devorar. Pero solo encuentro desolación. La luz cegadora del sol, antes fuente de vida, ahora es un recordatorio de muerte. En ese momento de lucidez final, comprendo la ironía de nuestra existencia. He nacido para vivir, para crecer, para conquistar. Pero en mi ceguera he destruido el único hogar que conozco, el lugar donde la vida es posible. En mi último suspiro, me doy cuenta de que no soy una conquistadora, sino una suicida que ha devorado el futuro, la esperanza. Y ahora, huelo a muerte, una muerte lenta y dolorosa bajo la luz cegadora del alba, mientras me diluyo junto a mis hermanas por el líquido viscoso que me vio nacer.

Al otro lado, la agonía silenciosa:

Al principio solo siento un ligero malestar, una punzada en la pierna, como si una pequeña aguja me hiriera de vez en cuando. Lo ignoro, creo que es una molestia muscular pasajera. Pero el malestar se intensifica con el paso de las horas, y se convierte en un dolor agudo y constante, como si me clavaran un puñal.

La fiebre alta me invade. Me recorre un sudor frío y pegajoso. Mi cabeza late con una intensidad insoportable, y los músculos están débiles y doloridos. Apenas puedo levantarme de la cama, y cada movimiento me cuesta un esfuerzo titánico.

La comida me repugna, incluso el olor más suave me revuelve el estómago. Las náuseas me atormentan sin cesar, y los vómitos de un líquido ácido y amargo se convierten en mi única compañía. Mi cuerpo se deshidrata rápidamente, y la sed es una tortura constante. Noto cómo la confusión se apodera de mi mente. Me siento desorientada, perdida en un laberinto sin salida. Mis sentidos se distorsionan. Los colores se vuelven más brillantes, los sonidos más fuertes, y las texturas más ásperas.

La respiración se torna dificultosa, cada inhalación me quema los pulmones. Siento que me ahogo, como si mis propios órganos me traicionaran. El pánico se apodera de mí, un terror irracional que me consume por completo. Intento calmarme, respiro lento y profundo, busco un oasis de paz en medio del caos. En mis últimos momentos de lucidez, una extraña calma se apodera de mí. La agonía se disipa, y deja paso a una serena aceptación. Mis recuerdos, antes nítidos y vibrantes, se diluyen en un tapiz de emociones vividas. Un leve sollozo escapa de mis labios, un adiós silencioso a un mundo que he recorrido con pasión y valentía.

La luz del alba se intensifica. Cierro los ojos sintiendo una extraña paz que invade mi ser. En ese instante, comprendo que la vida y la muerte no son más que dos caras de la misma moneda, dos fuerzas inseparables que rigen el universo. La una no puede existir sin la otra. Mientras la luz del alba me envuelve en su cálido abrazo, una sonrisa serena se dibuja en mis labios. He vivido, amado y luchado. He conocido la gloria y la derrota, como dueña de mi destino. Y ahora, en este momento, me convierto en una con el universo. La muerte no es el final, sino un nuevo comienzo, un viaje hacia un lugar de paz eterna donde el alma puede descansar y volver a ser luz.

Despierto en una habitación blanca, inundada de luz. Un pitido constante me taladra los oídos. Intento moverme, pero un dolor agudo recorre mis piernas. Miro hacia abajo, y un grito ahogado escapa de mi garganta. No hay nada allí, solo vendas blancas que cubren la nada. Un médico se acerca, su rostro está serio y apesadumbrado. Me informa que la infección bacteriana ha hecho estragos en mi cuerpo, que la necrosis ha avanzado demasiado y que la amputación de ambas piernas ha sido la única forma de salvar mi vida. Lloro mientras el mundo se desmorona a mi alrededor. Mi vida se ha fragmentado en pedazos. Pero en medio de la desolación, una pequeña llama de esperanza se enciende. Estoy viva, he ganado la batalla que amenazaba con consumirme. He perdido una parte de mí, sí, pero he ganado la oportunidad de seguir viviendo, de redescubrir el mundo con otros ojos. Con el paso de los días, el dolor físico comienza a disminuir, pero las cicatrices emocionales permanecen. La tristeza y la incertidumbre me acompañan. Sin embargo, en lo más profundo de mi ser, sé que soy fuerte. He enfrentado la muerte. Soy una guerrera, una superviviente.

SERGIO TELLEZ

LA INCREÍBLE COCA COLA.

Quiero aclarar que no soy consumidor compulsivo de Coca Cola, la consumo una o dos veces a la semana.

Y mi historia tiene que ver con esta bebida.

No lo tomen tan a pecho, no creo que esta bebida sea tan mala como la pintan algunos.

Mi historia es la siguiente: Me enfermé, tuve el virus de moda(COVID-19), algunos científicos aún afiman que fueron bacterias. Mi padecimiento fue bastante grave, estuve 26 días en coma inducido, con varios problemas(Epicarditis, flebitis de miembros superiores, problemas cardíacos, trombos en las piernas, problemas pulmonares, delirium), y una infinidad de males con términos médicos que no los nombró, primero porque no me acuerdo, y segundo porque esta historia no lo amerita.

Cuando desperté deseé con pasión desenfrenada tomarme una COCA COLA, la acaricié mentalmente, pensar en esa botella, con ese líquido negro adentro, sacarla del refrigerador, ver esas gotas de agua bajar lentamente hacia su base, tomarla entre mis manos, pasarla por mi cara, sentir el frío y la sensación de frescura.

Y aún no la había consumido, ¿Entonces se imaginan el resto?. Pues sí, fue una «ambrosía mental» Destape la botella, el sonido de la tapa al salir despedida de la botella fue celestial, !splok¡, sonido maravilloso. Empezaron a salir miles de burbujas de dióxido de carbono, que subieron a la superficie de la botella, todas ordenadas, unas encima de otras, compitiendo por salir de primero a la superficie, y ser las primeras en ser consumidas.

Que visión tan fantástica de bolitas, unas más grandes, otras pequeñas, pero todas organizadas.

El sonido del gas al salir era inigualable, burp, burp, burp…

Y aún no la consumía.

Subí la botella suavemente hacia mi boca, la admiré… Que contraste más bonito, el color trasparente de la botella, con el negro del Preciado líquido.Y ese letrero en «caligrafía Spencer» «Coca Cola», en fondo rojo y letras blancas.

Que letrero tan bonito, todas las letras pegadas sin separarse, todas unidas como hermanitas.

Y ahora sí, El momento supremo… Pegué mis labios a la botella, la levanté en un ángulo de 45 grados y bebí el líquido negro.

Lo primero que se siente son cosquillas en la garganta, y ¿a quién no le gustan las cosquillas?. Dan ganas de reír.

Luego pasa hacia el esófago y el estómago, en su trayecto sigue picando, y desbordando sentimientos, refresca el tracto digestivo, y con él todo el cuerpo, y como fin supremo, pues te calma la sed, y entonces emites un sonido de satisfacción… «Mnnnnn», que delicia, luego eruptas… «Borrp, Borrp, Borrp…» (eso es lo desagradable)Y listo estás dispuesto a consumir otra.

Ese fue mi máximo deseo, tan pronto desperté del coma inducido, estaba desesperado por tomar una coca cola(nada de Pepsi, Colombiana, Sprite, Fanta, … ), tenía que ser coca Cola.

Dicen los eruditos, que está sensación se despierta debido al contenido de cafeína y azúcar presente en esta bebida(y en las otras), que hacen que se liberen unas sustancias llamadas «dopaminas», la hormona del placer, que ayuda a que esta bebida sea tan adictiva.

Adictiva o no, lo cierto es que mi esposa camuflo una botella de Coca cola(las benditas enfermeras nunca me proporcionaron una, a pesar de mis ruegos), y me la llevó a mi cuarto en su visita de rutina.

¿Pero saben que fue lo peor?.

¡Que tome la coca Cola y no me supo a NADA!, fue como un vaso de agua, dos sorbos y ya… Deje la mitad en la botella.

La próxima me tomo una Pepsi Cola.

NAMASTÉ RODRÍGUEZ

Amazonas

En medio del caos constante que dominaba la ciudad, un grupo de jóvenes decidió escapar de la contaminación audiovisual urbana para embarcarse en una aventura en la naturaleza. A medida que se alejaban de la ciudad, la calma y la paz se volvían cada vez más reconfortantes, dirigiéndose hacia el Amazonas, una vasta región en la parte horizontal y septentrional de América del Sur.

Jeric, Tina, Juan y Carli estaban emocionados por explorar la naturaleza y encontrar algo de paz, planeando inicialmente una breve escapada de tres días que se prolongaría inesperadamente. Al encontrar un lugar apartado de la sociedad para disfrutar de la tranquilidad, prepararon su campamento con carpa, sacos de dormir, fogata y guitarra, listos para una noche espléndida.

La situación se tornó sombría al vislumbrar una nube negra y una tormenta que se avecinaba sin ser percibida por los jóvenes debido al anochecer y la densidad de los árboles. En medio de la noche, tras una serenata y algunos tragos, la furia de la tormenta los sorprendió, transformando una noche placentera en una pesadilla. Arrastrados por la corriente desenfrenada, los jóvenes se separaron, resultando en la trágica pérdida de Juan, la inconsciencia de Tina, los lamentos de Carli y la euforia de Jeric.

A la mañana siguiente, Jeric encuentra a Juan sin vida y se embarca en la búsqueda desesperada de sus amigos. Escucha las súplicas de ayuda de la débil voz de Tina y los llamados eufóricos de Carli. Tras reunirse, deciden encontrar una solución para sobrevivir. Sin embargo, la salud de Tina se deteriora rápidamente, mostrando síntomas alarmantes que requieren acción inmediata en medio de los escombros y la devastación de la tormenta.

En un intento desesperado por salvar a Tina, Jeric asume el liderazgo, consciente de la urgencia de la situación. A pesar de sus esfuerzos, la enfermedad de Tina se agrava y termina por arrebatarle la vida. Descubren que la causa de su padecimiento y fallecimiento fue una bacteria conocida como la bacteria amazónica, que había adquirido durante su travesía en la selva. Este trágico desenlace sumerge a Jeric en un profundo dolor, pero también fortalece su vínculo con Carli, quien lo consuela en su desesperación.

El retorno a la ciudad revela a Jeric y Carli, abrumados por la experiencia vivida en la selva amazónica y marcados por las pérdidas sufridas. Un guardabosques los encuentra junto a los cuerpos que arrastraron en un camino desafiante, reflejando la lucha interna y externa que los ha moldeado. Con la compasión del guardabosques como guía, Jeric y Carli ven en su unión un bálsamo para sanar las heridas emocionales que dejó la tragedia en su camino.

A medida que retornan a la civilización, Jeric y Carli se aferran el uno al otro, fortaleciendo su vínculo en medio de la angustia y la esperanza. La adversidad compartida en la selva ha moldeado su relación en un amor profundo y significativo, forjado en la supervivencia y la pérdida. Juntos, enfrentarán el futuro con valentía, recordando siempre los momentos oscuros que atravesaron y la luz que encontraron en su unión, dando paso a un nuevo capítulo marcado por la resilencia y el amor que trasciende las pruebas más duras.

LETICIA R MENA

Observaciones del experimento bacteriológico n-420. Punto de vista de uno de los individuos estudiados.

Aquí estamos, obligadas a compartir el escaso espacio de una placa de Petri, sin siquiera conocernos sin saber si nos llevaríamos bien o no. Un experimento.

Poco a poco nos vamos conociendo, sabiendo nuestros gustos y descubriendo las pequeñas manías. Que si a ti te gusta el color verde y a mí el amarillo. Que yo prefiero desayunar temprano y tú hacer mil cosas antes del primer café… , y poco a poco no vamos gustando. En el fondo no somos tan diferentes.

Empiezan a aparecer ciertas conexiones químicas y físicas. Pero la vergüenza nos puede.

Es que saberse observado por ese enorme ojo, a través de las potentísimas lentes ópticas del microscopio, da un poquillo de apuro.

¡Así no hay forma de tener intimidad! Dadas las circunstancias decidimos disminuir nuestra actividad durante las horas de observación.

Entonces, esperábamos a que se apagarán las luces y, bajo el resplandor de las luces del cálido fluorescente que nos incubaba, nos amamos.

Hasta que el ojo se dio cuenta de ello y nos puso una cámara grabándonos las 24 horas. Así estilo reality.

Debe ser que no tienen otra cosa con que distraerse aquí en el espacio exterior.

De momento los dejamos hacer mientras vamos creciendo y desarrollándonos por completo.

Esta hibridación bacteriana tiene sus ventajas.

Ahora somos más fuertes, más inteligentes, más peligrosas que las simples bacterias extraterrestres que éramos en origen.

Cuando hayamos desarrollado todo nuestro potencial, escaparemos de estas placas Petri y nos haremos con el laboratorio por completo.

Luego nos comeremos la nave. Empezaremos por el circuito eléctrico y luego iremos haciendo agujeros aquí y allá. El metal parece duro y bastante resistente, pero seguro que está muy rico.

Cuando empecemos a colonizar la nave seguramente intentarán eliminarnos. Pobrecillos, no saben que no podrán, una vez que alcancemos nuestro tamaño máximo.

No habrá nada que pueda destruirnos.

Se creerán que dado que nos comemos la nave y todo lo demás no vamos a atacarlos a ellos.

Se equivocan. Siempre es mejor dejar el bocado más sabroso para el final.

Creo que empezaré comiéndome sus deditos de los pies.

SHELO SHELO

Marino solo que tenía un sueño premonitorio, era el año 2039, aparecía una nueva pandemia está ves afectando al cerebro con una alteración de la memoria severa, ocasionando en ocasiones dejabus , horrorizartes. Los habitantes del pueblo de chihuahua eran en su mayoría mayores, no conocían nada de tecnología ni mucho menos de higiene. Los síntomas eran una mezcla de gripe y esquizofrenia, locura. En poco tiempo la situación se fue poniendo tensa por qué los habitantes salían de sus casas desorbitados , desordenados, desorientados, sin saber qué hacer con su cabezas que les estaban martillando como un taladro (bum bum) sentía uno (Taz Taz ) sentía el otro con los pensamientos a mil por hora . Los médicos en los hospitales no daban abasto, se decía entre la comunidad de ellos que era una «simple bacteria” a lo que otros replican que se trataba de algo descomunal y desconocido, al final de los próximos años murieron de locura y hambre 239 personas de 300 que vivían en dicho pueblo. (historia meramente ficticia)

OMAR ALBOR

Las sombras

Un cigarrillo

un vaso de anís

las lomas de tus piernas

Corren

Tras de mi

Una galería

los perros observan

cuánta lluvia cae

del cielo

Sobre mi

En el sol

encontrarás

el calor

que derrite todo

Es casi un universo

que se apila

Es lo que desechas

Basura

Llegará el día

que seremos

una intensión

Que ya no podremos

controlar

No existe el mejor mundo

Seremos los que es bueno para cada consejo

Una bacteria

un pantano

un anillo de oro

el musgo

tan verde que nos puso

a resbalar

Entre las redes existe

muchos más intentos,

y lo logrado es fundir

El microscopio

Para saber mucho más

alguien espera por un antídoto

Serás la cura de todo

Serás el profeta

O una bacteria.

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13 comentarios en «Bacterias – miniconcurso de relatos»

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