Historias de gente como tú

Descripción

Autor: Alfonso Fernández-pacheco

Tamaño A5. Tapa blanda. 372 páginas

Prólogo de Victoria F. Leffingwell:

Don Ivan Pavlov era uno de esos señores muy sabios que se dedicaban a emitir leyes a troche y moche y…
—¿Pero de qué está hablando esta buena mujer? —te preguntarás con una cara estupefacta—. A ver si en vez de un prólogo nos va a soltar un rollo de esos raros que no tiene nada que ver con la novela.
Vamos, vamos, calma y tranquilidad, no nos alteremos, que ni me has dejado seguir, venga, a lo que estamos, te explico en un periquete.
Pues resulta que ese señor tan listo e instruido formuló, entre otras muchas a las que no dieron tantos likes, una ley de los reflejos condicionados que mostraba que un estímulo puede provocar una respuesta que no tiene por qué encontrarse vinculada necesariamente de manera natural. Y para ilustrarlo, y como no tenía otra cosa a mano, usó a su pobre perro, que salivaba cuando veía comida, regodeándose en futuros placeres recordando experiencias pasadas.
Pues bien, eso mismo me ocurre a mí cuando oigo mentar, o leo, el nombre de Alfonso Fernández-Pacheco: no salivo, pero una risa, sonrisa o carcajada llena mi cara, no lo puedo evitar.
Conocí al autor de la obra que tienes en tus manos por pura chiripa en las redes sociales, y desde el primer día su universo de personajes me atrapó irremisiblemente para los restos, como creo que les pasa a todos los que los conocen. Es difícil resistirse a tanto ingenio y tanta gracia.
A lo largo del tiempo, Alfonso ha creado multitud de caracteres en los que muchos podemos vernos reflejados: Avelino, Florinda, Margarito Florido, el doctor Räikkönen, el forense don Claudio y tantos y tantos otros que nombrarlos no tendría objeto, ya que lo importante es entrar en las historias, reírse y disfrutar con ellas, pero es la sin par doña Puri la que, a mi juicio, se lleva la palma: ella y sus amigas nos aseguran momentos de risas continuadas, y cuando se junta con Avelino ya es el despiporre completo.
No soy prologuista, tampoco reseñadora, sólo (y lo enfatizo con el acento, aunque a los de la RAE les den las siete cosas) una simple juntaletras y voraz lectora, por lo que a este prólogo le va a faltar un análisis sesudo y ponderado del contenido y adolecerá de otras mil cosas, es igual.
Porque lo único que quiero enfatizar y recomendar es que, cuando termines de leer estos relatos, continúes leyendo a Alfonso. Toda su obra es un puro disfrute y en estos tiempos reír es una bendición.
Me vas a agradecer el consejo.