LA MASCULINIDAD TARADA. Capítulo del libro Diálogos masculinos
Justo Fernández: Mi querido Víctor, tengo el privilegio de cerrar este último diálogo de este inopinado ejercicio que hemos osado realizar al alimón y que hemos llamado Diálogos Masculinos. Y no encuentro mejor forma de hacerlo que traer aquí una meditación muy personal que, como sabes, me viene acompañando de manera protagonista desde hace ya largo tiempo: Soy consciente de que mi Masculinidad está tarada, o al menos lo ha estado en mi pasado relativamente reciente.
Quiero abordar esta reflexión de manera sosegada y meditativa y, sobre todo, validada con mi vivencia y experiencia personal como Hombre. Es mi sentir, que ahora decido también compartir en este diálogo contigo. Mi compromiso, como ha sido en todo lo aquí escrito, es asegurar que siento lo que escribo y escribo lo que siento. He tratado de eludir también, espero que con acierto, cualquier pieza ideológica, credencial o de enlatada erudición que no resida en mi interior.
Hay al menos un par de acepciones del término «tara» y, por ende, de la calificación de «tarado». La primera se refiere al peso estructural del contenedor de algo. Por ejemplo, un camión tiene una tara de x kilos que corresponde a su peso en vacío. Es decir, la tara corresponde a lo que pesa su estructura. La segunda se refiere a la tara como defecto o mancha que disminuye el valor de algo. En este uso, una tara resta funcionalidad o capacidad de valer de algo. Por ejemplo, una prenda de vestir tiene tara si tiene algún defecto de fabricación que merma su usabilidad o propósito.
Aplicar la calificación de tarado a una persona en su integridad es una temeridad que solo podría ser fruto de la soberbia y la ignorancia. Y no seré yo quien me atreva a tal cosa, fundamentalmente porque no siento que tarado o perfecto sean cualidades aplicables a un Ser Humano. Ahora bien, entendiendo que un Hombre no es ni mucho menos únicamente su conducta, ni siquiera su Masculinidad, el ejercicio que pretendo compartir en este texto es analizar si la Masculinidad –la mía, por ejemplo– pudiera haber perdido su esencia –y su valor esencial– durante el proceso de construcción de la personalidad a través de la cual se manifiesta. En ese sentido la hipótesis de trabajo es que la Masculinidad –la mía, por ejemplo, insisto– tiene una carga de condicionamientos adquiridos en su desarrollo y construcción –peso de la estructura– que la lastra y que su propietario está condenado a arrastrar quebrando así su Libertad y acceso a la Plenitud. Por si acaso ya voy adelantando que esta no es una situación finalista, ni mucho menos; la liberación de la carga se produce mediante la toma de conciencia, mediante el afloramiento del inconsciente a través del autoconocimiento. Esto es un hecho incontestable que invita a que uno mismo sea su propio laboratorio, como estoy tratando de hacer conmigo en este ejercicio.
Siguiendo con la hipótesis de trabajo, diría que, en términos de conducta y de relación con la Vida en su totalidad, una Masculinidad tarada conlleva también, además de la carga del condicionamiento, el defecto de distorsionar poderosamente la imagen que uno percibe de sí mismo y de la realidad que le rodea. Sería como un filtro sucio, como unas gafas correctoras que en algún momento nos hemos colocado –o nos han colocado– en la nariz, y que ya creemos forman parte inseparable de nosotros, de nuestra identidad. Este defecto, cuando menos, resta potencial y valor a la esencia de la Masculinidad, limitándola al negarle la visión de la otra mitad, perdiendo así el acceso a la integridad de la Vida. Por ejemplo, si la idea de «la mujer» te trae sistemáticamente la imagen de un ser inferior, incomprensible e incompleto, no te será posible jamás explorar ni conocer la femineidad. De hecho, no mostrarás mayor interés en hacerlo. Te perderás la mitad de tu propia existencia. Acceder al universo interior de otro ser humano o de ti mismo solo es posible con una mirada inocente y limpia.
Pero la razón más importante que me lleva a realizar este análisis no es por la evidente merma de mi Libertad o el lógico afán de corregir esa visión castrada de la realidad, que también. La razón es sobre todo la dramática gravedad de esta tara desprovista de conciencia. A diario presenciamos la punta visible de este iceberg profundamente sumergido. Las terribles consecuencias de esa forma tarada de mirar y aprehender la Vida: violencia de género y muerte, sometimiento y aniquilación del otro, jerarquización de los seres humanos, domesticación de la infancia, uso alienante del poder, división y esclavitud y guerras. Y lo que todo ello significa de sufrimiento; tsunamis de drama y riadas de dolor más o menos manifestado y visible. La toma de conciencia en este caso es muy urgente y debería llevarnos directamente a la alegría de sentir que no necesitamos esas estúpidas gafas porque nunca hubo ningún defecto ni diferencia que corregir. Debería llevarnos a La Paz interior y exterior.
Continuando con el desarrollo de la tara de la Masculinidad y de sus manifestaciones a través de la experiencia y, para facilitar su análisis, expongo la división en las tres subcategorías que considero que aparecen significativamente relevantes e intrínsecamente entreveradas: Machismo, Amor idealizado y Patriarcado. Considero que las tres conductas son irrenunciables, la presencia de cualquiera de ellas implica la existencia de las otras dos. Por eso hoy es una realidad manifiesta que estas tres manifestaciones están siendo objeto de un cuestionamiento y abordaje similar. Existe en torno a las tres un profundo debate existencial, ideológico, social y político que ya no tiene vuelta atrás. Está suponiendo ya un hermoso despertar de muchos y muchas, pero también, por desgracia, en algunos casos son causa de división y de desencuentro entre Seres Humanos.
En una aproximación simple, pero que siento como verdadera, diría que mientras nos sigamos identificando con la tara –yo soy eso y, si lo cuestionas, me cuestionas a mí – no será fácil desprendernos de ella.
Para finalizar este texto, trataré de expresar de manera coloquial y deliberadamente intensa y estereotipada, pero basada en mi propia experiencia, lo que entiendo que es el discurso o la esencia sutil de cada una de estas tres manifestaciones de una Masculinidad más o menos tarada –recuerda que pudiera estar hablando de la mía–:
– Machismo: A veces veo a la mujer como un ser débil, incompleto, estructuralmente carente de las cualidades claves para ser útil a la exigente sociedad actual. Es verdad que muchas se esfuerzan, pero no están a mi altura. No entiendo muy bien cómo es una mujer por dentro, es un jeroglífico indescifrable. Lo que si sé es que muchas veces tienden a ocuparse y preocuparse de asuntos para mí absolutamente incomprensibles e irrelevantes. Puedo parecer misógino, pero a veces las mujeres me producen rechazo y miedo. Prefiero estar con mis amigos, confío más en ellos. Afortunadamente, soy una buena persona y, como a los niños, siempre trato de protegerlas y ayudarlas en todo lo posible. También es cierto que pocas veces valoran todo lo que hacemos por ellas.
– Amor idealizado: Me encanta la seducción. Lo llevo dentro. Cuando veo una mujer atractiva me engalano y acicalo por dentro. Trato de demostrarle mi brillantez. Mi objetivo es llamar su atención. Deseo que se sienta admirada y atraída por mí y por cómo soy. En otro tiempo desarrollé un sofisticado plan para lograr este propósito y a veces lo sigo utilizando como un martillo hace ante un clavo. Es verdad que muchas no se dejan, pero no me importa demasiado. Me mosqueo, pero luego se me pasa. Solo es un juego. Mujeres hay muchas y para lo básico ya tengo la mía. Confieso que lo que sí me ha jodido siempre en este juego es que venga otro hombre y consiga desviar la atención de ella.
– Patriarcado: La vida es esfuerzo y competencia. Estamos aquí para ascender por la rampa de una pirámide donde arriba solo puede quedar uno. Cada vez que miro a un semejante varón siento esa competencia. Para este juego vital, desde luego, la mujer no cuenta. Quizá todo empezó cuando era más joven y salía con mis amigos de fiesta; entonces el trofeo era ella. Ahora siento esa misma competencia en el trabajo, en la política, en la imagen y en la posición social. El liderazgo y el éxito es del más fuerte. No es para los débiles. Tengo que defenderme y defender mis valores y mis creencias. Por eso puedo llegar a entender las guerras. Todo es cuestión de fortaleza, de dureza, de dedicación y de entrega. Detenerse en las emociones y sus manifestaciones en forma de sensiblería es un estorbo en el ascenso. Hay que seguir trepando sin descanso. Por supuesto, no olvido a mi familia: yo la abastezco y educo con firmeza a mis hijos. Los convertiré lo antes posible en adultos útiles y responsables como yo. Yo tengo una misión en la vida, es mi obligación y me debéis que esté entregado a ella. O estáis conmigo o contra mí.
Para mí, querido Víctor, es indiscutible que ver la Vida de esta manera, con estas actitudes ante la mujer, ante los otros hombres y ante uno mismo, es la aportación de muchos compañeros de género, aparentemente sanos y respetables, a que este mundo sea desigual, violento, brutal, competitivo, cruel y alienante.
Es urgente cambiar la forma en que los hombres miramos a la Vida.
Por la Libertad y el Amor.
Víctor Sánchez:
Tara. De la doble acepción que nos señalas al principio de tu relato propuesta, me quedo con la segunda. Porque así lo siento y porque el término masculinidad tarada, cuanto más investigo, estudio y observo las masculinidades que veo a mi alrededor, más me resuena, y más lleno de razón le encuentro.
La masculinidad actual tiene taras, unas sensiblemente más graves que otras, pero taras al fin y al cabo.
La primera imagen que me viene a la cabeza cuando pienso en la palabra tara me lleva automáticamente a una tienda de ropa. Una de esas franquicias que todos podemos traer de ejemplo rápidamente a este escenario imaginario.
Ahora imaginemos la misma tienda y tratemos de pensar que todos o una gran parte de los productos que se venden en ese lugar tienen taras: un botón mal cosido, una manga más larga que otra, un cuello mal cortado, una tela enganchada y semidescosida, colores mal definidos, etc. Lo que se te venga a la mente.
Y ahora, hagamos la inevitable comparación con el título o propuesta de nuestro último diálogo masculino.
¿Puede ser que la masculinidad, tal y como la conocemos actualmente, tal y como la hemos vivido y sentido a lo largo de nuestras vidas y tal y como la vemos a nuestro alrededor conscientemente forjada y manipulada esté definitivamente tarada?
Supongo que muchos hombres se sentirán ofendidos ante tamaña exageración o generalización sin escrúpulos. Puede ser que se sientan señalados, cuestionados, incomodados o, simplemente, enjuiciados gratuitamente.
Quizás esos mismos hombres son los que jamás se han molestado en preguntar y escuchar a las mujeres sobre lo que ellas opinan del género masculino. Quizá porque uno de nuestros grandes privilegios de género es sentir que somos superiores por el simple hecho de ser hombres en un mundo construido y pensado por hombres.
Entonces, ¿qué necesidad tenemos de que nos cuestionen? Y, por supuesto, cómo vamos a pensar que quienes nos cuestionen puedan tener razón siendo como son, individuos –mujeres– a los que no tenemos ni siquiera en consideración.
Este breve texto de Nohemí Hervada, que publicó en su blog hace bien poquito me parece de lo más acertado, claro y sencillo, que he leído últimamente sobre el machismo:
El machismo es nuestra lengua materna
«… Si mi madre y mi padre son españoles, si me crío en España, si convivo con españoles y voy a un colegio que imparte clases en español, con compañeros españoles…
¿Cuál será mi lengua materna? ¿Alguien duda que sea el español?
Pues hemos sido criados en una cultura machista, por padres machistas, con madres que contribuían a criar hijos machistas e hijas perpetuadoras de su rol dentro del machismo, ¿somos tan simples como para creer que somos otra cosa que machistas/ apoyadoras del machismo?
Si piensas otra cosa igual eres de los que cree que vas a ser bilingüe por ir una hora a la semana a una academia de inglés…».
Y, aprovechando este pequeño colofón a nuestra veintena de capítulos compartidos, no puedo más que reafirmarme en mis convicciones adquiridas y reformuladas durante el último año que básicamente, ha durado esta pequeña y paulatina incursión en nuestros diálogos masculinos.
Cuanto más leo y cuanto más me introduzco en una visión de ver y sentir el mundo más feminista, siento, reflexiono y cuestiono que el actual modelo de Masculinidad, como diría un famoso titular de un artículo de Jokin Azpiazu, autor de Hombres y Feminismos, debe ser reformado, abolido o, como mínimo, transformado.
Y ahora, juzguen y elijan de esas tres opciones cuál es la que más les convence o cuál es la que menos miedo les da.
Y si quieren, rásguense las vestiduras todo lo que necesiten.
Pero hagan algo al respecto.
Es lo que nos toca antes de plantearnos el gran cambio sustancial de nuestras vidas que, espero, nos llegue a todos lo antes posible.