Llegué al mundo un día en que terminaba el invierno y empezaba la primavera. Delgadita, sin hacer ruido, sin molestar… Tenía tantas ganas de vivir, así que me salvé de las garras de la muerte. Mi cuna era de madera repujada y colgado en la pared había un cuadro con dos niñitos cogidos de la mano cruzando un puente tendido sobre una agitada garganta protegido por un ángel.
Decididamente, me sentí bien a mi llegada a este mundo. Tendría que aprender muchas cosas, pero por ahora todo estaba en su sitio. Tenía unos padres y un hermano y la casa parecía confortable, ¿qué más iba a pedir?
Ya con algunos pocos años la lectura de los cuentos me apasionaba y así empecé a llenar mi imaginación de relatos maravillosos que contaba a mis amigas. Pasado el tiempo, mi vida se llenó de historias y personajes que, como en los cuentos, me han hecho vivir una vida excepcional de la que solo puedo dar gracias.